Crisis del trabajo y formación del sujeto político progresista Job crisis and formation of the progressive political subject

Por Nils Castro

Cientista social, educador, político y periodista panameño


Introducción

Estamos al comienzo de una sucesión de rup- turas, disyuntivas y cambios cuyo desenlace va a depender de las fuerzas en disputa. La pandemia aceleró, y ahora sus consecuencias agravan, la cri- sis general —económica, ambiental, política, cul- tural y moral—, que ya emergía antes del Covid

19. Su incidencia sobre los diferentes grupos afec- tados expande, a su vez, un enjambre de reclamos sociales que ya palpitaban. Las protestas masivas en Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Haití, Hon- duras, Puerto Rico e incluso Estados Unidos esta- ban en ascenso cuando las cuarentenas vinieran a refrenarlas… temporalmente.

Cuando la humanidad pueda controlar la pan- demia la situación habrá evolucionado, sin que esto haya resuelto las demás causas de enojo, que siguen sumándose. Muchos patrimonios se ha- brán perdido. La concentración del gran capital habrá crecido —los tiburones han devorado más sardinas— y las empresas menos fuertes habrán cambiado de dueño, o desaparecido. Millones de cesantes dejarán de recuperar sus empleos, rem- plazados por las innovaciones que la tercera y cuarta revoluciones tecnológicas aportan a la ra- cionalización de puestos de trabajo.

El riesgo de que a la postre esto sea lo que defi- na la “nueva normalidad” está por dirimirse.

La etapa histórica a la que estamos entrando exige cambios, que los diversos grupos sociales conciben de distintas y hasta opuestas maneras, según sus respectivos intereses y aspiraciones.

El aprovechamiento de los nuevos recursos pro- ductivos, así como la satisfacción de mayores y complejas necesidades sociales, encuentran más obstáculos que canales de solución en la institu- cionalidad, las leyes y las prácticas políticas vigen- tes. Solo los más conservadores, atados a caducas técnicas y métodos, se aferran a las reglas del re- ciente pasado.

La nueva constelación de demandas no tiene soluciones dentro del embudo dejado por 30 años de hegemonía neoliberal, que instrumentaron el achicamiento del Estado, la privatización y desna- cionalización desenfrenadas de los recursos pú- blicos, manipulación del mercado, corrupción de las relaciones entre el gobierno y los negocios pri- vados y la descapitalización material, intelectual y moral de los países subdesarrollados. Lo que en poco tiempo devastó la legitimidad y eficacia del sistema político, de los parlamentos y de la justi- cia. No es posible salir de tal sumidero reeditando las mismas recetas, ni los anteriores medios y pro- cedimientos, ni siquiera en versión “mejorada”.


La crisis del trabajo

Al discutir las consecuencias de la pandemia es habitual aludir a la situación de “la clase trabaja- dora”. Esta hace años ya confrontaba el incremen- to de la cesantía, el subempleo, el trabajo precario y el “autoempleo”. La creciente privatización de las economías y la concentración del gran capital recrudecieron la desigualdad, el deterioro de los servicios públicos, la vulnerabilidad de esa clase


social y la multitud de los marginados que aún podían satisfacer sus necesidades básicas.

Quienes no tienen más medio de vida que la po- sibilidad de ofrecer su capacidad de trabajo han arribado a una situación extrema. El 30 de junio de 2020 la CEPAL actualizó el impacto del Covid-19 e informó que “la economía mundial experimentará su mayor caída desde la Segunda Guerra Mundial y el producto interno bruto (PIB) per cápita dismi- nuirá en el 90% los países, en un proceso sincrónico sin precedentes” (Gambina, 2000). Según la OIT, el 81% de la fuerza de trabajo mundial es la que ahora más padece el cierre total o parcial de las actividades económicas. Se perdieron 305 millones de empleos formales en el segundo trimestre de este año, y de los 2 000 millones que subsisten en la economía in- formal, al menos 1 600 millones pueden quedar sin nada, tras una reducción del 60% de sus ingresos en el primer mes de la pandemia (Yagnova, 2000).

Eso empezó mucho antes de la pandemia. Con el auge del neoliberalismo, muchas empresas abando- naron la producción de bienes para optar por mayor lucro en los negocios financieros. Además, desde la tercera y cuarta revoluciones tecnológicas, el gran capital acomete reestructuraciones que sus empre- sas más influyentes promueven, para ahorrar costos, reponer su tasa de ganancias y acumular excedentes. Modifican así las condiciones del mercado, a lo cual los demás actores —económicos y políticos— tie- nen que readecuarse. Esto envuelve al mercado la- boral, ya que esos cambios redefinen la calificación y reducen la cantidad de los trabajadores que las com- pañías emplean, dejando fuera a los demás.

Entre los primeros afectados por ello están las organizaciones sindicales, que con esto no solo pierden afiliados, sino peso social y político. Aunque las causas de malestar y protesta socia- les crecen, en América Latina las grandes confe- deraciones sindicales —salvo pocas excepciones y momentos— ya no representan ni encabezan a las mayorías populares. Las grandes movilizacio- nes de protesta que en varios países detonaron en los meses anteriores a la pandemia, expresaban a

multitudes autoconvocadas, social y culturalmen- te plurales, sin organización formal duradera. Re- presentaron a la variopinta muchedumbre que los latinoamericanos llamamos “la gente”, de la cual la mayor parte de los sindicatos son parte relevan- te sin ser sus portaestandartes.

Pasados esquematismos ideológicos, traídos de ultramar, dejaron en nuestra América nociones que seguido no se adecuan —verbal ni concep- tualmente— a las realidades de sus pueblos. En la práctica, la que llamamos clase obrera, o clase trabajadora, en América Latina abarca una diver- sidad sectores laborales afines pero diferentes. En las áreas urbanas ese conjunto se desagrega entre el empleo precario, los trabajadores por cuenta propia, los subcontratistas, los trabajos terceriza- dos, y la creciente suma de los trabajadores ex- cluidos o cesantes, además de quienes conservan empleos formales, más proclives a formar sindi- catos, cuando la ley no se los prohíbe.

Aparte de la cifra de parados, en el conglome- rado laboral conviven trabajadores independien- tes, empleados del comercio y administrativos, pequeñas empresas, talleres artesanales, micro- negocios sostenidos por el dueño y su familia, comerciantes callejeros y empleadas domésticas. Como también trabajadores de la enseñanza pú- blica y privada, así como los profesionales y téc- nicos independientes, dotados de conocimientos y hasta de medios de trabajo especializados —con frecuencia hostigados por interminables deudas e incertidumbres—, de donde han surgido no po- cos líderes y asesores políticos. Además, aquellos que tienen el privilegio de servir a empresas de tecnología avanzada (Barrera Moreno, 2000).

En pocas palabras, hace falta estudiar y pro- poner otras tantas formas de organización, en el contexto de las respectivas culturas políticas y cir- cunstancias nacionales.

A la par, con referencia al país rural, llamamos campesinos a cuantos viven en el campo, pero que en la vida concreta son precaristas o mini- fundistas, trabajadores sin tierra, trabajadores


estacionarios, pequeños y medianos producto- res, latifundistas que explotan peones o empre- sas nacionales y compañías transnacionales que explotan a obreros agrícolas. En este campo, so- bresalen experiencias tan aleccionadoras como las ligas campesinas y el Movimiento de los Sin Tierra, en Brasil.

Además, esa polifacética realidad del trabajo debe comprenderse dentro de la naturaleza plu- ral, —generalmente más conocida— de la hetero- génea vida etno-cultural, socioeconómica y plu- ri regional de los países latinoamericanos. Vida hace siglos sometida a varias modalidades de un complejo régimen de discriminaciones y exclu- siones, relativas al nivel de ingresos, la región de origen, los rasgos étnicos, sexo, edad y creencias de las personas, que les abren o cierran su acceso a status, empleos y oportunidades.


Más allá del número de siglas

Los efectos de la pandemia y la cuarentena aho- ra expanden la crisis general —económica, social, política y étnica— que, al incidir sobre el enjam- bre de reclamos de las diversas fracciones sociales, agita a un tropel de luchas dispersas. Enseguida que las restricciones impuestas por el problema sanitario se retraigan, las indignaciones y recla- mos sociales volverán a salir a las calles, en espera de un factor o iniciativa que contribuya a darles organización continua. Por su parte, los intere- ses plutocráticos consolidan ventajas. La crisis, al avanzar, polariza: los grandes consorcios acopian y concentran capitales, mientras los actores me- nos fuertes quiebran, la masa trabajadora empo- brece y las capas medias ven cercarse el abismo.

Dentro de la lógica de la crisis, cuando esta pan- demia termine muchos patrimonios se habrán perdido y muchos pequeños y medianos negocios

habrán cerrado para siempre. No obstante, aun- que los grupos más castigados son mayoritarios, tienen menor presencia real ante los órganos del poder. Esta desventaja agrava su subordinación a la clase, las entidades y la cultura dominantes. Tanto más cuando la crisis también viene de la co- rrupción de las relaciones entre el gobierno y los negocios privados. Como asimismo de la pérdida de representatividad del sistema político y de sus partidos (incluso algunos de izquierda, trancados en pretéritos prejuicios ideológicos y caducas for- mas de organización y comunicación). Y, además, en el descrédito de los Parlamentos y el extravío de su legitimidad. Todo lo cual concreta una ce- rrazón del sistema, que ya no asume las nuevas situaciones, ni las necesidades y demandas de la población mayoritaria.1

No cabe tolerar que semejante situación con- tinúe. Pero no se trata solo de prever lo que sucederá, sino de discutir qué toca hacer, para darle fuerza y sentido. No es posible cambiar esta realidad sin un proceso, e impulsarlo exige las necesarias formas de incorporación y mo- vilización de más contingentes sociales. Esto es, requiere constituir identidades sociopolíti- cas incluyentes, capaces de incorporar a nuevos participantes.

Al estudiar los grandes movimientos nacio- nal-populares latinoamericanos de los años 30 y 40 del siglo pasado, Ernesto Laclau llegó a la conclu- sión de que, frente la cerrazón política de su épo- ca, esos movimientos habían logrado asumir las motivaciones, la visión y el liderazgo idóneos para equiparar y juntar la diversidad de reclamos y ex- pectativas de una multiplicidad de colectividades descontentas. Esto es, habían generado un discurso capaz de aglutinar las indignaciones y demandas — de diferentes orígenes, carácter y localización— de


1Un ejemplo: cuando el gobierno acepta adoptar medidas antipáticas, convoca a los líderes de los gremios empresaria- les y de las centrales sindicales, para “mediar” en un acuerdo entre las partes. El gran capital acude como un solo hom- bre, mientras los sindicalistas, tan fraccionados como siempre, asisten a nombre de los trabajadores que aún tienen sa- lario. La muchedumbre de los hombres y mujeres que carecen de trabajo fijo y subsisten como se pueda no tiene quien la represente ni santo que la defienda. Pero los medios noticiosos anuncian que las medidas se aceptaron por consenso.


la clase media, de los barrios y tugurios, los pueblos rurales, los pequeños comerciantes y los produc- tores artesanales, junto a las reivindicaciones tanto de los obreros como de los carentes de trabajo.

A la opción histórica de juntar esa alianza de reivindicaciones insatisfechas, y conjugarlas para formar un sujeto nacional afirmativo de su propia identidad y opuesto al poder oligárquico, Laclau la denominó populismo. Noción encaminada, a su vez, a la progresiva producción de un bloque histó- rico y una contracultura de las clases inconformes

—como ya Antonio Gramsci lo había anticipado— capaz de confrontar la hegemonía de las creencias y el sentido común establecidos, y de erigirse críti- camente como su antagonista en la confrontación entre las razones de “nosotros” el pueblo y las de “ellos” la elite, así como abanderar una identidad liberadora de la nación frente al imperialismo.

Esta comprensión gramsciana, a la vez que confirmadora de la condición nacional y latinoa- mericana de dicho populismo es, como corrien- te transgeneracional, un precedente inmediato del cardenismo nacionalrevolucionario mexica- no de los años 40, del movimientismo boliviano y la revolución guatemalteca de los años 50, y del torrijismo panameño de los 70, así como del progresismo de comienzos del siglo XXI (aun- que probablemente ni Hugo Chávez, Lula ni Evo Morales hayan leído a Laclau).

En los tiempos hoy acelerados por la pandemia, esa alianza de inconformidades, reclamos y rei- vindicaciones añade otros factores: mayor com- plejidad y apremio sociales, menor protagonismo de las centrales obreras, creciente presión del pro- letariado informal, y alta capacidad de “la gente” para comunicarse entre sí y autoconvocarse, in- cluso sin ser parte de agrupaciones constituidas. Como, además, nuevas formas de organización, más horizontales, concebidas no solo en función

de donde los obreros trabajan —si hay trabajo—, sino también en las comunidades donde el pobre- tariado2 y su prole cohabitan con sus semejantes.3 Aliar un conglomerado de los reclamos, rei- vindicaciones y expectativas de plurales sectores populares es bastante más que signar un acuerdo entre cierto número de organizaciones políticas. Como dice Manuel Cabieses, “Si para construir una alternativa de izquierda solo se necesitara fundar un partido, ya se sabría. Pero llevamos años insistiendo en ese método, sin resultados”. En Chile, añade, hay más de 40 partidos y decenas de grupos de izquierda que producen abundante propaganda en las redes sociales; respetable es- fuerzo que se diluye en la tempestad tecnológica y

cultural de la época (Punto Final, 2020).

Poco suma incrementarle la cantidad de siglas a la sopa de letras si la masa movilizada y el nú- mero de votantes no crecen significativamente. Antes bien, como lo resume uno de los talentos de mayor mérito en el asunto, Joao Pedro Stedile

—líder del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST)—, lo que se necesita es “una nueva alianza de clases en torno de un proyecto de país” (Portal 360).


El carácter del proyecto

En la América actual, la cultura y la opinión de izquierda ocupan un campo mucho más espa- cioso y plural que el de los partidos de izquierda. No obstante, la estructuración de una alianza po- liclasista como la señalada no define por si sola el carácter del proyecto y de las acciones que ese conglomerado puede compartir. Cada país es un mundo, como asimismo cada coyuntura históri- ca lo es. En su respectivo contexto, el desarrollo patriótico-popular, progresista y potencialmen- te revolucionario de esa alianza será alimenta- do, principalmente, por la visión estratégica, la


2Según la acertada expresión de Frey Betto, coincidente con aquella con la cual José Martí identificó a los mismos como “los pobres de la tierra”, con quienes deseó su suerte echar.

3Vale anotar que ese fue, asimismo, el ámbito socio-territorial donde el general Omar Torrijos llamó a constituir los núcleos de militantes, donde combinar la discusión de los temas nacionales con los asuntos de interés local.


inspiración y el liderazgo de sus actores más in- fluyentes, en tanto estos sepan orientar ese con- glomerado y animar la cooperación entre sus par- ticipantes.

Pero, si bien un impulso populista puede pro- piciar la unidad inicial de ese conglomerado, no determinará de por sí su orientación política ni su posibilidad de persistir hasta completar la totali- dad de sus objetivos. Por su constitución híbrida, esa alianza normalmente mantendrá contradic- ciones latentes y, a la vez, por su sentido transfor- mador provocará la reacción de las fuerzas del es- tatu quo. La alianza no evoluciona en un espacio reservado, sino en una sociedad nacional donde el Poder está en disputa y en la que, en cada esce- nario y coyuntura, ella debe sobrepujar a la clase o grupo dominante. Su propia lucha modifica las realidades donde actúa, lo cual demanda periódi- cas actualizaciones tanto de sus arreglos internos como de su actuación y discurso políticos.

Mantener contradicciones internas no es una tara ni impedimento. Todos los fenómenos de la naturaleza y la sociedad contienen contradic- ciones, que son resortes internos de su dinámica de acciones y readaptaciones. Lo que importa es que los motivos de unión y el talento de sus líde- res contribuyan a canalizar esa dinámica dentro de un curso de complementación, empuje y de- sarrollo.

Aunque la clase dominante es un sector mi- noritario, ella defiende sus intereses y privilegios con grandes recursos económicos, instituciona- les, ideológicos, mediáticos y represivos, y cuenta con poderosos respaldos transnacionales. Y en la medida que ella pueda, se valdrá de las coyuntu- ras de la confrontación para ampliar y consolidar sus ventajas. Por consiguiente, para todos los sec- tores progresistas involucrados, siempre será de- cisiva su aptitud para promover y nutrir la contra- cultura popular, para invalidar los mitos, miedos y sumisiones que la elite dominante infunde en las clases que explota. A todo lo largo del proceso, hay que hacer de las experiencias de la contienda

una fuente continua de formación político-cul- tural de nuestra gente, y trabajar en “la revolu- ción de las conciencias”, como dice Andrés López Obrador (2020).

Por otra parte, nunca debe perderse de vista que la derecha y sus patrocinadores también estudian y prevén sus alternativas. También la extrema de- recha sabe aprovechar oportunidades populistas, adelantándose a captar los resentimientos socia- les y redirigirlos contra las opciones de izquierda. En el pasado, mediante el fascismo italiano y el nazismo alemán —que se adelantaron a los socia- listas de aquel entonces— Hoy por hoy, lo mismo a través de la “nueva” derecha francesa, o el neo- fascismo brasileño, entre varios otros ejemplos.

Como dice Antonio Scurati, autor de una tri- logía sobre Benito Mussolini, ese fue el caso del pequeño empresario o el empleado público, pe- queños burgueses que no son violentos, cuando temieron que una revolución socialista les arre- batase lo que tenían. Entonces se sintieron fasci- nados con la violencia del fascismo y la desearon para darle una pronta solución a sus problemas. A lo Scurati añade que eso parece repetirse aho- ra, cuando ante la incertidumbre de la crisis algu- nos sienten que la ultra derecha puede imponer una rápida solución a sus inquietudes (Attanasio, 2020).


Avatares latinoamericanos

El sentido político de las alianzas pluriclasistas ha sido un tema frecuente a lo largo de la historia latinoamericana. Para ser breves, aquí apenas lo re- sumiremos en tres o cuatro experiencias. Aunque la investigación de Ernesto Laclau se centró princi- palmente en los casos del getulismo brasileño y en particular del peronismo argentino y su potencial progresista, la misma época también produjo otro ejemplo de significativa influencia subregional con el cardenismo, la más nítida expresión del naciona- lismo revolucionario mexicano.

Cuando, en 1934, el general Lázaro Cárdenas asumió la presidencia de México, ya la Revolución


había eliminado al régimen precedente, neutrali- zado el poderío de la clase terrateniente, y recién derrotado a la cruenta contrarrevolución cristera. Pero el nuevo rumbo del proceso aún estaba por dirimirse entre los diversos caudillos regionales y tendencias políticas. Tras expulsar del país al ex presidente Plutarco Elías Calles —cabeza de la op- ción autoritaria—, Cárdenas reorganizó al Partido Nacional Revolucionario (PNR) remplazándolo por el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), concebido como una federación de los partidos re- volucionarios locales y regionales, a la cual le am- plió la base social convocando a las centrales obre- ras a asumirlo como su organización política.

Cárdenas desarrolló el derecho laboral, tanto el obrero como el de los trabajadores del campo. Inspiró la fundación de la Central de Trabajadores de México (CTM) y de la Confederación Nacio- nal Campesina (CNC), y le dio enérgico impulso a la reforma agraria, con énfasis en la formación de cooperativas. Acompañó esa iniciativa con el fortalecimiento de la educación popular indus- trial y la cobertura del sistema de educación rural. A la par, zanjó de cuajo las constantes amena- zas y regateos de las empresas petroleras —ma- yormente británicas—, decretando su nacionali- zación, así como la de los ferrocarriles. Además, emprendió grandes inversiones en infraestructu- ra, mayormente de comunicaciones y transportes. Es decir, le dio base sociopolítica a una estrategia de desarrollo mediante sustitución de importa- ciones y fomento de la industria nacional privada

liderada por grandes empresas estatales.

Cárdenas dio consistente apoyo solidario a la República Española e hizo de México el refugio de los luchadores progresistas y revolucionarios del Latinoamérica y del mundo. A su vez, el cardenis- mo tuvo largo impacto en la región mesoamerica- na, desde Centroamérica hasta los países andinos. Entre otras repercusiones, inspiró las ideas de Au- gusto César Sandino, le dio base al proyecto Apris- ta original, así como objetivos a la Revolución bo- liviana y a la Revolución guatemalteca, y la política

cardenista de desarrollo influyó la estrategia desa- rrollista originaria del proyecto de la Cepal.

No obstante, concluido el mandato de Cárde- nas, la política de ampliación y robustecimiento de una burguesía y una clase obrera industriales, tomaría otro derrotero. El PRM cardenista sería remplazado por el PRI. Acaparar el Poder y com- placer al gran capital prevaleció sobre la justicia y el desarrollo sociales; se entronizó la cooptación del aparato sindical y una creciente corrupción en las relaciones entre los gobernantes y los nego- cios privados. Degradación que en los años 80 se expandiría al descartar la estrategia desarrollista, entronizar las políticas neoliberales. Se privatizó creciente parte del patrimonio nacional, se ahon- dó la corrupción y degeneraron las prácticas polí- ticas y económicas hasta los extremos que actual- mente se denuncian.

En el Cono Sur latinoamericano

Las actuaciones de Getulio Vargas, en Brasil, y las de Juan Domingo Perón, en Argentina, tuvie- ron lugar más allá del área de resonancia de la ex- periencia cardenista. En ambos casos, en países grandes, naturalmente ricos, donde el poder po- lítico hacía mucho era monopolizado por sendos regímenes de la oligarquía terrateniente, conser- vadora y centralista.

Brasil

Getulio Vargas, con experiencia como parla- mentario y como gobernador de Río Grande do Sul, accedió al poder en 1930 como presidente provisional cuando un golpe de la cúpula mili- tar depuso al régimen tradicional. Los objetivos de Getulio enseguida se evidenciaron, al empe- zar por crear el ministerio de Trabajo, Industrias y Comercio, y el de Educación y Salud, dictar una ley de sindicalización y, en 1934, promulgar una nueva Constitución.

La atmósfera de la época se evidencia en que desde los primeros años 30 ya crecía el movimien- to Integralista —fascista simpatizante de Musso- lini y Hitler—, así como el Comunista, ligado a la estrategia estalinista de Comintern de esos años.


En 1935 ocurrió la “intentona comunista”, y en el 38 los integralistas también intentaron un putsch. Con lo cual Getulio, a su vez, desde 1937 decretó el estado de sitio, y poco después efectuó un golpe sin resistencia, que promulgó el Estado Novo —al que algunos cronistas le atribuyen cierta connota- ción fascista—, a la cabeza del cual Getulio siguió en el poder hasta 1945.

El nuevo régimen adoptó una política de na- cionalismo económico e impulsó la industrializa- ción; creó el Consejo Nacional del Petróleo (que después se convertiría en la Petrobrás), la Compa- ñía Siderúrgica Nacional, el gigante minero Vale do Río Doce, la Compañía Hidroeléctrica el río San Francisco y la Fábrica Nacional de Motores. Paralelamente, desarrolló la legislación laboral y, por otro lado, profesionalizó las fuerzas armadas como una institución sujeta únicamente al Ejecu- tivo federal.

Al crecer la participación estadunidense en la segunda Guerra Mundial, Getulio tuvo un acer- camiento con Franklin Delano Roosvelt y acce- dió a cooperar con Estados Unidos, cesando la ambigüedad de la política getulista de neutrali- dad en el conflicto. Aceptó la instalación de una base aeronaval norteamericana en la nordestina Natal, el punto estratégico de América más próxi- mo a África y Europa meridional. Además, creó la Fuerza Expedicionaria brasileña, que participaría en la ofensiva de los aliados en Italia. No obstan- te, al concluir la guerra, con el auge mundial de las demandas de democratización, ante el riesgo de que Estado Novo fuese rebasado por el movi- miento popular, Getulio —que ya previa reformas políticas y nuevas elecciones— fue depuesto por un golpe militar en 1945.

Getulio Vargas volvió al gobierno, por elección democrática, en 1950. Pero en la cúspide los mo- mentos más dramáticos de su vida, en 1954 quedó

frente a una vasta ofensiva de la nueva derecha oligárquica y proestadunidense —armada ahora de poderosos medios de comunicación—, dirigi- da a desnacionalizar las grandes empresas estata- les, especialmente Petrobrás. En vísperas de que las turbas movidas por la reacción arrollasen el gobierno, Getulio escribió su célebre Cartatesta- mento al pueblo brasileño, llamándolo a defender el patrimonio nacional, y se suicidó en Palacio. Ese gesto salvó a Petrobrás y todo lo que ella re- presentaba.4

Argentina

Aunque Juan Domingo Perón y Getulio Vargas no alcanzaron a tratarse personalmente, sus noto- rias coincidencias políticas ocasionaron copioso intercambio de correspondencia.

El general Perón participó en la revuelta que en 1943 le puso fin a la llamada “década infame”, tras lo cual estableció una alianza con las agru- paciones sindicales de izquierda y se hizo cargo, en rápida sucesión, del Departamento de Traba- jo y de la Secretaría de Trabajo y Previsión del nuevo gobierno. Desde allí apoyó al movimiento obrero haciendo efectiva la legislación laboral, impulsó los convenios colectivos, el Estatuto del Peón de Campo, los tribunales del trabajo, y ex- tendió el derecho de jubilación a los empleados del comercio.

Ello le dio el apoyo de la mayor parte de los sindi- catos, así como la hostilidad de las cúpulas empre- sariales y del embajador de Estados Unidos, Sprui- lle Braden, quienes en 1945 desataron una ofensiva en su contra. Esta culminó en un golpe palaciego que obligó a Perón a renunciar y ordenó arrestar- lo, lo que, a su vez, desató una movilización obrera que reclamó y obtuvo su libertad. El siguiente año Perón ganó las elecciones, unió a los partidos que lo apoyaron en un Partido Único de la Revolución, que luego sería el Partido Peronista.


4Solo algo más de 40 años después, bajo el triunfalismo inicial de la ofensiva neoliberal, para felicidad de las transna- cionales, el sector estatal de las empresas brasileñas empezó a ser privatizado por el “socialdemócrata” presidente Fer- nando Enrique Cardoso, quien así abjuró de su pasado estructuralista y cepalista. Pero Petrobrás continúa siendo una empresa pública, al menos hasta ahora.


Tras la reforma constitucional de 1949, fue re- electo en 1951 en las primeras elecciones univer- sales, en las que por primera vez participaron las mujeres. Su joven esposa, la actriz Eva Duarte, conocida como Evita Perón, se convirtió en una popular dirigente social por su liderazgo en la lu- cha por los derechos de las mujeres y de los discri- minados trabajadores oriundos de las provincias del norte argentino, sus “cabecitas negras”. Perón, más allá de ampliar el respaldo oficial a los secto- res más postergados —los “descamisados”— im- plementó una política nacionalista de desarrollo orientada a la industrialización, con énfasis pri- mario en los sectores textil, siderúrgico, militar, del transporte y del comercio exterior.

En la política exterior, ante la Guerra Fría man- tuvo la que llamó “tercera posición”, equidistante entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Pero 1952 sería un año aciago. Falleció Evita, tras larga lucha contra el cáncer. Perón incurrió en un innecesario enfrentamiento con la Iglesia, que has- ta entonces lo había apoyado. Además, enfrentó un rápido aumento de la violencia entre grupos peronistas y antiperonistas, y una gran campaña antiperonista de los mayores medios de comuni- cación. Tras un fuerte choque con las bandas opo- sitoras, que remató en el cruento bombardeo de la Plaza de Mayo, Perón fue derrocado en 1955 por un golpe militar, instaurándose una dictadura de derecha que derogó la constitución y las leyes labo- rales que esta incluía.

Perón se exilió en la España franquista. Poco después en Argentina surgió un movimiento de re- sistencia peronista, integrado por grupos obreros, juveniles, barriales, religiosos, y guerrilleros, que aglutinó a la izquierda peronista, reclamando el re- greso de Perón y convocar elecciones libres y sin proscritos. Finalmente, Perón pudo volver y radi- carse en el país dieciocho años más tarde, en 1973. Su multitudinario arribo dio ocasión a la ominosa masacre de Eseiza, en la zona aeroportuaria, cuan- do la facción “ortodoxa” de la derecha peronista ametralló a sus copartidarios de izquierda.

Ese mismo año hubo elecciones. Con Perón pros- crito, su candidato fue Héctor Cámpora, líder de la resistencia peronista, quien las ganó sin dificultad. Cámpora ejerció el cargo apenas 49 días —lo que se conoció como el Tercer Peronismo o la “primavera camporista”—, durante los cuales gestionó un Pacto Social entre los empresarios y los sindicatos, anunció una estrategia industrializadora e inició una política internacional tercermundista. Acto seguido, renun- ció para convocar a unas elecciones sin proscritos, que Perón ganó abrumadoramente, llevando como vicepresidenta a su segunda esposa, Isabel, bailarina de cabaret que, ya viejo, él conoció en el exilio.

Pero este último y achacoso Perón se dejó lle- var y traer por sector “ortodoxo”, algunos de cu- yos cabecillas ya habían creado la funesta Triple A

—Alianza Anticomunista Argentina—, concebida para perseguir y asesinar a los militantes califica- dos de “izquierda”, lo que daría inicio a una ola de homicidios y desapariciones, incluso dentro del peronismo. Perón falleció el siguiente año, 1974, y el gobierno quedó a cargo de su incompetente viu- da. La polarización peronista se extremó; Cámpora sobrevivió a un atentado y se refugió en México, Isabel fue echada por un golpe militar y se instau- ró una dictadura de inspiración neoliberal, que sin demora generalizó la aplicación los métodos ini- ciados por la Triple A.

En las experiencias reseñadas, se evidencia que el sentido político nacional-afirmativo, desarrollis- ta y progresista de tales populismos los hizo fuertes en tanto sus líderes sostuvieron su coherencia in- terna dentro de un cauce que motivaba y mantenía el apoyo popular. Pero que, si debilitado el lideraz- go principal, una de las partes de la alianza hace prevalecer sus fines y discurso sobre las expectati- vas de las demás, tiende desmovilizar al conglome- rado, a que otros integrantes lo abandonen. O que de la escisión se pase al enfrentamiento.


¿Quién es “el pueblo”?

¿De qué se integra dicho “apoyo popular? Inter- pretarlo exige percibir, en cada sociedad nacional y


modos de lucha, a quiénes consideramos “pueblo”, y lo que en cada circunstancia explica su disposi- ción, solidez y persistencia. Discernir qué partici- pantes sustancian el conglomerado de reclamos y reivindicaciones al se apela como el sujeto político capaz de surtir las fuerzas y las capacidades necesa- rias y suficientes para cambiar la realidad, que es su propia realidad.

Una respuesta de notable alcance concreto, como proyecto por el cual luchar juntos y como llamamiento masivo, fue la que el joven Fidel Cas- tro plasmó en 1953 en La historia me absolverá, unos 30 años antes de las primeras publicaciones de Ernesto Laclau.

Esa proclama, más que el alegato del principal acusado ante el tribunal que lo juzgaba tras la de- rrota del asalto al cuartel Moncada, apuntó hacia el siguiente futuro, al urgir al pueblo cubano —a su vanguardia martiana— a rebelarse contra el odioso estado de cosas. Ahí Fidel reconoce ese complejo su- jeto político y lo convoca a protagonizar las siguien- tes etapas del proceso nacional cubano, y dice:

“Nosotros llamamos pueblo, si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente […]; a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tie- rra para sembrar […]; a los cuatrocientos mil obre- ros industriales y braceros […], cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las in- fernales habitaciones de las cuarterías, cuyos sala- rios pasan de las manos del patrón a las del garro- tero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya […], que no pueden amarla, ni […] plantar un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá […] la guardia rural a decirles que tienen que irse; a los treinta mil maestros y profesores tan abnega- dos, sacrificados y necesarios al destino mejor de

las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comercian- tes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibus- teros y venales; a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, peda- gogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pinto- res, escultores, etcétera, que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica.

¡Ése es el pueblo, cuyos caminos de angustias es- tán empedrados de engaños y falsas promesas; no le íbamos a decir: “Te vamos a dar”, sino: “¡Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!”(Castro)

Probablemente muchos “politólogos” recuer- dan ese texto como huella literaria de un fallido intento, sin advertir hasta qué punto su argumen- tación proyecta un arco que va de aquel populis- mo —antecesor de posteriores afanes de libera- ción nacional— al recién pasado y los venideros resurgimientos del progresismo latinoamericano. Con su examen de la complejidad social, de las actuales cerrazones y de sus alternativas, La his- toria me absolverá concreta un abordaje del suje- to político, de su estructuración y de su potencial nacional-afirmativo, descolonizador y revolucio- nario, que sigue vigente. En medio de las inte- rrogantes y las perspectivas de la actual crisis de la economía, la política y el trabajo, es necesario volverla a discutir, tanto en su contexto originario como en el actual.


Consideraciones finales

Obviamente, lo ocurrido Cuba rebasa el ámbito de la reflexión de Laclau. En la Isla, para garan- tizar la permanencia de la extrema explotación laboral implantado por las corporaciones esta- dunidenses y de la oligarquía isleña, dejó de ser suficiente la corrupción mafiosa de la democra- cia formal. Ante la amenaza del movimiento ciu- dadano por el adecentamiento del país, para ese


fin se apeló a instaurar en 1952 una dictadura de extrema dureza, con el beneplácito del gobierno norteamericano. La posibilidad de cambiar ese estado de cosas por medios cívicos quedó drásti- camente eliminada.

A partir de ese momento el desarrollo de la cultura política de gran parte la sociedad cubana saltó del civilismo democrático a una silenciosa anuencia a la rebelión, lo que la mayoría de los políticos profesionales y dirigentes de la izquier- da adscrita a la III Internacional no percibieran.5 Pero el asalto al Moncada fue un despertador po- lítico masivo. En poco tiempo, la plural alianza social representada por “los muchachos del 26” aceleró la formación política común, tensionada por el esfuerzo colectivo de eliminar la dictadura neocolonial y sus secuelas, con la guerrilla en las montañas y la clandestinidad urbana. Esfuerzo que durante las peripecias de la lucha evolucio- na y se recompone, en tanto mantengan sentido y constancia los objetivos compartidos que reali- mentan su unidad.

El fracaso de la huelga de abril de 1958 —pro- puesta por el ala urbana más moderada, para de- poner la dictadura en compañía de parte de los políticos tradicionales— fortaleció el liderazgo del Comandante en Jefe guerrillero. Y, acto seguido, la derrota de la subsiguiente ofensiva militar de la tiranía contra la Sierra confirmó el protagonismo político del Ejército Rebelde. Al derrumbarse la ti- ranía, la sagacidad fidelista y el impulso del proceso no solo desintegraron enseguida al ejército oficial y las organizaciones sicarias, sino que asimismo des- mantelaron los corruptos órganos del Estado, la

política truhana, la prensa venal y al núcleo de la cultura neocolonial. Mientras quienes se oponían a emprender un proceso revolucionario corrieron a Miami, la naturaleza patriótica y progresista de ese impulso cuajó en el entusiasmo de los sectores populares.

Porque, en sus diferentes tipos y formas, la lucha, si es consecuente, enseña, hermana y decanta.

En el caso cubano, la victoria fue producto de un esfuerzo armado de liberación nacional sos- tenido por un movimiento de multicolor base social. La indecencia del régimen realzó al factor moral como motivo y aglutinador de la insurgen- cia. La corrupción del sistema político y la violen- ta cerrazón de la dictadura eliminaron cualquier otra posibilidad. No obstante, donde no impera un régimen que impide otras opciones, diferentes formas de lucha contracultural, sociomovilizado- ra y política son factibles y productivas. Tanto Ge- tulio y Perón en los años 50, como los líderes pro- gresistas de inicios de este siglo, lo demostraron, y sus sucesores ahora lo revalidan.

Lo que no desdice, sino confirma que, en esos como en los demás países latinoamericanos, es indispensable aliar la coparticipación de diver- sas fuerzas sociales y modos de lucha para ha- cer factibles los cambios y el futuro necesarios. Y que ninguna conquista ni etapa agota el pro- ceso, pues cada avance motiva al siguiente. La renovación del impulso realimenta su vitalidad. Como, al contrario, acomodarse al poder como modus vivendi y toda pausa que venga de hacer concesiones desmoraliza, desmoviliza y anticipa su desintegración.



5Para los jóvenes de entonces —la llamada Generación del Centenario de José Martí— nietos de los mambises que pelearon la guerra de independencia e hijos de la generación que protagonizó la revolución antidictatorial de 1933, la rebelión no era una idea exótica.

Referencias bibliográficas

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