Nueva Época

Número 00

Combatir errores y sumar nuevas fuerzas*

Dr.C. Nils Castro

Profesor, escritor y diplomático panameño.


Resumen

Desde finales del siglo XX Latinoamérica tuvo nuevas opciones progresistas, lo que a su vez desa- tó una contraofensiva política y mediática de dere- cha. Las causas sociales para moverse a la izquierda no han cesado, pero es necesario examinar cuáles han sido los errores de los gobiernos progresistas.

El rechazo a las calamidades del neoliberalismo alentó el voto de protesta en los años 90 y la elección de gobiernos de centroizquierda, pero eso no reflejó un avance de la cultura política en busca de un viraje revolucionario. Los electos llegaron al gobierno pero no tomaron el poder. Restablecieron responsabilida- des sociales del Estado, ampliaron los derechos de ciudadanía y recuperaron soberanía y solidaridad po- lítica latinoamericanas. Pero ir más allá exige desarro- llar la cultura y organización política populares y esto es más responsabilidad de los partidos y movimientos de izquierda que de los gobiernos progresistas.

No basta mejorar condiciones de vida; hay que promover participación popular, preparar la gente para defender y ampliar sus conquistas, y para rem- plazar las restricciones legales que lo dificultan. Eso exige construir contracultura política y renovar for- mas de organización, comunicación social y lucha.

Palabras clave: Progresismo, contraofensiva, neoliberalismo, cultura política, reevaluar ex- periencias, clase dominante, emancipación, re- formas, gobierno, poder, restricciones electora- les, campañas electorales, conquistas, omisiones, errores, reelegirse, bases políticas, fuerzas adicio- nales, cultura dominante, contracultura, reforma política, conciencia revolucionaria, renovar for- mas, de comunicación, de organización, de lucha.

Abstract:

Since the end of the XX century Latin America had new progressive options, which in turn unleas- hed a political counter-offensive and right media. Social causes to move left have not ceased, but it is necessary to examine what has been the progressive governments errors. The rejection of the calamities of the neo-liberalism encouraged the protest vote and the election of center-left governments in the 1990s, but that reflected not a preview of the political cultu- re in search of a revolutionary shift. Elected officials came to Government but did not take power. Social responsibilities of the State were resettled, the rights of citizenship were expanded and Latin American sovereignty and political solidarity was recovered. But go beyond requires to develop culture and po- pular political organization and this is more a res- ponsibility of left parties and movements that of pro- gressive Governments. It is not enough to improve living conditions; you have to promote popular par- ticipation, preparing people to defend and expand their conquests, and to replace the legal restrictions that hinder it. That requires building political coun- terculture and renewed forms of organization, social communication and fight.

Key words: Counteroffensive, progressivism, li- beralism, political culture, reassessing experiences, ruling class, emancipation, reform, government, power, electoral restrictions, election campaigns, political conquests, political omissions, political errors, re-election, bases policies, additional for- ces, dominant culture, counterculture, political re- form, revolutionary consciousness, renewed forms of communication, of organization, of struggle.


*Intervención en la XIII Conferencia de Estudios Americanos, “Realidades y perspectivas de los

procesos progresistas y de izquierda en Nuestra América”, organizada en La Habana por el Centro de Investiga- ciones de Política Internacional (CIPI), de Cuba, del 19 al 21 de octubre de 2016.


Desde fines del siglo pasado, el desarrollo polí- tico latinoamericano se salió del trillo previsto. La región experimentó un proceso por el cual varios partidos o liderazgos de izquierda llegaron al go- bierno por medios electorales. Eso abrió un pano- rama de diferentes oportunidades políticas y so- cioeconómicas de género democrático, pese a las restricciones previstas por los sistemas políticos y electorales instaurados en cada país para asegurar la continuidad del régimen instituido por la clase dominante.

Como era de esperar, la emersión de esa nueva oleada “progresista” desató la reacción opuesta: una contraofensiva regional de las derechas en los planos político, mediático, cultural y económico, que ya exploró diversas modalidades. Al cabo, aunque algunos de esos gobiernos después fue- ron defenestrados o tuvieron reveses electorales, nada excluye que los movimientos que les dieron origen puedan rehacerse, ni que en distintas na- ciones latinoamericanas afloren otras opciones de izquierda que también ganen elecciones.

Pese a la insistencia de algunos “críticos” que pretenden que estos reveses suponen la extinción de dicho proceso, este continúa como un fenóme- no en desarrollo: sus causas no han cesado, como tampoco las indignaciones y expectativas sociales que ellas generan, ni su urgencia de encontrar so- luciones alternativas.1 El hecho de que los precios de las materias primas después hayan caído es una mala nueva para sus productores y mercade- res, y para el fisco, cualquiera que sea el régimen político de cada país. Al tiempo que en todos ellos complicará las contradicciones de clase y sus con- siguientes alternativas.

Entre tanto, las conquistas sociales y aprendi- zajes políticos acumulados durante el período, así como las importantes omisiones y errores que los han acompañado, reclaman reexaminar varios es- quemas usuales acerca de los caminos del cambio y de la revolución en América Latina. Transcurridos

sus primeros 15 años esta experiencia debe ser eva- luada, no solo por sus aportaciones sino porque eso también contribuirá a superar la contraofensiva de las derechas que, pese a haberse advertido a tiempo, pilló desprevenidos a muchos liderazgos de izquier- da. Esta evaluación demandará tanto las autocríticas necesarias como, asimismo, elevar los objetivos del proceso.

La demora en hacerlo facilita la proliferación maquillada de “teorías” como las del péndulo, la del “fin de las ideologías” y la del remplazo del “ci- clo progresista” por una presunta regresión “pos- progresista”. En paralelo a la contraofensiva de derecha, su porfía insiste en negarle perduración y hasta legitimidad a las izquierdas que de veras militan en cada país.

En las páginas que siguen intento tocar tres as- pectos de la cuestión: el origen de estos gobiernos progresistas y de sus limitaciones (quienes han leído mis anteriores publicaciones sobre nuestro rezago ideológico y la contraofensiva de la “nue- va” derecha aquí encontrarán poco de nuevo); la exigencia de identificar, combatir y superar sus debilidades y errores; y, finalmente, el apremio de integrar fuerzas adicionales a este esfuerzo y las causas de nuestra demora en lograrlo.


Del anterior progresismo al tsunami neoliberal

Tratándose de un conjunto heterogéneo, el tér- mino que habitualmente usamos para hablar de las organizaciones y gobiernos “progresistas” que han sido parte de dicho proceso no es un concep- to teórico, sino un comodín lingüístico acuñado por una larga y diversificada historia de experien- cias nacionales.

Para limitarme a sus últimas oleadas, vale recor- dar que durante los años 60 en significativos secto- res populares y de clase media de América Latina, tomó cuerpo una cultura política expresiva de las aspiraciones emancipadoras, latinoamericanistas y


1Bajo esas causas subyacen los componentes estructurales de la crisis. Además, donde la derecha ha recuperado el gobierno enseguida acomete políticas que no demoran en provocar indignaciones adicionales.


reformadoras. Además de sus propias reivindica- ciones, esa cultura asumió las aperturas creativas ofrecidas por la crítica al estalinismo, las hazañas de la Revolución cubana, los movimientos antico- lonialistas afroasiáticos, las revoluciones del 68 y la lucha del pueblo norteamericano por los derechos civiles y contra la guerra en Vietnam. El progresis- mo que agitó aquellos años, tuvo el mérito de com- paginar toda esa gama de experiencias.

En menos de 30 años, esa cultura alcanzó un auge revelador. El brío que el acontecer sociopolí- tico regional le imprimió produjo una aceleración significativamente marcada por dos hitos: cuando Fidel Castro expuso el Programa del Moncada2 y cuando lanzó la II Declaración de La Habana, momentos entre los que transcurrieron menos de diez años.3

No obstante, a finales del siglo XX ese robusto fenómeno se vio erosionado por la demora de los proyectos revolucionarios en coronar victo- rias definitivas, la frustración de las esperanzas inicialmente cifradas en una amplia renovación del “socialismo real” —y su abrupto colapso—, así como el cambio de política internacional chi- na. Además, por los efectos del “periodo espe- cial” cubano, que temporalmente retrajeron la confianza latinoamericana en la posibilidad de repeler al imperialismo y acceder al socialismo a más corto plazo, y que incluso motivó contro- versias sobre la naturaleza del socialismo y sus posibilidades.

Con ello, esa cultura política sufrió un repliegue. Cuando en tiempos de Margaret Tatcher y Ronald Reagan el imperialismo desató la ofensiva neolibe- ral, en América Latina las fuerzas ideológicas más idóneas para enfrentarla habían perdido impor- tantes referentes y sus proyectos estaban en redis- cusión. Esto le facilitó a la derecha imperial y sus socios locales no solo una rápida implantación de

sus “reajustes estructurales” en los ámbitos insti- tucionales y económicos, sino asimismo invadir el campo ideológico, cultural y moral.

La ofensiva neoliberal atacó donde sabemos: achicar el Estado y sus atribuciones, desproteger las empresas y la producción nacionales, precari- zar el trabajo y devaluar el salario, marginar las organizaciones laborales y sociales, promover el consumismo, etc., y darle sustentación ideológico cultural a todo eso.

En la práctica, una cínica apropiación de recursos y empresas nacionales para entregárselos a especu- ladores locales y foráneos. Su empuje contrarre- volucionario reformuló las normas e instituciones económicas en beneficio de la burguesía financiera transnacional. La pesadilla de las dictaduras mili- tares permaneció en suspenso, pero se reformuló el ejercicio de la política y sus prácticas electorales a favor de los liderazgos dispuestos a justificar e im- plementar los correspondientes “reajustes” institu- cionales y legales. Aunque se menciona menos, la ofensiva asimismo alineó a los principales medios periodísticos, invadió el ámbito cultural y educa- cional, restó recursos a las universidades públicas y multiplicó las privadas, eliminó los subsidios a múltiples centros de investigación, cooptó a inte- lectuales y formadores de opinión, etcétera.

Aun así, en pocos años sus excesos provocaron malestares e inconformidades sociales que al cabo provocarían desórdenes e insurrecciones urbanas y una creciente pérdida de gobernabilidad. A la postre, la política y los procesos electorales reor- denados por las iniciativas neoliberales perdieron legitimidad y eficacia, y quedaron en riesgo los medios de supervivencia del sistema.

Pero incluso tras la crisis económica que emer- gió en 2008, es ilusorio pretender que el neolibe- ralismo pereció. Aunque teóricamente desacredi- tado, sigue fusionado al gran capital y aún siguen

2La Historia me absolverá, de 1953, donde se plantea el objetivo de lograr un régimen democrático progresista, sin mencionar el socialismo.

3En 1962, en la cual pasó de reafirmar al socialismo cubano a convocar a la diversidad de las fuerzas que podían emprender la revolución latinoamericana.


vigentes las reglas que instauró, que regulan el co- mercio y las finanzas internacionales, y gran parte del patrón de funcionamiento institucional de los organismos internacionales y países, así como el modo de pensar de millares de funcionarios pú- blicos y privados. A esto contribuye el hecho de que, si bien esa ideología hoy es objeto de múl- tiples críticas, todavía no encara una contrapro- puesta sistematizada de sus críticos de izquierda.

Al gobierno, que no al poder

En el ínterin, en América Latina la democracia liberal —restringida a refrescar periódicamente el orden vigente— volvió a escena. Mientras por un lado se cerraba el camino insurreccional concebi- do en los años 60, por el otro reaparecía esa op- ción electoral, en un ambiente de amplio rechazo a las políticas neoliberales. Con esto, desde fina- les del siglo XX varias candidaturas de izquierda mejoraron sus oportunidades electorales, al cap- tar a su favor el creciente voto de castigo contra quienes habían avalado dichas políticas. Con di- ferencias según las particularidades de cada país, algunas izquierdas mejoraron su presencia parla- mentaria, o incluso ganaron elecciones presiden- ciales aun sin obtener grandes victorias locales y legislativas.4

El análisis comparativo de las experiencias na- cionales deberá ser parte de la evaluación que te- nemos pendiente. Sin embargo, debe recordarse que estas victorias estuvieron precedidas por nu- merosas jornadas de luchas sociales, antes de tra- ducirse en posibilidades electorales, lo que a su vez conllevó combinar unas promesas de campa- ña conscientemente moderadas, con el voto de re-

pudio a las políticas y gobiernos precedentes. Esto es, pese a que la chispa inicial vino de movimien- tos sociales, gran parte del sufragio finalmente lo- grado no expresó una identificación ideológica de la mayoría votante con un proyecto enfilado a ini- ciar la Revolución, ni con el supuesto de que esos candidatos realizarían una gestión de gobierno más revolucionaria que la prometida en campaña. Con las particularidades de cada caso, esas iz- quierdas obtuvieron una oportunidad de gober- nar concedida por una mayoría electoral que de- manda mejorar sus condiciones de vida, pero que no por eso está dispuesta a asumir —al menos todavía— los imponderables de un salto revolu- cionario. En breve, una oportunidad de gobernar para cumplir unas promesas, no para desbordar- las. Además, para hacerlo respetando la institu- cionalidad prestablecida. Esto es, para llegar al

gobierno pero no al poder.5

No cabe esperar de gobiernos constituidos de este modo realizaciones equiparables a las de aquellos que provinieron de una revolución.

En 1917, con la Revolución Rusa y en la segun- da etapa de las Revolución Mexicana, cuando la revolución boliviana de 1952, con la Revolución Cubana y en la nicaragüense de 1979, el ejército y las instituciones fundamentales del Estado, el or- den político y jurídico vigente, la anterior domi- nación de clase y la jauría de operadores políticos que la operaban, se desbandaron. Los líderes re- volucionarios reorganizaron al Estado conforme a los respectivos proyectos, sin negociarlos con el régimen preexistente ni tener que cohabitar polí- ticamente con la vieja clase gobernante al imple- mentarlos.


4Obviamente, tales procesos han sido distintos donde una fuerza de izquierda llegó a Palacio sin obtener mayo- ría parlamentaria —lo que mediatiza los alcances de su victoria (como Lula)—o donde triunfó en ambos cotejos (como Chávez). Como tampoco fue igual donde antes unas insurrecciones urbanas defenestraron al anterior gobierno neoliberal (como Morales o Correa), que donde triunfó ganándole a la derecha unas elecciones reñidas (como Rousseff), o cuando la izquierda triunfó pero su victoria le fue robada (como Cárdenas y López Obrador). 5Solo donde grandes insurrecciones urbanas abrieron la posibilidad de cambios mayores, algunos de esos gobiernos pudieron realizar reformas constitucionales que ampliaran su campo de acción aunque, aun así, esas reformas luego resultarían insuficientes, como en Bolivia, Ecuador y Venezuela.


Al contrario, a falta de situaciones revoluciona- rias equiparables y cuando estas parecían cancela- das, los gobiernos progresistas electos a finales del siglo XX e inicios del XXI debieron actuar con- forme al orden vigente, custodiado y mantenido por esos factores, y aspirar, en la medida de sus propias fuerzas y nuevos apoyos, a modificar ese orden desde su interior.

A su vez, en Latinoamérica la devastación del Estado por la embestida neoliberal y sus irritantes efectos sociales hizo ineludible aceptar rectificacio- nes, a riesgo de que economías y naciones llega- ran al caos. La aparición de gobiernos progresistas ocurrió en ese contexto, cuando urgían políticas correctivas posneoliberales, sin que aún fuera po- líticamente sostenible emprender alternativas pos- capitalistas. Su arribo posibilitó reorientar políticas económicas, reparar daños sociales y, especialmen- te, restablecer las responsabilidades sociales del Es- tado. Esto, a su vez, condujo a recuperar impor- tantes cuotas de la soberanía y autodeterminación nacionales y avanzar en la articulación de una co- munidad latinoamericana de naciones, lo que an- tes nunca fue más que una quimera.6

Pese a las diferencias entre los respectivos proce- sos nacionales, estos gobiernos coincidieron en un conjunto de características que han tenido impor- tantes efectos regionales: restablecieron el papel del Estado ante la economía, el mercado y la redistri- bución de la riqueza social; reorganizaron servicios públicos para atender funciones sociales del Esta- do, principalmente en la lucha contra la pobreza y el hambre, y en el acceso a la salud y la educación; ampliaron las inversiones en infraestructura para el desarrollo y la solución de problemas sociales, y redujeron las desigualdades sociales.

Además de mejorar las condiciones de vida y pro- mover los derechos sociales de millones de ciudada- nos, en estos quince años los gobiernos progresistas fortalecieron notablemente el campo de la ciudada- nía y de la sociedad civil, así como la participación popular en la discusión de asuntos de interés público. Por muchas reconquistas que las derechas consigan, ese patrimonio cívico no será fácilmente arrebatado a los sectores populares. Cualquier propuesta de fu- turo deberá levantarse a partir de recuperar y supe- rar esos resultados, porque el punto adonde hemos arribado no es de agotamiento sino de evaluación y relanzamiento de opciones que pueden reactivarse.

Conquistas y omisiones

Aun así, no todos los reveses sufridos por esta oleada progresista, ni los éxitos de la contraofen- siva reaccionaria, pueden atribuirse solo a las ar- timañas y el poder financiero de las derechas, ni al respaldo estratégico del imperialismo. Parte de ellos deben atribuirse a omisiones y errores de las organizaciones y líderes de izquierda que han ani- mado a los gobiernos progresistas.

En una conferencia en la Universidad de Bue- nos Aires, Álvaro García Linera afirmó que es ne- cesario identificar las debilidades de esos gobier- nos, para “evaluar bien dónde hemos tenido los tropiezos que están permitiendo que la derecha retome la iniciativa”, pues solo así podremos su- perarlos, a fin de vencer “mediante la moviliza- ción democrática del pueblo”.7 Las principales fa- llas que mencionó pueden resumirse así:

No se dio la necesaria importancia a la gestión de la economía y la ampliación de los procesos de redis- tribución con crecimiento. Aunque debemos mejorar las condiciones de vida del pueblo y garantizar que


6Desarrollaron importantes proyectos de solidaridad e integración latinoamericana e incluso caribeña, que re- hicieron y fortalecieron, o crearon, organismos como el Mercosur, la Unasur, el Alba y finalmente la Celac. Eso incrementó notablemente el peso político y diplomático de Latinoamérica frente al mundo, y su capacidad de negociación. Ni siquiera los críticos más biliares de este progresismo desconocen tales adelantos de la integración regional.

7En “La revolución es continental o mundial o es caricatura de revolución”, conferencia dictada el 20 de septiembre de 2016. Ver: www.marcha.org.ar/garcia-linera-la-revolucion-continental-mundial-caricatura-revolucion/.


este disponga de satisfactores básicos, hemos tenido debilidades en materia económica al hacerlo sin ase- gurar que el poder político permanezca en manos de los revolucionarios. Gobernar para todos no significa tomar decisiones que, por satisfacer a todos, perjudi- quen la base social que le da vida al proceso revolu- cionario, quienes son los únicos que lo defenderán. El proyecto debe cumplirse sin incurrir en concesiones ni perjudicar al sector popular, puesto que la derecha nunca es leal.

Antes bien, crear capacidad económica, asocia- tiva y productiva de los sectores subalternos es la clave que va a definir, a futuro, “la posibilidad de pasar de un posneoliberalismo a un poscapitalis- mo”. Por eso, la riqueza debe redistribuirse con po- litización social, pues omitirla implica crear nueva clase media con viejo sentido común.8 Advertencia en la que coincide con Leonardo Boff, quien señala que mejorar las condiciones de vida de la gente con un asistencialismo políticamente vacío “antes creó consumidores que ciudadanos conscientes”.9

García Linera agrega que el proceso se ha realiza- do sin la debida reforma moral, incluso con toleran- cias ante el viejo mal de la corrupción. Eso le da a la derecha la oportunidad de tomarse el tema, pese a que el neoliberalismo es el colmo de la corrupción institucionalizada. La corrupción es un cáncer que corroe a la sociedad. Nosotros debemos ser ejemplo diario de austeridad y transparencia ante todos.

Finalmente, observó que se ha sido débil para impulsar la integración económica regional. Aun- que se avanzó en la integración política, la integra- ción económica es más difícil. Para terminar, Gar- cía Linera llamó a prepararse a través del análisis y

el debate para emprender una segunda oleada de conquistas revolucionarias, pues “los revolucio- narios nos alimentamos de los tiempos difíciles, venimos desde abajo, y si ahora, temporalmente, tenemos que replegarnos, bienvenido, para eso somos revolucionarios”. En este contexto, sus ob- servaciones ofrecen base para iniciar ese análisis. Habrá que adicionarle otros elementos, entre ellos, la capacidad de cada gobierno de izquierda para resolver las viejas trabas al progreso económico e impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas, además de mejorar la distribución de la riqueza.

Obviamente, el progresismo proviene de las in- dignaciones sociales agravadas por el neolibera- lismo, no del alza temporal de los precios de las materias primas. Por lo mismo, su actual depre- ciación les ocasiona problemas a los países que las exportan, cualquiera que sea el signo político de sus gobiernos. Lo que no elimina sino que ahonda las causas generadoras del progresismo, que se- guirán activas en sus viejas y nuevas formas, que a las izquierdas les corresponde prever.

El tema es oportuno para recordar otro proble- ma. Un buen aprovechamiento de esa alza de las materias primas facilitó al progresismo financiar proyectos de desarrollo social sin exigirle a la clase adinerada hacer mayores contribuciones impositi- vas. No obstante, esa práctica, de intenciones polí- ticamente apaciguadoras, aunque permitió eludir o posponer confrontaciones, no contribuyó a di- versificar y fortalecer la capacidad productiva y el mercado interno de sus países, ni robustecer sus re- servas para cuando volvieran las vacas flacas, como sucede tras la debacle mundial de 2008.10

8García Linera define sentido común como los conceptos íntimos, morales y lógicos, con los que la gente organiza su vida.

9“Diez lecciones posibles tras la destitución de Dilma Rousseff ”. En: boffsemanal @servicioskoinonia.org, del 25 de septiembre de 2016.

10En ese marco suele hacerse la crítica del extractivismo atribuido a los gobiernos progresistas. Aunque es deplorable que un gobierno de ese tipo pueda admitir tales prácticas, esa crítica soslaya que ellas datan del capitalismo “salvaje” y los regímenes conservadores, y que han sido exacerbadas por las políticas neoliberales, antes y después de esta oleada progresista. Al contrario, los gobiernos progresistas son quienes más han procurado someter esas actividades a ade- cuadas normas ecológicas y prioridades sociales.


Por efecto de su naturaleza posneoliberal y no poscapitalista —y por ello más asistencialista y conciliadora que revolucionaria— de la mayoría de los gobiernos progresistas, algunas acciones indispensables para asegurar la continuidad del proceso, como importantes reformas agrarias, la- borales y tributarias, dejaron de acometerse. Ade- más, en la mayoría de los casos, tampoco se rea- lizó la necesaria reforma política y electoral, ni la del campo de los medios informativos. Estas omi- siones —cometidas ya sea por acomodamiento ideológico, falta de decisión política o insuficien- te respaldo social para superar trabas judiciales o parlamentarias— también pueden considerarse logros de los mismos medios de comunicación que antes contribuyeron a desacreditar e intimi- dar al liderazgo progresista y a desanimar sus ba- ses de apoyo, y que ahora encabezan la contrao- fensiva reaccionaria.

La falta de esas reformas, aunque en su mo- mento haya contribuido a aplacar ciertas reac- ciones de la clase dominante, también debilitó la base social y la sostenibilidad de esas experiencias progresistas. La suposición de que para reelegirse bastaría “comprar” gratitud popular satisfacien- do necesidades sociales e incrementando el po- der adquisitivo, además de irrespetar a los nece- sitados, ha sido un fracaso: los shoping centers y el consumismo fueron sus grandes beneficiarios. La actual contraofensiva de las derechas es fla- grante prueba del fiasco de la idea de sumar fuer- zas mediante la conciliación con elementos de la derecha económica y sus representantes políticos. Lo que vuelve a recodarnos que el sentido de bus- car el poder del Estado es usarlo para vencer a la

clase dominante, no para dormir con ella.

Después de que los proyectos revolucionarios de los años 60 y 70 del siglo XX dejaron de al- canzar los objetivos previstos o concluyeron en reformas negociadas con el régimen existente, de que Latinoamérica fue objeto de cruentas dicta- duras contrarrevolucionarias y de que la demo- cracia restringida reapareció atada a la ofensiva

neoliberal, no ha vuelto a darse otro auge ideoló- gico de aquella intensidad. La oleada sociopolítica que posibilitó las victorias electorales progresistas de inicios del siglo XXI expresó a unas mayorías electorales todavía resabiosas, que desean revertir los efectos de la devastación neoliberal pero te- men recaer en conflictos armados o dictaduras militares, o sufrir otras tribulaciones.

Se supone que para rebasar esta situación pu- dieran caber dos opciones: según la primera, para ir más allá hace falta lograr sucesivas reelecciones del gobierno progresista, en las cuales sus simpa- tizantes podrán votar por un programa más avan- zado, gracias al apoyo político obtenido mediante una buena gestión gubernamental y la satisfacción de importantes necesidades sociales. Ese supues- to es más engañoso de lo que parece: como estos años lo han demostrado, esos gobiernos general- mente no han buscado reelegirse proponiendo al- ternativas más radicales, sino opciones reculadas a la defensiva, problema que debe examinarse.

La segunda opción reconoce que ese límite solo puede ser superado si el proceso consigue for- mar bases políticas que demanden avanzar más allá y defiendan las iniciativas que desborden las restricciones establecidas. En un régimen demo- crático eso implica sumar nuevos contingentes electorales con los cuales sobrepasar las ofertas de las derechas, sin incurrir en concesiones oportu- nistas que desvirtúen al proyecto de izquierda y le resten credibilidad. Esto exige formar fuerzas po- líticas adicionales, movilizar iniciativas populares y sostener presión social, misiones cuya natura- leza corresponde principalmente a las organiza- ciones de izquierda, más que a las instituciones gubernamentales que, legalmente, deben servir a toda la sociedad.

El supuesto de que avanzar depende de suce- sivas reelecciones dentro del sistema existente subestima las respuestas que las derechas y sus mentores foráneos emprenden desde su primer revés. Aunque pierdan uno o más comicios, ellos conservan su poder económico, sus vinculaciones


internacionales, el control de grandes medios de comunicación y su influjo cultural. La perpleji- dad inicial pudo desconcertar a la derecha por un tiempo pero, antes de la siguiente campaña, ella había realineado sus recursos y medios, invertido en renovar su imagen y procesaba metódicamen- te la corrosión de la imagen moral y política de la izquierda que la derrotó.11

Mover fuerzas adicionales

Desarrollar un proceso revolucionario implica transformar indignaciones sociales en movimien- tos políticos; esto exige promover la formación de nuevos contingentes de cuadros, promover y mo- vilizar mayores organizaciones populares e incre- mentar presión social consciente y organizada.

Reconocerlo conlleva admitir que todavía una importante cantidad de pueblo pobre no respon- de al llamado de las izquierdas. Por ejemplo, en la inminencia del golpe parlamentario en Brasil, Lula da Silva comentó que mientras una parte de ese pueblo salía a las marchas, otra se quedaba a mirar televisión.12 El tema reclama estudiarlo, porque es imperativo crear mejor capacidad para sacar de su postración a los sectores del pueblo pobre con deficiente conciencia de clase, y hacer que mayores contingentes de ese pueblo afronten sus problemas con participación social y política. Uno de los grandes retos de las izquierdas es al- canzar la conciencia de los explotados y los mar- ginados que dejan de sumarse a las movilizacio- nes proletarias o que, aun peor, se dejan llevar por el histrionismo “antipolítico” de la nueva derecha, encandilados por los Fujimori, La Pen o Trump. El hecho de que todavía haga falta alcanzar esas conciencias prueba que los medios organizativos y de comunicación que todavía usamos para esto

no son apropiados.

Tras las experiencias confrontadas por las iz- quierdas a fines del siglo XX y de la hegemonía neoliberal, en Latinoamérica la crisis cultural y moral avanzó bastante más que la construcción de nuevas propuestas político ideológicos de iz- quierda y modos de compartirlas. Luego de tan- tos años de decepciones la gente está harta, sin que esto signifique que ya es consciente de sus demás alternativas. La irritación ante la creciente desigualdad, el empleo precario y la pobreza con- viven con el descrédito de los sistemas políticos, partidos y liderazgos conocidos. Además, con la sensación de temor diseminada por la carencia de seguridad y la frustración de pasadas expectati- vas.

Toca así enfrentar una derecha reciclada que ahora disputa el campo político con renovados instrumentos: más articulada orquestación con- tinental, un predominio mediático masivo y a la vez segmentado para públicos específicos, y un repertorio de consignas populistas esquemati- zadas mediante una brutal simplificación de las ansiedades populares, que no requieren mayor esfuerzo explicativo. Entre ellas, la de presentar candidatos supuestamente apolíticos o “antipo- líticos”. La naturaleza elemental de estos clichés facilita su penetración entre poblaciones domes- ticadas por el “sentido común” que por décadas la clase dominante ha sembrado entre quienes ex- plota y margina.

Esta derecha —como sus mentores transnaciona- les— lo hace con una nítida claridad de objetivos: no pretende apenas volver a Palacio o evitar que la saquen de ahí, sino retomar el poder real para su- primir las conquistas sociales que el movimiento popular acumuló desde mediados del siglo pasado, y no solo los beneficios obtenidos durante esta últi- ma oleada progresista. En el contexto global de crisis


11De esto ya me ocupé entes y no hace falta repetirme aquí. Ver: “Una coyuntura liberadora… ¿y después?”, en Rebelión, 23 de julio de 2009; “Una liberación por completar”, en Alai, 17 de agosto de 2009; y, especialmente, “¿Quién es la ‘nueva’ derecha?”, en Alai del 14 de abril de 2010 y Rebelión del siguiente día.

12A su manera, algo equivalente sucedió en el plebiscito sobre el acuerdo de paz en Colombia, cuando gran parte de los votantes dejó de asistir.


del capitalismo, ahora al capital transnacional y a la clase dominante en cada país les urge erradicar esas conquistas y recuperar el control de los recursos fí- sicos y energéticos de todo país y región, para inten- sificar la explotación del trabajo y elevar la tasa de ganancia y acumulación de sus inversiones.

En las actuales circunstancias, para suprimir esas conquistas populares la derecha debe apelar a procedimientos menos obvios que los golpes mi- litares. Lo puede conseguir en tanto que —apro- vechando los medios que le dan ventajas— logre neutralizar la capacidad de las organizaciones po- pulares para defender ese patrimonio. Esto es, de- rrotar y anular, en el ámbito sociopolítico e ideo- lógico, a las fuerzas y ciudadanos que se oponen a esa regresión, desacreditando y reprimiendo a esas fuerzas, y criminalizando a estos ciudadanos a través de un sistema judicial y un sistema perio- dístico plegados a su servicio. Eso, por supuesto, no constituye un proyecto de nación sino todo lo contrario.

Como parte de ese esfuerzo, la derecha busca explotar a su favor las insatisfacciones sociales existentes, así como seducir a muchos “seres hu- manos arrojados a la marginalidad, la ignorancia y la desesperación, para intentar hacer de ellos una fuerza de choque salvaje”13 contra los ciu- dadanos más conscientes, y no solo en el plano electoral. Esta convocatoria a la coacción y la vio- lencia es una de las manifestaciones del fascismo como forma política de la estrategia de contrarre- volución preventiva.

Captar determinado malestar colectivo y diri- gir sus imágenes contra blancos seleccionados al efecto permite extraviar y seducir a los sectores populares que siguen fuera de nuestro alcance, e instrumentarlos al servicio de propósitos contra- rios al interés popular. Para eso existe una dema- gogia característica del género de liderazgo que la nueva derecha “antisistémica” y el neofascismo

ofrecen, como lo exhibe el liderazgo mediático de Trump.

Construir contracultura

Las amenazas que la nueva derecha representa destacan el valor que para las izquierdas siempre ha tenido —y la prioridad que ahora tiene— el cometido de promover conciencia y organiza- ción populares. Si las armas de esa derecha pue- den incidir sobre una masa ignorante, afligida y desarticulada, superar esa debilidad popular es más urgente. Estas circunstancias no solo recla- man mayores progresos del factor subjetivo, en el sentido de contar con mejores ideas y proyectos, sino convertirlos en fuerza política insertándolos en la cultura y el sentido común de los diferentes sectores populares.

La solidaridad y la conciencia de clase no se forman espontáneamente, al menos no con cele- ridad. Al disgusto social es preciso inducirle de- terminado sentido ideológico. En el seno del pue- blo explotado y resentido madura una transición cultural que, dejada a la espontaneidad puede demorar o extraviarse, pero que por eso mismo es preciso alentar y darle propósito. A contrama- no de la ofensiva que la reacción arroja sobre esa masa para impregnarla de una subcultura funcio- nal a la derecha, corresponde promover la contra- cultura expresiva de las reivindicaciones y expec- tativas populares.

Es con base en ella que se puede fomentar la independencia crítica del pensamiento popular y desarrollar su solidaridad de clase, frente a la agenda temática, las interpretaciones y mitos de los grandes medios y demás instrumentos de in- seminación ideológica de la clase dominante. Eso facilitará que esos sectores tomen distancia de la cultura vigente, al identificar y oponerle sus pro- pios fines, temas y valores. Para quienes son parte de esa experiencia, esto es un proceso que va de

12Ver: Luis Bilbao: “América Latina no gira a la derecha”, en ALAI, América latina en movimiento, 11 de febrero de 2010.


tener una percepción de la actualidad objetiva de su realidad hacia madurar una proyección subjeti- va de esa fuerza social.

Ser parte de uno de los sectores más lastimados e inconformes de la población no necesariamente lleva a cada persona a escoger opciones revolucio- narias. Antes puede inducir a salidas individualis- tas y de corto plazo, sobre todo cuando se carece de acceso a una propuesta confiable. Esta contra- cultura popular debe ser eficaz para que esa soli- daridad supere la atomización de las salvaciones individuales —místico religiosas, delincuenciales o neofascistas— que el neoliberalismo propicia.

El inmediatismo personal ofrece salidas por la ruta del delito y la degradación, del oportunismo político o la enajenación evangélica, igualmente funcionales al sistema imperante. Al contrario, para optar por algo moral y políticamente acer- tado hace falta acceder a una opción creíble, con objetivos de mayor aliento, que propicie actuar colectivamente en busca de soluciones estructu- rales y duraderas, en lugar de salidas individuales e inmediatistas.

Como Milton Santos explicó, el problema es “cómo pasar de una situación crítica a una visión crítica y, enseguida, alcanzar una toma de con- ciencia”.14 Este proceso conlleva enfrentar la dura existencia de la pobreza y la injustica como un he- cho real, y asimismo como una paradoja: la de te- ner que aceptar esta realidad para sobrevivir, pero a la vez darse capacidad de resistir para poder pen- sar y actuar para cambiarla, en busca de otro futu- ro. Para mejorar las posibilidades de que este salto se haga factible es necesario desarrollar una peda- gogía popular, para construir o reconstruir ideas, propuestas y organizaciones que le faciliten a los diversos sectores del “pobretariado” apropiarse de esa visión y proyecto confiables.15

La cultura dominante lo es, entre otras cosas, porque la realimenta el poderoso soporte de los medios de la clase dominante. Sin embargo, para superarlo no basta crear medios alternativos ni soñar con disponer de medios similares a los bur- gueses. Antes la creatividad popular debe apren- der a contraponer sus propios mensajes frente a los grandes medios, sin concesiones a la cultura de sus emisores sino conforme a su propia con- tracultura.

Hace más de un siglo Carlos Marx enseñó que cuando las ideas prenden en las masas se convier- ten en fuerza material. Pero solo cuando tienen por qué y cómo prender. Y como dice Antonio Gramsci, el poder se construye desde el interior del movimiento social, en consecuencia con ese principio. Porque poder es verbo, no sustantivo. No es una cosa o sitio, palacio o silla que pueda tomarse, sino un producto: la capacidad de reunir las fuerzas sociopolíticas necesarias para hacer que algo suceda, o impedir que suceda. Su antóni- mo es impotencia, que se padece cuando se es in- capaz de hacer cumplir o incumplir ese propósi- to. Esto es, la correlación de fuerzas entre quienes impulsan una iniciativa y quienes la rechazan, lo que depende del desarrollo sociopolítico y maes- tría de cada contrincante.

Dichas ideas de Marx y de Gramsci se refieren a un sistema de propuestas convincente y facti- ble, capaz de tomar cuerpo en la cultura políti- ca de crecientes masas de trabajadores pensantes, y orientarlas hacia un objetivo que ellos podrán realizar. Pero generar ideas y hacerlas prender es muy distinto que agitar listas de quejas y objecio- nes, donde la izquierda más estridente suele en- casquillarse sin sumar fuerzas. El supuesto de que mientras peor se pone la situación mayores serán las posibilidades revolucionarias no es una hipó-

14En: Por uma outra globalização: de pensamento único à consciência universal, Record, Rio de Janeiro, 2007, p. 116 (original em portugués, cursivas del autor). Milton Santos fue un destacado geógrafo y catedrático brasileño, con valiosas aportaciones a la geografía sociocultural.

15Una de las tareas de toda izquierda es desarrollar esa pedagogía, que en las tradiciones latinoamericanas ha tenido valiosos precursores, entre quienes aún resalta Paulo Freire.


tesis sino un desvarío. Si las penurias de la pobre- za extrema bastaran para crear fuerzas revolu- cionarias estas hace mucho habrían triunfado en Sudán, Hon-duras o Bangladesh.16 La cuestión no es exaltar inconformidades carentes de alternati- vas viables, si en la práctica eso encalla en impo- tencias.

La observación de Vladimir Lenin según la cual “la cultura dominante es la cultura de la clase do- minante” no significa que la burguesía procura que todo obrero piense como un burgués, sino que ella establece los respectivos roles sociales: el burgués educa a su hijo para ser un ejecutivo efi- caz, y al obrero y su prole para formarlos como servidores disciplinados y rentables. Por consi- guiente, la contracultura popular debe impulsar a cada trabajador —y a cada desempleado— a ac- tuar como ciudadano consciente de sus derechos y de sus deberes de solidaridad. En consecuencia, también como ciudadano capaz no solo reinter- pretar mensajes, sino de emprender el proceso que lo lleve de ser receptor a ser productor de otros mensajes.

Renovar formas de lucha

Si una y otra vez se hace lo mismo, se vuelve a obtener igual resultado. Si las izquierdas insisten en comunicarse e interactuar de las formas ya tri- lladas con los sectores del “pobretariado” que no responden a sus llamados, eso prueba que les urge crear otros modos de hacerlo, y estos probable- mente no serán los mismos para cada diferente sector.

Ante eso, Joao Pedro Stedile afirma que lo pri- mero es impulsar lo “que eleve el nivel de con- ciencia política e ideológica de nuestra base so- cial”, pues urge “formar grandes contingentes de

militantes de la nueva generación joven que fue confundida por el neoliberalismo y los medios de comunicación burguesa”. Y puntualiza que para esto es necesario construir nuevas formas de co- municación de masas de los movimientos y parti- dos populares, donde compartir y “profundizar el conocimiento y articular fuerzas alrededor de un nuevo proyecto de desarrollo popular”. Para con- seguirlo hay que haber discutido y concertado ese proyecto.

A ello Stedile añade que, asimismo, “debemos construir nuevas formas de lucha masiva”, pues “las formas clásicas como [las] huelgas, paraliza- ciones o marchas son insuficientes, y por ello ne- cesitamos ser creativos”, ya que “requerimos desa- rrollar nuevos instrumentos de lucha que motiven a la gente, aglutinar a la juventud y dar un sentido de esperanza a nuestras luchas”. Por eso “necesita- mos organizaciones políticas y sociales de nuevo tipo”, y para lograrlo “hay que trabajar sin fórmu- las o modelos predeterminados”.17

Crear otros tipos de organizaciones y formas de lucha implica un importante componente ético, que es esencial a toda agrupación de izquierda. Si una organización propone transformar al país pero admite arreglos oportunistas como negociar com- portamientos políticos con sus padrinos financie- ros, deslizarse al centro político o tolerarle conduc- tas moralmente dudosas a sus dirigentes o aliados, no solo arriesga su credibilidad sino su existencia. La confiabilidad puesta en entredicho lleva al es- cepticismo y enseguida la suspicacia popular con- cluye que “estos son iguales que los otros”.

Ese fenómeno es asimétrico. Si un partido con- servador pasa por alto tales actuaciones pocos ciudadanos se sorprenderán, puesto que la mora- lidad de ese grupo es funcional a la del régimen


16Un sabio proverbio popular haitiano advierte que “saco vacío no se para”. Los indigentes no son los mejores lu- chadores sociales cuando para poder resistir y pensar todavía falta un mínimo bocado que llevarse al estómago. La satisfacción de las necesidades más perentorias —alimento, cobijo, salud— demanda razonar su propia con- dición y la posibilidad de cambiarla, para poder ascender de marginado a rebelde.

17Ver: “Los desafíos de los movimientos sociales latinoamericanos”, en América Latina en movimiento, Agencia Lati- noamericana de Información (alainet.org), 4 de diciembre de 2006.


que representa. Pero si ello sucede en una orga- nización que propone transformar al país y dar- le otro horizonte ético, admitir actitudes que re- cuerdan las del repertorio moral oligárquico, eso no es un contrasentido sino una aberración. Para la militancia revolucionaria ser consecuentes con determinada ética —por cuyos principios inclu- so se está dispuesto a perder la libertad y hasta la vida—, esto es definitorio. Y para la credibilidad y confianza ciudadanas también.

La izquierda tiene el deber de constituirse como referente ético y reserva moral del país. Su solidez cívica no solo es un deber de consecuencia con los valores que la definen, sino un asunto de con- fiabilidad política. Por eso los medios de la clase dominante son incansables cazadores de reales o verosímiles pecadillos de la izquierda, porque la descalifican como tal.

Por eso mismo, se debe reconsiderar la estrate- gia de fabricar mayorías —a veces pírricas— por medio de alianzas con partidos y políticos de dis- cutible consistencia moral, lo que frecuentemente hace callar denuncias que la ciudadanía deman- da de las izquierdas. Denunciar la corrupción en- démica de la burguesía y de la política burguesa es una prioridad ineludible; por lo tanto, si tales alianzas obstaculizan desarrollar este papel, es necesario remplazarlas con alianzas pactadas con movimientos sociales y organizaciones populares. En este sentido, cuando los jóvenes —entre otros sectores— son o parecen indiferentes al lla- mado de las izquierdas es erróneo presuponer que esto implica rechazar las opciones progresistas. Antes bien, expresa su aversión a la política y los políticos conocidos, que no responden a sus ex- pectativas, así como a las izquierdas que se dejan envolver en el rejuego político usual o se limitan a una retórica candente y a veces ininteligible. El suyo es un voto crítico contra el estatu quo. Antes de lamentar su actitudes preciso evaluar si el pro- blema está en nuestras deficientes formas de inte- ractuar con ellos, de darles ejemplos que valgan la

pena y de obtener su confianza.

Exigir la reforma política

Para las derechas, la democracia —incluso la democracia restringida— es una opción táctica, incluso descartable. Para ella lo esencial es dis- poner del poder real para cumplir un propósito, que en la presente etapa es el de consolidar, o de recuperar, el completo control discrecional sobre los recursos naturales y económicos del país y, asociada al capital transnacional, explotarlos in- tensivamente, con la menor resistencia y la mayor disciplina sociales. La función de la democracia restringida es legitimar y administrar política- mente ese propósito con el mayor consenso po- sible, es decir, con la menor resistencia social y represión física que ella posibilite.

Los ejemplos de con qué facilidad las derechas

—latinoamericanas y transnacionales— violen- tan las normas, instituciones y cultura democrá- ticas cada vez que les haga falta, últimamente han abundado. Según cada realidad nacional, valién- dose de viejos y nuevos métodos y pretextos, que se remontan a los medios usados para desestabili- zar al gobierno de Salvador Allende hasta ahogar- lo en sangre. Así la perversión mediática y electo- ral que hizo posible elegir a Macri o la corrupción mediática, judicial y parlamentaria que permitió defenestrar a Dilma Rousseff, etcétera. Sobre eso hay abundante y buena literatura.

Paradójicamente, pese a tratarse de un régimen político más restringido que democrático, en esta etapa son los sectores progresistas y las izquierdas quienes se han destacado como defensores de los principios y el orden democráticos. Eso no debe distraernos de cuatro cosas: La primera, que la institucionalidad defendida frente a la contrao- fensiva reaccionaria es la misma que antes fue implantada por pasados gobiernos conservado- res para restringir el juego democrático e impedir que las cosas cambiaran. Una institucionalidad que es imperativo democratizar a fondo. Defen- derla carece de sentido si no es reformándola a través de un proceso que la haga de interés popu- lar, participativa y protagónica. La segunda, que


para hacerlo hay que tener claro qué país tenemos y qué proyecto de país proponemos, para darle base a un nuevo proyecto de nación, con la cual esa reforma y nuestras demás acciones deben ser consecuentes. La tercera, que nuestro análisis del acontecer político y nuestra producción teórica deben tener presente que para las izquierdas y los movimientos progresistas es indispensable crear mayor capacidad para convertir la inconformidad e indignación sociales en militancia, no solo para derrotar a la contrarrevolución sino para trans- formar al país, como dos aspectos del mismo pro- ceso. Y la cuarta, que esto exige una constante for- mación de fuerzas en los ámbitos del trabajo, de la vida comunitaria y de las de más formas de la con- vivencia humana. Hace indispensable compartir ideas con los diversos sectores progresistas, para

convertirlas en fuerza efectiva. Lo que es mucho más que competir en torneos electorales.18

Defender y mejorar gobiernos progresistas no es el fin de esta experiencia, sino una oportuni- dad para completar las condiciones que todavía faltan para impulsar la siguiente. Entre ellas, ven- cer a las derechas en el campo de la confrontación ideológica, la cultura política y la comunicación persuasiva.

Esto solo puede desarrollarse como parte de un proceso regional de construcción de contrahege- monía político cultural. Es decir, como parte de la confrontación ideológica que le dé mayor sentido y aliento a la batalla política que está en marcha, con el concurso de la multiplicidad de fuerzas que somos, ricas tanto en variedad de identidades como en expectativas comunes.


18Estas exigencias no se refieren solo a las organizaciones que luchan en la oposición, sino igualmente a las que han llegado al gobierno. Porque no se trata apenas de emplazar mayores fuerzas y dinámica para derrotar la con- traofensiva reaccionaria, sino también para sacar de la modorra burocrática y hacer rendir cuentas a los cuadros que cobran salario en los gobiernos progresistas.