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Nueva Época Número 00


América Latina y el Caribe en el tablero de la geopolítica mundial*


Dr. C. Atilio A. Borón

Politólogo y sociólogo argentino, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y director del Programa Latinoamericano de Educación a distancia en Ciencias Sociales (PLED).


Uno de los grandes méritos históricos del Co- mandante Hugo Chávez Frías fue fomentar y for- talecer el proceso emancipatorio de Nuestra Amé- rica mediante un resuelto combate librado en el terreno de las ideas. Lector atentísimo de la obra del Libertador, al Comandante no se le pasó por alto aquel pasaje del célebre discurso de Angostu- ra en el que Bolívar decía que “uncido el Pueblo Americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía, y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtud.” Y agregaba: “por el en- gaño se nos ha dominado más que por la fuerza y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición.”

En línea con estas palabras del Libertador José Martí afirmaría, ya en las postrimerías del siglo diecinueve, que “de pensamiento es la guerra que se nos libra, ganémosla a fuerza de pensamiento.” No derrotaremos a los imperialistas sin prevalecer en esta batalla. Un enemigo que, como decía Bolí- var, nos domina más por la ignorancia, el engaño y el vicio que por otras causas. Esta convocatoria cobraría nuevos ímpetus cuando el Comandante Fidel Castro exhortara a los revolucionarios de América Latina y el Caribe a librar la decisiva “ba- talla de ideas” en contra del neoliberalismo que,

fracasado económicamente —pueblos empobre- cidos, sociedades más desiguales, economías más vulnerables, monopolios más poderosos— aún mantiene su predominio gracias a una victoria ideológica conquistada tras largos años de trabajo de toda su industria cultural y su formidable ma- quinaria propagandística.

En línea con estas preocupaciones, en las pági- nas que siguen examinaremos el papel de Amé- rica Latina y el Caribe en el cambiante y cada vez más amenazante tablero geopolítico mun- dial. Luego de una breve descripción de la situa- ción actual del imperialismo (porque el Sistema Internacional es imperialista hasta la médula así reconocido por los “intelectuales orgánicos” del imperio aunque la propaganda de la derecha se empeña en ocultar esta desagradable realidad) expondremos las razones por las cuales los países de Nuestra América ocupan, desde hace casi dos siglos, un lugar central en el diseño geopolítico global de Estados Unidos. Finalmente, se apor- tarán algunas reflexiones sobre lo que deberían hacer nuestros pueblos para “impedir a tiempo”

—como lo advertía José Martí en su inconclusa carta a su amigo Manuel Mercado— que apode- rándose de Cuba y el Caribe los Estados Unidos


*Esta ponencia retoma, reelabora y actualiza algunas de las ideas contenidas en Atilio Boron: América Latina en la Geopolítica del Imperialismo, Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2012, también fue presentada inicialmente en for- ma de ponencia, en la Primera Conferencia de Estudios Estratégicos ¨Repensando un mundo en crisis y transforma- ción¨ del Centro de Investigaciones de Política Internacional, La Habana 16-18 de octubre 2013.

terminen por someter a su mando a todos los paí- ses de Nuestra América.

Auge y decadencia del imperio americano Estamos viviendo una época muy especial. El Presidente Rafael Correa ha sintetizado con pre- cisión su significado al reiterar que la nuestra no es tan sólo una época de cambios sino que de lo que se trata es de un cambio de época, mismo que se ha venido gestando en las últimas dos déca- das. La “pax americana” establecida desde la in- mediata posguerra demostró tener pies de barro y su duración fue mucho más corta de lo que sus usufructuarios esperaban. Durante su transcurso se fue ampliando la brecha entre un supuesto “or- den mundial” —que no era sino un colosal y cruel desorden— y el “Sistema Internacional. “ El “or- den” había sido construido según la correlación de fuerzas y los actores existentes a la salida de la Segunda Guerra Mundial. Se expresa todavía en el actual sistema de Naciones Unidas, el papel de- cisivo de su antidemocrático Consejo de Seguri- dad y los poderes de fiscalización y control econó- mico y financiero atribuidos al FMI y el BM. Pero si ese orden expresaba la realidad de los años de la segunda posguerra, hoy ni los desafíos que en- frenta la humanidad, ni la correlación de fuerzas ni los actores relevantes del Sistema Internacio- nal son los mismos. Uno de los mayores desafíos de los años venideros será lograr la reconciliación entre el orden mundial con la realidad del Sistema Internacional; o sea, crear un entramado de insti- tuciones, normas legales y reglas de juego capaces de organizar, con criterios de justicia y equidad, al flujo incesante de relaciones de todo tipo y de los más diversos actores que se desenvuelven en el

Sistema Internacional.

Tal cosa no será una tarea sencilla sino un proce- so erizado de peligros si se tiene en cuenta que en poco más de veinte años el Sistema Internacional experimentó tres significativas mutaciones: todavía

en 1991 era un sistema que el orden bipolar de pos- guerra podía contener, si bien precariamente, gra- cias al equilibrio del terror atómico establecido entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Entre 1991 y el 2001 el formato del sistema cambió: implosionada la Unión Soviética desapareció el bipolarismo y el sistema se convirtió súbitamente en unipolar, des- acomodando a un ordenamiento internacional que ya no era bipolar, precisamente por la desaparición de la Unión Soviética, pero que ni tenía condicio- nes de legitimar al unipolarismo imperial propio de “un nuevo siglo americano” ni estaba preparado para asumir a fondo la realidad del policentrismo en ciernes.

Fueron estos los pocos años en que los intelec- tuales y expertos de la derecha imperial estadou- nidense soñaron con el amanecer del ya mencio- nado “nuevo siglo americano”, un ordenamiento internacional que reflejaría el indisputado predo- minio de Estados Unidos en todos los terrenos del tablero mundial. El ALCA, derrotado en esa gran batalla que el Comandante Chávez librara en Mar del Plata en noviembre de 2005 era precisamente una de las expresiones de un proyecto que, visto en perspectiva histórica, había nacido muerto.

Fue por eso que tan ingenuo “superoptimismo”, como lo caracterizaría Zbigniew Brzezinski en un trabajo reciente, no duraría mucho tiempo.1 Con los atentados del 11 de setiembre de 2001 el uni- polarismo se derrumbaría tan estrepitosamente como las Torres Gemelas. En el período abierto a partir de esa fecha el Sistema Internacional pre- senta un rasgo absolutamente anómalo: un acen- drado policentrismo en lo económico, político y cultural en difícil convivencia con el recargado unipolarismo militar estadounidense. Para sinte- tizar: en los últimos años surgieron nuevos acto- res y nuevas realidades que hicieron del Sistema Internacional una arena mucho más plural y ba- lanceada que antes, pero a la vez, en el terreno mi- litar, Estados Unidos se erige como una infernal


1Se trata de su Strategic vision. America and the crisis of global power, New York: Basic Books, 2012.

maquinaria de destrucción y muerte sin rivales, que dispone de la mitad del presupuesto militar mundial. No existen antecedentes históricos que registren tamaña disparidad entre el potencial militar de las naciones.

Este “cambio de época” se manifiesta en los grandes movimientos de las “placas tectónicas” del Sistema Internacional: (a) el poder global y el centro de gravedad de la economía mundial se desplazan del Oeste hacia el Este, del Atlánti- co Norte hacia el Asia Pacífico; (b) paralelamente se verifica la lenta pero irreversible declinación del poderío estadounidense; (c) se reconfiguran alianzas y coaliciones que reemplazan, en parte, a Estados Unidos como líder global; (d) se advier- ten las devastadoras consecuencias de la crisis ci- vilizatoria del capitalismo, y sus impactos sobre el medio ambiente, la integración social y la es- tabilidad del orden político; (e) se tornan insos- layables los avances en los procesos de resisten- cia al imperialismo en América Latina y el Caribe y el lento pero inexorable despertar del mundo árabe y, en general, de los pueblos de la periferia; (f) por último, se verifica la declinación de Eu- ropa, sede de las mayores potencias coloniales de la historia. Un documento del Departamento de Defensa de Estados Unidos revela claramente el significado de estos cambios al afirmar que “Los Estados Unidos, nuestros aliados y socios enfren- tamos un amplio espectro de desafíos, entre los cuales se cuentan las redes transnacionales de ex- tremistas violentos, estados hostiles dotados de armas de destrucción masiva, nuevos poderes re- gionales, amenazas emergentes desde el espacio y el ciberespacio, desastres naturales y pandémicos, y creciente competencia para obtener recursos”.2 No sorprende, por lo tanto, que un memorándum de la Henry M. Jackson School of International Studies preparado para la Casa Blanca, afirme sin

ambages que Estados Unidos está en guerra, y que seguirá en guerra por muchos años más y que, en función de esto el citado documento recomiende “usar la fuerza militar, donde sea efectiva; la di- plomacia, cuando lo anterior no sea posible; y el apoyo local y multilateral, cuando sea útil.”3

Si en el pasado el tema de la decadencia impe- rial parecía un gastado leitmotiv de la izquierda latinoamericana, en la actualidad se ha converti- do en un lugar común para los más lúcidos inte- lectuales orgánicos del imperio.

El ya mencionado Brzezinski, uno de sus más realistas y a la vez inclementes apologistas, lo dice en las páginas iniciales del citado libro cuando plantea un asombroso paralelismo entre la situa- ción de la Unión Soviética en las dos décadas in- mediatamente anteriores a su derrumbe y la que prevalece en estos momentos en Estados Unidos.4 En efecto, la Unión Soviética fue víctima de un sistema político incapaz de revisar y corregir sus políticas, tal como hoy ocurre en Estados Unidos; dos, Moscú se embarcó en una brutal expansión del gasto militar para competir con Estados Unidos y conquistar Afganistán, y Washington hoy se halla lanzado a una desbocada carrera armamentista que ha hecho que su presupuesto militar ya supere con holgura el millón de millones de dólares; tres, la economía soviética comenzó a perder competi- tividad en algunas áreas tecnológicas clave, al igual que está ocurriendo en Estados Unidos hoy día; cuatro, esta combinación de políticas produjeron el deterioro en los estándares de vida de la gran ma- yoría de la población ante la cínica insensibilidad de su clase dirigente, cada vez más enriquecida, cuadro este que se reproduce dramáticamente en Estados Unidos y que se expresa en movimientos tales como el “Ocupa Wall Street”, que conmovió más de mil ciudades de aquel país; cinco, finalmen- te, la URSS padeció de un progresivo aislamiento


2Department of Defense, National Defense Strategy, Washington, junio de 2008.

3El documento se encuentra disponible en internet en la siguiente dirección: https://digital.lib.washington.edu/resear- chworks/bitstream/handle/1773/4635/TF_SIS495E_2009.pdf?sequence=1

4Zbigniew Brzezinski: Ob.cit., pp. 16-17.

internacional, cosa que también está ocurriendo con el país del Norte. Véase si no como pierde las principales votaciones en la Asamblea General de la ONU sobre temas acerca del bloqueo a Cuba, los derechos del pueblo palestino y tantos otros y lo que expresan diversas encuestas de opinión públi- ca acerca de la imagen de Estados Unidos, especial- mente en el mundo árabe.5

No deja de ser sumamente llamativo que un au- tor de un talante tan conservador como Brzezins- ki establezca esta analogía entre las realidades so- cioeconómicas y el clima cultural y político que precedió a la implosión de la URSS y el que en la actualidad predomina en los Estados Unidos. El “pesimismo” y el “voluntarismo antiimperialista” con el cual muchas veces se descalifica a quienes desde Latinoamérica planteamos esta visión de la decadencia de la superpotencia no son descalifi- caciones que le pudieran ser atribuidas al ex con- sejero de seguridad nacional del presidente James Carter. La decadencia imperial es un hecho real e incontrastable.


La extraordinaria importancia de Amé- rica Latina y el Caribe

Llegados a este punto conviene preguntarse por el lugar que Nuestra América ocupa en el disposi- tivo global: económico, político, cultural y militar del imperio. Cuestión esta tanto más importante cuanto más insisten gobernantes, funcionarios y académicos estadounidenses —y sus epígonos lati- noamericanos y caribeños— en señalar que nuestra región carece de importancia en el tablero geopo- lítico mundial. Según esta opinión las prioridades del imperio serían, en primer lugar Medio Oriente, por su enorme riqueza petrolera y porque allí se encuentran su principal compinche regional, Is- rael, y su declarado enemigo, Irán; luego viene Eu- ropa, aliada incondicional, gran socia comercial y cómplice de cuantas tropelías haya lanzado la Casa

55Ibíd., pp. 16-17.

Blanca:6 en tercer lugar asoma el Extremo Oriente, por el irresistible ascenso de China, las presencia de las dos Coreas y Japón; en cuarto lugar, Asia Cen- tral, importante por su potencial petrolero y gasí- fero, y como espacio privilegiado para crear un di- que de contención del fundamentalismo islámico. Finalmente, disputando un intrascendente quinto lugar palmo a palmo con África aparecería Nuestra América, mendigando la compasión y la caridad de los vecinos del Norte. Tal como se demuestra en nuestro libro, este “relato oficial” del imperio cons- tituye una de las más colosales falacias de la histo- ria diplomática universal.

Porque si las cosas fueran como lo asegura esta torpe interpretación histórica, ¿cómo explicar la desconcertante paradoja de que una región como América Latina y el Caribe, tan irrelevante según propios y ajenos, haya sido la destinataria de la primera doctrina de política exterior elaborada por Estados Unidos en toda su historia? Esto ocu- rrió tan tempranamente como en 1823, es decir, un año antes de la Batalla de Ayacucho, que puso fin al imperio español en América del Sur. Natu- ralmente, se trata de la Doctrina Monroe, que con sus circunstanciales adaptaciones y actualizacio- nes —entre ellos el infame Corolario Roosevelt, que autoriza a Washington “a enseñarle a gober- nar de forma decente y honrada” a países que no lo hacen—, Doctrina Monroe, decíamos, que ha venido orientando la conducta de la Casa Blanca hasta el día de hoy.

Habría de transcurrir casi un siglo para que Washington diera a luz, en 1918, una nueva doc- trina de política exterior, la Doctrina Wilson, esta vez referida al teatro europeo convulsiona- do por el triunfo de la Revolución Rusa, la car- nicería de la Primera Guerra Mundial y el inmi- nente derrumbe de dos imperios, el Alemán y el Austro-Húngaro, que junto al derrotado Zarismo eran el baluarte de la reacción en Europa. No es

6Sobre este tema ver Atilio A. Boron y Andrea Vlahusic: El lado oscuro del imperio. La violación de los derechos huma- nos por Estados Unidos, Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2009.

un dato anecdótico que esta doctrina para Europa haya sido elaborada mucho después de otra rela- tiva a un área “irrelevante” como América Latina y el Caribe.

La tercera doctrina de política exterior que ela- bora Washington es la de la “contención”, también conocida como la Doctrina Truman aunque su creador fue una de los diplomáticos, politólogos e historiadores más importantes de Estados Uni- dos a lo largo del siglo veinte: George F. Kennan, que en 1946 envió el célebre “Largo Telegrama” al presidente Harry Truman en su calidad de em- bajador adjunto de los Estados Unidos en Moscú recomendándole adoptar una política para conte- ner lo que Kennan calificaba como un incontro- lable expansionismo soviético, especialmente en las áreas de mayor importancia estratégica para Estados Unidos.

Un año después publicaría, sobre la base de aquel telegrama y con el título “Las fuentes de la conducta soviética”, un artículo en Foreign Affairs, “la revista” del establishment norteamericano, destinado a influir profundamente en el curso de la política exterior estadounidense.7

En 1948 Truman adopta las ideas de Kennan y las hace suyas, dando lugar a una nueva doctrina de política exterior: la “contención” y, su corola- rio, la Guerra Fría. Para erigir una barrera a la ex- pansión soviética en áreas de interés estratégico para Washington, Truman apresura la firma de una serie de tratados militares en diversas regio- nes: lo hace en Abril de 1949 con Gran Bretaña, Francia, Canadá y otros países europeos dando creación a la Organización del Tratado del Atlán- tico Norte (OTAN).

En 1952 firma el ANZUS, un tratado con Aus- tralia, Nueva Zelandia para garantizar la presen- cia de Estados Unidos en el Pacífico, mismo que, recargado, continúa en vigencia hasta el día de hoy; en 1954 lo hace con una serie de países del Lejano Oriente, el SEATO (South East Asia Treaty

Organization) en 1954 (disuelto en 1977); al año siguiente firma el CENTO (Central Eastern Trea- ty Organization) nucleando a varios países del Medio Oriente, entre ellos Irán, Irak, Paquistán, y desahuciado en 1979.

Y con América Latina y el Caribe, ¿no firmó Estados Unidos un tratado político-militar para contener al comunismo? ¡Claro que sí! Y como corresponde a un área tan poco prioritaria, como se dice corrientemente, ¡fue el primer tratado de todos cuantos firmara Washington! Lo dejó plas- mado en 1947 y es el tristemente célebre Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que en síntesis dice que cualquier ataque por parte de una potencia externa a un país de las Américas sería respondido solidariamente por todos ellos. Lo de “potencia externa” era un eufemismo para referirse a la Unión Soviética. Cuando ese ataque sobrevino, en 1982, con ocasión de la Guerra de las Malvinas, Washington se olvidó del TIAR y se puso de lado de Gran Bretaña, suministrándole apoyo logístico y de inteligencia que fueron cru- ciales para su victoria.

Desde el punto de vista militar podríamos agre- gar el ejemplo del Comando Sur de las fuerzas armadas de Estados Unidos: fue organizado en 1963 al paso que el CENTCOM, con jurisdicción en Medio Oriente Medio, Norte de África y Asia Central, y especialmente Afganistán e Irak, fuese creado recién en 1983 al paso que el AFRICOM recién lo hizo en 2008. Es decir, en cada una de estas iniciativas en el terreno diplomático o mi- litar América Latina y el Caribe invariablemente toman la delantera.

La respuesta ante estas paradojales circunstan- cias es evidente: la razón de esta precoz y soste- nida atención es que, más allá de la retórica y de las argucias diplomáticas, América Latina y el Ca- ribe es, para los Estados Unidos, la región más importante del planeta. Es por eso que desde sus primeros años como nación su preocupación fue


5Originalmente publicado con el pseudónimo de X y con el título “The sources of Soviet conduct”, en Foreign Affairs, julio de 1947.

elaborar una postura política apropiada ante esa enorme masa continental que se extendía al sur de las trece colonias originarias.

John Adams, quien luego sería el segundo pre- sidente de Estados Unidos, declaró tan temprana- mente como en junio de 1783 que “Cuba es una extensión natural del continente norteamericano, y la continuidad de los Estados Unidos a lo lar- go de ese continente torna necesaria su anexión”. Como vemos, la enfermiza obsesión yankee con la Isla tiene muy antiguas raíces.

Más de un siglo después, el presidente William Howard Taft, no contento con querer apoderarse de Cuba, profetizó para Estados Unidos la ane- xión de todo el continente. En 1912 dijo que “no está lejano el día en que tres banderas de Estados Unidos delimiten nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la terce- ra en el Polo Sur. La totalidad del hemisferio será de hecho nuestro, como ya lo es moralmente en virtud de la superioridad de nuestra raza”.

Como puede apreciarse, el ALCA no era para nada una política novedosa sino la actualiza- ción del Destino Manifiesto y de añejos objeti- vos que Estados Unidos se había trazado desde sus comienzos como nación independiente. ¿Qué otra cosa era el ALCA sino la actualización de la pretensión de Taft de enarbolar las tres bande- ras yankees a lo largo y a lo ancho del hemisfe- rio? Y, ya viniéndonos al presente, ¿qué otra cosa puede ser la tan publicitada Alianza del Pacífico sino una estratagema destinada a reforzar el po- derío norteamericano para alinear, bajo control de Washington, a los países de Nuestra América para enfrentar el desafío planteado por China y las nuevas constelaciones del poder mundial?

¿Qué es lo que fundamenta tamaño interés por América Latina y el Caribe? Dos cuestiones prin- cipales: primero, la concepción geopolítica predo- minante en Estados Unidos, desde mediados del siglo diecinueve en adelante, y que considera a los

países al sur del Río Bravo como parte de una gi- gantesca isla americana enfrentada a la gran masa terrestre euroasiática donde anidan sus rivales. Por lo tanto, el control de dicha isla y de todas las naciones que en ella habitan —aunque sean pequeñísimas, como la isla de Granada, arrasa- da por una invasión yankee en 1983— es esencial para la seguridad nacional de los Estados Unidos. La temprana formulación de la Doctrina Monroe es expresión de esta creencia, ratificada en la se- gunda mitad del siglo diecinueve por las concep- ciones geopolíticas de Alfred Mahan.

Pero, viniendo al encuentro de temas más ac- tuales, está lo que un estudioso como Michael Klare ha denominado la “cacería de los recursos naturales”.8 Y como lo reconocen los especialis- tas, si hay algo que tiene América Latina, y muy especialmente Sudamérica, es una exorbitante ri- queza de recursos naturales. Con poco más del 7

% de la población mundial dispone, según diver- sos estudios, entre un 40 y un 45% del agua dul- ce del planeta; cuenta con el país que dispone de las mayores reservas probadas de petróleo: Vene- zuela, que desplazó de esa posición de liderazgo a Arabia Saudita según recientes informes anuales de la OPEP. Súmesele a ello las grandes reservas submarinas del Litoral Paulista en Brasil, más el petróleo que se encuentra en México, Colombia, Ecuador, Perú y Argentina y se obtendrá una cla- rísima idea de la importancia de nuestra región en el suministro mundial de ese combustible.

No por casualidad los dos países más amena- zados por Estados Unidos son Venezuela e Irán, dos de los más grandes productores mundiales de petróleo. La región también cuenta con grandes yacimientos de gas y ríos enormes que proporcio- nan energía hidroeléctrica abundante y barata. En la producción mineral, Nuestra América incluye a 7 de los 10 países productores de minerales estra- tégicos indispensables para la industria de defen- sa de los Estados Unidos, según informe elevado


8Michael Klare: Guerra por los recursos. El futuro escenario del conflicto global, Urano/Tendencias, Barcelona, 2003.

al Congreso de la Fuerza Aérea de ese país. Y si de biodiversidad se trata, la que se encuentra en la gran cuenca amazónica y subamazónica equivale a la mitad de la biodiversidad de la Tierra y de la cual se desprenden las más dinámicas industrias de nuestra época: la biotecnología, la ingeniería genética y la industria farmacéutica. Aparte de ello es una de las principales regiones productoras de alimentos del mundo y tiene en la Amazonía nada menos que el pulmón del planeta.

Si estos recursos eran antes disputados por una pequeña proporción de la población mundial, di- gamos un 30 % o poco más, considerando a los países desarrollados y a los sectores “modernos” de la periferia, la rápida (en términos históricos) incorporación de China y la India como deman- dantes de esos recursos naturales aumentó en un 35% adicional el número quienes hoy compiten por acceder a esos bienes comunes.

La respuesta de Washington ante este aumen- to de la demanda fue una desorbitada militariza- ción de las relaciones internacionales. Como con- secuencia de ello, hasta la fecha son 76 las bases militares que Estados Unidos tiene en la región, indicio elocuente de cuál va a ser la actitud de ese país en el momento en que se intensifique y se tor- ne más encarnizada la “cacería de los recursos”.9 Recursos, además, que el centro imperial encuen- tra disponibles a corta distancia y sin tener que sortear grandes distancias o enormes dificultades logísticas o de transporte. Un solo dato ilustra esto con mucha claridad: un buque cisterna que transporte petróleo de Venezuela puede llegar a Houston en tres días o cuatro días de navega- ción por un “mar interior” norteamericano como desgraciadamente es el Caribe, protegido por un impresionante rosario de bases militares de todo tipo. Ese mismo buque cisterna se demora unos 35 días como promedio para llegar desde el Golfo

Pérsico a Houston, con el consiguiente aumento del costo del flete y la incertidumbre por el largo trayecto que debe recorrer.


Una hoja de ruta hacia nuestra segunda y definitiva Independencia

Dados estos antecedentes es evidente la necesi- dad de fortalecer todas las instancias de integra- ción —y, como decía Chávez, más que de la inte- gración de la unión— de nuestros pueblos. Para ello será preciso que los gobiernos democráticos y los movimientos populares de la región sean conscientes de cuáles son los objetivos estraté- gicos de Estados Unidos en la coyuntura actual: primero, destruir a la Revolución Bolivariana y acabar con su gobierno, proyecto que está siendo aplicado con una perversa meticulosidad sobre todo a partir de la muerte del Comandante Hugo Chávez Frías; segundo: garantizar el control ex- cluyente de las inmensas riquezas que alberga la Amazonía.

En relación con el primer objetivo, los estrate- gos del imperio pensaron que la prematura y muy sentida muerte del Comandante Hugo Chávez Frías abriría rápidamente las puertas a una “re- conquista” estadounidense de Venezuela para, desde allí, golpear ferozmente a todos los países de la ALBA. Sin embargo, el formidable apoyo popular con que cuenta la Revolución Bolivaria- na se ha erigido como un obstáculo hasta ahora insuperable para las ambiciones de la Casa Blan- ca. No obstante, Estados Unidos persistirá en su empeño porque además sabe muy bien que la caí- da del chavismo significaría un durísimo revés para Cuba y un muy rudo golpe para los proyec- tos emancipatorios en curso —sobre todo en Bo- livia y Ecuador— y para los anhelos de los movi- mientos populares de la región. Venezuela es, por lo tanto, un blanco estratégico fundamental y el


9Cfr. Telma Luzzani: “Territorios Vigilados. Como opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica,” Debate, Buenos Aires, 2012. En su libro, publicado a mediados de 2012, Luzzani habla de 72 bases; en el mío, enviado a la imprenta en octubre del mismo año, ya se habían agregado tres más. Cuando el libro sale a la luz pública Estados Unidos ya había agregado una nueva base, llegándose así a las 76.

primero que debe ser atacado, desde afuera tan- to como desde adentro, apelando a los enemigos históricos del pueblo venezolano que se desviven por convertirse en obedientes peones del imperio. En cuanto al segundo objetivo estratégico, el control de la Amazonía, esto cae por su peso con el simple recuento de los enormes bienes comu-

nes a los cuales aludíamos más arriba.

Los documentos oficiales del Pentágono, la CIA, el Consejo Nacional de Seguridad y el Departamen- to de Estado no ocultan que la segunda mitad de este siglo será caracterizada por cruentas guerras del agua. Se puede vivir sin petróleo pero no sin agua, y Nuestra América tiene una fenomenal cantidad de ese estratégico e irreemplazable elemento, amén de los otros que reseñáramos más arriba.

Un dato estadístico ilustra la importancia que Washington le asigna al control de la Amazonía: mientras que Venezuela está rodeada por 13 bases militares norteamericanas (o europeas, como las holandesas de Aruba y Curaçao pero alquiladas a los estadounidenses), Brasil está cercado por 25, si se cuentan las dos del Reino Unido y la Otan lo- calizadas en las Islas Ascensión y en las Islas Mal- vinas, pero pertrechadas con equipamiento nor- teamericano y con presencia de militares de ese país. Entre ambas locaciones se encuentra, ¡segu- ramente que por mera casualidad!, el enorme ya- cimiento petrolífero brasileño del Presal.

Por lo tanto, la unidad de América Latina es el único camino para nuestra sobrevivencia como sociedades civilizadas e independientes. Una uni- dad difícil, porque la región está lejos de ser ho- mogénea y si bien están los países del ALBA hay

otros que aun simpatizando con ellos no están integrados al proyecto, como Argentina, Brasil y Uruguay. Si los primeros tienen como horizonte la construcción de un socialismo del siglo vein- tiuno —en sus variantes bolivarianas o del Sumak Kawsay de los pueblos andinos— los segundos tienen como meta la quimérica construcción de un “capitalismo serio.” Por lo tanto, pueden co- laborar con algunas de las iniciativas del ALBA pero, al menos hasta ahora, octubre del 2013, no forman parte de esa alianza.10 Y hay otros países, tanto en Sudamérica como en el resto del conti- nente, que han sido ganados por el imperio y que en algunos casos podrían desempeñar el papel de dóciles proxies operando a favor de Washington al interior de esquemas de integración como la UNASUR y la CELAC: casos de Colombia, Chi- le, Perú, Costa Rica, Panamá y México, principal- mente.

De lo anterior se desprende la necesidad de consolidar los procesos políticos de izquierda y progresistas en marcha en la región, abroquelar- nos en la defensa de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador y detener la contraofensiva restaurado- ra lanzada por Estados Unidos que, digámoslo claramente, pretende retrotraer la situación del hemisferio al statu quo imperante antes de la re- volución cubana. Esto se realiza a través de “gol- pes parlamentarios” (Honduras y Paraguay),11 la “modernización” de la derecha latinoamericana, reemplazando sus arcaicos discursos, estilos y li- derazgos por otros que casi la convierte en una suerte de aggiornada socialdemocracia; el enor- me impulso dado a la Alianza del Pacífico, pérfida


10Esto se comprobó con total claridad en el incidente sufrido por el avión del Presidente Evo Morales durante su viaje de regreso de Rusia. Cuatro países europeos, actuando como indisimulados lacayos del imperio, impidieron el paso de la aeronave poniendo en riesgo la vida de sus ocupantes. Ante esto la UNASUR debía convocar de inmediato a una Cumbre Extraordinaria de Presidentes y Jefes de Estado de la organización pero quien debía convocarla era el país que ejercía su presidencia “pro témpore”. En ese momento estaba en manos del Perú, cuyo gobiernos, seguramente que aconsejado por Washington, restó importancia a lo ocurrido y se negó a convocar a la Cumbre Extraordinaria que te- nía la obligación de llamar a pesar de que el Secretario General de esa organización, Alí Rodríguez, exigió que se citara a los presidentes de forma inmediata.

11Sobre esto ver el reciente, y excelente, libro de Marcos Roitman Rosenmann: Tiempos de Oscuridad. Historia de los golpes de estado en América Latina, Ediciones Akal, Madrid, 2013.

sustituta de la ALCA que encuentra la complici- dad de varios gobiernos de la región; la tremenda ofensiva mediática coordinada desde Washington por el GEA, el Grupo de Editores de América en el entendido que la guerra antisubversiva de nues- tros días se libra en el terreno de los medios; y, por último, mediante la instalación de bases mi- litares que cubren todo el espacio regional. Exigir el retiro de las bases debería convertirse en la voz de orden, lo mismo que la democratización de los medios de comunicación y la adopción de polí- ticas muy estrictas de condena para los países en donde se viole la “cláusula democrática” contem- plada en el Mercosur y la UNASUR.

Impedir o entorpecer la unión de las naciones sometidas ha sido siempre una regla de oro de los imperios. “Divide y vencerás” ha sido la norma in- variable de todos ellos, y en el momento actual su vigencia es mayor que nunca antes. Por eso Was- hington sabotea sin pausa cualquier iniciativa inte- gradora, sea directa como indirectamente, a través de algunos de su “caballos de Troya” latinoamerica- nos. Nada podría ser más corrosivo para los intere- ses fundamentales del imperio que una UNASUR fuerte y con crecientes capacidades de intervención en los asuntos regionales; o una CELAC plenamen- te institucionalizada y dotada de eficaces mecanis- mos de defensa de los intereses nuestro americanos en el ámbito hemisférico. De hecho el gran debate, sordo todavía, al interior de ese organismo es si se debe o no institucionalizar y, en caso de que así lo sea, hasta qué punto y cómo.

Como simple foro de cumbres anuales a nivel presidencial la CELAC traicionaría el propósi- to con que la había investido su creador, el Co- mandante Hugo Chávez. No son bellos discursos lo que necesitan América Latina y el Caribe sino agencias capaces de producir políticas que pongan coto a los apetitos del imperio. Otro tanto ocurre con la UNASUR, que en su corta existencia ha te- nido un papel sumamente valioso en desbaratar

tentativas golpistas en Bolivia (2008) y Ecuador (2010), aunque no pudo hacer lo propio en Para- guay, más por las vacilaciones del ex presidente Fernando Lugo que por la inacción o impericia de los funcionarios de la UNASUR.

Pocos días después del frustrado golpe de Esta- do en Ecuador el Comandante Chávez decía que “(U)na vez más la UNASUR ha demostrado que no nació para hacer política simbólica: supo ac- tuar, en esta difícil coyuntura ecuatoriana, con la misma voluntad política y la misma determina- ción que en septiembre de 2008 para abortar el golpe de Estado que estaba en desarrollo en Boli- via. El hecho de que todos los presidentes nos re- uniéramos en Buenos Aires en horas de la noche del mismo 30 de septiembre, para ofrecerle todo nuestro respaldo al Gobierno de Correa, es una clara señal, para la derecha, de que el golpismo fascista ya no tiene vida en la América del Sur”.12 La centralidad que la UNASUR le ha asignado al estudio y a la elaboración de propuestas concretas sobre la candente cuestión de los recursos natu- rales es otra prueba de la estratégica importancia que en poco tiempo ha adquirido esa institución sudamericana.

Para resumir: la unión de los pueblos y gobier- nos de Nuestra América es condición sine qua non del éxito en las luchas por la autodetermina- ción y soberanía nacionales. Prueba de ello fue lo ocurrido hace unos pocos meses en el seno de la OEA: cuando el viernes 5 de abril se anunció, sin previo aviso, la inminente visita del por entonces presidente paraguayo, el golpista Federico Franco, a la sede de la institución y al recinto en donde se hallaba deliberando su Consejo Consultivo Per- manente 21 de los 34 miembros de la institución se levantaron y abandonaron la sala en señal de repudio al golpista.

En el caso de la UNASUR, fueron 11 los paí- ses que así lo hicieron; es decir, todos, a excepción del representante del Paraguay que obviamente


12Comandante Hugo Chávez Frías, “Las Líneas de Chávez: ¡Salve, oh Patria, mil veces! ¡Oh Patria!”, en http://www. cubadebate.cu/opinion/2010/10/03/las-lineas-de-chavez-salve-oh-patria-mil-veces-oh-patria.

permaneció en su sitio. Esto habla de la fortale- za de los mecanismos cohesivos alcanzados por esta organización, puestos ya en evidencia en an- teriores oportunidades. Pero, el imperio nunca descansa, y en ocasión del secuestro que sufriera el presidente Evo Morales durante su regreso de Rusia Washington movilizó sus peones regionales para impedir que se convocara a una cumbre ex- traordinaria de presidentes y jefes de estado para responder colectivamente a la agresión incitada por Estados Unidos y perpetrada por sus peones europeos. ¿Por qué no se convocó a esa cumbre? Por el incondicional realineamiento del Perú con Estados Unidos, iniciado por Alberto Fujimori, continuado por Alejandro Toledo, profundizado por Alan García llevado al extremo por el actual presidente, que ha abierto de par en par las puer- tas de su país al Pentágono y al Comando Sur. En poco tiempo se instalaron en el Perú nueve bases militares estadounidenses, y los puertos peruanos son los principales apostaderos donde se reabas- tece la Cuarta Flota de los Estados Unidos. Una oportuna llamada telefónica de la Casa Blanca se- guramente disuadió a Humala de hacer lo que es- taba ética y legalmente obligado a hacer: convocar de urgencia a una cumbre extraordinaria de pre- sidentes y jefes de Estado de la UNASUR.

Para concluir: estamos en medio de una sorda pero importantísima batalla. Como se dijo más arriba, el objetivo estratégico global de Estados Unidos es retrotraer las relaciones hemisféricas a la condición prevaleciente antes del triunfo de la Revolución Cubana: un continente totalmente sometido al mandato inapelable de Washington.

La Casa Blanca, la burguesía imperial y sus peo- nes latinoamericanos trabajan incansablemente en pos de esta restauración y no hay escrúpulo ni nor- ma legal que los detenga. El espionaje sistemático aplicado tanto sobre gobiernos amigos como adver- sarios; los delitos de espionaje industrial perpetrado en contra de nuestros países, principalmente Brasil,

son pruebas concluyentes al respecto. Lo mismo el ilegal e inmoral financiamiento de los partidos y or- ganizaciones sediciosas y destituyentes que acosan, a menudo con métodos terroristas, a los gobiernos bolivarianos y a otros que sin serlo son amigos de estos.

No obstante, estos afanes del imperio tropie- zan con la creciente madurez política de nuestros pueblos, su acrecentada capacidad organizativa y la fortaleza de los gobiernos de izquierda de la región. Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador han dado muestras de resistir presiones de todo tipo ejercidas en su contra para derrocar sus gobiernos y revertir sus procesos revolucionarios, pero han fracasado. Esto demuestra la verdad contenida en el famoso discurso de Fidel en conmemoración del 60º aniversario de su ingreso a la Universidad de La Habana cuando dijo que la Revolución Cu- bana (y su reflexión alcanza también a los demás países) no podrá ser destruida desde afuera, por sus enemigos externos. “Esta Revolución — con- tinuaba Fidel— puede destruirse, los que no pue- den destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra … de nuestros defectos, de nuestros errores, de nues- tras desigualdades, de nuestras injusticias”.13

Hoy, más que nunca, la unidad de los pueblos de Nuestra América depende de continuar y pro- fundizar el impulso original que le diera el Co- mandante Hugo Chávez Frías a la UNASUR y la CELAC y la capacidad de los gobiernos que se en- cuentran a la vanguardia de este proceso para sor- tear los peligros a los que aludía Fidel. Esto signi- fica un compromiso permanente para mejorar día a día la calidad, eficiencia, transparencia y hones- tidad administrativa de la gestión gubernamental y de las instituciones de la democracia participati- va y popular, así como un compromiso igualmente fuerte para empoderar a las clases y capas popu- lares, promoviendo su organización y estimulando su educación general y su formación política. Si así


13Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz en el sexagésimo aniversario de su ingreso a la Universidad, La Habana, 17 de noviembre de 2005. Reproducido en Rebelión, el 6 de diciembre del 2005.

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fuera, se garantizaría el logro de los tres atributos que, según el Libertador, hacen a la perfección del gobierno: “la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política.” Si fracasáramos en el logro de estos objetivos, nuestro futuro sería el de quedar

sometidos al dominio de un país, Estados Unidos, que a juicio de Simón Bolívar, “parece destinado por la Providencia a plagar la América toda de mi- serias en nombre de la libertad.” Confiamos en que los años venideros demuestren que ni Bolívar ni Chávez araron en el mar.