Cuadernos de Nuestra América/Nueva Época/No. 014 / enero-marzo, 2025/
RNPS: 2529 /ISSN: 2959-9849/ 269 pp.
El enfrentamiento de los Estados Unidos a la República Popular China, desde las visiones de las estrategias de seguridad nacional estadounidense. Opciones de futuro
U.S. confrontation with PR China from the visions of U.S. national security strategies. Options for the future
Dr. C. José Ramón Cabañas Rodríguez
ORCID: 0000-0001-7778-3566
Fecha de recepción: noviembre de 2024.
Fecha de publicación: abril de 2025.
Resumen
El artículo se refiere al tratamiento que brindan las estrategias de seguridad nacional, aprobadas en los años 2017 y 2022, a la cuestión del enfrentamiento al ascenso de la República Popular China como potencia política y económica, actitud que aportó al inicio de una época de transición a nivel mundial, en la que los Estados Unidos han visto reducidas sus capacidades para influir en todos los procesos a escala global. Los impactos de la aplicación de las recetas neoliberales hacia el interior de los Estados Unidos, más los elevados costos de la llamada Guerra contra el Terrorismo, entre otros procesos, influyeron en todos los sectores de la vida nacional estadounidense, su capacidad de innovar y adaptarse, en el mismo momento que China recogía los principales frutos de sus apuestas desarrollistas de los últimos años. Ante esta realidad, Washington ha definido, a toda velocidad, nuevas conductas que podrían implementarse de forma coherente, o no, en dependencia de los resultados del ciclo electoral que comenzará en el año 2025.
Palabras claves: Estados Unidos, República Popular China, seguridad nacional, hegemonía, elecciones presidenciales.
Abstract
The article refers to the treatment provided by the national security strategies, approved in 2017 and 2022, to the issue of confronting the rise of the People's Republic of China as a political and economic power, an attitude that contributed to the beginning of a time of transition worldwide, in which the United States has seen its capabilities to influence all processes on a global scale reduced. The impacts of the application of neoliberal recipes within the United States, plus the high costs of the so-called War on Terrorism, among other processes, influenced all sectors of American national life, its ability to innovate and adapt, at the same time when China was reaping the main fruits of its developmental bets in recent years. Faced with this reality, Washington has had to quickly define new behaviors, which could be implemented coherently, or not, depending on the results of the electoral cycle that will begin in 2025.
Keywords: United States, People's Republic of China, national security, hegemony, presidential elections.
Introducción
La redacción de los documentos denominados “Estrategias de seguridad nacional de los Estados Unidos”, es un proceso complejo en el que se interrelacionan visiones de las agencias federales, la academia, servicios especializados y otras fuentes que culminan en la presentación de textos de uso reservado y públicos, que generalmente sirven de guía para las principales decisiones de política exterior y los debates que se producen para la aprobación de presupuestos.
Son documentos que desempeñan un papel en la conducción del debate público sobre temas priorizados, inciden en la orientación política, que tendrán el tratamiento por la prensa, la clase política y la intelectualidad estadounidenses.
La generación de esas directivas y el pensamiento anterior que las provoca, no significan necesariamente cambios dramáticos entre un gobierno y el subsiguiente, como el caso del manejo de la Guerra Fría y las estrategias seguidas contra la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el llamado campo socialista durante 45 años.
Después de los cambios generados en el Este europeo a partir de 1990, puede afirmarse que los dos momentos principales de rompimiento en esas estrategias han estado relacionados con el anuncio y la implementación de la llamada “Guerra contra el Terrorismo”, que se extendió por 20 años y, recientemente, la declaración de enfrentamiento de Gran Potencia respecto a la República Popular China.
Desarrollo
La Estrategia de Seguridad Nacional (White House, 2017), aprobada bajo el gobierno de Donald Trump, fue publicada en diciembre de 2017, muy al inicio de su mandato, cuando aún no se habían producido cambios trascendentales en las visiones geopolíticas del país, sobre todo de cara a la llamada Guerra contra el Terrorismo.
En el caso del mismo documento publicado bajo la égida de Joe Biden (White House, 2022), sucede exactamente lo contrario, pues se conoció en octubre de 2022, inmediatamente después de la estrepitosa salida de los Estados Unidos de Afganistán, que marcó quizás el mayor fracaso militar estadounidense en el primer cuarto del siglo xxi.
Ambos documentos están relacionados de cierta manera por un tercero (Department of State, 2022), en el que se analizan los errores cometidos por los 20 años de ocupación militar en Afganistán, los costos de esa acción y la forma desordenada en la que los Estados Unidos retiraron sus activos de ese territorio, dejando en el poder al grupo político-militar que había combatido desde 2002.
Si bien la estrategia de seguridad bajo Trump apuntó hacia la importancia creciente que tendría el enfrentamiento al empuje acelerado de la República Popular China en todos los órdenes, puede decirse que sus asesores no lograron comprender la dimensión real del reto, o al menos imaginaron soluciones simples y poco elaboradas para enfrentar el nuevo liderazgo asiático.
La retirada desordenada de Afganistán y la reducción en general de la presencia militar en el Medio Oriente, fue un reacomodo urgente de recursos y medios de los Estados Unidos, para enfrentar el ascenso chino, que ya tenía otras dimensiones para 2022 y que, desde el lado estadounidense, se consideraba como una amenaza existencial.
Lo que no está dicho en ninguno de los dos documentos es que la República Popular China, sobre todo a partir de 1992, aceptó el escenario que planteó el neoliberalismo económico estadounidense, y bajo esas reglas desarrolló un modelo con características propias que terminó siendo mucho más eficiente y productivo en ramas estratégicas de la economía.
Estos esfuerzos y nuevas metas alcanzadas desde Beijing se produjeron en paralelo con la multiplicación de desequilibrios al interior de la economía estadounidense, que condujeron a la crisis de 2008 (Federal Reserve, 2013), con severos impactos en todos los órdenes.
En la estrategia diseñada bajo Trump, las referencias a China (32) en varias ocasiones están relacionadas con Rusia y, quizás debido a la preparación intelectual de sus redactores, en ningún caso se menciona a aquel país por su nombre oficial.
Según el referido documento, ambas naciones estaban empeñadas en “hacer sus economías menos libres y justas”, y en el caso específico chino, cada año “robaba propiedad intelectual de los Estados Unidos, valorada en miles de millones de dólares”. Este “robo” permitía a sus competidores “aprovechar injustamente la innovación de las sociedades libres”.
En aquel momento, la situación creada por los “revisionistas” chinos y rusos se apreciaba junto con el peligro que representaban “estados rebeldes” como Irán y Corea del Norte, o los grupos terroristas yihadistas. Los esfuerzos principales de China no se valoraban como importantes más allá de la región del Indo-Pacífico, en la que básicamente esta “pretendía establecer” un orden contrario a los “valores e intereses” estadounidenses.
El documento reconocía que “durante décadas la política de los Estados Unidos tenía como base el criterio de que apoyar el ascenso de China para su integración en un orden internacional de post guerra transformaría a China”. Una traducción exacta de esta idea en inglés, apuntaba que Washington consideró durante años que, influyendo sobre las reformas al interior de China, lograría un enfrentamiento de este país respecto a la entonces URSS, o una descomposición del sistema sociopolítico chino, que eventualmente pudiera convertir a la República Popular China en un aliado regional.
En la estrategia de 2017 se consideraba que, de nuevo tanto China como Rusia estaban “enfrentándose a las ventajas geopolíticas (de los Estados Unidos) y tratando de cambiar el orden internacional a su favor”. En varias ocasiones, el texto se refiere a las capacidades militares rusas y chinas en “aumento”, pero sin que lleguen a ser un peligro inminente y considerando además posibles “espacios de cooperación”.
La llamada reforma militar china, bajo la presidencia de Xi Jinping, recién había comenzado en el año 2015 y dos años después aún no habían logrado sus resultados principales, sobre todo en el sentido de proyectar su capacidad fuera de fronteras.
Al parecer, los funcionarios republicanos no llegaron a tener una compresión cabal de la magnitud de los diseños chinos para intentar construir un orden internacional alternativo, por medio de proyectos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y otros, que le ganaron espacios en el ámbito del llamado Sur Global. A la hora de proponer cómo enfrentar el estado de cosas antes descritos, no llegaron mucho más allá de imaginar planes generales para enfrentar la “penetración” china en Europa, África o América Latina.
Se puede decir que bajo Trump no se concibió una estrategia integrada para enfrentar el ascenso chino, que no estuviera relacionada con la aplicación voluntarista y desordenada de impuestos, y sanciones hacia actores y sectores específicos, con costos multimillonarios, y con un enfoque básicamente unilateral, que tuvo efectos negativos sobre aliados estadounidenses. Mucho menos se llegó a pensar en la estrategia más “radical” del decoupling (desacople) que se fue delineando ya en los años de Biden.
Durante el último año del gobierno Trump (2020), coincidieron varios hechos contradictorios, como la aprobación de la primera fase de un nuevo acuerdo comercial entre ambos países y la reiterada condena al país asiático por los efectos de la pandemia de Covid 19 al interior de los Estados Unidos.
Solo en ese año se acumularon 210 acciones públicas contra China, que se distribuían entre 10 agencias federales (Allen-Ebrahimian, 2021), y permitieron a la Casa Blanca hablar de una “nueva estrategia” frente a Beijing, pero que en la mayoría de los casos quedaron para ser aplicadas o ejecutadas bajo las directivas del próximo gobierno.
Casi dos años después de estar en el poder, el equipo de Biden redactó un documento estratégico menos extenso, con mayor cantidad de menciones a China (47). En el mismo se siguieron relacionando los roles de la República Popular China y Rusia, pero desde la propia nota introductoria del presidente a la estrategia se estableció una diferenciación:
“La República Popular China alberga la intención y, crecientemente, la capacidad de reconfigurar el orden internacional a uno que incline el campo de juego global a su favor […]”. Las referencias a Rusia están en su mayoría referidas a cuestiones militares y, en especial, a las acciones al interior de Ucrania.
A la hora de hablar sobre “la competencia que se sobreviene a continuación”, los estrategas vuelven a singularizar a China en términos de que “es el único competidor con que tiene tanto la intención de reconfigurar el orden internacional y, crecientemente, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para avanzar ese objetivo”. Para que no haya dudas, más adelante se sentencia: “esta estrategia reconoce que la República Popular China presenta el desafío político más importante”.
En el documento se reflejan, en cierta medida, las experiencias vividas bajo la epidemia de la Covid 19, los riesgos comunes, las posibilidades de cooperación no aprovechadas, responsabilidad que según sus autores cae sobre la parte china. Sin embargo, no tuvieron capacidad para presentar un análisis coherente sobre los éxitos organizativos y tecnológicos de la parte china, para enfrentar el flagelo, en comparación con la falta de cohesión y políticas nacionales del lado estadounidense, que causó la pérdida de casi un millón y medio de personas. Las cifras de fallecidos en ambos países fueron muy similares, a pesar de que China alberga una población que casi quintuplica la estadounidense.
Los analistas demócratas, a diferencia de los republicanos, sí se acercaron a identificar la esencia de la nueva situación planteada por China al decir que “reconocemos que la globalización (llámese neoliberalismo duro y puro) ha permitido inmensos beneficios para los Estados Unidos y el mundo, pero se requiere un ajuste ahora para enfrentar los cambios globales dramáticos como la ampliación de la inequidad hacia el interior y entre los países”.
Para que no quedaran dudas de la inmediatez de los cambios que se propondrían, se sentenciaba más adelante que “el mundo está ahora en un punto de inflexión. Esta década será decisiva en establecer los términos de nuestra competencia con la República Popular China”.
Para ello, el equipo de seguridad nacional de Biden propuso variar algunas normas sacrosantas del neoliberalismo más clásico, al considerar el involucramiento masivo del estado en la competencia con un rival, que no se podía doblegar en el campo económico con las herramientas tradicionales del capitalismo. La idea era que “los mercados por sí mismos no pueden responder al avance rápido del cambio tecnológico, a las interrupciones de los suministros globales, a los abusos fuera de mercados de la República Popular China y otros actores […]” y entonces la gran conclusión a la que se arribaba era que “la inversión pública estratégica es la columna vertebral de una base de innovación e industrial fuerte en la economía global del siglo xxi”.
A partir de esas diferentes apreciaciones en comparación con el equipo de Trump, la Estrategia de Seguridad de Biden desglosó con más claridad los objetivos frente a China, a pesar de que le quedaban dos años escasos para implementarlos. En esencia se proponía:
1. “Invertir en las bases de nuestra fortaleza en casa, nuestra competitividad, nuestra innovación, nuestra resiliencia, nuestra democracia”.
2. “Alinear nuestros esfuerzos con nuestra red de aliados y socios, actuando con un propósito común y en una causa común”.
3. “Competir responsablemente con la República Popular China para defender nuestros intereses y construir nuestra visión para el futuro”.
El primero de estos puntos significaba quizás el giro político y autocrítico más importante del gobierno demócrata, al reconocerse que sus debilidades principales como competidor se encontraban en su propio tejido social y no en las acciones de terceros.
La estrategia a la que nos referimos es un documento para uso público y con carácter político, por lo que no se aparta de enfoques tradicionales respecto a China, que se conoce no tributan a la esencia del enfrentamiento entre ambos países, pero que dan continuidad a líneas de descrédito que se han utilizado desde antes, para afectar la imagen del país. Se reiteran en esta puja las críticas a la “protección de los derechos humanos” en la nación asiática, así como la “responsabilidad” estadounidense en velar por una estabilidad militar respecto a Taiwán. Este segundo tema constituye una presión constante sobre las capacidades militares chinas y con él se intenta que Beijing desvíe con ese destino recursos que pueden utilizarse en la competencia económica.
Se comete, no obstante, un error al subvalorar el avance chino en sus relaciones internacionales y el éxito de varios de sus programas económicos globales, sobre todo a partir del año 2013, sus avances en la diplomacia multilateral, la cultura y otras áreas. En ese sentido, el texto añadía que:
[...] a pesar de que aliados y socios pueden tener perspectivas distintas sobre la República Popular China, nuestra aproximación diplomática y la actuación de la República Popular China, ha producido significativas y crecientes oportunidades para alinear enfoques y brindar resultados. A lo largo de Europa, Asia, Medio Oriente, África y América Latina, los países tienen una clara visión de la naturaleza de los retos que presenta la República Popular China.
A pesar de todo lo anterior, el documento contiene un reconocimiento tácito a la interdependencia existente entre ambas economías y en otros temas estratégicos y no llega a plantearse metas totalmente hostiles, como sí se fijan en relación con Rusia. El texto concluye que:
[...] nos relacionaremos constructivamente con la República Popular China donde quiera que podamos, no como un favor a nosotros mismos o a alguien más, y nunca a cambio de renunciar a nuestros principios, sino porque trabajando de conjunto para resolver grandes retos es lo que el mundo espera de los grandes poderes y porque está directamente en nuestro interés.
A partir de las definiciones mencionadas más arriba, hacia finales de 2022 el gobierno de Biden comenzó a preparar y poner en vigor un grupo de órdenes ejecutivas, contenidas en lo que internamente se definió como “agendas para proteger y promover” (Bade, 2022), que estaban dirigidas a cuestiones tecnológicas, como limitar la capacidad de empresas chinas para producir microprocesadores, eliminar la posibilidad de que plataformas como TikTok recogieran datos personales de consumidores estadounidenses, límites potenciales para el flujo de capitales del país hacia China, además de la presentación de proyectos multimillonarios (860 000 millones de dólares) en el Congreso para mejorar la competitividad estadounidense de cara al gigante asiático.
La secretaria de Comercio, Gina Raimondo, definió de la siguiente manera los límites en la actuación respecto a la República Popular China que se proponían: “No estamos buscando el desacople (decoupling) de nuestra economía de la de China […]. Queremos promover comercio e inversión en áreas que no pongan en peligro la esencia de nuestros intereses de seguridad nacional y económicos, o los valores de derechos humanos” (Bade, 2022). Académicos y comunicadores llamarían a esta opción reducción de riesgos (derisking).
En esa perspectiva, hacia finales del gobierno de Biden se impusieron, de forma creciente, tarifas para la importación de productos chinos en sectores, como acero y aluminio, semiconductores, vehículos eléctricos, baterías, minerales críticos, células solares, productos médicos y equipamiento portuario (White House 2024).
En este escenario se pronunciaron una multiplicidad de políticos y líderes locales, identificados en su mayoría con agendas republicanas, que insistieron en que las medidas debían ser más radicales, al estilo de las que se anunciaron a finales del gobierno de Trump y que no se implementaron en toda su extensión.
A pesar de estas definiciones y acciones del gobierno de Biden, aún están por apreciarse los efectos reales en el plano estratégico con China, más allá del efecto que estas iniciativas logran en productores o sectores específicos. Más aún, tardarán en verse los cambios at home (en casa) que permitan a los Estados Unidos considerarse el productor eficiente e innovador que pueda enfrentar la competencia china a nivel bilateral y mundial.
En esta coyuntura, entonces, es que surgen las propuestas de un grupo de estrategas estadounidenses, en el contexto de la carrera por las elecciones presidenciales estadounidenses, que podrían contribuir a la concepción de las plataformas que lleven al poder a uno u otro candidatos y, sobre todo, que contribuyan a los desarrollos políticos a partir del año 2025.
De manera general, aquellos estudiosos que se identifican con el partido republicano, o con Donald Trump como líder, hacen propuestas con un marcado acento político e ideológico, sin el más mínimo análisis objetivo no ya de cara al reto formidable que significa el ascenso chino en diversos campos, sino en el sentido de ponderar las fortalezas y debilidades propias hacia el interior de los Estados Unidos.
Son propuestas, en su mayoría, que establecen analogías o paralelismos con épocas pasadas, que no guardan ninguna relación con la coyuntura que hoy vive la economía, o la política estadounidense. Estas van desde considerar como válido el enfoque de Guerra Fría que aplicó Estados Unidos contra la extinta Unión Soviética y el llamado campo socialista, hasta repetir consignas de filósofos romanos y de la Nueva Derecha de Ronald Reagan.
Son ideas en las que de una forma u otra el componente militar y la eventualidad de una confrontación serían piezas clave del enfrentamiento con China, tanto de forma directa como en lo que respecta a Taiwán.
Según Gallagher y Pottinger (2024):
[...] los eventos globales manejados por Xi (Jinping) y su “eje del caos” —Rusia, Irán (y sus representantes terroristas), Corea del Norte y Venezuela— están sencillamente abrumando la política de Biden hacia China. Mientras al equipo de Biden le preocupa admitir que los Estados Unidos está ahora en una guerra fría, Beijing está conduciendo hacia las estribaciones de una (guerra) caliente.
Existe una coincidencia, sin embargo, con pensadores demócratas en el sentido de que el estado de cosas al que se le debe hacer frente, está relacionado en buena medida con las prácticas neoliberales difundidas por Estados Unidos, sobre todo a partir de la década de los noventa del siglo xx. Las diferencias principales estriban en cómo aquellas reglas del juego fueron utilizadas de forma “fraudulenta” por las empresas y las autoridades chinas, para ganar la batalla de la productividad y la eficiencia a los Estados Unidos.
En ese sentido, la propuesta básica republicana va dirigida a desregularizar aún más la economía estadounidense, liberarla de las reglas que impiden la concentración aún más excesiva de capital y otras prácticas monopolistas, para estar en igualdad de condiciones con los competidores chinos. Lo anterior se considera más importante que un esfuerzo mancomunado en función de la ciencia, la tecnología y la innovación, o corregir desequilibrios propios.
También algunos pensadores se han referido a la necesidad de cambiar las reglas del juego en el campo de la contratación de producciones, en el sector militar, pues se conoce que el presupuesto federal paga precios inflados por productos que muchas veces no tienen la calidad adecuada, siendo esta una de las principales áreas de la corrupción oficial estadounidense.
Para los militantes más trumpistas “Washington debería, de hecho, buscar desasociar su economía de la china”. O´Brien (2024), afirma que Trump:
[...] comenzó una política de facto de desacople imponiendo más altos impuestos en alrededor de la mitad de las exportaciones chinas a los Estados Unidos, dejando a Beijing la opción de resumir el comercio normal si cambiaba su conducta —una oportunidad de la que no tomó—. Ahora es el momento de presionar aún más allá, con impuestos del 60 por ciento sobre bienes chinos […], y controles de exportación más fuertes sobre cualquier tecnología que pueda ser de uso por parte de China.
Esta lógica pasa por alto varios elementos que resultarían esenciales en el enfrentamiento estratégico con la República Popular China. En primer lugar, el encarecimiento de las importaciones de bienes chinos en Estados Unidos es una mala noticia para una parte importante del empresariado estadounidense, que no se dedica solo a comercializar productos terminados, lo es también para aquellos productores que utilizan componentes y partes chinas en cadenas productivas más complejas.
Este enfoque tiene, además, la debilidad de considerar que una vez limitado el acceso de productos chinos a los Estados Unidos, Beijing sufriría en su balance comercial, en caso que no decidiera responder con medidas similares, y no podría establecer vínculos con otros socios para reubicar sus exportaciones. De hecho, abundan estadísticas que indican, que parte importante de esos productos que fueron penalizados con impuestos bajo el gobierno de Trump, encontraron su realización en otros mercados como la Unión Europea (Lovely y Yang, 2024).
China venía trabajando con una perspectiva mucho más amplia para evitar los efectos de las medidas estadounidenses, en la promoción del uso del yuan, la creación del Sistema de Pago Interbancario y Transfronterizo (CIPS, por sus siglas en inglés), el fortalecimiento de los BRICS, una nueva articulación en su entorno regional y el blindaje de las relaciones con países específicos, que tradicionalmente pertenecen a la lista de aliados de los Estados Unidos.
La visión republicana-trumpista de cara a noviembre de 2024, probablemente, sobrevalora el enfrentamiento comercial y deja fuera otros terrenos en los que las soluciones potenciales parecerían menos probables. La deuda pública de los Estados Unidos crece de forma continua, tanto con acreedores nacionales como extranjeros. En el año 2024, por primera vez, el país dedicó más dinero de su presupuesto federal al pago de la deuda que a los gastos militares (Peter G. Peterson Foundation, 2024). El crecimiento de esta, que a partir de 2026, se estima será exponencial. Por otro lado, Beijing participa de manera activa en nuevas iniciativas financieras que podrían disminuir sensiblemente la capacidad del dólar como mecanismo de pago internacional y, en ese sentido, el riesgo sería mayor.
Ningún estratega republicano, o demócrata, se atreve a proponer hoy cómo los Estados Unidos estarían con capacidad para respaldar, con productos y servicios, de la noche a la mañana, su abultada deuda, y cómo se podría rescatar el valor real del dólar, ante las reservas reales (productivas o en metales) que acumulan otras grandes economías.
La visión demócrata de cara a las elecciones está más centrada en las posibilidades de éxito de una disminución de los riesgos (derisking), que pueden significar para los Estados Unidos las relaciones estrechas de sus compañías con contrapartes chinas en sectores estratégicos. No obstante, este enfoque presupone que los Estados Unidos podrían avanzar no solo en comprometer más recursos para la economía desde el estado, sino lograr un mayor involucramiento de este en la planificación federal por sectores de la producción o los servicios. Es algo que no está en la naturaleza del sistema, no existe una burocracia entrenada para ello, ni es el resultado de un consenso social que, por demás, nunca se ha tratado de estructurar en estos temas.
Los estrategas republicanos han hecho campaña política durante el año 2024, sobre la base de un rompimiento con las políticas de Joe Biden respecto a China. Los demócratas, por el contrario, han asumido un compromiso de continuidad para asegurar cierta cohesión partidista, que permita al dúo Harris-Walz contar con posibilidades de éxito en noviembre.
Es por ello que la mayoría de estos últimos consideraron las medidas de Biden en el enfrentamiento con China como positivas y exitosas. Algunos como Heer (2024), las resumen en:
A la hora de ir más allá de estos “éxitos”, los estrategas demócratas son, por lo general, cuidadosos en el manejo de las relaciones bilaterales con China y tendrían una mejor comprensión del impacto de acciones extremas, o sin suficiente preparación.
Se plantea claramente que “la realidad es que las sanciones y la ayuda militar solamente no evitará que la guerra se propague, ni causará que los gobiernos de Rusia, Irán y China colapsen”.
Tanto como los republicanos, los demócratas relacionan factores internos de los Estados Unidos con la capacidad real de tener éxito en su política exterior, y en especial hacia China, pero desde otra perspectiva. Llegan a plantear que “dar frente al momento requiere abandonar la mentalidad de la supremacía estadounidense y reconocer que el mundo será un lugar turbulento por muchos años […] lo más importante que los Estados Unidos pueden hacer en el mundo es desintoxicar su propia democracia” (Rhodes, 2024).
Estas adaptaciones, en caso de que fueran posibles, implicarían no solo una nueva ingeniería sobre cómo articular los reales intereses nacionales estadounidenses en las áreas ejecutiva, legislativa y judicial, sino un reacomodo entre las principales clases sociales y otros sectores, que es improbable lograr por definición sistémica, pero aún menos realizables en el contexto de la extrema polarización que vive el país. El panorama al interior de China es totalmente opuesto.
Consideraciones finales
Una victoria demócrata en diciembre podría apuntar no a la aplicación de una política exitosa respecto a China, pero al menos a la realización de un grupo de iniciativas que retarden, en una atmósfera conflictiva, el avance económico y político del país asiático. Pero al mismo tiempo, esa victoria podría traer aparejados niveles de violencia doméstica no vistos en el pasado reciente, que atraigan la atención del gobierno hacia los temas internos y llegue a inmovilizarse en algunas coyunturas.
Por el contrario, un éxito republicano, daría espacio a la implantación masiva de medidas punitivas contra China y otros competidores, que pueden tener un efecto no calculado sobre el tejido económico estadounidense y causar una disrupción de mayores proporciones, sobre todo en las cadenas comerciales bilaterales y mundiales.
En ninguno de los dos casos, se puede prever que los Estados Unidos alcancen sus objetivos, por más efectos negativos que generen sobre la República Popular China, o terceros. No es posible deshacer los cambios que trajeron aparejadas las prácticas neoliberales sobre diversos sectores productivos y de servicios al interior de los Estados Unidos, ni las ventajas comparativas que surgieron para China al aceptar tales retos. Por otro lado, el Partido Comunista Chino desempeña un papel cohesionador de la sociedad del país, mientras que del lado estadounidense la polarización aumenta y las estructuras tradicionales demócrata y republicana desaparecen.
Sobre la base de la experiencia que brinda una cultura e historia milenarias, más los éxitos (y también fracasos) construidos en particular, en los últimos 30 años, el gobierno y las instituciones chinas han logrado una capacidad prospectiva que les permite avizorar con bastante precisión los avances propios y de terceros. Ello tributa la posibilidad de prepararse para el futuro, adaptar planes y asumir, de manera transversal en la sociedad, los ajustes que sean necesarios hacer. En paralelo, Estados Unidos vivirá frecuentemente nuevos rompimientos políticos que fragmentarán aún más la visión nacional de cualquier problema.
En el enfrentamiento hacia China, Estados Unidos puede dar por descontados los resortes políticos que ha utilizado sobre países como Japón, o grupos de ellos, como la Unión Europea,1 cuando estos se han permitido avances que han cuestionado la preponderancia estadounidense. En el sistema político chino hay más continuidad que rupturas y, con independencia de la elección de uno otro liderazgos, esa sociedad se ha dotado de mecanismos correctivos que han puesto hasta hoy la articulación colectiva por encima de prioridades o agendas personales.
Los análisis estadounidenses que se han podido consultar sobre este tema hasta el momento, tienen un enfoque desde la supuesta excepcionalidad de aquel país y dejan fuera del estudio la capacidad de la diplomacia de la República Popular China y sus posibilidades para lograr consensos en temas y zonas geográficas, donde los Estados Unidos solo dispone del recurso de la fuerza.
El gobierno estadounidense, en 2025, mantiene a la República Popular China como el principal objetivo de enfrentamiento dentro de su estrategia de seguridad nacional. Es difícil prever que Washington tenga la capacidad para crear nuevas iniciativas o utilizar instrumentos que vayan más allá de las sanciones económicas, los intentos de descrédito y la presión militar.
Referencias bibliográficas
Allen-Ebrahimian, B. (2021). “Special Report: Trump´s US-China transformation”, Axios. https://www.axios.com/2021/01/19/trump-china-policy-special-report
Bade, G. (2022). “A sea change: Biden reverses decades of Chinese trade policy”, Politico. https://www.politico.com/news/2022/12/26/china-trade-tech-00072232
Federal Reserve, The Great Recession and its Aftermath, 22 de noviembre de 2012 https://www.federalreservehistory.org/essays/great-recession-and-its-aftermath
Lovely, Mary E. y J. Yan (2024). While the US and China decouple, the EU and China deepen trade dependencies. Peterson Institute for International Economics, https://www.piie.com/blogs/realtime-economics/2024/while-us-and-china-decouple-eu-and-china-deepen-trade-dependencies
Peter G. Peterson Foundation; What is the national debt costing us?; 6 de agosto de 2024, https://www.pgpf.org/blog/2024/08/what-is-the-national-debt-costing-us
Rush, D.; J. Chen Weiss, J. B. Steinberg; P. Heer; M. Pottinger and M. Gallagher; What Does America Want From China?
US Department of State, After Action Review on Afghanistan, enero 2020-agosto 2021 Obtenido de https://www.state.gov/wp-content/uploads/2023/06/State-AAR-AFG.pdf
White House, National Security Strategy of the United States, diciembre 2017, https://trumpwhitehouse.archives.gov/wp-content/uploads/2017/12/NSS-Final-12-18-2017-0905.pdf
White House, National Security Strategy of the United States, octubre 2022, https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2022/10/Biden-Harris-Administrations-National-Security-Strategy-10.2022.pdf
White House, Fact Sheet: President Biden takes action to protect American workers and businesses from China´s unfair trade practices, 14 de mayo de 2024, Obtenido de https://www.whitehouse.gov/briefing-room/statements-releases/2024/05/14/fact-sheet-president-biden-takes-action-to-protect-american-workers-and-businesses-from-chinas-unfair-trade-practices/
1 Ver bibliografía relacionada con el Plaza Agreement, de 1985 y el Louvre Accord, de 1987, dirigidos a manejar la apreciación y depreciación del dólar estadounidense, los cuales tuvieron impactos nocivos sobre las economías de las naciones participantes además de los Estados Unidos: Japón, Francia, Alemania y Reino Unido.