Ideología fascista, sistema político y cultura en los Estados Unidos: el espacio y los límites


Fascist Ideology, Political System, and Culture in the United States: The Space and the Limits

Dr. C. Jorge Hernández Martínez

Sociólogo y politólogo. Profesor e Investigador Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) y Presidente de la Cátedra “Nuestra América”, Universidad de La Habana

Número ORCID: 0000-0001-7264-6984


Resumen:

El ensayo reflexiona sobre las características y potencialidades de la ideología fascista en la so- ciedad norteamericana. Su propósito es otear el horizonte, a la luz de algunas consideraciones teó- ricas y de abreviadas referencias históricas. A par- tir de la coyuntura de las elecciones de 2020, se indaga en las manifestaciones retrospectivas y re- cientes de una tendencia que ha adquirido cuerpo en el tejido de la formación social capitalista en los Estados Unidos y en particular, en el marco de la decadencia en la cultura política que acompa- ña allí al imperialismo contemporáneo. Con la in- tención de contribuir a las interpretaciones de la viabilidad de los procesos ideológicos en ese país se exponen las notas que siguen, con un formato más ensayístico que investigativo.

Palabras clave: fascismo, ideología, cultura, sis- tema político, capitalismo

Abstract:

The essay reflects on the characteristics and potentialities of fascist ideology in American so- ciety. Its purpose is to scan the horizon, in the light of some theoretical considerations and brief historical references. Starting from the juncture of the 2020 elections, it enquires the retrospective and recent manifestations of a trend that has ac- quired a body in the fabric of the capitalist social formation in the United States and in particular, in the framework of the decline in the political culture that there it accompanies contemporary imperialism. With the intention of contributing to the interpretations of the viability of the ideo- logical processes in that country, the following notes are exposed, with a more essayistic than investigative format.

Key words: fascism, ideology, culture, political system, capitalism


Introducción

Con cierta intermitencia, el tema del fascismo y sus expresiones en la vida política y cultural de los Estados Unidos ha sido objeto de las ciencias sociales, sobre todo cuando, en circunstancias de crisis objetivas o a causa de percepciones subjetivas de peligro a la identidad o a determinados intere- ses del país, como los concernientes a la seguridad interna o la cultura nacional, se afirman prácticas que trascienden comportamientos individuales, se extienden en la sociedad civil con manifestaciones violentas de intolerancia racial, étnica o religiosa. Asumidas por determinados gobiernos de turno en contextos como los aludidos, tales acciones han sido provocadas por la exaltación fanática de algún tipo de supremacismo a través de movimientos u organizaciones sociales que consideran amena- zados los valores o el modo de vida, predisponen el estado de ánimo de la población, que siente la necesidad de defenderse, afectando la seguridad ciudadana y el orden público, al ganar espacios en la vida cotidiana, en la dinámica de los partidos y los medios de comunicación. Quizás los mejores o más conocidos ejemplos de ello sean el clima so- ciopolítico afianzado con el macartismo a media- dos del siglo pasado luego, de la Segunda Guerra Mundial, cuando en los años de 1950, durante la Guerra Fría clásica, se generalizó un anticomunis- mo desbordado, con la persecución a todo lo que se valorara como cercano a ideas políticas de iz- quierda; la situación creada por la llamada Revolu- ción Conservadora, al reeditarse una lucha contra “el imperio del mal”, como se calificara al presunto enemigo comunista en la “nueva” Guerra Fría, en la década de 1980; o el período que se articuló a inicios del siglo actual, a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ante el terrorismo inter- no, que evocó reacciones similares alentadas por un nacionalismo chauvinista, patriotero, que pro- fundizó en el decenio de 2000 la represión a niveles inusitados. En este último escenario floreció el sín- drome fascista con rasgos más inquietantes, según se evidenció con medidas como las conducentes al

arresto de quienes, por simple sospecha, se cata- logaran como terroristas, en ausencia de pruebas, incluido su envío a cárceles secretas o a remedos de campos de concentración, donde el empleo de la tortura se estableció como práctica legítima para “proteger” a los Estados Unidos.

Pero las expresiones ideológicas, y en ocasiones, político-institucionales con signos similares han tenido presencia anterior en la historia norteame- ricana, y también posterior, según lo muestran los acontecimientos que se despliegan en la segunda mitad del decenio de 2010, asociados a los cuatro resultados electorales más recientes. Así, primero en los casos de 2008 y 2012, a causa del triunfo y reelección, respectivamente, de Barack Obama, un presidente de piel negra, que despertó fuertes sentimientos de racismo y nativismo, se produce el reavivamiento de viejas conductas colectivas, a través de los existentes grupos de odio: neonazis, “cabezas rapadas” (skinheads), los del Movimien- to Vigilante, las Milicias, las Naciones Arias, el Movimiento de Identidad Cristiana, entre otros, que hasta entonces tenían un bajo perfil, a los que se añadió el Tea Party, haciendo gala de no menos extremismo derechista. Después, tiene lugar el re- surgimiento de algunos de ellos en los comicios siguientes. En los de 2016, alentados por la vic- toria de Donald Trump, y en los de 2020, ante el fracaso, al no consumarse su reelección. En esos contextos adquirió un auge renovado el activis- mo de organizaciones como las mencionadas, al sentir el amparo de un presidente que les cobija- ba, cuatro años atrás, y que después procuran de- fenderle y defenderse, ante una derrota electoral (González Delgado, 2018). Justamente, a partir de estos dos últimos procesos, el desarrollo de ideas y prácticas de connotación fascista en la sociedad norteamericana atrae de nuevo la atención de las miradas académicas. Ello se refuerza a la luz de los resultados oficiales, en medio de no poca incerti- dumbre, que junto al predominio popular y del Colegio Electoral a favor de Joseph Biden, como candidato demócrata, dejaron ver una notable


tendencia ideológica conservadora, palpable en el respaldo con más de 70 millones de votos a favor de Trump, seguido por una beligerante adhesión a su figura, dentro y fuera de las filas republicanas, mediante movilizaciones públicas que se suman a su denodado empeño en aferrarse a presidencia.

Lo expuesto proyecta la silueta de una ideología fascista, con espacio en la cultura, con límites en el sistema político, definido dentro de los cánones de la democracia liberal representativa, lo cual impide su viabilidad institucional (Hernández Martínez, 2018). De ahí que el presente ensayo reflexiona, al comenzar el tercer decenio del siglo en curso, sobre las características y potencialida- des de esa ideología. Su propósito es otear el hori- zonte, a la luz de algunas consideraciones teóricas y de abreviadas referencias históricas, que toman como referencia el contexto de las elecciones de 2020, pero sólo como motivación analítica. No se trata de un estudio sobre esa coyuntura. A partir de ella, se indaga en las manifestaciones retros- pectivas y recientes de una tendencia que ha ad- quirido cuerpo en el tejido de la formación social capitalista en los Estados Unidos y en particular, en el marco de la decadencia en la cultura política que acompaña allí al imperialismo contemporá- neo. Con la intención de contribuir a las interpre- taciones de los procesos ideológicos allí, se ex- ponen las notas que siguen, con un formato más ensayístico que investigativo. La exposición in- cluye una aproximación conceptual a la ideología fascista, recorre sus principales expresiones his- tóricas en la sociedad estadounidense y establece un contraste entre lo que se ha conocido como la “era Reagan” y la “era Trump”, dadas sus proximi- dades, mirando hacia la inserción de esa cosmo- visión en el territorio cultural de una acentuada decadencia imperialista, que confirma la aprecia- ción leninista de que en el campo superestructu- ral, el imperialismo se caracteriza por el viraje de la democracia a la reacción, en toda la línea (Le- nin, 1973 y 1996). En ambos casos, sin descono- cer diferencias, es común el histrionismo y abuso

de una retórica discursiva saturada de hostilidad contra la imagen de enemigos a neutralizar, a fin de garantizar que los Estados Unidos recuperen su grandeza.

La ideología fascista y la sociedad norteamerica- na: el espacio y el límite

Ante todo, convendría puntualizar el marco conceptual que justifica la referencia al fascismo, como fenómeno político y como expresión ideo- lógica, dado que al revisar la literatura, se advierte que con frecuencia, se utiliza el término de ma- nera indiscriminada y banal. A partir de esta pre- cisión es posible comprender su presencia en las condiciones histórico-concretas de los Estados Unidos, de su cultura y sistema político.

Como fenómeno político, el fascismo se define como opción del capitalismo en las condiciones históricas que se viven en Europa en el contexto de la profunda crisis o recesión mundial, la Gran Depresión de los años de 1930, cuya configura- ción acabada tiene lugar a finales de ese decenio, pero incubándose desde el precedente, hasta su plasmación en las estructuras tradicionales del Estado burgués, cuando transita en Alemania e Italia su régimen político prevaleciente —basado en el esquema de la democracia liberal— hacia el del llamado Estado de excepción. Marcado por la centralización autoritaria y represiva que impone la clase dominante a la sociedad en su conjunto, al sentirse acorralada, el fascismo conlleva la peren- toria liquidación de la institucionalidad democrá- tico-liberal, imponiendo los mitos de la salvación nacional, la legitimidad del uso de la fuerza, apo- yándose en la burocracia, las fuerzas armadas y la propaganda, sumando a los sectores populares con la demagogia populista, neutralizando la mo- vilización clasista obrera y de otros sectores ex- plotados, a través de la manipulación ejercida por un líder carismático. Por tanto, el fascismo se re- sume en la aparición del Estado fascista, con pro- yecciones que de manera convencional, se con- sideran como de extrema derecha o de derecha


radical, en la medida en que por su beligeran- cia trascienden en el espectro político las postu- ras calificadas como de derecha. Atilio Borón ha señalado, de modo conciso, que el fascismo “re- quiere una completa reorganización del Estado, sólo posible en la medida en que las instituciones políticas y jurídicas de la democracia liberal sean abandonadas: las libertades burguesas deben ser pisoteadas, los partidos políticos suprimidos, los sindicatos arrasados, el Parlamento clausurado y la educación aherrojada al comité de propaganda del régimen. En suma, la burguesía transforma la

´ilegalidad´ de la democracia liberal en la nueva

´legalidad´ del Estado de excepción. El fascismo ha sido, juntamente con el bonapartismo y la dic- tadura militar, una de las formas ‘clásicas’ del Es- tado capitalista de excepción” (Borón, 2003:42).

Para Jorge Dimitrov, por fascismo se entiende, esencialmente, “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero” (Dimitrov, 1953: 106). Es decir, implica el poder de esos elementos y la imposición dictatorial, al suprimir a la oposición, de su política sobre los otros sectores de la clase do- minante y la sociedad en su conjunto, con lo cual se establece un régimen político diferente, en el Estado capitalista, al de la democracia liberal representativa, como modelo que le sostiene.

Junto a esas miradas, que focalizan adecuada- mente la dimensión político-institucional del fas- cismo, se registran aquellas que enfatizan su con- notación ideológica —a las cuales se adscribe este ensayo—, como las de Kevin Passmore, Ernesto Laclau, Robert Paxton y Umberto Eco, resaltando su irracionalismo, capacidad de construcción de percepciones de amenaza y de infundir temor, a través de sentimientos conspirativos, con una im- pronta populista, que fomenta el desprecio a los débiles y al otro, exacerba la identidad, propicia el nacionalismo chauvinista, la xenofobia, se apega a la tradición, rechaza la modernidad y condena la discrepancia (Passmore, 2014; Laclau, 1977; Pax- ton, 2017). La caracterización de Umberto Eco

es, probablemente, la más completa y funcional en tal sentido, al enumerar catorce propiedades generales de la ideología fascista, precisando que no es posible organizarlos en un sistema coheren- te, pero subrayando que bastaría con que uno de ellos esté presente para que el fascismo se coagule a su alrededor (Eco, 1991).

Así, coincidiendo con este criterio, tanto si se atiende a su connotación como fenómeno po- lítico, o cual corriente ideológica, el fascismo se identifica con expresiones de derecha radical o de extrema derecha. Precisadas las referencias con- ceptuales de partida, procede situar el asunto en las condiciones específicas de la sociedad nortea- mericana, relacionándole con el sistema político y la cultura. Desde el punto de vista de su personi- ficación estatal, queda claro que el fascismo no ha existido en los Estados Unidos, y que incluso, no sea factible que se conforme en el corto o mediano plazo una experiencia fascista, entendida a partir de una conversión de ese modelo en el de un Es- tado de excepción, que suprima los atributos de la democracia burguesa convencional, que cristali- ce en una nueva articulación formal en el sistema político, centralizada y totalitaria, de estructuras estatales, eliminando el sufragio, los partidos, la libertades de reunión, de prensa, de asociación y de adscripción religiosa, la rama legislativa y con- centrando el poder en la ejecutiva, bajo un man- dato corporativo militar. Ahí radican los límites de una corporeidad estatal fascista. Desde el otro punto de vista, el que le concibe como ideología, es posible afirmar, en cambio, que existen antece- dentes que reflejan espacios en la cultura y en cier- tos casos, también manifestaciones organizativas en la sociedad civil, que les han servido de caja de resonancia. La condiciones propiciadoras de esas reacciones se definen, en todos los casos, a partir de la existencia de crisis, más o menos, agudas, que deterioran sustancialmente el nivel de vida de la población, crean inseguridad generalizada, po- nen en entredicho la grandeza del sistema políti- co-económico, capitalista, de los Estados Unidos,


estremeciendo la imagen de infalibilidad de este y cuestionando las bases del excepcionalismo nor- teamericano. Es decir, cuando las percepciones pesimistas de los círculos más conservadores se apoderan de la opinión pública y en general, im- ponen visiones desoladoras en la cultura nacional que infunden el temor y la angustia, mediante su influencia en los aparatos ideológicos del Estado, como ha sucedido en distintos momentos de re- cesión económica o crisis política, es que cuaja el ambiente ideológico de fortaleza sitiada, como fértil terreno para las manifestaciones más vio- lentas de la extrema derecha, o derecha radical, y para la viabilidad de una plataforma de ideas, eventualmente acompañadas de prácticas, de ins- piración fascista.

La historia norteamericana no ha carecido de esas manifestaciones. Expresiones como el movimiento antimasón de fines del siglo XVIII y principios del XIX; los Know Nothing y los Native American que flo- recieron entre 1830 y 1840; el primer Ku Klux Klan, de la época de la reconstrucción, posterior a la Gue-

rra Civil, que se opuso drásticamente a la igualdad social y política del negro; o el segundo Ku Klux Klan, que adquirió notoriedad durante la década de 1920, enfrentando, incluso de modo violento, a ca- tólicos, negros y judíos, defendiendo la supremacía blanca y rechazando la vinculación estadounidense

con el exterior, ambos constituyeron antecedentes importantes de tempranas expresiones de derecha radical dentro de los Estados Unidos.

A pesar de que esas organizaciones promovie- ron movimientos de cierta masividad, sus de- mandas carecían de consideraciones más globa- les, que presentaran soluciones contundentes que apuntaran hacia algún tipo de restructuración del Estado norteamericano de acuerdo con su propia concepción del mundo o motivando la de otros segmentos sociales. Básicamente, se habían limi- tado a detectar blancos de ataque muy específicos (negros, católicos, inmigrantes, judíos), sobre los cuales descargaban su odio y expresaban su des- contento ante la situación económica, política y

social prevaleciente en sus respectivos momentos históricos.

Esas características, que nacían básicamente de la naturaleza intrínseca de dichas organizaciones de derecha radical o de extrema derecha, cambian sustancialmente cuando, bajo las condiciones de angustia y desesperación que impuso la crisis eco- nómica de los años de 1930, surgieron expresio- nes como Union for Social Justice, encabezada por el reverendo Charles E. Coughlin, que impulsa- ron una propuesta eminentemente fascista como una alternativa viable para superar la difícil situa- ción que experimentaban la nación. En esa etapa encontraron eco en la sociedad estadounidense las ideas fascistas de Adolfo Hitler y Benito Mus- solini, que junto al quehacer de Francisco Franco, se extendieron en Europa, trascendieron las fron- teras del Viejo Mundo, alcanzaron una dimensión internacional y llegaron al continente america- no. Algunos historiadores llamaron a ese perío- do “la época de oro del fascismo norteamerica- no”, cuando la efervescencia de dicha corriente de pensamiento impulsó la creación de alrededor de ochocientas organizaciones diferentes, y cuando revistas y otras publicaciones periódicas de corte autoritario se difundieron a lo largo y ancho del territorio nacional (Nolte, 1967, y Woolf, 1970).

Durante ese lapso, el fascismo en los Estados Unidos se manifestó en lo fundamental de dos formas. La primera fue mediante grupos con acti- vidad política y propagandística, como The Ame-

rican Patriots, The German American Bund, The

Knights of White Camellia, The Silver Shirts. La segunda forma estuvo representada por los pen- sadores o intelectuales que nutrieron con un es- quema teórico a tales expresiones, entre los cua- les se destacaron Seward Collins, Ezra Pound y Lawrence Dennis (González Maass, 1997 y Ve- lasco, 1983). Bajo esas dos modalidades, que se complementaban, el fascismo norteamericano se constituyó en un movimiento significativo que rechazó por igual al liberalismo y al socialismo, ofreciendo a cambio un modelo de organización

alternativo para solucionar la crisis, que cuestio- nó al régimen político y amenazó con revertir el sistema existente, radicalizando la ideología en el país hacia la extrema derecha o derecha radical (Vestermark, 1975). En ese contexto, se aprecia- ron intentos por mezclar los principios fascistas europeos, principalmente los del nacionalsocia- lismo alemán, con la tradición liberal norteameri- cana y la coyuntura de la crisis de 1930, adoptán- dose el lema que revitaliza Trump, America First, que no es de su cosecha original. En su conjunto, el mosaico de tendencias ideológicas y agrupacio- nes sociopolíticas citadas se verá frustrado ante la pujanza del proyecto dirigido por el presidente Roosevelt, que articulando el programa del New Deal en torno a la política económica keynesia- na, con el apoyo de una coalición integrada por el partido demócrata, los movimientos sociales de las minorías negra y latina, los jóvenes, mujeres y sindicatos, propicia la credibilidad del modelo de la democracia liberal representativa aportado por los Padres Fundadores de la nación, y descoloca la alternativa reaccionaria, de índole fascista, pro- movida por Coughlin y los grupos mencionados, que optaban por una opción fascista.

Con posterioridad, se advierte el reavivamiento de manifestaciones autoritarias, después de con- cluida la Segunda Guerra Mundial, que muestran la existencia de rasgos psicosociales en los Esta- dos Unidos que reflejaban a cierta cercanía a la mentalidad fascista, lo cual fue estudiado por el sociólogo alemán Theodor Adorno (exponente del pensamiento crítico que maduró en la llamada escuela neomarxista de Frankfurt), aunque situa- ba el problema a nivel del individuo, toda vez que consideraba que esas ideas respondían a persona- lidades “fascistas”, entendidas como psicopatolo- gías individuales, perdiendo de vista los condicio- namientos histórico-sociales, relativos a las crisis del capitalismo norteamericano y a la búsqueda de salidas (Adorno, 1950). En ese mismo entor- no, una acuciosa investigación histórica del inte- lectual británico Cedric Belfrage desmitificaba el

pluralismo de la cultura política en ese país en los años finales de 1940 y durante los de 1950, iden- tificando lo que calificó como métodos de control del pensamiento, que articulaban una atmósfera de verdadera represión. Así, Belfrage revela cómo los actores políticos de la época del macartismo, son ejemplares “protagonistas de una inquisición”, es decir, “personas en el poder con intención de retenerlo, que identifican los mejores intereses de la nación con los suyos”, que manipulan el estado de ánimo y el clima sociopolítico interno (Belfra- ge, 1972: 11-12).

A raíz de la impronta presidencial de George

W. Bush en la década de 2000, se ubican nuevas reflexiones acerca de las acciones generadas por ese gobierno, entendidas como expresiones fas- cistas, que como parte de lo que se conoció como la Doctrina Bush, ofreció cobertura a una políti- ca interna y exterior justificada a partir de la Ley Patriótica y del enfrentamiento al terrorismo, que sería la nueva construcción de la amenaza a la cultura y la seguridad de la nación, luego de desa- parecido el comunismo como enemigo principal. Tanto en el plano ideológico, palpable en concep- ciones novedosas como las del “Estado Fallido” y el “Cambio de Régimen”, como en el de la práctica gubernamental, ganó presencia una apelación so- bresaliente a la violencia, de presencia constante en el discurso movilizador que con justificacio- nes religiosas y geopolíticas recrearon el clima de paranoia en la cultura política y la vida cotidia- na. Numerosos estudios retomaron las preguntas relacionadas con el nuevo ascenso de un pensa- miento fascista, como los de Gore Vidal, Noam Chomsky Howard Zinn y Michael Moore, entre otros, al constatar la reiteración con que las fuer- zas de extrema derecha o derecha radical que se movían en el Partido Republicano, en la literatura académica y la gran prensa estadounidense, du- rante el mencionado decenio. Esa situación, sin embargo, perdería peso al quedar atrás los ocho años de la doble Administración de W. Bush, creándose el espejismo de que el extremismo con-


servador legitimado ante la prolongada etapa de crisis, desaparecía de la escena cultural y políti- ca, al simbolizar Obama en la primera mitad de la década de 2010 la recuperación del optimismo, la confianza y la racionalidad. En realidad, durante sus dos períodos de gobierno, Obama fue objeto de profundas embestidas nativistas y populistas, fascistas, dirigidas desde movimientos como los del Tea Party, los Birthers, la National Rifle Asso- ciation, el Ku-Klux-Klan, varias organizaciones religiosas, de la derecha evangélica y medios de comunicación conservadores, como Fox, entre otros, que cuestionaban su condición de estadou- nidense y le denigraban por el color de su piel (Hernández Martínez, 2020).

A partir de la segunda mitad de ese decenio, ad- quiere de nuevo vigencia el intento intelectual por explicar lo que está sucediendo en la cultura po- lítica norteamericana, en la llamada “era Trump”, dada la envergadura del nacionalismo chauvinista, el racismo, la xenofobia, el supremacismo blanco y cristiano, palpables tanto en la retórica discursiva presidencial como en la ejecutoria correspondien- te que caracterizan a Trump desde 2016. (Russell Mead, 2017). Entre los principales trabajos que de- dican atención crítica a ello y que benefician el pre- sente análisis se encuentran los de los sociólogos William I. Robinson y Jaime Preciado Coronado (Robinson, 2016 y Preciado Coronado, 2017).

En resumen, si bien el fascismo es un recurso en tiempos de crisis política en la sociedad capitalista en general, y en el caso de los Estados Unidos la profundización de una crisis de tal naturaleza pro- picia hoy, como ayer, ciertas condiciones para su redefinición en el plano ideológico, dados los ante- cedentes y componentes de supremacía racial, ét- nica y religiosa, elitismo y tradición violenta en la cultura, existen límites político-jurídicos que impi- den su institucionalización como régimen político. Ese proceso contradictorio se halla en pleno des- pliegue. Es decir, está en marcha la configuración de un ideario con componentes fascistas que am- plía el espacio de las concepciones conservadoras y

de derecha radical en la cultura política norteame- ricana, recreando con la “era Trump” el contexto de la “era Reagan”, en la cual se registró un proce- so análogo, bajo condicionamientos históricos que restringen su alcance al nivel del sistema político, que sigue (y seguirá) definido por el régimen po- lítico demoliberal representativo. ¿Quién puede imaginar a la sociedad estadounidense abando- nando la simbología de sus valores tradicionales, en la que se suprima la libertad de expresión, reu- nión y asociación, con una Constitución y un Con- greso anulados, sin procesos electorales, con toque de queda y un patrón social totalitario, con un úni- co poder concentrado en la rama ejecutiva, un Es- tado militarizado y unos medios de comunicación centralizados con un mismo y absolutista mensaje? Con la llamada Revolución Conservadora se prometió “un nuevo amanecer”, hablando el presi- dente Reagan de “hacer grande a los Estados Uni- dos de nuevo” (Make America Grat Again). Así, en los años de 1980 se presentó una alternativa de na- turaleza ideológica fascista, con una lectura basa- da en una óptica de extrema derecha o de derecha radical, que enfrentaba la tradición política liberal, intentando superar la herencia rooseveltiana, nu- triéndose, según lo explica Jurgen Habermas, de insumos en la sociedad civil y la conciencia colecti- va, con lo cual las contradicciones culturales adqui- rían la connotación de dilemas políticos (Haber- mas, 1983). Los elementos que pueden asumirse como indicativos de una orientación fascista, no se integran en una cosmovisión totalmente coheren- te, orgánica ni en una práctica política acabada, da- das las razones históricas apuntadas, que dificultan el florecimiento en la sociedad estadounidense de opciones extremas, como la socialista o la fascista, que quiebren o sobrepasen los límites establecidos por el modelo establecido: el de la tradición políti-

ca de la democracia liberal representativa.

A pesar de su caprichosa y accidentada gestión presidencial, de la pérdida de simpatizantes y de algunos soportes estaduales con tradición repu- blicana, Trump logró preservar en 2020 buena


parte de las bases electorales de 2016 —sobre todo en población blanca masculina adulta, con bajo nivel de instrucción, evangélica, de áreas rurales, de clase media y obrera, así como de segmentos de la oligarquía financiera y corporativa, vincula- da a bienes raíces, construcción, energía y al com- plejo militar-industrial—, cuya lealtad fue visible tanto en la filas partidistas como en el conjunto de la sociedad civil, al apoyar su escandalosa e iné- dita conducta orientada a no abandonar su sitio en el gobierno, mediante acaloradas acusaciones de fraude y otras artimañas legales, sin presentar las evidencias requeridas. El predominio de po- siciones republicanas en el Senado y en la rama judicial se suma a un cuadro político-ideológico en el que la correlación de fuerzas conservadoras mantiene significación, pudiendo hablarse, hasta cierto punto, de una suerte de “trumpismo”, aún y cuando Trump no fuese reelecto.

La beligerancia de su retórica discursiva, sien- do aún presidente y la militancia de sus simpa- tizantes durante el período inmediato que siguió a los comicios, a través de un amplio abanico de organizaciones y grupos de extrema derecha, al- gunos armados —que abrazan con exacerbación consignas y agendas de un nacionalismo extre- mista, discriminatorio, antidemocrático, arbitra- rio e irracional, escudado en concepciones de su- premacía racial y cristiana, apelando a la violencia y a la demonización del adversario—, puede con- siderarse una expresión ideológica fascista, cuya perdurabilidad en la cultura norteamericana no puede descartarse.

Teoría e historia, preguntas y respuestas

El empleo del calificativo fascista a diferentes momentos y gobiernos en los Estados Unidos, así como la preocupación por un peligro de esa na- turaleza en la actualidad, conlleva más preguntas que respuestas, estimula interpretaciones y mue- ve la polémica.

¿Fue fascista la Administración Reagan?; ¿Ha sido fascista la de Trump? ¿Existe un proceso de

fascistización en la sociedad norteamericana? Se requiere de una serie de precisiones conceptuales al enfrentar estas interrogantes.

  1. Las formas de ascenso al poder (democráti- cas o inconstitucionales), el nivel y apariencia de la represión que ejerzan estos grupos, la existencia de un partido único con agenda fascista o la he- gemonización política dentro de un sistema plu- ripartidista, dependerán de la situación interna y externa histórico-concreta del país en cuestión, pero ello no altera el hecho de que el sector más reaccionario y aventurero de la burguesía, al decir de Dimitrov, puede llegar a monopolizar el po- der efectivo (gubernamental y social) y ejercerlo, neutralizando a la oposición por vía democráti- ca o represiva. Por lo tanto, cada fascismo diferirá uno de otro, de país a país y de una época a otra. Es conveniente recordar el modo pacífico y relati- vamente constitucional del ascenso nazi al poder, en Alemania, así como el modo en que progre- sivamente, y no de súbito, neutralizó primero y suprimió después la oposición política.

  2. Las corrientes fascistas contemporáneas di- fieren en su forma de las europeas clásicas (Ale- mania, España, Italia) y de aquellas que se im- plantaron en América Latina (Brasil, Argentina, Chile), que adoptaron determinadas formas his- tóricas, las de las dictaduras militares. El fascismo actual no sólo no se caracteriza por esos rasgos, mucho menos en una fase preparatoria o inci- piente, como pudiera ser la de un probable auge o expansión en la sociedad norteamericana, sino que incluso procura, en general, evitar semejan- zas formales con dichas expresiones.

  3. En cada país donde exista una corriente fas- cista, esta tiene diversos orígenes, composición, soportes clasistas y cuotas de poder, por lo que no conforma un movimiento homogéneo, sino que incluso pueden existir importantes contradiccio- nes en su seno. En el caso de los Estados Unidos, existen varias fuentes y corrientes fundamenta- les de orientación fascista, algunas de las cuales ya se examinaron. Lo integran ciertos sectores del


    gran capital transnacional; otros de menor poder financiero, en estrecha vinculación y dependencia de la producción de armamentos y con capitales invertidos esencialmente (aunque no exclusiva- mente) dentro del territorio nacional; grupúscu- los racistas y de autoidentificación fascista, más bien en su sentido tradicional (como el Partido Nazi, el Ku-Klux-Klan y la John Birch Society). Cada uno de ellos tiene una visión distinta de su ascenso al poder, así como del modo de emplear- lo. Los dos primeros tienden a la americanización de su fascismo, la tercera vertiente se proyecta con una conducta que se mueve en el límite de lo ad- mitido en la cultura estadounidense, dada su be- ligerancia, lo que la aísla socialmente y dificulta su peligro potencial. Entre esos sectores existen vínculos políticos y financieros en distintos nive- les o gradaciones.

  4. La “dictadura” de los elementos más reaccio-

narios, chovinistas y aventureros del gran capital, siguiendo de nuevo lo planteado por Dimitrov, no tiene que ser inevitablemente atroz en lo interno. Tratará, sí, de ser eficaz. Su grado de brutalidad de- penderá de la necesidad que tenga de acudir a tales procedimientos. Por otra parte, las formas represi- vas responderán al marco nacional e histórico don- de se establecen largas condenas y silla eléctrica. No se requiere del horno crematorio. A la vez, los me- dios de difusión masiva, las escuelas y otros aparatos ideológicos del Estado, cuya capacidad manipulado- ra acompaña habitualmente a las prácticas fascistas, hacen que se reduzca la necesidad de medidas repre- sivas desde el punto de vista físico e incluso, político. 5)El fascismo no arriba “de pronto” al poder.

Aún si históricamente ha recurrido al golpe de Estado cuando lo ha necesitado o pensado que lo ha necesitado, en otros casos, como el de Alema- nia, ha ascendido a través del proceso electoral. En uno y otro caso, el fascismo pasó por una fase preparatoria de transición antes de su llegada al poder y en las primeras etapas después de alcan- zarlo. Sólo después que se siente dueño consolida- do de las riendas efectivas (económicas, sociales,

políticas, culturales) del poder es que se quita la máscara y pasa a la fase abiertamente fascista.

  1. En el caso de los países capitalistas más indus- trializados, el fascismo requiere una base social de masas significativa, si bien no necesariamente mayoritaria. En este sentido, es útil la precisión de Robert Paxton, quién sostiene que los cimien- tos del fascismo se encuentran en un conjunto de pasiones movilizadoras, más que en una doctrina elaborada, ante una sensación de crisis abruma- dora, más allá del alcance de cualquier solución tradicional, por lo que se acude entonces a cual- quier acción, sin límites legales o morales, contra quienes se perciben como enemigos, tanto inter- nos como externos, encontrando eco en las masas populares (Paxton, 2017).

    A comienzos de 1980, el politólogo norteame- ricano Bertram Gross, preocupado por el pre- sente y el futuro de los Estados Unidos, alertaba sobre el advenimiento allí de un “fascismo amis- toso”, tomando nota del fenómeno de persisten- cia de algunas de sus expresiones mundiales, y de las tradiciones de autoritarismo, violencia y dis- criminación inherentes a la cultura política nor- teamericana, cuya reactivación se advertía. Según Gross, ponderando la crisis norteamericana de la segunda mitad del decenio de 1970, “el fascismo vendría a los Estados Unidos con una cara amiga- ble: no con juicios como los de Nuremberg, o con doctrinas de superioridad racial, sin prohibir for- malmente los partidos políticos, abolir la Cons- titución o eliminar las tres ramas del gobierno, pero con el mismo fervor nacionalista, leyes ar- bitrarias y dictatoriales y con violentas conquistas militares” (Gross, 1980: 11).

    Como fenómeno sociohistórico, el fascismo conlleva una serie de rasgos que tipifican un ré- gimen político específico, viable dentro de los marcos del Estado burgués, que se plasma de ma- nera concreta según el momento y la nación en que emerja y se establezca. Sus modalidades ins- titucionales varían en consonancia con las carac- terísticas del capital financiero, la estructura de


    clases, la naturaleza de la crisis que se enfrente, el entorno sociopolítico y la cultura nacional del país de que se trate. Atendiendo a lo planteado, esa no es, como ya se ha señalado, la situación en los Estados Unidos. En este caso, lo que se ha ido instituyendo es una especie de matriz ideológica reaccionaria al interior de la sociedad norteame- ricana, en la que se entrelazan diversas tenden- cias —coincidentes en unos puntos, y en otros, complementarias—, que comparten un ideario de expansionismo, intolerancia, autoritarismo, superioridad y segregación sobre criterios racia- les, étnicos y religiosos, que justifica una amplia gama de acciones violentas, entre las cuales se en- cuentran el genocidio, la exclusión, marginación, discriminación y terrorismo interno, que a la vez son características del fascismo y están implanta- dos en el tejido de la cultura política norteameri- cana, respondiendo a intereses de las fracciones burguesas más chovinistas, militaristas y agresi- vas de la oligarquía financiera estadounidense, representadas en distintos momentos en círculos gubernamentales.

    Según William I. Robinson, “el sistema esta-

    dounidense y los grupos dominantes se encuen- tran en una crisis de hegemonía y legitimidad, y el racismo y la búsqueda de chivos expiatorios son un elemento central para desafiar esta crisis. Al mismo tiempo, sectores significativos de la clase obrera blanca estadunidense vienen experimen- tando una desestabilización de sus condiciones laborales y de vida cada vez mayor, una movili- dad hacia abajo, precarización, inseguridad e in- certidumbre muy grandes. Este sector tuvo histó- ricamente ciertos privilegios gracias a vivir en el considerado primer mundo y por privilegios ét- nico-raciales respecto de negros, latinos, etcétera. Van perdiendo ese privilegio a pasos agigantados frente a la globalización capitalista. Ahora el ra- cismo y el discurso racista desde arriba canalizan a ese sector hacia una conciencia racista y neo- fascista” (…); el discurso abiertamente fascista y neofascista de Trump, que ha logrado legitimar y

    desatar los movimientos ultra-racistas y fascistas en la sociedad civil estadounidense (…). La crisis en espiral del capitalismo global ha llegado a una encrucijada. O bien hay una reforma radical del sistema (si no su derrocamiento) o habrá un giro brusco hacia el fascismo del siglo XXI. El fracaso del reformismo de elite y la falta de voluntad de la elite transnacional para desafiar la depredación y rapacidad del capitalismo global han abierto el ca- mino para una respuesta de extrema derecha a la crisis. El trumpismo es la variante estadounidense del ascenso de una derecha neofascista frente a la crisis en todo el mundo” (Robinson, 2016: 2).

    Por su parte, Jaime Preciado Coronado coloca un análisis que retoma a Sheldon Wolin, coinci- diendo en algunos aspectos con la mirada de Ro- binson (Wolin, 2008 y Preciado Coronado, 2017). Señala que “la democracia en los Estados Unidos no ha llegado a consolidarse, pues a comienzos del siglo XXI parece estar controlada por un to- talitarismo invertido que es ejercido por un su- perpoder. No se trata de una calca actualizada del fascismo como régimen político, pues la ficción democrática actual simula las distancias con el nazismo u otras formas de fascismo en la historia mundial reciente, sino que se instaura un régimen social que impone su agenda pública desde el au- toritarismo moral, la idea de superioridad racial, el totalitarismo del mercado, y desde relaciones sociales que capturan e intentan legitimarlo en el espacio sociopolítico” (Preciado Coronado, 2017: 70). En este ensayo se comparten ambas ideas, que han sido reproducidas en extenso atendiendo a su significación.

    De la era Reagan a la era Trump

    La rearticulación del consenso que tiene lugar en la actualidad se asemeja a la que se desplegó en los años de 1980, bajo la Revolución Conser- vadora. De ahí que, como recurso analítico que pretende destacar el parentesco entre ambos pro- cesos, se acuda al cotejo, al puntualizar los aspec- tos fundamentales.


    1. La fracción burguesa más chovinista, agre- siva y aventurera del gran capital estadouniden- se logró hegemonizar en 1980 el poder ejecutivo (y en buena medida, el legislativo y el judicial), sacando partido al estado de frustración y senti- mientos nacionales heridos que dejó como saldo la crisis general de los Estados Unidos durante la década precedente. Sin embargo, su base política era una coalición de centro-derecha, liderada por la extrema derecha, pero que procuró ajustarse al consenso global de la clase dominante, situado en posiciones de centro-derecha. En oposición a la fracción burguesa del viejo establishment que do- minó la política norteamericana hasta entonces, esa fracción burguesa emergente estaba integra- da principalmente por capitalistas relativamente poco transnacionalizados, proteccionistas o en- dogámicos, en sentido figurado, que dependían en gran medida de la carrera armamentista y que constituían una parte importante del llamado complejo militar industrial. Su aspiración era des- plazar al viejo establishment (la otra fracción más poderosa y transnacionalizada de la burguesía desde el punto de vista financiero) del poder eco- nómico, político y social en los Estados Unidos, sustituyéndola por otra fracción burguesa hege- mónica. Para ello pusieron en juego un conjunto de políticas que mientras respetaron los límites del consenso global de la clase dominante, vitali- zaron una dinámica que arrastró hacia la derecha la agenda política nacional norteamericana. Con Trump se reeditó una experiencia similar.

    2. La derecha radical, movimiento político so-

      cial que lideró el esfuerzo electoral y prevaleció hoy en los medios gubernamentales, calificado en 1980 como “nueva” derecha, era entonces una de las corrientes de orientación fascista sobresalien- tes en los Estados Unidos. Su eficacia estaba dada por la coyuntura histórica que vivió y que supo ex- plotar, creando alianzas con la “vieja” o tradicio- nal derecha y con la corriente neoconservadora, consiguiendo en términos estratégicos desplazar al antiguo establishment elitista transnacionalizado

      por sobre los escollos tácticos inmediatos. Así, aquél sector, apoyado en una retórica populista de- magógica, fue capaz de sumar a amplios sectores (incluyendo clase media y trabajadora) a su cru- zada antiestablishment, con lo cual se convirtió en la corriente fascistizante viable en el contexto nor- teamericano. De cierta manera, una situación así se recrea con Trump, cuarenta años más tarde, al hacer gala de nacionalismo, proteccionismo o en- dogamia, en el sentido planteado.

    3. El objetivo estratégico de la fracción burguesa a la que se ha venido aludiendo y del movimiento de la derecha radical promovido por ella ha sido desplazar de sus posiciones hegemónicas al “viejo” establishment. En ese sentido, tales círculos bur- gueses consideran hoy al tiempo presente, como lo hicieron ayer, como un tiempo de transición, limitando su avance en cuestiones específicas, ha- ciendo determinadas concesiones al dicho establi-

      shment, debilitado, más no agonizante, intentando

      avanzar todo lo posible, de modo tal que perdu- rasen sus huellas y se entorpeciera el camino ulte- rior, si se seguía una ruta diferente. En los años de 1980, aunque Reagan prolongó su doble mandato en el gobierno de George H. Bush, siguiendo esa estrategia, no pudo a comienzos del siguiente dece- nio proseguir el avance aludido, al tropezar con las fuerzas renovadas del antiguo establishment, que impidieron la reelección de H. Bush, al rearticular- se con William Clinton. Pareciera que un contexto como aquél es el que se definió en 2020, provocan- do la no reelección de Trump.

    4. Probablemente, la aspiración de los sectores que respaldaban a Trump haya sido coincidente con la de los que impulsaron a Reagan, en el sen- tido de que no se trataba de que completase ese proceso hasta sus últimas consecuencias, a menos que dispusiera de un segundo período de gobier- no, sino de avanzarlo hasta un punto en que se dificultase su reversión.

La Administración Trump ha marcado hasta el presente, como lo hizo ayer la de Reagan, el ascen- so a las posiciones clave del poder político nor-


teamericano de los representantes de la fracción burguesa más chovinista, agresiva y aventurera del capitalismo monopolista, del imperialismo en los Estados Unidos. Y, a la vez, de la corriente de orientación fascista más peligrosa, dada su habi- lidad y relativa viabilidad, entre las existentes que hallan espacio en el medio político y cultural nor- teamericano.

Trump no ha sido, por tanto, una presidencia más, ni siquiera “la más reaccionaria” en los pri- meros decenios de este siglo, sino un fenómeno ideológico y sociopolítico cualitativamente dife- rente en el país, aunque no totalmente nuevo, que responde a los efectos acumulados desde los años de Reagan, reeditando y dando continuidad al in- tento de desarrollar una fase de transición enca- minada a derechizar gradualmente la sociedad, que a su vez abre la puerta en varios campos de los Estados Unidos a la posibilidad fascista en la cultura política.

El ascenso de Reagan al poder reflejaba más que todo la profundización de la tendencia a la derechización de la elite dominante en su conjun- to como reacción ante la inmanejabilidad de la crisis que se venía produciendo desde la época de Carter, que se expresa de modo latente cuando no manifiesto hasta el presente, pero que nunca ha desaparecido del todo. El voto que favoreció a Re- agan en 1980 y el que llevó a Trump a la presiden- cia en 2016 no reflejan tanto una derechización intrínseca de las masas como su frustración, plas- mada en un voto de castigo, ante la incapacidad de los gobiernos demócratas que les precedieron para hacer coincidir la retórica populista de am- bos gobernantes republicanos con una mejoría de la crisis económica interna. En lo que al proceso de ideologización masiva se refiere, se ha emplea- do una técnica del fascismo clásico: la de presen- tar la crisis como resultado de la incapacidad del viejo establishment y el fracaso de sus políticas,

volcar el sentimiento antiestablishment originado

en la década de 1960 hacia una tendencia conser- vadora, presentando a la crisis como una crisis de

liderazgo del viejo establishment y no del sistema, por lo que su desplazamiento del poder y la ins- tauración de un nuevo orden social podría devol- ver la fe en el sistema a las masas, afectadas psico- lógicamente por la crisis. La fórmula ideológica es semejante, por tanto —no idéntica— a la del fascismo clásico de los años de 1920 y 1930: trans- formar en tendencia derechista el sentimiento an- tiestablishment que venía moviendo a las masas hacia posiciones de centro izquierda o liberales, cercanas al liberalismo tradicional de la democra- cia representativa establecida.


Reflexiones finales

¿Necesita el capitalismo estadounidense del fas- cismo? La necesidad de recurrir al fascismo cae en el terreno subjetivo. No se trata de si objetivamente el sistema en los Estados Unidos está necesitado de él, sino de si la elite de extrema derecha o una frac- ción decisiva dentro de ella perciben la necesidad de un cambio dramático en el sistema. A media- dos de la década de 1970, la mayor parte de la elite no percibía la necesidad de un cambio significati- vo. Después de atravesar la nación la crisis a finales de dicho decenio, la situación sería otra. La opción que se fraguó en aquél período, y que se plasmó al finalizar la década en la propuesta profundamente conservadora que hizo suya Reagan poseía rasgos ideológicos de corte fascista. De alguna manera, aquella situación se reitera después, con Trump. A partir de 2016, persistiendo incluso en 2020, más allá de la derrota de Trump, pareciera que perdu- ra la percepción, en buena parte de la sociedad, de que se requieren esos cambios.

El historiador argentino Pablo Pozzi formula- ba una pregunta y esbozaba una respuesta, cuya profundidad analítica hace pertinente reprodu- cir, en extenso, sus palabras, que las hace suyas el presente ensayo: “¿Son o no fascistas los Esta- dos Unidos? El término en sí mismo no es im- portante excepto por su simbolismo político e ideológico. Debería quedar claro que muchas de las definiciones aceptadas de fascismo se acer-


can bastante a la realidad norteamericana actual; particularmente aquellas que enfatizan el con- trol del Estado por parte de una plutocracia u oligarquía financiera. La definición en sí misma apunta sobre todo a la inexistencia de un sistema democrático, o sea a un sistema político donde la voluntad de la mayoría debería guiar el accio- nar del Estado. Por otra parte, también debería quedar en claro que si bien el caso norteame- ricano reproduce características en apariencia cercanas al fascismo (por ejemplo el uso del ra- cismo como política de Estado, la militarización de la sociedad a través de las fuerzas policiales, la existencia de campos de concentración para opositores políticos y la suspensión del Estado de derecho sin apelación incluyendo la posibi- lidad de desaparición de personas), muchas de estas también pueden ser propias de dictaduras o de regímenes autoritarios. La principal defen- sa de aquellos que rechazan la caracterización de fascista tiene que ver con el hecho de que en Estados Unidos hay elecciones regularmente y que no hay una política oficial antisemita. Am- bos razonamientos son falsos. Hitler y Mussolini no solo llegaron al poder por vía electoral, sino que mantuvieron el sistema bajo sus regímenes e inclusive retuvieron un apoyo mayoritario de la opinión pública hasta el fin. Y el racismo fascista

no sólo incluyó a judíos sino también a gita- nos, homosexuales, y sobre todo a comunistas” (Pozzi, 2015: 37).

La década de 2020 que comienza, la tercera del siglo XXI, comprende dos contiendas electorales, en 2024 y 2028, en las que se enfrentarán opcio- nes ideológicas dentro del marco bipartidista establecido por el sistema político norteameri- cano, pero con expresiones acusadas al interior de las filas demócratas y republicanas, y fuera de ellas, a lo largo y ancho del espectro ideológi- co que atraviesa a la sociedad civil y a la cultu- ra, conformando zonas de consenso y conflicto. De alguna manera, ello transcurrirá al calor de una crisis multidimensional inconclusa, signada por las contradicciones que conlleva un régimen político afincado en la democracia liberal repre- sentativa, que limita la institucionalización del fascismo, junto a un entorno cultural al que no le resultan ajena, extraña y mucho menos, no- vedosa, la ideología fascista, de corte totalitario, antidemocrático, con fuertes acentos conserva- dores y de extrema derecha, opuestos al ideario fundacional de la nación. No hay dudas de que en el horizonte político-cultural en los Estados Unidos se registrarán tales tendencias contra- puestas. Será necesario regresar a este análisis al comenzar el decenio de 2030.



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