Cuadernos de Nuestra América/Nueva Época/No. 012 / julio-septiembre 2024/
RNPS: 2529 /ISSN: 2959-9849/140 pp.
Venezuela e Irán: Unas relaciones bilaterales estratégicas de más de 70 años
Venezuela and Iran: strategic bilateral relations for more than 70 years
Fecha de aceptación: mayo 2024
Ms. C. Gleydis Sanamé Chávez
Investigadora del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI), Cuba. Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales. Licenciada en Periodismo.
Email: gleydis.saname19@gmail.com
ORCID: 0000-0003-2710-8583
Resumen
Venezuela e Irán iniciaron sus contactos informales a partir del siglo xx, como parte de los primeros y casuales vínculos que sostuvo el país persa con el lejano continente americano. Ese acercamiento inicial estuvo potenciado por los crecientes lazos de la monarquía de los Pahlevi con los Estados Unidos y por la constante búsqueda de oportunidades comerciales hacia nuevos mercados. No obstante, los intereses energéticos de Teherán y las exigencias de la industria petrolera internacional vendrían a ser un punto común de atracción para varios países latinoamericanos, entre ellos —y muy importante— Venezuela. El siguiente artículo científico expone un recorrido histórico sobre las relaciones bilaterales entre Caracas y Teherán, desde los intercambios iniciales no oficiales hasta la actualidad, en un recorrido que abarca más de 70 años. Como objetivo fundamental se ha planteado analizar los factores que han incidido en el desarrollo de esas relaciones, obteniendo como conclusiones primeras el interés común por impulsar una diplomacia energética y la creación de un tipo de resistencia compartida ante la persecución de las ambiciones de las potencias imperialistas.
Palabras claves: Venezuela, Irán, Relaciones bilaterales, Acuerdos, Antiimperialismo, Alianza estratégica, Petróleo.
Abstract
Venezuela and Iran began their informal contacts in the twentieth century, as part of the first and casual links that the Persian country had with the distant American continent. This initial rapprochement was strengthened by the growing ties of the Pahlevi monarchy with the United States and by the constant search for commercial opportunities in new markets. However, Tehran's energy interests and the demands of the international oil industry would become a common point of attraction for several Latin American countries, among them -and very importantly- Venezuela. The following scientific article presents a historical overview of the bilateral relations between Caracas and Tehran, from the initial unofficial exchanges to the present day, in a journey spanning more than 70 years. The main objective is to analyze the factors that have influenced the development of these relations, obtaining as first conclusions the common interest in promoting an energy diplomacy and the creation of a type of shared resistance to the pursuit of the ambitions of the imperialist powers.
Keywords: Venezuela, Iran, Bilateral relations, Agreements, Anti-imperialism, Strategic alliance, Oil.
Introducción
La distancia entre dos áreas geográficas como Latinoamérica y Medio Oriente no se lee solamente en lo respectivo a la cantidad de kilómetros de mar que las separan, sino además en lo relativo a las culturas y las historias nacionales. Esa condición de lejanía permeó durante siglos la existencia de un contacto fluido entre Irán y países de América, lo cual no vino a modificarse en su devenir solo hasta la llegada del siglo xx.
Un factor esencial para que ese cambio emergiera radicó en la caída de la dinastía de los Qajar a inicios de la década de los veinte y la llegada al poder de los Pahlavi, en especial de la figura del Sha Reza Khan, quien orientó varias reformas internas hacia una occidentalización de la histórica Persia, no solo en lo concerniente a lo económico, lo social y lo cultural, sino además en el campo de las relaciones internacionales.
No obstante, en esta época aún se perciben como muy incipientes las relaciones entre Irán y América Latina. Los intercambios comerciales no definían una solidez en los contactos; al respecto, el politólogo argentino Paulo Botta (2020) alega:
Desde inicios del siglo pasado y hasta la Revolución de 1978-1979, los vínculos entre Irán y los países latinoamericanos suelen ser catalogados de “mutua irrelevancia”. A pesar de haberse establecido relaciones en la primera mitad del siglo xx (México en 1899, Argentina en 1902, Brasil en 1903, Chile en 1942 y Venezuela en 1950) y de algunos intercambios comerciales, lo cierto es que las relaciones eran más formales que reales en cuanto a los contenidos (p. 259).
Los apoyos mostrados desde Gran Bretaña y Alemania, así como incipientes síntomas de intereses proyectados desde los Estados Unidos en esos propios años veinte, impulsaron al nuevo monarca iraní a liderar transformaciones internas de gran impacto que le ayudarían a brindar una imagen de apertura y democratización hacia Occidente.
La confianza que brindó hacia Londres, Berlín y, paulatinamente, hacia Washington, lo fueron convirtiendo en un sólido aliado en el área latinoamericana; factor este que fue generando simpatía para el desarrollo de lazos amistosos.
1. Relaciones diplomáticas entre Irán y América Latina en la época de la dinastía Pahlavi
Sin aún haber arribado a los días de la Segunda Guerra Mundial (SGM), Teherán decidió abrir una primera representación diplomática en Buenos Aires, Argentina, específicamente en 1935; este hecho no tendría uno similar hasta 1953 —en tiempos de Guerra Fría—, cuando Brasil fue sede de una segunda embajada persa en el continente.
Al respecto, el historiador y politólogo español Fernando Camacho (2019) destaca varios aspectos que caracterizaron la política diplomática de Irán hacia los países latinoamericanos en esos años, así manifiesta:
Irán no tenía el mismo interés en todos los países de Latinoamérica. Fundamentalmente prevalecieron tres aspectos, que fueron, en primer lugar, los vínculos económicos, tanto comerciales como financieros, donde se incluía, además, la ejecución de estrategias compartidas en la producción y exportación de petróleo.
En segundo lugar, el aspecto demográfico, especialmente a partir de la migración de ciudadanos iraníes a Latinoamérica, la cual fue escasa y en su mayoría estuvo compuesta por minorías étnicas y religiosas, como los armenios, cristianos caldeos y algunos judíos. Y en último lugar, el objetivo de publicitar su imagen internacional. Estos motivos empujaron a Teherán a tomar la iniciativa de impulsar las relaciones en un primer momento con Argentina, Brasil, y más tarde, a mediados de la década de los setenta, con Venezuela y México (p. 72).
De manera paulatina, los crecientes acercamientos bilaterales de Irán con los Estados Unidos encendie-ron los intereses de conocimiento sobre las tierras al poniente del Atlántico y viceversa. Y esto se pudo percibir mucho mejor a partir de la década de los sesenta, debido a la creciente confianza que generó a las firmas estadounidenses posicionarse en tierra persa y la condición de aliado incondicional de Washington que ostentó el Sha en la región de Oriente Medio.
Mientras, a partir de una mayor apertura de los intercambios educacionales y científicos con Europa, y teniendo en cuenta que muchos iraníes fueron a estudiar a importantes universidades de ese continente en los años 50 y 60, hubo un contacto más cercano con la información relativa a la realidad político-social en Latinoamérica. Así, y con el fin de apuntalar el estado en el que se encontraba su prestigio internacional, el Sha intentó impulsar en la década de los años setenta sus relaciones internacionales con cuatro países de importancia estratégica en el continente latinoamericano: Argentina, Brasil, Venezuela y México.
En el caso de Buenos Aires y Brasilia, que ya tenían representación diplomática, los esfuerzos se concentraron en ampliar, y consolidar, acuerdos y tratados bilaterales. Por su parte, Venezuela y México pasaron a inaugurar oficialmente lazos, y a ser centrales, en los que vendrían a ser los últimos años de la dinastía en el poder.
1.1 Las relaciones con Venezuela en los últimos años de la dinastía Pahlavi
Según registra en un estudio el académico Fernando Camacho (2019), en el año 1972 fue abierta la embajada en Caracas, paso fundamental para dar inicio a un camino de intercambios más fluidos, cuyo principal sostén estribó en los intereses comunes que Venezuela e Irán perseguían en materia energética, en especial con lo relativo al mercado del petróleo y el gas. Así, para 1973 ya se había inaugurado una representación diplomática venezolana en Teherán.
Élodie Brun (2020), politóloga y experta en relaciones Sur-Sur del Colegio de México (Colmex), afirma que ya para el año 1947 se habían establecido relaciones diplomáticas entre ambas partes, a partir de una “preocupación venezolana por los precios del petróleo”; tan así que, para 1949, una delegación venezolana visitó tierra persa, y en 1951 representantes del país medioriental participaron en el encuentro nacional sobre petróleo en Caracas.
No obstante, previo a la apertura de embajadas, el escenario que había propiciado un acercamiento más formal fue la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), creada en 1960 y de la cual ambos Estados eran miembros fundadores, siendo Venezuela el único de América Latina. Tan importante fue este vínculo indirecto y multilateral que, a partir de 1972, la embajada de Irán en la nación latinoamericana se convirtió en el punto más importante de contacto con el continente en los años finales de la monarquía.
Un aspecto importante de influencia al respecto lo aportan Alejandro Cardozo y César Niño (Cardozo & Niño, 2023), expertos en Relaciones Internacionales de Colombia, quienes destacan el cambio de matriz que había experimentado la geoeconomía petrolera de Venezuela para el año 1946, cuando alcanzó nuevas relaciones de venta con compañías transnacionales, a partir de acuerdos Fifty- Fifty, que le hicieron percibir mayores ganancias en la explotación de sus recursos naturales.
Al alcanzar este tipo de convenios, Caracas envió emisarios negociadores a Medio Oriente, con el fin de convencer a economías de esa región para anclarse en ese tipo de contratos, en busca —fundamentalmente— de que las ventajas comerciales alcanzadas no cedieran ante las ofertas atractivas que árabes y persas daban a los monopolios (fundamentalmente británicos).
En ese forcejeo entre nacionalismo y entreguismo —del cual disfrutaba ampliamente el emporio de posguerra de las Siete Hermanas del petróleo— Arabia Saudita alcanzó algo similar a Caracas, pero Irán no lo logró, situación que impulsó al mandatario persa Mohammad Mossadeq a nacionalizar Anglo-Iranian Oil Company (AIOC) en 1951.
Este hecho, aunque desencadenó bloqueos y amenazas contra el producto nacionalizado, tendió un puente de simpatía política entre países productores de petróleo con tendencias soberanistas y en desacuerdo con los tratados económicos que mantenían a las empresas extranjeras percibiendo un mayor porcentaje de las ganancias.
Así, y de manera paulatina, Caracas y Teherán fueron desplegando vínculos bilaterales basados —fundamentalmente— en los intereses por la explotación de hidrocarburos. Incluso, a partir de los giros políticos en la gestión económica de ambos países, se fue gestando un tipo de relación que, tanto Alejandro Cardozo como César Niño, insisten en denominar “diplomacia resiliente”. Así lo definen:
[...] la diplomacia resiliente se presenta como el punto de inflexión en el cual los actores periféricos trascienden el umbral de la marginación exclusiva, logrando así sortear los desafíos derivados de su posición en el sistema internacional contemporáneo (Zebrowski, 2015). La resiliencia, en términos de política exterior y de diplomacia, permite la adaptabilidad y la supervivencia a los embates de las restricciones sistémicas [...] (p.170).
De hecho, ha quedado marcado en los anales de la historia la única visita del Sha a Latinoamérica, efectuada en 1975 como parte de un viaje de encuentro con el presidente estadounidense Gerald Ford. En ese periplo y antes de llegar a Washington, Venezuela constituyó un punto de aterrizaje —en visita al mandatario Carlos Andrés Pérez— , así como México. Posteriormente, en abril de 1977, Carlos Andrés Pérez, junto a ministros de su gabinete, devolvería el gesto mediante aterrizaje oficial en Teherán.
Claro está, se impone comprender que ambos Estados eran —entonces— aliados de la Casa Blanca, en un contexto caracterizado por la Guerra Fría y la amenaza indirecta entre países líderes en el orden mundial; de hecho, la propia Crisis del Petróleo desatada en 1973 condujo a que economías productoras se unieran y diseñaran estrategias conjuntas para aumentar las ganancias o disminuir los efectos negativos derivados de esa coyuntura, como es el caso Teherán-Caracas, dado el escenario OPEP y su condición de petroestados.
Al respecto, Cardozo y Niño (2023) apuntan que:
La OPEP llegó a ser el cartel más influyente en los mercados energéticos donde, en paralelo, sus miembros fundacionales, al organizarse, crearon queriéndolo o no, una suerte de cartel rebelde o poco obediente, pues las multinacionales tendrían cada vez menos control sobre el recurso, y las crisis petroleras fueron eventualmente un arma geoeconómica para los relatos árabes antiestadounidenses, antiisraelíes y antieuropeos [...] (p. 171).
2. Las relaciones bilaterales entre Venezuela e Irán tras la Revolución Islámica de 1979
En el año 1979, la historia de Irán cambió completamente. La Revolución Islámica que triunfó y dio paso a profundas transformaciones en lo político, social, y económico incidió —como es obvio—, en la dimensión diplomática del nuevo Estado. La estructura de poder del naciente sistema, ponderó una relación mixta entre república y burocracia religiosa, cuya definición exacta no ha sido de pleno consenso dentro de los estudios académicos, variando desde la calificación de teocracia parlamentaria, hasta de mullocracia o eclesiocracia.
A la esencia religiosa del nuevo sistema, vino a sumarse la vertiente antiimperialista en el campo de la política exterior, la cual tuvo su raíz en las constantes desavenencias, disidencias, y contradicciones internas que enfrentó el régimen monárquico del Sha, en especial, tras sus transformaciones con fines de occidentalización cultural, y de servidumbre a las ambiciones imperialistas de las potencias económicas de la época.
Para un poco de contexto, es importante conocer que Reza Pahlavi impulsó un paquete de transformaciones en los años sesenta del siglo xx, reunidas en lo que se conoció como Revolución Blanca, y que no fueron recibidas con agrado dentro de la porción conservadora de la nación. Esos cambios “occidentalistas”, entre otros aspectos, buscaban mayores libertades para las mujeres, reforma agraria, cambios dentro de la institucionalidad educativa, entre otras.
El clero iraní, específicamente el chií, interpuso inconformidad con varios de estos intentos porque suponían una pérdida considerable de poder económico y cultural sobre la sociedad, por eso se convirtieron en una clase protagónica dentro del espectro de fuerzas contrarias a los Pahlavi. A ello habría que añadir las políticas de apertura económica ante Occidente que incluían acuerdos de defensa, comerciales, financieros y de inversión extranjera, que aumentaron la dependencia de Persia a los intereses de países como Estados Unidos y Reino Unido; para las fuerzas revolucionarias, incluyendo el clero, todo ello era símbolo de indignidad.
Sobre este momento cardinal en la historia de las relaciones internacionales de Irán, Fernando Camacho asegura que “la revolución islámica produjo un quiebre en las relaciones exteriores del país, y América Latina no quedó al margen de ello” (p. 90). De hecho, debido a la vorágine de acontecimientos violentos que se desarrollaron en la nación medioriental con el proceso de cambio sociopolítico, en especial la ocupación de la embajada estadounidense y el secuestro de personal diplomático (crisis de los rehenes), varios Estados decidieron —temporalmente— retirar de Teherán sus representaciones por cuestiones de seguridad, la cual se vio en mayor peligro tras el inicio del conflicto bélico entre Irán e Irak que iría a extenderse durante prácticamente toda la década de los ochenta.
Las relaciones bilaterales con países de Latinoamérica estuvo afectada —durante ese contexto— de manera casi total, solamente Brasil mantuvo abierta su embajada, al tiempo que hubo rupturas radicales, como la ocurrida en agosto de 1980 con el Chile de Pinochet. Este dictador había recibido la aceptación política de Reza Pahlevi, a pesar de los marcados cuestionamientos internacionales en su contra por violaciones de los derechos humanos.
La alianza con Washington fue un medidor importante para Teherán a la hora de definir con cuáles Estados sostendría vínculos, por eso también cortó lazos con Israel y Sudáfrica, mientras que buscó acercamientos con aquellos que simbolizaban la resistencia ante el hegemón occidental del momento. De hecho, con Cuba hubo restablecimiento de relaciones en 1980, cuyo marco multilateral aglutinador, fue el Movimiento de Países No Alineados (MPNA), al cual se acababa de sumar Teherán y cuya VI Cumbre fue celebrada en La Habana en ese propio año, recibiendo la primera delegación persa en la isla caribeña.
Paulo Botta destaca que, para ese contexto nuevo, la Revolución Islámica “cambió sustancialmente la agenda de Irán con América Latina” y causó que emergieran “dos nuevos ámbitos de interés: compras de commodities (arroz, soja, trigo) y armamento” (p. 260). En el caso de Venezuela, los vínculos no se sostuvieron tampoco de igual manera tras los acontecimientos de 1979, sin embargo, no se llegó al extremo de romper relaciones diplomáticas porque, aunque no existía aún afinidad política, los intereses económicos de peso que imponían la industria de los hidrocarburos, condujeron a la mesura.
Sin embargo, la frialdad era evidente, incluso, Venezuela permitió que una pequeña comunidad de iraníes fieles a los Pahlavi se trasladara como residentes a ese suelo suramericano; además, en 1980, el presidente Luis Herrera, protagonizó una gira oficial por la región de Medio Oriente y no incluyó visita a Teherán. También, según afirma Élodie Brun (2020), como ejemplo de las desavenencias, a inicios de los años 90, se dio el caso de expulsión de suelo venezolano de diplomáticos persas, sospechosos de haber perpetrado el secuestro de una persona disidente del sistema político islamista iraní, hecho que provocó la declaración de persona non grata al embajador.
No obstante, las propias cuestiones económicas llevaron a una reanudación del diálogo Caracas- Teherán hacia el año 1995. En ese sentido, la búsqueda de consensos en el marco de la OPEP, y del G15, se hizo evidente durante el gobierno del presidente Mohammad Khatami, de línea reformista dentro del entorno político iraní. No obstante, el cambio significativo llegó en 1999 con el ascenso al poder en Venezuela de Hugo Rafael Chávez Frías.
3. Vínculos políticos, económicos y de defensa entre Irán y Venezuela durante los gobiernos de Hugo Chávez Frías (1999- 2013)
Cuando Hugo Chávez Frías llegó al poder en 1999, y comenzó a liderar lo que pasó a conocerse como Revolución Bolivariana, las transformaciones abarcaron no solo lo concerniente a la situación doméstica en Venezuela, sino también a la esfera de las relaciones internacionales. En ese ámbito, la postura de la resistencia ante el imperialismo se hizo patente desde un principio, buscando la alineación con países defensores de las soberanías nacionales y la independencia plena de los Estados.
Por ejemplo, tan temprano como abril de 1999, Chávez decidió votar en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra a favor de Irán, China y Cuba, así como en contra de Washington con el objetivo de que este último fuese condenado por no respeto a los derechos humanos. Igualmente, para julio de ese propio año, el líder venezolano lanzó invitación a los países de la OPEP con el fin de celebrar una cumbre petrolera en Caracas que permitiera llegar a acuerdos intraorganizacionales en relación con el mercado energético.
Como bien resaltan Alejandro Cardozo y César Niño (Cardozo & Niño, p.175), esos pasos desembocaron en una gira de Chávez por países miembros de la OPEP, incluyendo Irán. Así lo relatan:
En Irán, Jatamí y Chávez pidieron a los miembros de la OPEP que se mostraran unidos como cartel frente a las “presiones externas”. Insistían en la perentoria necesidad de una evolución simétrica de la relación bilateral. Jatamí habló de las coincidencias estratégicas entre Irán y Venezuela en el seno de la OPEP, ambos presidentes entendían cuál era el papel de este cartel en una política exterior rebelde, gracias a las condiciones energéticas de un mundo demandante de petróleo. En 2000 se suscribieron rápidamente acuerdos entre Irán y Venezuela, como la supresión del trámite de visados en los pasaportes diplomáticos y de servicios.
A partir del convulso entorno que se figuraba en Oriente Medio debido a la política exterior belicista impulsada por la administración de George W. Bush —en especial tras la guerra del Golfo y los hechos del 11 de septiembre de 2001—, Irán fue modificando su percepción sobre el tipo de relación bilateral con Caracas, viéndola ya no solo como un vínculo por intereses energéticos, sino como un aliado político presto a estar en la misma fila de resistencia ante las ambiciones de Occidente.
Con Mohammad Khatami en la presidencia se vieron los primeros pasos rumbo a una consolidación, intenciones mostradas con su visita a Venezuela en el marco de la segunda cumbre de Jefes de Estados de la OPEP y en la efectuada después por Chávez a Teherán. Además, con la firma de convenios en 2000, como la eliminación de trámites de visado para pasaportes de personal diplomático y de servicios, así como, posteriormente, en 2004, con la suscripción de otros que posibilitaron el envío de maquinarias y tecnologías para ramas como la agroindustria, la petroquímica, la salud y la agricultura.
Lo anterior sería el preámbulo de un largo y fructífero camino de asociación, que tendría como punto de impulso principal la llegada al poder del presidente conservador Mahmud Ahmadinejad y sus concepciones de política exterior. Este mandatario sí expondría una narrativa estridente y antimperialista contra Estados Unidos y sus aliados.
Ahmadinejad percibió la emergencia de gobiernos contrahegemónicos como una posibilidad para la conformación de un eje de resistencia ante las políticas de sanciones internacionales, el aislamiento y la persecución impulsadas por Washington contra todo movimiento político que apostara por no tributar a sus intereses.
Cuestión esta que también comprendió Hugo Chávez, ampliamente condenado por el discurso mediático corporativista y occidentalista, así como por el discurso político de gobiernos de derecha. En ese sentido, los convenios entre Caracas y Teherán alcanzaron una solidez histórica, en medio de un contexto sumamente difícil —además—, para el país persa, dada la crisis diplomática internacional que enfrentaba por la condena y cuestionamiento contra su programa científico-nuclear.
Téngase en cuenta que, después de la primera visita del líder venezolano a Irán, tras la llegada de Ahmadinejad al poder, se desarrollaron cerca de veinte visitas oficiales de alto nivel entre ambos ejecutivos. De hecho, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA) había recién nacido, en el año 2004, y por iniciativa de los líderes Fidel Castro y Hugo Chávez, este último comprendió como una gran oportunidad para América Latina el intercambio con un actor tan relevante como Irán en Oriente Medio, por lo cual impulsó también las relaciones de los países miembros de la entonces joven organización con el Estado persa.
Tanto es así, que varios expertos comparten la idea de que las relaciones de Teherán con el subcontinente habían estado concentradas en fortalecer lazos con esos gobiernos vinculados con la Alianza, como Venezuela, Cuba, el Estado Plurinacional de Bolivia y Nicaragua, fundamentalmente. Así, Mahmud Ahmadinejad, quiso dejar en evidencia su interés por el área, al autorizar cerca de ocho visitas oficiales de alto nivel durante su período de presidencia, comprendido entre 2005 y 2013, la primera de ellas en 2006.
El impulso que el ALBA y Venezuela le dieron a los vínculos de Teherán con América Latina resultó en la apertura, a partir de 2005, de unas seis embajadas persas en la región: Colombia, Bolivia, Chile, Ecuador, Nicaragua y Uruguay, que se sumaron a las cinco ya existentes. Eso sí, ya la visión de colaboración trascendería la política y la rama de los hidrocarburos, para ampliarse hacia sectores como la agricultura, la industria minera, la transferencia de tecnología y el intercambio cultural; muestra de esto último fue la inauguración en diciembre de 2011 del canal iraní de transmisiones de noticias en español Hispan TV, el cual comenzó a colaborar con la multinacional Telesur, con sede en Caracas.
En materia económica, podemos enumerar de manera resumida algunos de los acuerdos y proyectos que Chávez y Ahmadinejad impulsaron:
De modo general, el investigador Federico Pinedo (2015) asegura que, en el período comprendido entre 2005 y 2014, “Venezuela firmó alrededor de 340 acuerdos de cooperación bilateral con Irán, muchos de los cuales abarcan áreas como tecnología, industria, alimentación, agricultura, infraestructura y salud” (p. 7).
Por su parte, sobre todo el panorama colaborativo, el Capitán de Corbeta Kavon “Hak” Hakimzadeh (2009), de la Armada de los Estados Unidos de América, confirma que el apoyo económico fundamental del país latinoamericano hacia el medioriental estribaba, en este contexto, en el envío de productos petroleros refinados, debido a que el Estado asiático no contaba con condiciones tecnológicas óptimas para la obtención suficiente de derivados, como la gasolina. Cuestión que se invertiría posteriormente.
Al respecto, profundiza:
Con el financiamiento iraní en Venezuela se construyeron 3.456 unidades habitacionales, diez fábricas de harina, una cementera y cuatro buques Afranax para Petróleos de Venezuela (PDVSA), a través de La Compañía Industrial Naviera de Irán, Salman Zarbi (Sadra).
Los países emprendieron, además, proyectos conjuntos como Venirauto, una empresa venezolana de fabricación de automóviles, inaugurada en 2006 y constituida por capital binacional. Otro ejemplo de proyectos conjuntos es Venirán, una empresa ensambladora de tractores y maquinarias agrícolas de fabricación venezolana y con tecnología iraní (p. 7).
Para esos años con Hugo Chávez en el poder, Norman A. Bailey (2012), del The American Foreign Policy Council, identificó otros proyectos de inversión y convenio bilaterales en materia económica. Por ejemplo, en un informe de febrero de ese año sobre las relaciones entre ambos Estados, destaca que Irán había invertido en una planta de cemento en Monagas, en una planta de ensamblaje de autos en Aragua, en explotación de una mina de oro en el estado de Bolívar, así como en plantas de procesamiento extensivo del atún y el maíz.
Igualmente, Federico Pinedo (2015), asevera que la colaboración en materia de defensa también ha sido explotada por Caracas y Teherán. Sobre ello destaca que, aunque es difícil el acceso de información al respecto, en 2009, ambos Estados firmaron un memorándum de entendimiento que comprendía la cooperación en el campo militar, contemplando —entre otros factores— la asesoría mutua y los entrenamientos conjuntos. Asimismo, confirma la existencia en Venezuela de una fábrica de municiones de origen iraní, y el desarrollo industrial de drones en tierra bolivariana mediante la supervisión y la tecnología persas.
Sin embargo, el año 2013 trajo hechos contundentes, que irían a modificar un poco el curso de estas saludables relaciones bilaterales: la muerte del líder Hugo Chávez Frías y el fin del mandato de Mahmud Ahmadinejad, este último dando paso al ascenso a la presidencia del reformista Hassan Rohaní.
No significó un quiebre entre ambos Estados, pero los vínculos no gozaron de la misma atención que hasta ese momento habían estado experimentando. La línea de política exterior de Rohaní priorizó la búsqueda de solución a los problemas que Irán enfrentaba ante la comunidad internacional, a causa de la crisis nuclear desatada en su contra. Intentaba un acuerdo multilateral que trajera consigo una reducción de sanciones que soliviantara las dificultades que se vivían en la realidad doméstica iraní.
Para lograrlo, el discurso no podía ser tan belicista contra Estados Unidos y la Unión Europea, como acostumbraba Ahmadinejad, al tiempo que debían ser moderadas las relaciones con los enemigos estratégicos de esas propias potencias, entre los que Venezuela estaba comprendido.
4. Relaciones Venezuela-Irán en tiempos de Nicolás Maduro
En el período comprendido entre los años 2013 y 2016, Teherán estuvo inmerso en las negociaciones multilaterales con el Consejo de Seguridad (CS) de las Naciones Unidas y en conversaciones con representantes de alto nivel de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), arduo y difícil proceso diplomático que culminó en el año 2015 con la firma del Acuerdo Nuclear entre ese país y los cinco miembros permanentes del CS más Alemania (P5+1).
Este hecho alivió a la economía iraní de las fuertes presiones financieras y comerciales que había estado enfrentando hasta entonces; por ello, el enfoque del gabinete de Rohaní estuvo en normalizar —lo más posible— las relaciones con Occidente, llevando a una pausa los avances desplegados con América Latina.
Sin embargo, esto no duró demasiado; en 2016, tras la llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos, todo lo que Irán había avanzado en materia diplomática y económica con las potencias occidentales se desmoronó. Regresaron las duras penalidades en el mercado internacional contra el país persa y este se vio obligado nuevamente a afianzar los contactos y compromisos que el eje antiimperialista y antihegemónico le proponía. Así, China, Rusia, y nuevamente América Latina —en especial Venezuela—, volverían al centro de los esfuerzos del ejecutivo islamista.
A propósito, en el propio año 2016 el Ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Muhammad Javad Zarif, emprendió una gira oficial de alto nivel —acompañado por unos 70 empresarios— a seis países de Latinoamérica: Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Chile, Cuba y Venezuela; siendo el periplo más grande e impactante que representantes del ejecutivo persa habían desarrollado desde la llegada de Rohaní al poder, en 2013.
Los países escogidos no fueron de poco significado, eran los mismos con los cuales ya había consolidado un camino, gracias a la visión política de Hugo Chávez, solo que esta vez sin la existencia del líder venezolano. Aunque, otros de medular importancia económica, como México, Brasil y Argentina, no fueron incluidos, a pesar de ser actores líderes dentro del intercambio comercial (importaciones y exportaciones) de Teherán con el subcontinente.
Por su parte, Nicolás Maduro no enfrentaba un contexto internacional mejor con la presencia de Trump en la Casa Blanca, por lo que comprendió la necesidad de fomentar más aún los tratos con Estados en condiciones de similar aislamiento y hostigamiento político y económico. Irán ya era un socio conocido, solo quedaba despabilar los ánimos; la resiliencia Irán-Venezuela vendría a resurgir, así lo describen Alejandro Cardozo y César Niño (Cardozo & Niño, 2023):
[...]Venezuela empieza a pagar las consecuencias de su desafío a EE. UU. Dos décadas más tarde el país petrolero está sancionado, bloqueado y su industria colapsa. Es cuando comienza la resiliencia diplomática Irán-Venezuela, evitando la inflexión crítica en la nomenclatura del chavismo, pues ha germinado una razón histórica que hace creer tanto en Teherán como en Caracas, que EE. UU. y los hacedores de normas son sorteables [...] (p. 176).
En línea con los graves y crecientes problemas existentes en la industria petrolera venezolana, uno de los renglones en los cuales Irán pondría mayores esfuerzos para apoyar fue el de los hidrocarburos, mediante el envío de buques tanqueros con gasolina que vendrían a oxigenar un poco las carencias de ese recurso que estaba viviendo la economía bolivariana. También, mediante el envío de especialistas e ingenieros con la misión de reparar refinerías en el país latino.
Según resume Cynthia J. Arnson (2021), para el año 2020, Teherán apoyaba a Caracas mediante diferentes vías: envío de buques con gasolina, equipamiento y personal para la reparación de refinerías, barcos con alimentos, apertura de mercados con productos iraníes (Megasis supermarkets), la aceptación de pagos en oro venezolano, cuando este recurso estaba bajo sanciones en el mercado internacional, así como la cooperación en el sector financiero mediante la incorporación de las criptomonedas.
Consecuentemente, en junio de 2022, el presidente Nicolás Maduro Moros, lideró una gira de alto nivel por varios países, incluyendo Irán. Particularmente esta visita añadió una fortaleza sin precedentes a las relaciones bilaterales entre ambos Estados, pues alcanzaron la firma de un acuerdo de cooperación por veinte años en varias esferas: turismo, alimentación, defensa, industria petroquímica, aerolíneas, tecnología, entre otros.
Sobre esta visita, Cardozo y Niño (2023) añaden:
En este encuentro queda planteada la cooperación estratégica con la entrega a Venezuela del segundo barco petrolero (de los cuatro acordados) del tipo Aframax, con capacidad de 800 000 barriles. Asimismo, la Corporación Nacional de Ingeniería y Construcción de Petróleo de Irán firmó un contrato de 110 millones de euros para reparar la refinería venezolana El Palito [...] (p. 181).
Por su parte, en respuesta a este gesto diplomático, en el año 2023 el presidente de Irán, Ebrahim Raisí, efectuó un periplo oficial de alto nivel por varios países de América Latina, incluyendo Venezuela. En el palacio Miraflores de Caracas, ambos mandatarios suscribieron nuevos convenios, con el fin de consolidar el amplio pacto de colaboración por dos décadas, esta vez en relación con áreas como la minería, el transporte, la ciencia y la tecnología, el intercambio cultural y educacional, la banca, la energía, así como la exploración y la explotación petroquímica.
Por ejemplo, Raisí y Maduro firmaron acuerdos para la exportación anual de unas 10 000 t de carne congelada, y unos 50 000 bovinos en pie desde Venezuela hacia Irán, delimitándose áreas de trabajo con licencias sanitarias y transporte. Igualmente, conciliaron la creación de un centro de innovación científica y memorandos de entendimiento vinculados con productos farmacéuticos, equipos médicos y las comunicaciones.
En sentido general, los ejecutivos de ambos países trazaron la meta de expandir el actual comercio bilateral con cifras de 3 000 millones de dólares anuales a unos 10 000 millones, en una primera fase, y hacia 20 000 millones de dólares en una segunda fase.
El Gobierno de Venezuela (2023) enumera los resultados de esa visita de la siguiente manera:
Vale tener en cuenta que según el informe sobre indicadores económicos que publica el Banco de Comercio Exterior (BANCOEX) de Venezuela, correspondiente al año 2021, los principales productos que importa Caracas de Irán están: partes de ensamblaje de vehículos, materiales de andamiajes y encofrados, partes de tractores, contenedores, máquinas y aparatos para empaquetar, puertas, ventanas y sus marcos, bombas para distribución de carburantes.
Mientras, Venezuela suele exportar hacia Irán: máquinas, artefactos y aparatos mecánicos, material eléctrico, instrumentos y aparatos de óptica, ruedas y sus partes, vidrio contrachapado, entre otras mercancías.
Finalmente, este informe resalta igualmente el aporte de Irán a la industria de la construcción de viviendas, a partir de un conjunto de convenios de colaboración institucional con la Gran Misión Vivienda Venezuela.
Conclusiones
Desde antes de su inicio de manera oficial en 1975, las relaciones bilaterales entre Irán y Venezuela han estado guiadas por los intereses energéticos perseguidos por ambos Estados. Primero, mediante la alineación con potencias imperialistas y luego por medio de posturas antihegemónicas y nacionalistas.
Aunque Venezuela no ha constituido el principal socio comercial de Teherán en Latinoamérica, sí se ha configurado como un aliado estratégico de marcado potencial, dado el protagónico lugar que ostenta dentro del mercado petrolero y el destino compartido como países sancionados, y perseguidos económica y políticamente.
Actualmente sus vínculos apuestan por una colaboración múltiple que intenta incorporar las distintas ramas de la realidad económica y sociopolítica, con el objetivo máximo de sostenerse mutuamente ante la persecución y el hostigamiento internacional.
No obstante, el contexto mundial incide fuertemente en el curso de estas relaciones, lo cual indica que —en un orden menos adverso contra Irán—, Caracas podría dejar de ser prioridad primera dentro de la política exterior del Estado persa hacia América Latina. También en sentido contrario: mientras más aislados por sanciones estén ambos países más fomentarán su acercamiento.
Indudablemente, han forjado un tipo de alianza estratégica que expone adaptabilidad y resistencia ante la animadversión del conservadurismo político que se resiste a la transición intersistémica hacia una multipolaridad.
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