Nueva Época
Número 00
Doctor en Sociología.
Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá.
Investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA).. e-mail: gandasegui@hotmail.com
Trump tiene dos objetivos. El principal es conser- var la Presidencia de Estados Unidos (EE.UU.) y el poder que acompaña ese cargo. La facción política que encabeza cree que lo puede asegurar median- te una estrategia clientelista. Su programa incluye la reconstrucción parcial del sector industrial del país y generar empleos. Parte importante de este objetivo descansa en el presupuesto militar y en la distribu- ción de los centros de producción en áreas clave del país. En el “orden mundial” promueve una estrate- gia del equilibrio, sostenida por EE.UU., que consis- te en la rivalidad entre los Estados naciones.
Abstract:
Arriving at the White House en 2017, President Trump put forth his two main goals. His first ob- jetive was reelection in 2020. His second point on the agenda was to rebuild America’s industrial in- frastructure and create new jobs. In his game-plan reelection and jobs go hand in hand. In order to achieve these goals he was going to rely on stregn- thening the military budget and spreading the in- vestments in key states. On the global scene his strategy is to relate with countries and regions on a one to one basis, discarding globalization as an enhancing tool for international trade.
Key words: USA, Donald Trump, World Order, Militarism, Nation-State
En enero de 2018 el presidente de EE.UU., Do- nald Trump, cumplió su primer año en la Casa Blanca. El impacto de su gestión ha sido significa- tivo en varios planos. Queremos centrar nuestra atención en tres áreas. En primer lugar, analiza- remos el significado de los cambios introducidos por Trump en la política exterior de EE.UU. Por un lado, la política económica que abandona la globalización. Por el otro, el manejo de las fuerzas armadas a escala mundial. En segundo lugar, ana- lizaremos la política interna —reforma fiscal asi- métrica, represión de las llamadas minorías y la política de migración— que le ha dado un nuevo perfil a sectores de las capas medias y de la clase obrera. Por último, las relaciones entre EE.UU. y América latina. La llegada del nuevo inquilino en la Casa Blanca coincide con la ola conservadora que atraviesa la región latinoamericana.
Trump está cambiando el mundo. Tiene mús- culo militar y económico. El poderío de las armas que posee el arsenal de EE.UU. le da ventajas. La riqueza que posee alrededor del mundo le da re- sultados que todos envidian. Los observadores de las políticas del presidente Trump en el escenario mundial se hacen dos preguntas: ¿Qué hay detrás de Trump? ¿Tiene un objetivo estratégico?
En los últimos 40 años, el establishment de
EE.UU. y sus aliados (Europa occidental y Japón) se han movido hacia la construcción de lo que lla- man un “Nuevo Orden Global”. Este movimien- to lento pero seguro según sus arquitectos en las altas finanzas y en la banca es una respuesta ne- cesaria ante el estancamiento de las tasas de cre- cimiento económico y la débil acumulación capi- talista (inversiones).
El reordenamiento consiste básicamente en la redistribución de las responsabilidades que han caracterizado a las diferentes regiones en el mun- do colonial e imperial de los últimos siglos. Es un cambio en la relación entre el centro del sistema ca- pitalista y la periferia. El centro crece en la medida
en que se alimenta de la periferia. La crisis del si- glo XX determinó que el centro (que siempre cam- bia) tenía que profundizar la extracción de más ri- quezas de la periferia. A mediano y largo plazos, la periferia tiene que aumentar su productividad y el centro tiene que extraer una porción más signifi- cativa de esa producción.
La globalización favorece a los grandes capita- les concentrados en corporaciones gigantes. Sus intereses monopolizan la producción, la distribu- ción (transporte y medios de comunicación) y las nuevas tecnologías. En sus planes está contempla- do sumar las corporaciones que han surgido en China Popular y pensaban hacer igual con Rusia. El establishment tiene sus dudas sobre Pekín: su origen revolucionario muy reciente y su lealtad al Estado chino. Con Rusia la situación es aún me- nos segura por el nacionalismo (de mercado) de los gobiernos de Putin.
Trump tiene un proyecto que rompe con la es- trategia globalizante. Propone un proyecto que mantiene a los capitalistas de EE.UU. a la cabeza del sistema interestatal (antiglobal). El proyecto subordina a sus aliados, la ONU y pone fin a los tratados comerciales. Además, trata como adver- sarios a China y Rusia.
Durante su campaña en 2016, Trump trató a China en forma despectiva. En cambio, se acerca- ba a Moscú. En cambio el establishment veía a Chi- na como un amigo potencial y a Rusia como ene- migo. El establishment siempre ha visto a Trump con sospecha. Por un lado, su estilo desgreñado y arrogante. Por el otro, sus propuestas nacionalis- tas que supuestamente privilegian a los capitalis- tas que invierten en EE.UU. Trump alega que los ‘nacionalistas’ compiten en desventaja contra el sector dominante del establishment. Por esta mis- ma razón considera que los tratados comerciales son contrarios a los intereses nacionales.
El gobierno de Trump publicó recientemente dos documentos con los lineamientos estratégi- cos para la Seguridad y para la Defensa del ca- pitalismo norteamericano, respectivamente. La
Estrategia para la Seguridad Nacional (ESN) au- gura problemas con “la reemergencia de la rivali- dad estratégica a largo plazo por quienes clasifica como potencias revisionistas”. La Estrategia para la Defensa Nacional (EDN) señala que “la rivali- dad interestatal, no el terrorismo, es ahora nues- tra preocupación principal en cuanto a la seguri- dad nacional de EE.UU.”.
Trump es la otra cara de la misma moneda. Es decir, de la misma oligarquía (establishment) que lucha por no perder su dominio sobre la econo- mía mundial. Representa una facción del capital norteamericano que rechaza la idea de ser par- te de un mundo globalizado. Quiere mantener- se como ‘primero entre pares’ (“America First”). Quiere regresar a un pasado idílico para garanti- zar la grandeza de EE.UU. (“Let’s Make America Great Again”).
El sistema capitalista mundial tiene como ca- racterística central la lucha de clases. En la medi- da en que el sistema se expande incorpora a más trabajadores en las relaciones de producción que generan crecientes ganancias y acumulación in- cesante. Al mismo tiempo, genera resistencia y conflictos. Otra característica del sistema capita- lista es la aparición de Estados (con definición te- rritorial) al servicio de la acumulación capitalista. La dirección de los Estados, en manos de burgue- sías nacionales, compiten por acaparar los recur- sos naturales, las fuerzas productivas y las rutas comerciales. En el caso de EE.UU., después de la segunda guerra mundial asumió la hegemonía mundial sometiendo a los demás Estados a sus intereses de expansión global.
Los dos conflictos son concomitantes: La lucha de clases y las guerras entre Estados. Para man- tener su hegemonía, EE.UU. tiene dificultades en tres planos distintos, relacionados con los conflic- tos que emergen de la expansión capitalista. En primer lugar, EE.UU. compite con otros Estados
por la hegemonía. Para los teóricos marxistas, se refiere a la teoría del imperialismo. Para otros es el estudio de la geopolítica. Los indicadores de am- bos enfoques señalan que la hegemonía nortea- mericana se debilita. Segundo, la lucha de clases a escala mundial tiende a agudizarse. Prueba de ello las constantes rebeliones de los trabajadores en todos los continentes del planeta. El tercer pla- no es lo que se refiere a la lucha de clases a lo in- terno de EE.UU. A este punto nos referiremos a continuación.
En un año el presidente Trump ha tratado, con éxito relativo, de cumplir con sus propuestas elec- torales de campaña. Logró nombrar una cantidad significativa de jueces conservadores en el siste- ma judicial. Aprobó una reforma fiscal que redujo los impuestos a las grandes corporaciones y a los multimillonarios. Va en camino de aumentar el presupuesto militar en un 10% (70 000 millones de dólares). Por otro lado, no ha podido acabar con el programa de salud de su predecesor ni con las políticas migratorias. En 2018 promete dar inicio a las inversiones de trillones de dólares en la construcción de infraestructura en todo el país. La reforma tributaria mantiene en línea a sus aliados más estrechos: La clase de los rentistas y empresarios millonarios. Más difícil será cumplir con sus promesas “populistas” de generar más empleo, frenar la inmigración de nuevos trabaja- dores y desmontar las regulaciones a las inversio-
nes no sustentables.
Cuando llegó Trump a la Casa Blanca, hace poco más de un año, se encontró con un país con serios problemas. Aún tiene una economía estan- cada, un sistema político que tiene que refundar- se y una cultura que cada vez es más excluyente. La sociedad norteamericana ha sido sacudida por una guerra civil, depresiones económicas, la ex- terminación de pueblos indígenas y un sistema que discrimina violentamente a sectores sociales por su origen étnico y de clase. El Estado nortea- mericano tiene fuertes contradicciones y los sec- tores subordinados viven en permanente guerra
con una oligarquía gobernante que logra mante- nerse en el poder con una dosis de persuasión y otra más de represión.
En la segunda mitad del siglo XX la economía de EE.UU., basada en la producción industrial-mili- tar, creció a tasas superiores al 3% anual. A fines del siglo pasado entró en una etapa de lento creci- miento y el establishment buscó fórmulas —tanto en el interior como en el extranjero— para frenar la caída de la tasa de ganancias de las corpora- ciones. Las protestas de los sectores más vulnera- bles fueron reprimidas y neutralizadas con la in- troducción de un arma usada por los ingleses en China en el siglo XIX: Las drogas.
Mientras tanto, la política neoliberal impulsó la desindustrialización, que aumentó el empleo in- formal y la pobreza. Los cambios provocaron la recesión de 2007-08 dejando millones de familias sin vivienda ni empleo. La crisis golpeó los bol- sillos de los trabajadores y de las capas medias. Además, socavó la sensación de seguridad en sec- tores amplios de la población generando descon- tento con el sistema político. Como consecuencia, surgieron grupos sociales que añoraban el pasado destruido por las políticas neoliberales.
En la presente coyuntura, esta situación se re- fleja de manera contradictoria. Por un lado, la protesta se expresa políticamente en una reac- ción contra las políticas de globalización (menos empleos) y a favor de un retorno al pasado. Este sentimiento se cuadró con el mensaje del espe- culador de bienes raíces, Donald Trump. El nue- vo inquilino de la Casa Blanca promete revivir el sueño americano creando nuevos empleos indus- triales (políticas “proteccionistas”, aun cuando no sean sustentables), levantando muros contra los inmigrantes y reprimiendo los grupos histórica- mente discriminados.
Trump tiene dos problemas para los cuales apa- rentemente no tiene solución: Por un lado, las de- mandas de los trabajadores, las reivindicaciones de los excluidos y las aspiraciones de los inmi- grantes. Es una lucha permanente para encontrar
la legitimidad del sistema. Por el otro, Trump tie- ne que decidir si descarta a los viejos segmentos de la oligarquía ya improductivos para sumar a los sectores más innovadores. EEUU experimen- ta en estos momentos un período de turbulencia interna que puede generar tres resultados. Por un lado, al no encontrar una solución a la crisis, pue- de surgir un régimen fascista catastrófico (popu- lismo oligarca con una base social que reivindica el pasado idílico). Por el otro, la consolidación del establishment con su proyecto globalizante cuyo resultado final no es seguro. La otra opción es el surgimiento de un movimiento social en EEUU, desde las bases, que logre promover políticas que generen una economía incluyente capaz de crear empleos productivos, que incorpore a los inmi- grantes y que supere el odio explícito en la discri- minación.
Trump tiene un objetivo mientras se encuentre en la Casa Blanca: Orientar el país —su econo- mía y sus valores sociales— hacia una forma de organización que reproduzca, en gran parte, los valores que muchos asocian idílicamente con el pasado glorioso de la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX.
El estribillo que mejor sinteriza esa idea es “Ha- gamos EE.UU. grande nuevamente” o “EE.UU. primero”. Al interior del país encuentra una fuer- te resistencia a esta orientación por parte de los sectores que apuestan al futuro de EE.UU. en un mundo globalizado donde Washington seguiría siendo primero entre otras pocas potencias su- bordinadas. Como diría Arrighi, un mundo con un centro, una semiperiferia y una periferia.
Los grupos que promueven la globalización es- tán convencidos que pueden controlar el proceso de acumulación capitalista desde las alturas de los mecanismos financieros. Las intervenciones mi- litares serían restringidas contra países de la pe- riferia que se salen de línea. EE.UU. puede exter- nalizar su estructura tecnoindustrial hacia países
de la periferia para garantizar tasas de ganancia aceptables. Al mismo tiempo, conservan áreas es- tratégicas bajo estricto control: alimentos, ener- gía, tecnología espacial y otras.
Los teóricos de la globalización perciben un nuevo orden mundial equilibrado entre poten- cias, “casi-potencias” y la periferia. Se llegaría al ideal de poner fin a las guerras, los conflictos y se proclamaría el amor fraternal entre los pueblos.
Trump y sus asesores ven la globalización y la realidad mundial desde otra perspectiva. Para poder competir en el mundo capitalista hay que fortalecer a EE.UU. y probar que es la potencia sin rival. Como dijera Kissinger, después del Tra- tado de Westfalia (1640) se llegó a un consenso entre las potencias europeas que no habrían mas guerras entre ellas. Emergió Inglaterra y su Gran Bretaña como potencia hegemónica durante casi 2 siglos. Westfalia contribuyó al saqueo de la pe- riferia en el proceso de acumulación capitalista mundial.
El proyecto de Trump consiste en construir una fortaleza militar en EE.UU. que pueda enfrentar al resto del mundo sobre la base de su economía, su cultura y su poderío bélico. Los retos que en- frenta están básicamente en sus proyectos econó- mico y cultural.
La economía norteamericana está en crisis, no crece, no genera excedentes, desde fines del siglo
XX. Las políticas neoliberales (desregulación y flexibilización) no tuvieron los resultados espera- dos. Por un lado, condujeron al colapso de la bol- sa de valores y la crisis de 2007-2008. Por el otro, dejó sin empleo a decenas de millones de trabaja- dores creando un descontento social de una enor- me magnitud.
Además, los agentes culturales de EE.UU. —los medios de comunicación, el sistema educativo, la industria cinematográfica— están en manos de los sectores “liberales” que promueven la ideolo- gía de la globalización. Trump cree que obligando
a los medianos y grandes industriales —incluyen- do los high tech— que regresen a EE.UU. la eco- nomía puede reestructurarse y promover tasas de crecimiento similares a las que tenía EE.UU. en las décadas de 1950 y 1960. En este mismo mo- vimiento, Trump atacó todos los tratados comer- ciales que tenía Washington con otros países por considerarlos inadecuados para los objetivos que perseguía. Se fue en contra de la política de migra- ción que EE.UU. tiene desde hace siglo y medio. Hasta la fecha ataca todos los que buscan llegar a EE.UU. desde el sur de la frontera. En la actuali- dad, hay 22 millones de mexicanos en EE.UU. La mitad son indocumentados que son superexplo- tados por la economía norteamericana.
Trump también cree que los medios de comuni- cación son sus enemigos principales. Es conciente que los medios moldean la ideología de amplios sectores de la población, incluso de los obreros y otros grupos sociales que tienen medios propios. Durante su campaña y en los 2 años en Casa Blan- ca ha entablado —con relativo éxito— una dura batalla contra el monopolio de la comunicación en EE.UU. Defiende a los grupos evangélicos y otros conservadores que protegen dogmas del pa- sado por considerarlos sus aliados.
Trump asegura que los gobiernos que lo ante- cedieron ponen en peligro “el estilo de vida” de los norteamericanos. Destaca el sistema educati- vo, las relaciones étnicas y los procesos electorales como instituciones que deben reformarse a fon- do. La política de Trump le ha dado los resulta- dos que esperaba. El país está dividido ante sus iniciativas. Los capitalistas se mueven con cautela. Los gremios de los trabajadores que estaban muy debilitados ahora están sin vocería. Las protestas de los liberales más radicales tienen que enfrentar en las calles a los grupos conservadores más ex- tremistas, como los neonazis.
Trump está alterando los arreglos hechos hace más de 70 años entre las potencias occidentales,
que incluye Japón. Ve con buenos ojos un acer- camiento a Rusia y le pone cortapisas a China a quien le declaró una guerra comercial. Sus aliados de Europa occidental han perdido confianza en la Casa Blanca de Trump. El presidente de EE.UU. quiere que su mensaje le llegue alto y claro a los líderes europeos en el sentido de que EE.UU. no tolerará disensiones ni cuestionamientos a su po- lítica exterior.
Rusia: A corto plazo, llegar a un entendimien- to militar que le permita a EE.UU. continuar con su despojo de las regiones periféricas. A mediano plazo, convertir a Rusia en un aliado subordinado capaz de servir como contenedor de China desde el norte. A largo plazo, apoderarse de los grandes recursos naturales rusos para administrar su dis- tribución a escala mundial.
China: Corto plazo, interrumpir su comercio exterior (el yuan). Mediano plazo, frenar su pro- ceso de acumulación capitalista. Largo plazo, de- bilitar su capacidad militar.
América latina: A corto plazo, poner fin a la in- subordinación de los países de la región y asegu- rar su dependencia militar y económica. A me- diano plazo, garantizar el control de los recursos naturales de la región y regular el flujo migratorio de la gran cuenca del Caribe y Sur América. A lar- go plazo, establecer una relación entre ambas re- giones que le permita a la doctrina Monroe cum- plir su objetivo histórico.
A diferencia de los gobiernos de EE.UU. que lo antecedieron en el siglo XX, el gobierno que presi- de Donald Trump no parece estar al servicio del es- tablishment financiero que controla la distribución del capital (los excedentes del sector productivo) y de su burocracia que administra las relaciones so-
ciales de dominación (el Estado). Trump es vocero de un sector minoritario de la oligarquía nortea- mericana que pretende recuperar parte o la totali- dad del poder político que ha estado perdiendo en forma consistente desde la II guerra mundial.
El enemigo de Trump es el establishment. En las elecciones de 2016 logró organizar una cam- paña político-electoral que, primero, le permitió secuestrar al Partido Republicano (en agosto) e, inmediatamente, conducir al partido de Lincoln a un triunfo electoral sorpresivo (en noviembre). En enero de 2017 se instaló en la Casa Blanca.
El enfrentamiento entre las dos fracciones del capital norteamericano es asimétrico. El sector más poderoso del establishment, que controla el capital financiero, no sólo sirve de pivote para las inversiones dentro de la economía norteamerica- na, también ha construido una red global que in- cluye Europa, pretende incorporar a China y, ade- más, controla la periferia del sistema capitalista, que incluye América latina.
Según García Bielsa, Trump representa al capi- tal industrial, agroindustrial, bienes raíces y ener- gético. Para equilibrar la asimetría, Trump logró alinear sectores importantes de la clase obrera empobrecida de EE.UU. (Rodrik) y sectores que aún conservan una ideología conservadora —el Tea Party— y racista —Krugman—. Para debili- tar al sector financiero en el plano internacional, Trump, por un lado, se acerca a Rusia y, por el otro, le declara la guerra comercial a China.
Donald Trump se enfrenta a elecciones parcia- les en noviembre de 2018. Los resultados de las elecciones en la Cámara de Representantes de EE.UU. (450 curules), programadas para el pri- mer martes de noviembre de 2018, abrirán nue- vos escenarios que afectarán el futuro inmediato de ese país y del mundo. Está en juego la presi- dencia de Donald Trump. Si el Partido Republica- no conserva su mayoría en el Congreso, se desa- tarán un conjunto de procesos promovidos por la Casa Blanca. Si pierde, se producirán otros even- tos, algunos predecibles y otros menos.
¿Qué pasa si el partido de Trump gana en 2018? Lo más probable es que en 2020 triunfe en las elecciones presidenciales programadas para ese
año y siga en la Casa Blanca hasta 2024. También existe la posibilidad de que intente eliminar la en- mienda número 25 de la Constitución de EE.UU. que impide que el jefe de gobierno ocupe esa po- sición por más de dos períodos. Esto significaría en el plano internacional un fin de la globaliza- ción que pretendía acabar con las fronteras y de- jar establecido un gobierno mundial controla- do por los centros financieros y el poder militar de EE.UU. En su lugar, algo igual de pernicioso, Trump contribuiría a consolidar el poder econó- mico y militar —y cultural—centrado en EE.UU. convirtiendo el resto del mundo en sus vasallos. Los vasallos serían sus aliados tradicionales, sus contrincantes —residuos de la guerra fría— así como la periferia.
Esta posibilidad crea un escenario de conflictos sin precedente. Trump cree estar en condiciones de enfrentar al mundo y derrotarlo, utilizando so- bre todo su enorme poderío militar. —El 70 por ciento de todos los gastos militares en el mundo se concentran en EE.UU.—.
Si las elecciones de noviembre en EE.UU. no fa- vorecen a Trump, puede tener la seguridad que no podrá reelegirse en 2020. Además, es probable que no llegue a 2020 como presidente. La Cámara de Representantes iniciaría en 2019 un juicio (im-
peachment) para destituirlo. El Senado actuaría
como juzgado ante las denuncias de la Cámara. En un escenario de este tipo pueden darse sorpre- sas. Sin embargo, lo más probable es que la maqui- naria del establishment logre apaciguar cualquier sector con ideas fuera del contexto constitucional.
Entendemos por establishment la oligarquía del sistema capitalista que controla la distribución de los excedentes generados por los sectores productivos. Es una combinación de los grandes bancos y secto- res financieros de las bolsas de valores que cuentan con una red mundial, las trasnacionales que contro- lan más de la mitad de la producción mundial, la burocracia global que controla la administración de
los gobiernos tanto nacionales como internaciona- les (ONU, EU, etc.) y las fuerzas armadas de EE.UU. y de otros países.
En este trabajo queremos darle respuesta a una pregunta. La respuesta está condicionada a las elecciones de noviembre. Trump llegó a la Casa Blanca con un programa que declaraba su inten- ción de destruir el proyecto global del establish-
ment.
¿Cuál es la alternativa? Su objetivo es recons- truir la sociedad norteamericana con una corre- lación de fuerzas favorable al capital nacional, sometiendo al capital financiero. Para ello está promoviendo una ideología nacionalista, con una base social sólida, fundamentada en creencias de grandeza (Let`s make America great again / What
do you have to lose?).
lidad.
El gráfico de la Oficina de Estadísticas Labora- les (BLS) de EE.UU. apoya las tesis de que a partir
Fuente: Bureau of Labour Statistics, United States Department of Labor
de mediados de la década de 1970 se produce una brecha creciente entre los índices de productivi- dad y los salarios reales en EE.UU. Los trabajado- res norteamericanos cada vez se llevan a casa una porción menor de la riqueza que generan. Los sa- larios se estancaron pero las ganancias capitalistas siguieron aumentando. El trabajador norteameri- cano no entiende muy bien como se empobrece. Como el 5% de la población vive en la indigencia. Cómo el 10% vive en la pobreza extrema y el 15% debajo de la línea de la pobreza. Sectores cada vez más grandes de la población viven en condiciones de menos bienestar que sus padres. Trump supo comunicarse con estos grupos sociales e identifi- car culpables: En primer lugar el Partido Demó- crata. Seguido por los mexicanos y musulmanes, así como los medios de comunicación y una gama de organizaciones que llama de “izquierda” (lefties o left wing). Sus políticas atacan a los afro-nor- teamericanos, a los homosexuales y liberales que cuestionan sus posiciones patrioteras. Según Trump, EE.UU. está en guerra contra todos los elementos mencionados y, además, con una alian- za mundial que junto con el establishment han le- vantado el proyecto de globalización. El objetivo central de la globalización es destruir a EE.UU.
Hay tres autores que abordan el problema de la crisis del desarrollo capitalista. Ernest Mandel lo llama “el capitalismo tardío”. Paul Sweezy se refie- re a la crisis de acumulación y Giovanni Arrighi analiza la crisis del capitalismo financiero.
A fines de la década de 1970 se lanzó una con- traofensiva para detener el deterioro de la tasa de ganancia analizado por los autores mencionaos. La contraofensiva terminó siendo bautizado como la globalización, acompañada de las polí- ticas neoliberales. La globalización —o fin de las fronteras—tenía en mente llevar a un nuevo ni- vel el saqueo de las riquezas naturales del llama- do tercer mundo e incrementar la explotación de los trabajadores de los países periféricos. David Harvey lo llamaría el “nuevo imperialismo” y Ruy Mauro Marini “la dialéctica de la dependencia”, respectivamente. Stiglitz y Krugman anunciarían antes de la gran recesión de 2007-2008 la crisis del neoliberalismo.
Según Krugman, “la única área en la que Trump está en conflicto con la ortodoxia del Partido Re- publicano es su nacionalismo económico, mate- rializado en un conjunto rápidamente creciente
de aranceles a las importaciones. Después de las elecciones de 2016, muchos comentaristas ar- gumentaron que la victoria de Trump gracias al Colegio Electoral reflejó una reacción negativa contra la globalización. Eso sugirió que su protec- cionismo podría volverse popular”.
Krugman dice que no ha sido así. Asegura que la guerra comercial está ocasionando un malestar considerable entre los republicanos de las zonas agrícolas. Mientras tanto, los aranceles tampoco parecen ser populares en los estados industriales. De hecho, es difícil encontrar a un grupo gran- de al que le guste la política comercial de Trump.
¿Por qué las ideas de las políticas republicanas fracasan de manera tan contundente? Hasta cier- to punto, la respuesta es evidente: las políticas del Partido Republicano son impopulares porque da- ñan a muchos más norteamericanos de los que ayudan. ¿Por qué alguien habría de esperar que sea popular un recorte fiscal a los ricos que a la vez elimina la atención médica a los enfermos?
Según Mark Weiner, muchos liberales y pro- gresistas han tenido la tentación de condenar el comportamiento de Donald Trump en términos personales, acusándolo de incompetencia y espe- culando sobre su estabilidad mental. Pero hay una explicación más profunda e inquietante del com- portamiento del presidente de EE.UU. La teoría política del filósofo alemán Carl Schmitt ofrece algunas respuestas.
Aparte de la impronta que le añade Trump, su propia elección y parte de la exacerbación de las políticas del imperio norteño, son un reflejo del declinar o pérdida de la hegemonía de antaño. Ac- cidentes al margen y entre muchos otros factores, su elección fue posible debido al casi universal re- chazo popular a las elites de Washington y de Wall Street, a las notables fracturas sociales en el país, bajo el impacto acumulativo de la globalización y el neoliberalismo, la sobre expansión imperial,
los excesivos gastos militares y el desmesurado crecimiento de la especulación y las inversiones no productivas, bajo los imperativos del mercado. De ahí se deriva una sostenida disminución del ritmo de aumento de la productividad en muchos sectores de la industria, aumento de empleos par- ciales y mal pagados, el deterioro del estatus de la clase trabajadora y de regiones enteras que se sienten abandonadas y han visto reducir sus con- diciones de vida sin que aprecien que el gobierno o el Congreso se preocupe por ellos.
Conservadores y las redes de la derecha política en todo el país y, ciertamente en las zonas rurales, logró desplegar una eficaz campaña y capacidad para manipular los resentimientos y temores de millones.
Según García Bielsa, esa base de apoyo (junto a intereses millonarios en sectores como los bie- nes raíces, de la construcción, de la explotación minera, y otros) está en el país profundo, en esta- dos rurales, sectores empobrecidos hartos de los políticos y de la elite del país, quienes se sienten víctimas de la globalización, del abandono guber- namental y que son empujados a buscar chivos expiatorios por sus problemas y reducción de sus niveles de vida y que sienten como que su mundo se viene abajo. Un ambiente propicio para cierto tipo de populismo nacionalista sigue siendo una de las más poderosas fuerzas en la política del país.
La tesis del empobrecimiento económico como causa del triunfo del discurso nacionalista es cues- tionado por quienes hacen énfasis en las políticas racistas que se remontan varios siglos y que han resurgido con fuerza a principios del siglo XXI.
¿Qué segmento de la población le dio el triunfo electoral a Trump? Hasta hace poco se decía que fueron los votos de los obreros frustrados del Rust Belt que se engancharon al discurso nacionalista y proteccionista, pro industrial, de Trump. En otro análisis se plantea que Trump le debe el triunfo al voto de la población llamada “blanca” que refleja el “miedo” que le tiene ese sector a las etnias afro-
norteamericana y mexicana.
La tesis del empobrecimiento económico como causa del triunfo del discurso nacionalista es cues- tionado por quienes hacen énfasis en las políticas racistas que se remontan varios siglos y que han resurgido con fuerza a principios del siglo XXI.
¿Qué segmento de la población le dio el triunfo electoral a Trump? Hasta hace poco se decía que fueron los votos de los obreros frustrados del Rust Belt que se engancharon al discurso nacionalista y proteccionista, pro industrial, de Trump. En otro
análisis se plantea que Trump le debe el triunfo al voto de la población llamada “blanca” que refleja el “miedo” que le tiene ese sector a las etnias afro- norteamericana y mexicana.
Según Krugman, “si no pueden ganar con los problemas (económicos) tratarán de ganar con otra cosa… y sabemos lo que será: en todo EE.UU. los electores se ven bombardeados con anuncios republicanos que muestran a gente asustada de la piel morena. En Texas, incluso, Ted Cruz piensa que un video en el que aparece el candidato oposi- tor, Beto O’Rourke, diciendo cosas perfectamente razonables a un público de afronorteamericanos ayudará a su campaña para senador”.
Krugman concluye que los estudios de las elec- ciones de 2016 demuestran, claramente, que el re- sentimiento racial y no la “ansiedad económica” fue lo que le dio la victoria a Trump. Disentimos con esta conclusión.
Según Yu Yongding, el gobierno del presidente Trump, ha basado su decisión de imponer aran- celes comerciales a China y arriesgar una guerra comercial, ampliamente catastrófica, en un infor- me que no resiste el escrutinio. La decisión, pare- ce clara, se tomó antes incluso de que el informe fuera escrito. Yu es miembro de la Academia Chi- na de Ciencias Sociales.
El informe de la sección 301 de EE.UU. destaca cuatro áreas que considera perjudiciales para su país. Por un lado, la transferencia de tecnología,
por el otro, la tasa de retorno. Además, las inver- siones chinas en el exterior y, por último, el robo cibernético.
Transferencia de tecnología: Yu señala que “las empresas extranjeras se han mostrado más que dispuestas a ingresar en su mercado, en particular por el trato preferencial que le brinda a la inver- sión directa. Por cierto, durante décadas, empre- sas extranjeras y nacionales por igual han acepta- do voluntariamente la estrategia china de ‘acceso de mercado a cambio de tecnología’, que requería que los inversores extranjeros importaran tecnolo- gía avanzada a cambio de entrar al mercado chino”. Tasa de retorno: Yu agrega que “un informe del Banco Mundial de 2006 puso la tasa promedio de retorno para las multinacionales extranjeras en China en el 22%. Según un informe compila- do por el Consejo de Conferencias de Empresas Mundiales, la tasa promedio de retorno sobre el capital para las multinacionales norteamericanas en China en 2008 fue del 33%. “Nadie puede decir que las empresas extranjeras se vieron obligadas a operar en el mercado chino. El argumento de que las empresas estadounidenses han sido forzadas a transferir su tecnología a China carece así de re-
levancia”.
Inversión china en el exterior: Las acusaciones del informe de la Sección 301 respecto de la in- versión china en el exterior —a saber, que China utiliza “capital del gobierno y redes de inversores sumamente opacas para facilitar las adquisicio- nes de alta tecnología en el exterior”— son igual- mente endebles. El Instituto Norteamericano de la Empresa informa que, de 2005 a 2016, las em- presas chinas hicieron 202 inversiones, incluidas fusiones y adquisiciones, en EE.UU. Sólo 16 de ellas -—por un total de 21 000 millones de dóla- res— fueron en sectores de tecnología. Los inver- sores chinos gastaron mucho más que eso —94 000 millones de dólares— en bienes raíces en Es- tados Unidos entre 2013 y 2016.
Cibernética: La cuestión final planteada por el informe de la Sección 301 se relaciona con el robo
cibernético de PI y de información comercial sen- sible que, según EE.UU., es perpetrado por el go- bierno chino. El informe reconoce que desde 2015
—cuando China y EE.UU. acordaron que ningu- no “realizaría o respaldaría intencionadamente robo cibernético de propiedad intelectual, inclui- dos secretos comerciales u otra información co- mercial confidencial para ventajas comerciales”— la cantidad de incidentes detectados de espionaje cibernético chino ha declinado.
“Los pagos de honorarios y regalías por parte de China por el uso de tecnología extranjera se han disparado en los últimos años, alcanzando casi 30 000 millones de dólares el año pasado, casi cuatro veces más que en los últimos diez años”.
China puede hacer mucho para mejorar su aca- tamiento de las normas de la OMC, especialmen- te en lo que concierne a abrir su sector de ser- vicios financieros y fortalecer las protecciones de propiedad intelectual (PI).
Pero las cuestiones relacionadas con el comer- cio deberían abordarse dentro del marco de la OMC, y Estados Unidos tendría que utilizar los mecanismos de resolución de ese organismo para abordar sus quejas.
Yu concluye que “la guerra comercial de Trump no logrará obligar a China a abandonar su aspira- ción de ponerse a la altura de las economías avan- zadas. China está dispuesta a librar una guerra de desgaste. Desafortunadamente, ambas partes
—así como el resto del mundo— incurrirán en grandes pérdidas en el proceso”.
EE.UU. y la actual administración de Trump apoyan la llamada ola conservadora que ha derro- cado alrededor de una decena de gobiernos pro- gresistas. Desde Honduras en 2007 hasta Brasil en 2017. Al mismo tiempo, ha declarado amenazas a su seguridad nacional a los gobiernos de Vene- zuela, Cuba y Nicaragua.
Para complicar aún más el panorama que atañe al sur de la frontera de EE.UU., Washington acusa a China de haber iniciado una táctica comercial para penetrar las estructuras de América latina, sin excluir a México y Centroamérica.
La política exterior de EE.UU. con Trump en la Casa Blanca descansa sobre la consigna de vol- ver a la grandeza del pasado. La política interior pretende regresar a una alianza populista entre una burguesía nacional debilitada y una masa de trabajadores castigada por las políticas globales (relocalización de fábricas y pérdida de empleos industriales). Mientras tanto, existía cierta incer- tidumbre en relación con la política de Trump frente a América Latina. Hacia México y Cuba, Washington sigue una línea histórica trazada en función de su política interna: Migración de mano de obra barata mexicana y la cuestión cuba- na. En relación con Venezuela, prima el temor en el establishment de perder los ricos yacimientos de petróleo.
El capital norteamericano es cada vez más de- pendiente de la mano de obra barata que abunda más al sur de su frontera, en México y en el trián- gulo norte de Centro América. En la segunda mi- tad del siglo XX desestabilizó la economía agraria mexicana y estrangulo su industrialización para crear una enorme masa de trabajadores informa- les —sin empleo y sin tierra— que optó por mi- grar a EE.UU. Con igual insistencia logró desarti- cular las economías del norte de Centro América. Provocó guerras, instaló la base militar norteame- ricana más grande de América Latina en Hondu- ras y desató un tráfico de drogas hacia el mercado norteamericano.
Para complicar aún más el panorama que atañe al sur de la frontera de EE.UU., Washington acusa a China de haber iniciado una táctica comercial para penetrar las estructuras de América latina, sin excluir a México y Centroamérica.
La política exterior de EE.UU. con Trump en la Casa Blanca descansa sobre la consigna de vol- ver a la grandeza del pasado. La política interior
pretende regresar a una alianza populista entre una burguesía nacional debilitada y una masa de trabajadores castigada por las políticas globales (relocalización de fábricas y pérdida de empleos industriales). Mientras tanto, existía cierta incer- tidumbre en relación con la política de Trump frente a América Latina. Hacia México y Cuba, Washington sigue una línea histórica trazada en función de su política interna: Migración de mano de obra barata mexicana y la cuestión cu- bana. En relación con Venezuela, prima el temor en el establishment de perder los ricos yacimien- tos de petróleo.
Aparentemente todo se aclaró a principios de febrero de 2018 con la gira por la región del se- cretario de Estado, Rex Tillerson. Preparó una adenda a la Doctrina Monroe en preparación de su visita a cinco capitales de la región. El encarga- do de dirigir las relaciones exteriores de Washin- gton le dio coherencia a los múltiples tweets del presidente Trump. En primer lugar, dejó claro que los principios establecidos por EE.UU. hace dos siglos, estampados en la Doctrina Monroe, están vigentes: El hemisferio occidental le pertenece a Washington.
Le envió un mensaje a China: EE.UU. es el úni- co “predador” en la región. Señaló que “América Latina no necesita nuevos poderes imperiales. El modelo de desarrollo que ofrece China es una re- miniscencia del pasado. No tiene que ser el futuro de este hemisferio”.
En segundo lugar, Tillerson reivindicó el dere- cho de EE.UU. de intervenir militarmente en la región. El llamado poder suave de Barak Obama fue engavetado y salió a relucir el ‘poder duro’. “En la historia de Venezuela a menudo son los militares que se dan cuenta de que no pueden servir a los ciudadanos... e intervienen”. Por su lado, el senador Marco Rubio declaró que “el mundo apoyaría a las fuerzas armadas de Vene- zuela si deciden proteger a las personas y restau- rar la democracia mediante la eliminación de un dictador”.
En tercer lugar, el secretario de Estado reactivó la OEA y logró aprobar una resolución diplomá- tica contra Venezuela. Le dejó al Grupo de Lima la tarea de agitar la consigna de la intervención militar en Venezuela.
EE.UU. tiene tres planes de contingencia para deshacerse del proceso revolucionario boliva- riano. Plan A: Promover un golpe militar desde adentro llamando a un levantamiento del Ejérci- to Bolivariano. Plan B: Movilizar los ejércitos de Colombia, Perú y Brasil —con el apoyo logístico de Panamá, Holanda y Argentina— para copar las fronteras venezolanas. Plan C: Lanzar a las fuer- zas aéreas, navales y terrestres del Comando Sur en un ataque ‘total’ contra Venezuela.
En Colombia EE.UU. tiene nueve bases prepa- radas para atacar. Hay dos bases militares del Co- mando Sur en las comunidades de Vichada y Le- ticia, en el Amazonas. Estas forman un arco con las de Palanquero y Tolemaida (altiplano). Otras en Malambo, (costa atlántica), Apiay y Larandia, (llanuras orientales), Saravena, (en el río Arauca) y por último, en la Bahía Málaga (costa del Pa- cífico). Además, en el cerco hay tropas de asalto de EE.UU. en Aruba y Curazao, que opera con la base de Palmerola, Honduras.
En la década de 1970, EE.UU. aplicó el Plan A en Chile, derrocando el gobierno de la Unidad Popular y asesinando al presidente Allende. En la década de 1980, activó el Plan C y el Coman- do Sur invadió a Panamá poniendo fin al régimen militar del general Noriega. En el siglo XXI intro- dujo una modalidad nueva dando golpes parla- mentarios en Paraguay y Brasil.
Tillerson mostró todas las cartas que tiene en la mano el presidente Trump en su juego con América latina. Por un lado, la decisión de intervenir, incluso usando la fuerza militar para proteger sus intereses estratégicos (energía). Por el otro, rechazar las inten- ciones de Pekín de establecer una relación comer- cial dominante con América latina. Sin embargo, a Tillerson le faltó presentar la otra mitad de la ecua- ción: ¿Qué ofrece EE.UU. a cambio? Las oligarquías
latinoamericanas dependen de Washington para mantenerse en el poder. En los últimos 200 años exportan mano de obra barata y materias primas al mercado norteamericano y, en cambio, reciben ar- mas y asesoría militar.
En Texas, el secretario de Estado ofreció los valores que supuestamente comparte EE.UU. con la región. No serán suficientes. Las oli- garquías de la región tienen que negociar con los otros sectores sociales que también tienen
intereses. Todo indica que las relaciones entre ambas regiones se encuentran en una encruci- jada: ¿Aprovechará China la coyuntura? ¿Apro- vechará América latina la oportunidad para in- dependizarse? ¿Cambiará EE.UU. su crónica de una estrategia fracasada?
El proyecto de Trump consiste en construir una fortaleza militar en EE.UU. que pueda enfrentar al resto del mundo sobre la base de su economía, su cultura y su poderío bélico.
Alvaro Verzi Rangel: “Fuertes disputas en las cúpulas política y militar de EE.UU: la resistencia a Trump”, ALAI, 10 de agosto, 2018.
Amy Goodman en entrevista a Carol Anderson en Democracy Now! Paul Krugman: “El partido sin ideas”, New York Times (en español), 27 de septiembre, 2018.
Bruno Estrada: “El fin del trabajo”, Economistas Frente a la Crisis, 27 de enero de 2017. Dani Rodrik: “It’s too late to compensate free trade’s losers”, Project Syndicate, junio, 2017.
Fernando M. García Bielsa: “La crisis social estadounidense y el ‘fenómeno’ Trump en su justo lugar”, ALAI, 10 de septiembre, 2018.
Helena Trinca: “American elites don’t get white working class, says Joan Williams”, The Australian, 17 de junio, 2017. Mark Weiner: “El trumpismo y la filosofía del orden mundial”, Nueva Sociedad, julio, 2018.
Rex Tillerson: “El compromiso de EE.UU. con el Hemisferio Occidental”, Panamá, Embajada de EE.UU. (Austin, Texas, 1ro. de febrero, 2018), https://pa.usembassy.gov/es/secretary-tillerson-on-u-s-engagementin-the-western-hemis- phere-2/.
Samir Amin: “Crisis. Ciclos económicos. Modernidad capitalista”, https://es.scribd.com/document/189759182/Cri- sis-Ciclos-Economicos-Modernidad-Capitalista.