Cuadernos de Nuestra América/Nueva Época/No. 09 / octubre-diciembre 2023/RNPS: 2529 /ISSN: 2959-9849/101 pp.

Fidel Castro, la(s) crisis, el actual (des)orden mundial y la necesidad de uno nuevo

Fidel Castro, the crisis, the current world (dis)order and the need for a new one

Dr.C. Jorge Casals Llano

Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI)

e-mail: jcasalsllano@gmail.com

http://orcid.org/0000-0003-1764-9327

Resumen

Las relaciones internacionales actuales, todas, están y estarán marcadas en lo inmediato y al menos en el corto y mediano plazos por la pugna entre el unilateralismo del autodenominado “occidente” y el multilatera-lismo proclamado por los “países emergentes”. Ya Fidel Castro, en el Informe a la VII Cumbre de los Países No Alineados, celebrada en 1983, había demostrado que el mundo atravesaba una de las peores crisis económicas de su historia y que esta era originada por las principales potencias capitalistas y la unipolaridad, que la crisis afectaba con brutal severidad a los países subdesarrollados y que ello requería el establecimiento de un “Nuevo Orden Económico Internacional”. La historia demostró la certeza de la aseveración de Fidel y, aunque el NOEI no pudo entonces ser, quedó como constancia de que el orden internacional no podía ser cambiado en los marcos del mismo sistema que había diseñado los métodos y técnicas destinados a perpetuarlo. La agudización de las contradicciones del sistema de dominación “Occidental” hizo posible y necesaria la aparición de bloques de países que, en su desarrollo, proclamarían la necesidad de un “nuevo” orden que necesariamente deberá imponerse para salvar a la humanidad.

Palabras clave: hegemonía, unipolaridad, multipolaridad, orden sujeto a reglas, nuevo orden

Abstract

Current international relations, all, are and will be marked in the immediate and at least in the short and medium term by the struggle between the unilateralism of the self-styled “West” and the multilateralism proclaimed by the “emerging countries”. Fidel Castro, in the Report to the VII Summit of Non-Aligned Countries, held in 1983, had already shown that the world It was going through one of the worst economic crises in its history and that this was caused by the main capitalist powers and unipolarity, that the crisis affected underdeveloped countries with brutal severity and that this required the establishment of a “New International Economic Order”. History demonstrated the certainty of Fidel's assertion and, although the NOEI could not be then, it remained proof that the international order could not be changed within the framework of the same system that had designed the methods and techniques destined to perpetuate it. The sharpening of the contradictions of the “Western” system of domination made possible and necessary the appearance of blocks of countries that, in their development, would proclaim the need for a “new” order that must necessarily be imposed to save humanity.

Keywords: hegemony, unipolarity, multipolarity, order subject to rules, new order

Introducción

Las relaciones internacionales actuales, todas, están y estarán marcadas en lo inmediato y al menos en el corto y mediano plazos por la guerra (o más precisamente por la respuesta militar a la guerra multifacética, indirecta, híbrida y no declarada) de EE.UU. y “occidente” contra Rusia, dirigida a evitar el colapso de una hegemonía que había llegado a hacerse unipolar por EE.UU. luego de la implosión de la URSS en 1991. La crisis de hegemonía y el panorama bélico subsecuente había sido precedido por crisis múltiples (o por una crisis múltiple, sistémica, en tanto que civilizatoria, política, económica, comercial y financiera, energética y medioambiental entre las principales), que nos conduce e instala, en un escenario diverso de saberes de cada una de las formaciones disciplinarias que prevalece en cada una de las ciencias sociales con sus objetos de estudio y cuerpos conceptuales propios.

Y dado que cada ciencia social tiene su cuerpo conceptual, como disciplina no está preparada para pensar los problemas que se presentan en otras, se encuentren estas o no entre las ciencias sociales, y más si los fenómenos a analizar acontecen en territorios externos a éstas. Ello va de la mano con el sesgo que fue extendido, además de a lo económico y financiero, a lo geográfico, ambiental, demográfico, religioso… todo hoy trastocado por la guerra que tenía años librándose, por el auto titulado “occidente”, contra todo retador a su hegemonía global.

Lo anterior queda enmarcado y se hace más comprensible a partir de volver a estudiar –por su vigencia demostrada y la necesidad de darle continuidad –el Informe presentado por Fidel Castro a la VII Cumbre de los Países No Alineados, celebrada en 1983. El mismo iniciaba como sigue: “El mundo atraviesa por una de las peores crisis económicas de su historia. Originada en las principales potencias capitalistas, esta crisis ha afectado con brutal severidad a los países subdesarrollados, que experimentan ahora el más grave deterioro económico de toda la posguerra”.

La coyuntura en el informe quedaba resumida como sigue:

La crisis se complicó con los acontecimientos en el área monetario-financiera. La fuerte apreciación del dólar de los Estados Unidos a fines de 1980, se tradujo en una depreciación de casi la totalidad de las monedas de los principales países de economía de mercado. El alza sin precedentes de los tipos de interés de los propios Estados Unidos, que cobró impulso desde fines de 1979, produjo grandes fluctuaciones en los tipos de cambio, presionó hacia arriba los tipos de interés en otros países y se trasmitió a los mercados de capital.

Fueron aquellos los tiempos de lucha de los países subdesarrollados por el establecimiento del Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), por el cambio en el funcionamiento de la economía mundial cuyas reglas de funcionamiento perpetuaban la situación de pobreza y miseria generada por el colonialismo y el neocolonialismo. El “nuevo orden” que se pretendió entonces alcanzar debía garantizar: acuerdos sobre los productos de exportación de los países subdesarrollados que permitieran obtener precios justos (por difícil que resulte precisar qué es lo justo cuando de economía se trata); el aumento de la ayuda oficial para el desarrollo (AOD) de los países industrializados hasta un 0,7% de su PIB; el alivio de la deuda externa y hasta la condonación de la misma a los países de menor desarrollo relativo; la reducción o eliminación de los derechos arancelarios de los países centrales a los de la periferia; el aumento de la transferencia de tecnología al “tercer mundo”; la creación de un “código de conducta” a seguir por las empresas transnacionales… el objetivo: crear las bases de un orden, más equitativo que transformara las fuentes, las instituciones, los principios y las normas del derecho internacional.

El NOEI no pudo ser, aunque quedó como constancia de que el orden internacional no podía ser cambiado en los marcos del mismo sistema que había diseñado los métodos y técnicas destinados a perpetuarlo. La posposición del NOEI también se explica, en la coyuntura, por la llegada de “Los felices 90s. La semilla de la destrucción”, tan bien descritos en su libro con tal nombre por el premio Nobel de Economía J. Stiglitz1 pero, sobre todo, porque la crisis que a todos nos describió Fidel en su informe se continuó profundizando hasta hacerse sistémica en tanto desde ya comenzaba a abarcar todos los aspectos del sistema de dominación impuesto al mundo por EEUU luego de la segunda guerra mundial.

La situación a la que se había llegado en los 80s del pasado siglo analizados por Fidel en su libro continuó agudizándose en los 90s, años del entresiglos xx-xxi que al igual que los del xix-xx, caracterizados por V. I. Lenin como “novísima etapa del capitalismo”, se caracterizaron por cambios cataclismicos. En el analizado por Lenin, el liberalismo y la “libre concurrencia” habían sido sustituidos por los monopolios y la competencia monopolista cuya crisis dio lugar a la regulación estatal keynesiana, al keynesianismo militar y las guerras. La continuidad y agudización de la crisis caracterizada por Fidel, agudizada por el fracaso del keynesianismo, trató de ser resuelta por el neoliberalismo impuesto por el “Consenso de Washington” que supuestamente había conducido, según Francis Fukuyama, hasta “el fin de la historia”.

¿Cómo la situación descrita nos trajo hasta el tercer decenio del siglo XXI?

A finales del anterior siglo, escribíamos nosotros siguiendo, o tratando de seguir, las premoniciones de Fidel: “Oscila la economía, desde que el hombre se ocupa de ella y la considera una ciencia, entre los extremos del liberalismo y la regulación, desde el ´dejar hacer, dejar pasar´ fisiocrático y la ´mano invisible´ de Smith (que condujo al mundo a la crisis de 1929) hasta el intervencionismo keynesiano (que nos llevó a la de los 70s) y de nuevo al liberalismo (esta vez como neoliberalismo) que nos ha sumido en la crisis actual, derrumbe del socialismo euro soviético mediante”.2

La conclusión anterior era ya posible porque desde el último entresiglos (xx - xxi) estaba claro que desde los inicios del xx como nos había dejado dicho Lenin, el capitalismo se había convertido en “monopolista” (y los monopolios se transnacionalizarían, agregaríamos hoy); también que desde sus años finales aunque comenzando por la “desmonetización del oro” en 1971 por Nixon (lo que de hecho anulaba los acuerdos de Bretton Woods, lo que se ignoró) que hacia posible la emisión incontrolada de dólares y con ella, primero la financierización y luego indefectiblemente la desdolarización; que surgida, con el neoliberalismo” y el “Consenso de Washington” la “globalización” que se impondría, la economía, y hasta el “orden” (aunque no todavía designado “sujeto a reglas”) que había tan bien funcionado para EEUU y “occidente” se haría insostenible y tendría que ser sustituido por otro, consensuado y participativo.

Al período del segundo entresiglos correspondieron también la fundación de la OMC (en la “Ronda Uruguay” del GATT, 1995), cuando los EEUU reconvertidos en “liberales”, consideraron que podía ya prescindirse del GATT (constituido por la “Carta de La Habana, 1947) y hasta “negociar” (las comillas no son casuales) una nueva ronda, que fuera denominada “Ronda del milenio” (1999).

La nueva Ronda fue convocada para liberar el comercio en un mundo en el que había sido impuesta una liberalización a ultranza… a los países “pobres” por los países “ricos”, en la que los “ricos” protegían a sus productores de la producción de los países “pobres” allí donde éstos poseían ventajas competitivas. Y ello a pesar de que las teorías “clásica” y “neoclásica” del comercio internacional –a las que tanto tiempo dedicamos en las aulas universitarias –nunca pudieran explicar las ganancias que supuestamente todos los participantes obtienen en el comercio internacional.

Tampoco la Historia económica podía explicar tales ganancias en tanto ninguno de los países “desarrollados” había logrado el desarrollo mediante la aplicación de políticas liberales pues, como es por todos sabido, el desarrollo económico en ellos se había logrado, bien mediante prácticas coloniales y neocoloniales, bien protegiendo su producción de la competencia exterior (en realidad generalmente ambas), y solo luego de que esta producción alcanzara ventajas de tal magnitud que la hiciera imbatible en la competencia, imponían “la libertad de comercio”.

Una sucesión de crisis se produjo a finales del siglo: México desde la mitad de los 90s, en Argentina Alfonsín con el fracaso del plan “Austral” y la hiperinflación, la llegada de Menem, las “relaciones carnales” con EEUU y su “paseo por el primer mundo”, también la que fuera denominada de los “tigres asiáticos”, y la de Rusia con la implosión del socialismo euroasiático y después, y también Brasil… todo lo que hizo posible que instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos impusieran el neoliberalismo y el “Consenso de Washington” en un intento de resolver los problemas generados por lo que ya la continuidad de la crisis analizada por Fidel se había convertido en crisis del sistema mismo, en “crisis sistémica”, en tanto implicaba todos los aspectos de funcionamiento del mismo.

Todo lo anterior, y más, hizo que el “NOEI” quedara pendiente al imponerse el discurso liberal, complementado con el reducido papel del estado en la economía al propio tiempo que los países “ricos” seguían exigiendo a los países “pobres” la no-intervención del estado en los asuntos económicos y la inscripción del “dejar hacer, dejar pasar” en las banderas nacionales…. todo combinado con la defensa a ultranza por parte de los todopoderosos países desarrollados defendiendo a las grandes Empresas Transnacionales (ET), la inmensa mayoría de las cuales con sus casas matrices en esos mismos países desarrollados (aunque formalmente donde pagaran menores impuestos) con capacidad para controlar la producción, la comercialización y los precios de las más diversas mercancías, sin importar si las mismas eran producto de la agricultura, la industria, la ciencia o la delincuencia.

Y aunque fueron disidentes los criterios de los economistas con respecto a las causas de las crisis que en los diferentes países continuaban produciéndose y que sumían en la miseria a millones de habitantes de los llamados países emergentes y que para unos, oficialistas ortodoxos, no podía siquiera hablarse de crisis global sino de crisis localizadas a partir del mal manejo de la cosa pública por parte de los gobiernos donde esta se producía, para otros, oficialistas no ortodoxos y de la economía no- oficial, las sucesivas crisis no eran más que manifestaciones de una gran crisis del sistema mismo y que, de no tomarse medidas urgentes y adecuadas, se produciría en el mundo un desastre de magnitud solo comparable al crack del 29. No hubo sin embargo disenso entre los economistas al considerar que los efectos de aquellas crisis: la mexicana, la asiática, la rusa, la brasileña, la argentina… fueron devastadores.

Los hechos parecieron dar la razón entonces a los ortodoxos: los EE.UU. iniciaron un período de auge sin precedentes en su historia y por primera vez luego de treinta años lograron equilibrar su presupuesto y al-canzado el tan ansiado superávit fiscal. En el año 1998, la economía estadounidense creció un 3,9%, y el 1% de inflación anual fue la más baja en cuarenta años. En el último trimestre del año el PBI creció el 5,6%, en el período de octubre a diciembre el consumo creció el 4,4% y el gasto en bienes duraderos el 21,4%. Tales cifras hicieron exclamar al economista jefe del “Bankers Trust”: “Si alguna vez hubo una economía perfecta, los Estados Unidos parece serlo” y esta se convirtió en la opinión generalizada entre los economistas ortodoxos del país del norte.

Los EE.UU. se beneficiaron entonces simultá-neamente de los progresos tecnológicos, de la liberación neoliberal, de las privatizaciones y de la sucesión de crisis en el mundo lo que hizo “perfecta” su economía. La caída de los precios de las materias primas fue entonces, sin dudas, factor coadyuvante del auge norteamericano en tanto que la mayoría de los mismos se situaron en su más bajo nivel histórico: petróleo, aluminio, cobre, plomo, níquel, café y azúcar baratos, por citar solo algunos de los bienes más afectados; hambre y miseria para sus productores, fuente adicional de riqueza para los consumidores norteamericanos.

A lo anterior se sumó, consecuencia de las crisis, la fuga de capitales desde los países “periféricos”, con su doble efecto de provocar escasez de liquidez en los mismos hasta límites insostenibles –para 1999 la firma Merrill Lynch calculó entonces que América Latina enfrentaría problemas para cubrir necesidades de financiamiento por 135.000 millones de dólares–, al propio tiempo, exceso de liquidez, fundamentalmente, en los EE.UU.

La “perfecta” economía de EE.UU. funcionaba entonces también gracias al predominio de su moneda nacional, el dólar, devenida símbolo e instrumento de la hegemonía norteamericana. De hecho, la utilización del dólar como divisa internacional por excelencia sigue suponiendo, todavía hoy, algo de lo que prefiere no hablarse, que los ciudadanos del mundo otorgamos a los Estados Unidos créditos de una magnitud igual a la suma de todos los dólares norteamericanos en poder de extranjeros (inclúyanse aquí las reservas atesoradas en los bancos centrales). Y es esta condición de la moneda estadounidense la que en buena medida permitió la continua expansión norteamericana, el financiamiento durante decenios de sus déficits fiscales, de sus déficits de Balanza Comercial… y el predo-minio global mantenido en las finanzas y las instituciones financieras internacionales.

Pero si la mayoría de las grandes crisis económicas han sobrepasado las fronteras de los países, ha quedado demostrado que, en general, éstas pueden o no ocurrir simul-táneamente en el tiempo. La historia de las crisis demuestra que estas comienzan en un país o grupo de países y se extienden a otros, en ocasiones, como el impacto de la crisis de 1929 sobre Francia, varios años después. Y desde finales del pasado siglo e inicios del presente el ciclo económico no podía comportarse de manera diferente, cuando el mismo se expandía a través de sus poleas de transmisión: el comercio exterior, los movimientos de capitales y las transacciones monetarias ya a velocidad cibernética.

Y desde entonces el funcionamiento de la “perfecta” economía norteamericana, a pesar de la euforia, mostraba ya síntomas de crisis, aunque eufemísticamente se le llamara recesión. Y ya desde entonces el más evidente: la sobrevaluación de las acciones (por entonces los expertos consideraban que la Bolsa de Nueva York estaba sobrevaluada entre un 20 y un 25%) a partir del indicador propuesto por James Tobin (cotización de las acciones/costo de reemplazo de los activos) y que para junio de1998 se encontraba por encima del doble de su punto de equilibrio y con una probabilidad de caer del 75% en 1999.

Lo anterior porque, como es sabido, la cotización de las acciones (su precio) es directamente proporcional a las expectativas de ingresos que su posesión puede proporcionar. Así se explica que el comprador de acciones está dispuesto a pagar por las mismas varias veces su valor nominal: está apostando a que el ingreso que obtendrá por su dinero será mayor que el que obtendría si depositara esa misma suma en un banco. El fundamento de tal “apuesta” son las ganancias de las empresas: a mayores ganancias, mayores serán los ingresos que obtendrá por su inversión.

¿Y la relación Precio de las acciones/Ingresos esperados? Por ejemplo, solo para conseguir un “módico” rendimiento del 20%, la revista “Fortune” calculaba entonces que la Coca-Cola debería triplicar sus operaciones para llegar en el 2003 a vender, ella sola, casi tanto como lo que se vendía entonces en el mercado de bebidas refrescantes en el mundo. Los mismos cálculos, pero para una de las grandes compañías tecnológicas, indican que sus ganancias deberían ser, en el año 2003, 32 veces superiores a las de 1998. Por su parte, y refiriéndose a la cotización de las acciones de las compañías de Internet, la revista “The Economist” señalaba, respecto al valor de mercado de las acciones de estas compañías y tomando una como ejemplo que: “Para que tuviera sentido el valor de mercado de Amazon, se precisarían utilidades anuales promedio superiores a mil millones de dólares. Sin embargo, las ventas anuales de Amazon en 1998 solo alcanzaron los 600 millones”. Ni los más optimistas podían concebir entonces tales cifras y los apostadores siguieron jugando en el “casino” de la bolsa en todo momento y por más que la Reserva Federal bajara las tasas de interés.

Es que abandonar el “casino” de la bolsa implicaba, de hecho, admitir una reducción de los ingresos de los apostadores – cuando no además una reducción de su capital por la baja de las acciones –y con ello una disminución masiva del gasto doméstico, de las inversiones… y el colapso de la economía (ya conmocionada por el creciente déficit de las exportaciones acelerado, desde 1998, por las crisis en el resto del mundo).

¿Cuál sería la afectación sobre el gasto de los norteamericanos de una corrección a la baja de los precios de las acciones? Si bien esta afectación era muy difícil de cuantificar, algunos datos disponibles daban una idea de la magnitud. Según Los Ángeles Times (Argentina, Clarín, 27/12/98) –en el artículo titulado “Un país de accionistas”, típico de la propaganda del “Capitalismo Popular” –la mitad, o más de la mitad, de los hogares norteamericanos poseían acciones y estas últimas representaron, a mediados de 1998, cerca de la cuarta parte de la riqueza de estos hogares. Según el mismo artículo, “el plus de gasto de los inversores personales que no se explica desde la conducta histórica oscilaba entre 150,000 y 160,000 millones de dólares, cifra esta última que podríamos situar como el mínimo de la contracción de gasto resultante de una caída de las bolsas. Junto a la reducción del “deseo de invertir”, y cuando la “perfecta” economía norteamericana dejara de funcionar, dejaría también de funcionar el motor defectuoso que a trompicones impulsaba la economía mundial.

Y aunque no había dudas de que los anteriores indicios debían alarmar a los mercantilistas y a los fisiócratas, a Smith, a Ricardo y hasta a Malthus, y ni que decir que también a Keynes, nada pareció preocupar a los neoliberales ortodoxos, devenidos en políticos economistas.

Y, como resultado, nos abandonaba el siglo xx en un mundo con un Producto Interno Bruto (PIB) per cápita en los “países ricos” de 25 mil dólares anuales, en tanto que en los “países pobres” este indicador alcanzaba sólo los 300 y donde la riqueza de las tres personas más ricas del mundo era superior al total del PIB de los 48 países menos desarrollados con sus 600 millones de habitantes.

Un mundo en el que los países denominados “ricos”, con alrededor del 20% de la población mundial, producían el 86% del Producto, realizaban el 80% de las exportaciones totales de bienes y servicios y realizaban el 68% de las inversiones extranjeras directas; en los que radicaban la abrumadora mayoría de las 60.000 grandes corporaciones transnacionales que controlaban un cuarto del producto y más de un tercio de las exportaciones mundiales.

Eran esos los países que gastaban anualmente 12 mil millones de dólares en perfumes y 17 mil millones en alimentos para animales doméstico mientras que, en los otros países, los del “tercer mundo”, habitaban 900 millones de hambrientos y más de 1,300 millones de pobres. Al mismo tiempo, países “pobres” y “ricos” que gastaban en el mundo decenas de miles de millones de dólares anualmente en armamentos (780.000, era el cálculo entonces) siendo EE.UU. el principal productor y exportador.

Era el mismo mundo en el que se dedicaba el 0,23% (como porcentaje del PIB) alcanzado por los países de la OCDE en 1998 como Ayuda Oficial al Desarrollo, muy lejos del 0,7% del objetivo mínimo trazado y mucho más lejos aún del 1% que fuera la meta inicial. El mismo en que la economía mundial funcionaba en beneficio prácticamente de un solo país, EE.UU., cuya opulencia había sido alcanzada gracias a poseer el privilegio de emitir la moneda de reserva del mundo (privilegio que mantiene), a pesar de los déficits crónicos de la cuenta corriente de su balanza de pagos con sus cifras fabulosas. Señalemos al respecto algunos datos: el déficit comercial acumulado de los EE.UU.: durante el primer trimestre de 1999 alcanzó la cifra de 118.100 millones de dólares (en el mismo período de 1998 fue de 75.300 y el total de ese año de 164.280 millones; en 1997, 104 720; en 1996, 104 320…) y todo ello, a contrapelo de lo que puede leerse en cualquier manual de economía, el incremento de su riqueza logrado, no sobre la base del ahorro (como indicaría la teoría) sino sobre la base del gasto, en el cual, no podía ser de otra forma, eran los campeones del orbe. (debe tenerse presente, al leer las anteriores cifras, que se trata de dólares corrientes y que hoy serían muy superiores)

Pero si todo lo anterior resultaba incompatible con el desarrollo económico mundial, aunque perfectamente compatible con la “Cocacolización” del mundo (término acuñado entonces por Paul Kennedy, de la Universidad de Yale) no menos lo era y sigue siendo, la carga de la deuda externa que agobiaba y sigue agobiando a los países “pobres” y que ascendía ya entonces a 2 millones de millones de dólares –sin que haya dejado nunca de crecer –y cuyo servicio absorbía ya entonces el 25% de sus exportaciones.

No menos absurdo resultaba, ya desde entonces, que la opulencia de los pocos se basara en el crecimiento del capital ficticio en las bolsas mundiales, pero, sobre todo, en la de Wall Street. Tan absurdo, como que un premio Nobel de Economía, Paul Samuelson, ante el peligro del estallido de la burbuja especulativa de la bolsa de Nueva York, afirmara que en caso de que una “recesión seria” golpeara a los EE.UU. entre el 1999 y el 2000 “dejaríamos de ser un fuerte importador de bienes desde Europa y desde los mercados emergentes de Asia”, lo que sin dudas repercutiría negativamente sobre la economía mundial. Aquí, como se ve, al laureado economista no le preocupaba en absoluto el déficit comercial norteamericano al que hiciéramos referencia anteriormente, en tanto que el mismo era solo parte de la lógica “Coca cola”.

Formaba parte de este mismo mundo el crecimiento de las inversiones extranjeras directas (IED) que, según la UNCTAD, alcanzarían ese año los 800.000 millones de dólares (casi un 25 % más que en 1998) concentradas, más que en nuevas inversiones, en absorciones, fusiones y adquisiciones entre empresas transnacionales. Los ingresos por IED a los EE.UU. alcanzaron en 1998 el 30% del total mundial de las mismas y, en la primera mitad de 1999, superaron en un 50% los registrados en el mismo período de 1998. Así las cosas, quedaba evidente desde entonces que el desarrollo “Coca cola” era inalcanzable para la mayoría del mundo; mucho más, cuando éste servía solo a una parte de él, situación que continuaría incambiada mientras continuara vigente el orden económico y financiero que lo había creado y que lo llevara hasta la crisis de 2008. 3

La crisis de 2008, de la que la economía mundial nunca se recuperó pues paradójicamente su causa fue el “exceso de capital”4 (inevitable en condiciones de financierización de la economía) y sus manifestaciones que, aunque fuera denominada entonces “subprime”, “hipotecaría”, “de iliquidez”, “de crédito”, “de hipotecas basura”, “global”… en realidad debió ser denominada “del capitalismo senil” o también y como consecuencia, del “fin de la globalización”.

Del capitalismo senil, definido como en “Del “fin de la historia…” ya anteriormente citado, por “magros ritmos de crecimiento, el abandono de la esfera productiva como fuente principal de ganancias, pero al mismo tiempo la dilapidación de recursos, incluidos los que utiliza para la producción de armamentos, lo que lleva al agotamiento de las disponibilidades del planeta y la destrucción del medio ambiente. Sigue siendo capaz de producir mercancías “en exceso” (lo que acelera la tendencia al descenso de la tasa de beneficios) por lo que se ve obligado por la competencia a introducir la ciencia y la tecnología como fuerza productiva directa a la producción, lo que incide negativamente sobre la reproducción del sistema de muy diversas formas, siendo la más evidente el impacto sobre el empleo y, por consiguiente, sobre la demanda y la realización de las mercancías producidas. Para maximizar las ganancias, hace de la especulación financiera su actividad fundamental.

Así pues, el “capitalismo senil”, de la mano del autodenominado “occidente”, sin otra opción para incrementar sus ganancias que invertir allí donde sus costos de producción eran menores por estar más cercanas las fuentes de materias primas, donde los salarios también eran menores en comparación con los de los países de origen del capital, donde menores eran también los restantes costos de producción incluyendo las tasas impositivas… que había impulsado la liberalización del capital financiero de las restricciones nacionales y hecho así posible la creación de capacidades productivas nunca antes logradas, lo había hecho con tal grado de eficiencia empresarial que, sin capacidad por su esencia misma depredadora de crear la demanda de consumo de lo ofertado, hizo ineficiente el mercado y con ello el sistema mismo. La continuación del proceso globalizador luego de la crisis de 2008 solo agravó la situación, agudizó las contradicciones del sistema al hacerlo dependiente de sus suministradores de bienes y servicios, creó capacidades en ellos que los hizo ser y saberse en condiciones de modificar el “statu quo” neocolonial, y la crisis del sistema, la que nos explicara Fidel en su libro con el que comenzamos el presente artículo, la que tantas veces nos explicó, en sus discursos y “reflexiones”, se hizo, definitivamente, sistémica.

Los rasgos característicos y manifestaciones de la crisis sistémica a la que hemos hecho referencia se manifiestan en:

La primera de las monedas de reserva, el dólar de los EEUU, continúa depreciándose; también la segunda, el euro, debilitada como consecuencia de la guerra en Ucrania y las “sanciones” a Rusia que impulsó la desdolarización y con ella el uso de las monedas nacionales para el intercambio entre los países, en particular los relacionados con el gas y el petróleo. Todo ello debilitó sustancialmente el sistema monetario de la post II guerra basado en el dólar de los EEUU que, aunque cada vez más depreciado, sigue siendo la divisa más utilizada.

Aparecen nuevas monedas –respaldadas por oro –y criptomonedas con o sin respaldo de valor real, emitidas –o no– por estados nacionales, que siguen desplazando al dólar, el que se mantiene como divisa preferente por las ingentes cantidades del mismo en poder de sus acreedores. El “petrodólar” se ve cada vez más amenazado y continúa siendo sustituido.

Se acelera la sustitución del trabajo vivo por el pretérito (robots e inteligencia artificial); se consolidan formas laborales como el teletrabajo y su control por la vía digital. La precarización y abaratamiento de la fuerza de trabajo desestimula, sin detener, la innovación, que la sigue expulsando. Ello compromete su demanda y hasta la relocalización industrial cuya base siempre había sido –junto con el aproximamiento a las fuentes de materias primas– los bajos salarios en los países del “sur global”.

El cambio climático siguió afectando el modus vivendi de la población mundial, en particular a la más desfavorecida. Se mantiene y crece el temor por las pandemias, las ya existentes y las que ya se teme surgirán.

Se agravan el hambre, la desnutrición, las migraciones incontroladas desde los países del “sur global” y también los nacionalismos y la xenofobia, también incontrolados, en “Occidente”.

Los países BRICS se consolidan, se amplían, y aumentan su papel en la geopolítica global.

Al iniciar el presente trabajo reseñamos el Informe presentado por Fidel Castro a la VII Cumbre de los Países No Alineados en 1983 que iniciaba caracterizando al mundo que atravesaba entonces “una de las principales crisis de su historia”. Hoy, 40 años después, el Presidente de Cuba, y Presidente Pro-tempore del “Grupo G-77 y China, Miguel Díaz–Canel Bermúdez, “en representación de 134 países, dos tercios de los miembros de la ONU en los que vive el 80% de la población del planeta enfrentando los desafíos colosales de un mundo cada día más desigual, en el que se han multiplicado la exclusión y la pobreza después de dos años de pandemia seguidos de dramáticos conflictos” ante el Grupo BRICS señaló:5

En los últimos diez años las naciones del Sur han visto duplicarse su deuda externa, ya pagada con creces.  Aumentan las medidas coercitivas unilaterales.  Más de 3 000 millones de personas se ven afectadas por la degradación de los ecosistemas.  Más de un millón de especies de plantas y animales están en peligro de extinción, según se lee en el Mensaje del Secretario General por el Día Mundial del Medio Ambiente.

Si no actuamos de inmediato, legaremos a nuestros hijos y nietos un planeta no solo irreconocible para quienes venimos del siglo anterior, sino tristemente condenado a resultar inhabitable.

A siete años del plazo fijado para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 el panorama es desalentador. La mitad de las 169 metas acordadas están muy lejos de ser cumplidas.  Más del 30 % de ellas no han experimentado ningún avance o, lo que es peor, muestran retroceso con respecto a 2015, de acuerdo con el más reciente informe de las Naciones Unidas.

Los países desarrollados de Occidente y las grandes transnacionales han diseñado un orden internacional que no toma para nada en cuenta el progreso de las naciones del Sur y solo resulta eficaz para exiguas minorías.

El Grupo de los 77 y China y los BRICS tenemos la responsabilidad y la posibilidad de actuar por un cambio de ese injusto orden mundial: no es una opción, es la única alternativa.

Hoy nadie puede cuestionar la creciente autoridad de los BRICS. Por eso no dudamos en dar la bienvenida a su eventual ampliación, que contribuiría a reforzar su relevancia y representatividad.

Ha sido un reclamo histórico del Grupo de los 77, como lo es también de los BRICS, emprender una transformación real de la arquitectura financiera internacional profundamente injusta, anacrónica y disfuncional.

Creemos firmemente que el Nuevo Banco de Desarrollo creado por los BRICS puede y debe convertirse en una alternativa frente a las actuales instituciones financieras, que han aplicado por casi un siglo recetas draconianas para lucrar con las reservas del Sur y reproducir sus esquemas de sometimiento y dominación.

Saludamos la loable iniciativa de los BRICS de crear un mecanismo de reserva de monedas extranjeras de base amplia que garantice certidumbre y estabilidad al Sur.  Seguramente la extensión de ese mecanismo a otros países contribuiría a paliar los desequilibrios del sistema monetario actual.

El establecimiento de líneas de crédito mutuas en monedas locales por los bancos de los países BRICS y la posibilidad de crear una moneda única para sus operaciones son también iniciativas que pudieran aplicarse en las relaciones con otros países en desarrollo para reducir el abusivo monopolio de la moneda estadounidense que refuerza y garantiza una hegemonía dañina para el resto del mundo.

Los países BRICS son líderes mundiales en la producción agrícola, concentrando alrededor de un tercio de los alimentos producidos a nivel global.  Su acción conjunta con el resto de los países en desarrollo sería un aporte sustancial a la eliminación del hambre que hoy padecen más de 700 millones de personas en el mundo.

En materia de cambio climático, enfatizamos en el valor estratégico de la coordinación efectiva entre los BRICS y el Grupo de los 77, para salvaguardar el principio de las respon-sabilidades comunes, pero diferenciadas en la implementación de la Convención Marco y el Acuerdo de París.

En la COP28, que tendrá lugar este año en Dubái, por vez primera se celebrará una Cumbre de líderes del Grupo de los 77 convocada por Cuba para reforzar la coordinación estratégica.

El desarrollo científico-técnico está hoy monopolizado por un club de países que acaparan la mayoría de las patentes, las tecnologías, los centros de investigación, y promueven el drenaje de talentos de nuestros países.

El G77 y los BRICS deben y pueden hacer más para cambiar esa situación, y en ese espíritu Cuba ha convocado a una Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno del Grupo de los 77 y China sobre ciencia, tecnología e innovación como premisa para el desarrollo; tendrá lugar el 15 y el 16 de septiembre próximo, en La Habana.

Para avanzar hacia un futuro más justo y sostenible el momento de la acción colectiva no es mañana, es ahora.

Creemos firmemente en el poder de la unidad en la diversidad y en que es la hora de actuar unidos en defensa de históricos reclamos que, por no ser atendidos a tiempo, han multiplicado los problemas que enfrentan hoy nuestras naciones.

En la página 3 del presente trabajo, al referirnos al NOEI se señala: “El NOEI no pudo ser, aunque quedó como constancia de que el orden internacional no podía ser cambiado en los marcos del mismo sistema que había diseñado los métodos y técnicas destinados a perpetuarlo”. Hoy la coyuntura es distinta, el viejo orden desaparece y el nuevo orden ya ha nacido y lo hará posible.

Notas

1 “Los felices 90. La semilla de la destrucción” (2003) de Joseph E. Stiglitz

2 Jorge Casals, “De paseo por la tercera vía”, “Semanario “Manos”, Montevideo, Uruguay, julio de 1999.

3 Toda la información, las referencias y las previsiones hasta el año 1999, son tomadas de: Jorge Casals, ¿Nos regresará el nuevo siglo a 1929?, Semanario “Manos”, Montevideo, Uruguay, 25 de febrero de 1999; “EE.UU. y el actual orden económico y financiero internacional”, Semanario “Manos”, Montevideo, Uruguay, 10 de noviembre de 1999.

4 Mas al respecto en “Del “fin de la historia” al “fin del neoliberalismo” (¿del capitalismo?), en: Jorge Casals Llano, “Cuba Socialista”, 4ta. época, No. 13-18/ 2020-2021.

5 Discurso pronunciado por Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, en los Diálogos de la XV Cumbre de los BRICS, Johannesburgo, Sudáfrica, el 24 de agosto de 2023, “Año 65 de la Revolución”.