Cuadernos de Nuestra América/Nueva Época/No. 017 / octubre-diciembre, 2025/
RNPS: 2529 /ISSN: 2959-9849/ 150 pp.
La diplomacia cultural ante el desafío de "la cultura
de cancelación"
Cultural diplomacy in the challenge of "cancellation culture"
Alexandr I. Kuznetsov, PhD
Profesor del departamento de Diplomacia. Embajador extraordinario y plenipotenciario, Universidad de las Relaciones Internacionales adjunta al Ministerio de Relaciones Exteriores de la Federación de Rusia (Universidad MGIMO).
e-mail: a.i.kuznetsov@inno.mgimo.ru.
Fecha de recepción junio 2025
Fecha de aprobación julio 2025
Resumen
El artículo analiza la dualidad de la diplomacia cultural, dividida entre su faceta pragmática de "poder blando" y su misión idealista de tender puentes entre culturas. Argumenta que esta misión humanista se ve gravemente amenazada por el auge de la "cultura de cancelación", un fenómeno que ha traspasado de la esfera doméstica a la política exterior occidental. El texto utiliza como caso de estudio la creciente politización y las prácticas de exclusión contra Rusia en foros internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés), donde se intenta "cancelar" su cultura e influencia. Concluye que esta tendencia, lejos de aislar a su objetivo, daña la institucionalidad multilateral, erosiona los valores occidentales que dice defender y pone en peligro el futuro del diálogo intercultural y la convivencia internacional.
Palabras clave: cultura de cancelación; diplomacia cultural; poder blando; politización; UNESCO.
Abstract
The article analyzes the duality of cultural diplomacy, divided between its pragmatic facet of 'soft power' and its idealistic mission of building bridges between cultures. He argues that this humanist mission is seriously threatened by the rise of the 'cancel culture', a phenomenon that has passed from the domestic sphere to Western foreign policy. The text uses as a case study the growing politicization and exclusion practices against Russia in international forums such as UNESCO, where attempts are being made to 'cancel' its culture and influence. He concludes that this trend, far from isolating its objective, damages multilateral institutionality, erodes the Western values that it claims to defend and endangers the future of intercultural dialogue and international coexistence.
Keywords: cancel culture; culture diplomacy; politicization; soft power; UNESCO.
El concepto moderno de diplomacia cultural se plantea habitualmente en dos aspectos fundamentales: el primero, que podríamos llamar pragmático, considera este género de la acción diplomática como parte integrante del llamado soft power (poder blando). Su objetivo normalmente se interpreta como la proyección de una imagen positiva de un país en el extranjero mediante la promoción del conocimiento del idioma y de otras características más destacadas y atractivas de su cultura nacional. Cabe señalar que aquí no se trata solamente de sus manifestaciones tradicionales y elitistas como la música clásica, las letras, la pintura o la danza, también de las expresiones más populares como la cocina, el vino, la moda o las tradiciones folclóricas pintorescas, que sirven para promover el turismo, muy provechoso económicamente.
El segundo aspecto es menos pragmático, más idealista. Se trata de la acción diplomática a nivel nacional e internacional que, por medio de relaciones culturales, busca tender puentes entre distintas culturas y civilizaciones, en aras de promover la mayor tolerancia y el entendimiento mutuo y de esta manera consolidar la paz mundial.
Esta misión de la diplomacia es quizás tan antigua como la humanidad misma. Se remonta a los tiempos cuando el ser humano vivía en un mundo claramente dividido en "nosotros" y "ellos", estos últimos, a priori, asociados con el mal. Como se sabe, en la antigüedad existían los ritos de purificación, que había que cumplir cada vez que uno tenía contacto con un extranjero. En la Rusia del siglo xvii, los embajadores extranjeros que visitaban Moscú vivían allí como reclusos, estrictamente vigilados para que no tuvieran ningún contacto con la población local. El zar, que los recibía muy ceremoniosamente, lavaba su mano cada vez que los embajadores la besaban.
En tales condiciones, los diplomáticos —que entonces ni siquiera se llamaban así— eran de los pocos para quienes el contacto con extranjeros era normal e indispensable. Fueron ellos quienes aseguraron los intercambios, todavía incipientes, entre culturas y civilizaciones. Por ejemplo, fue a través de la llamada Cámara de Embajadores, predecesor medieval del actual Ministerio de Exteriores, que los rusos se enteraron del descubrimiento de América.
La misión de acercamiento entre culturas acompañó la diplomacia a lo largo de toda su historia. En las últimas décadas, la diplomacia cultural alcanzó alturas inéditas. Lo hizo posible entre otras cosas la revolución de los medios de comunicación. La tolerancia, el respeto mutuo y el diálogo entre civilizaciones, aunque sea teóricamente, llegaron a ser valores ampliamente compartidos por la comunidad internacional.
No obstante, observamos con preocupación que últimamente las sombras parecen ser más fuertes que las luces. Es evidente la degradación de la cultura del diálogo en el ámbito internacional. Crece el papel de la fuerza militar. Como consecuencia, cae la eficacia de la diplomacia como medio del arreglo pacífico de controversias. Es notorio el déficit de confianza en las relaciones internacionales. Es cada vez más difícil pronosticar la evolución de los asuntos mundiales. Todo ello pone serias trabas a la acción diplomática, de inspiración humanista y cultural.
Estas tendencias se reflejan específicamente en la llamada "cultura de cancelación", un fenómeno social que apareció en Estados Unidos como forma de reprobación y boicoteo a personas o entidades cuyo comportamiento se considera como "políticamente incorrecto" o simplemente merece condena. Víctima —o víctimas— de las campañas de "cancelación" se dejaban en libertad, pero desaparecían del espacio público, muchas veces privados del ejercicio de su profesión y con reputaciones arruinadas.
Está claro que semejantes prácticas dividieron la sociedad estadounidense, suscitando múltiples protestas y controversias. Por ejemplo, el presidente Donald Trump comparó la cultura de cancelación con el totalitarismo y la calificó como un arma política para castigar y humillar a los que tienen opiniones diferentes.
No obstante, lo que es materia de debate en el interior de las sociedades occidentales se ha extendido con facilidad a su política exterior. Dicho en otras palabras, los países occidentales hacen uso de las prácticas de "cancelación" para castigar lo que no les gusta o consideran un reto a su dominación.
La práctica de la "cultura de cancelación" es muy amplia. Abarca casi la totalidad de las relaciones internacionales. Como señaló recientemente el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, se trata de "cancelar" primero el derecho internacional, reemplazándolo por un misterioso concepto de "orden mundial basado sobre las reglas", aunque nadie sabe cuáles son estas reglas, ni quiénes las establecen. Después viene la "cancelación" de la verdad, una vez que se suprime cualquier opinión alternativa y "cancelados" los periodistas que la expresan. Lo mismo ocurre con la justicia, la investigación de los crímenes, la discriminación de las minorías nacionales, etcétera.
Otro ejemplo de esta política es la situación actual en la UNESCO, el foro global más importante de la diplomacia cultural. Esta organización internacional nació en las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, con una noble idea de "erigir los baluartes de la paz en la mente de los hombres" a través de la cooperación internacional en los ámbitos de la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación. Hoy en día, esta organización
sufre una oleada de politización sin precedentes. Una verdadera paradoja consiste en que los mismos países cuyos representantes eran padres fundadores de la UNESCO, los grandes intelectuales europeos que formularon las ideas nobles de "la solidaridad moral e intelectual de la humanidad", ahora —cínicamente— utilizan este foro solo como caja de resonancia para los fines de su guerra híbrida contra Rusia.
Ello se manifiesta en las tentativas de "ucrainizar" casi la totalidad de la agenda de la UNESCO, bloquear las actividades culturales de nuestro país, bombardear la organización con resoluciones de condena, expulsarnos de los órganos rectores, en suma, "cancelar" todo lo ruso.
Uno de los casos más escandalosos tuvo lugar cuando un grupo de países europeos se opusieron al establecimiento del Día del Idioma Ruso, decisión que ya había sido tomada anteriormente por las Naciones Unidas. Y como si fuera una burla, incluyeron una parte de la ciudad de Odesa en la lista del patrimonio mundial, poco después de que las autoridades ucranianas derribaran los monumentos a la fundadora de esa ciudad, la emperatriz rusa Catalina II y a nuestro gran poeta nacional, Alexander Pushkin.
Lamentablemente, la secretaría de la UNESCO en muchos casos sigue dócilmente a esta política de "cancelación" de uno de sus estados miembros en flagrante violación de la Constitución de la misma, que prohíbe a los funcionarios de la secretaría recibir instrucciones de sus respectivos gobiernos. A pesar de nuestras múltiples llamadas de atención la directora general de la UNESCO, no ha pronunciado ni una sola palabra de condena de los asesinatos de periodistas rusos, o de protesta contra las flagrantes violaciones de las convenciones básicas de la UNESCO por parte de Ucrania y los países bálticos, que sistemáticamente practican la discriminación del idioma ruso y su expulsión de sus respectivos sistemas de educación.
La "cultura de cancelación" se practica ampliamente dentro y fuera de la UNESCO. Con obsesión insólita, ni siquiera conocida en la época de la Guerra Fría, los países europeos anulan las giras de los artistas rusos, no admiten nuestros deportistas en las competiciones internacionales y practican la discriminación de nuestros ciudadanos residentes en los países europeos. Sus líderes no ocultan el objetivo de esta política. Como dijo el ministro de Cultura de Polonia,
"la cultura rusa debe desaparecer del espacio público". Fíjense, el responsable de la cultura de un país "cancela" la cultura del otro.
Sin embargo, podemos constatar que —a la larga— la política de "cancelación" de Rusia ha fracasado. No ha logrado su principal objetivo: el aislamiento internacional de nuestro país. Una de las múltiples pruebas de ello es el hecho de que nuestro país continúa su acción fructífera en el seno de la UNESCO. Sigue creciendo la lista de los sitios rusos del patrimonio mundial. Rusia está entre los países líderes de la Década de protección de los idiomas de los pueblos autóctonos del mundo. Nuestro país continúa otorgando el prestigioso Premio Mendeléiev, por los logros en materia de ciencias fundamentales.
Resulta que la víctima principal del desenfreno de "la cultura de cancelación" es la propia UNESCO. Como consecuencia del abandono y del desprecio de sus principios humanistas y de sus normas constitucionales, se ha sumergido en una profunda crisis. Es cada vez más evidente que es imposible cancelar la cultura rusa, del mismo modo que es imposible cancelar el idioma de Tolstoi y Dostoyevski. En cambio, sí que puede hacer daño a las relaciones internacionales en el ámbito humanitario. Dicho de otra forma, los países occidentales apuntaron a Rusia y dieron en la UNESCO. Apuntaron a la cultura rusa y dieron en la diplomacia cultural.
La "cultura de cancelación", como señalan varios autores occidentales, puede ser —ya es— en gran medida, peligrosa para el propio Occidente. Siendo un arma de fustigación de todo tipo de disidencia, está socavando valores tradicionales occidentales como la libertad de expresión, el respeto de la propiedad privada, presunción de inocencia, etcétera.
Claro que todo esto no es asunto nuestro. Debe preocupar a los propios países occidentales. A nosotros debe preocuparnos el futuro de las relaciones internacionales. ¿Qué es lo que nos espera, el progreso de la diplomacia cultural o la cancelación de la cultura? Evidentemente, la crisis actual no es la primera y con toda la probabilidad no será la última. ¿Significa esto que la "cultura de cancelación" nos va a llevar de vuelta a la barbarie? ¿Volveremos al mundo tribal dividido en "nosotros" y "ellos"?
Estas son las interrogantes que deberán ser objeto de reflexión para todos los países que comparten los valores de la convivencia internacional.