Nueva Época
Número 00
Investigador, escritor y profesor boliviano.
Las revoluciones de horizonte postcapitalista en tres países de la América Latina del siglo XXI
—Venezuela, Bolivia y Ecuador— se han origina- do en la profunda crisis orgánica y en la irrupción política de las clases subalternas. Estas crisis de Estado, como también se las tipifica, a diferencia del pasado, se resolvieron por primera vez en la historia de cada una de estas formaciones econó- mico-sociales a favor de los de abajo, aunque la vía empleada para dirimir la cuestión del poder impuso limitaciones al nuevo bloque dominante. Las limitaciones, frenos y temas pendientes en la transformación estatal, así como problemas en la construcción de un nuevo bloque histórico, se expresan en: retroceso en el sentido común eman- cipador, dificultades para superar la lógica con- sumista instalada por la hegemonía cultural esta- dounidense y en la modificación parcial de todos o uno de los componentes del aparato de Estado (Fuerzas Armadas, Policía, Burocracia y Poder Judicial), entre otros. De no encararse adecuada- mente la resolución de estos problemas, se jugará en contra de estas revoluciones que se desarrollan en un contexto continental de ardua disputa en- tre la dominación y la emancipación de nuestros
pueblos.
Abstract:
The post capitalist oriented revolutions in three La- tin-American countries that have occurred from the beginning of this XXI century –Venezuela, Bolivia and Ecuador- have their origins in a deep organic crisis and in the political irruption of their «plebeian classes». The- se State crisis, as they are also called, and differing from past experiences, were solved for the first time in the history of each of these socio-economic formations in favor of the «underdog» or their respective «lower clas- ses», despite the fact that the way of solving the power struggle meant certain limitations for the new domina- ting blocs that emerged. The limitations, obstacles and unresolved issues in the transformation of the State in these countries, just as the problems in the construction of a new historic bloc, are expressed in: a step back in the emancipating common sense in this countries, di- fficulties to overcome the consumerist logic spread by the cultural hegemony of the United States and in the partial transformation in all or some of the components of their State´s apparatus (such as the armed forces, the police, the bureaucracy and the justice system), among other questions. If there is not an adequate treatment in the resolution of these problems, the consequences will work against these revolutions, which are unfolding in a continental context of harsh dispute between two diffe- rentiated and opposing trends: the domination and the emancipation of our peoples.
Key words: Organic crisis, historic bloc, State´s cri- sis; political society, civil society, leading bloc, power, dominating bloc, revolution, socialism.
¿Gramsci sirve para analizar América Latina, particularmente para estudiar los procesos de cambio que se están desarrollando en Venezuela, Bolivia y el Ecuador? ¿El marco categorial apor- tado por el pensador y luchador italiano a la teo- ría marxista, a la cual enriqueció notablemente, es útil para escudriñar el origen y situación actual de esas tres revoluciones en Sudamérica?
Con el cuidado de no tomar los aportes de Gramsci de la misma manera con la que se tomó en su mo- mento el “manual de ladrillos”1 de los que hablaba muy críticamente el Che, sino más bien de emplearlos como instrumentos para el análisis de una situación histórica-concreta, la respuesta no puede ser menos que afirmativa. El corpus teórico del pensador y lu- chador europeo es de una gran utilidad para hacer una lectura del origen y desarrollo de las tres revo- luciones que se produjeron en la América Latina del siglo XXI, en medio de un capitalismo realmente pla- netario y con un imperialismo que si bien está en de- clinación hegemónica es al mismo tiempo una gran amenaza para los procesos emancipadores.
Antes de entrar al desarrollo del texto, es preci- so hacer algunas consideraciones previas:
Primero, para el desarrollo del ensayo se ha to- mado como fuente directa los escritos del teórico italiano, particularmente los Cuadernos dela Cár-
cel. Pero también se ha empleado como fuente se-
cundaria una bibliografía producida por algunos intelectuales comprometidos con el estudio del pensamiento de Gramsci.
Segunda, el texto no es un debate teórico explícito con el luchador y pensador italiano, sino más bien un ensayo que pone sobre la mesa la validez de las categorías incorporadas por él a la teoría marxista. Es decir, es el uso del pensamiento gramsciano, que
no es otra cosa que la teoría marxista y leninista enriquecida, para la lectura de los tres procesos po- líticos más interesantes que se están desarrollando en América Latina en el siglo XXI.
Tercera, nada más que por razones metodoló- gicas se identifican cuatro momentos grandes en el desarrollo de las revoluciones de Bolivia, Vene- zuela y Ecuador. Está claro que cada uno de esos procesos tiene una periodización que responde a su especificidad. Esto, como es obvio, es una visión global de cada uno de los procesos, cuyas particu- laridades hay que estudiarlas en detalles por las lec- ciones que hay que tomar de ellas, pero que no son, como es bueno insistir, objeto de este escrito.
Cuarta, el texto no gira, de manera deliberada, entorno a los grandes logros alcanzados por las revoluciones venezolana, boliviana y ecuatoria- na. No se lo hace para concentrar el esfuerzo en una mirada que quizá involuntariamente induzca a una apreciación exitista de los tres procesos de cambio, aunque es bueno aclarar que tampoco se lo hace en medio de un pesimismo dado el cam- bio que se produce en la relación de fuerzas a par- tir de 2011, que para el autor del ensayo es el ini- cio de un proceso de ralentización de los procesos progresistas y revolucionarios en América Latina.
Empecemos entonces.
Cuando uno recorre con cierta celeridad, por ra- zones de espacio, las condiciones materiales y sub- jetivas que precedieron a los procesos políticos de los tres países sudamericanos observa que —inde- pendientemente de la especificidad con la que se
expresan en cada uno de ellos las categorías de crisis
orgánica2 y bloque histórico,3 por citar solo un ejem- plo—, el corpus teórico gramsciano es de gran uti- lidad para entender los “momentos estructurales”
1De esta forma se refirió Ernesto Che Guevara al Manual de Economía Política de la URSS.
2Según Gramsci, la crisis orgánica es ante todo crisis del Estado en su conjunto: crisis del Estado pleno (dictadura+he- gemonía). La crisis orgánica implica el enunciado de posibles divorcios entre la sociedad política y la sociedad civil, entre el Estado aparente y su propia base.
La estructura y las superestructuras forman un bloque histórico, o sea que el conjunto complejo, contradictorio y dis-
corde de las superestructuras es el reflejo del conjunto de las relaciones sociales de producción. Antonio Gramsci: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto, Nueva Visión Croce, 2006, p. 46.
que explican el desencadenamiento y desarrollo de las revoluciones latinoamericanas en el siglo XXI, en medio de un desarrollo histórico del capitalis- mo caracterizado por la configuración de un mun- do unipolar en crisis, y su posterior desarrollo en un mundo que avanza hacia una configuración multipolar que, si bien expresa una declinación de la hegemonía estadounidense, al mismo tiempo no asegura, como efecto automático, una mejor con- dición de posibilidad para el rumbo emancipato- rio de América Latina. Es más, el inevitable despla- zamiento del centro de gravedad de la economía mundial del occidente al Pacífico está provocando una contraofensiva del imperialismo contra los procesos de izquierda y progresistas de América Latina con el doble objetivo: restablecer su control de una región geopolítica y geoeconómicamente estratégicas para los Estados Unidos, y fortalecer su estrategia de contención de la irradiación chi- na. De ahí que no sea una casualidad que las re- voluciones venezolana, boliviana y ecuatoriana, así como Brasil y Argentina, estén experimentando en distinto grado esa ola imperial-oligárquica sin pre- cedentes. En los tres primeros países se lo hace sin haber perdido el poder y el gobierno, en los dos últimos ya desde la condición de “desalojados” de
la titularidad del gobierno. Sin embargo, hay que marcar la diferencia también entre lo sucedido en Argentina y Brasil. En el primero el progresismo fue derrotado en las urnas y en el segundo la iz- quierda fue desplazada por medio de un golpe de Estado.
No toda crisis de Estado da lugar mecánica- mente a una revolución. Sin embargo, hay mo- mentos en la historia en la que sobre determina-
das condiciones, objetivas y subjetivas, una crisis
orgánica da lugar a la sustitución de un bloque histórico por otro. Así lo confirman los procesos revolucionarios hoy en marcha en América Lati- na, convertida en un laboratorio del pensamiento y de prácticas alternativas al desarrollo histórico
del capitalismo. La crisis orgánica o crisis del Es-
tado en su conjunto empezó a madurar en Vene- zuela a mediados de la década de los 80, mientras de manera simultánea en Bolivia y Ecuador se registraba a fines del siglo XX. En el primer país los máximos picos de la crisis estatal se dieron en marzo de 1989 y febrero de 1992, con el Cara- cazo4 y el “golpe militar-patriótico”,5 respectiva- mente. En Bolivia las expresiones más altas de la crisis de Estado se registraron en el “febrero ne- gro”6 y octubre de 2003,7 y en Ecuador en 20008
4En el gobierno de Carlos Andrés Pérez, una rebelión popular se registró en rechazo a las medidas de corte neo- liberal como el alza del precio de los carburantes y la elevación de precios de los productos de consumo familiar. La protesta empezó el 27 de febrero y terminó el 8 de marzo de 1989 con una sangrienta represión que dejó miles de muertos y heridos.
5La Operación Zamora, liderada por el entonces coronel Hugo Chávez, se llevó a cabo en los estados de Aragua, Cara- bobo, Miranda, Zulia y el Distrito Federal, con la intención de derrocar al gobierno de Carlos Andrés Pérez. La misión no cumplió su objetivo, pero esa derrota militar se transformó luego en la victoria electoral del líder bolivariano en 1998.
6El 12 y 13 de febrero un motín policial se registró en La Paz, con la característica de un quiebre en el aparato del Es- tado, pues policías y militares se enfrentaron a bala en la plaza Murillo, el km 0 donde está situado el Palacio de Go- bierno. Varias fueron las causas, entre ellas la intención del gobierno de Sánchez de Lozada de crear nuevos impuestos. 7Aunque la protesta campesina y urbana se inició en septiembre, es octubre de 2003 que la “guerra del gas” —oposi- ción a la exportación de gas hacia EE.UU. y México por puertos chilenos— llega a su máxima intensidad. Una huelga general indefinida combinada con corte de rutas y movilizaciones en todo el país, aunque principalmente en La Paz, obliga a Gonzalo Sánchez de Lozada a renunciar a la presidencia y fugar del país.
8Una rebelión popular, liderada por pueblos indígenas y un sector de las Fuerzas Armadas a la
cabeza del coronel Lucio Gutiérrez provoca la renuncia del presidente Jamil Mahuad. Se conforma un triunvirato que apenas dura un día, pues el 23 de enero asume la conducción de ese país Gustavo Novoa, quien fuera vicepresidente de Mahuad.
y 2005.9 En todos estos acontecimientos políti- cos no se produce una guerra de movimientos que concluyera con la toma del poder político, sino más bien llega a representar una auténtica gue- rra de posiciones y guerra de cerco que acelera el derrumbe del bloque en el poder en cada uno de esos países.
El rasgo común en los tres países es que se pro- duce una ruptura del vínculo entre la estructura y la superestructura. Los grupos sociales encarga- dos de organizar y operar en el nivel de la supe- restructura, más allá de la economía, no pudieron resolver las diversas manifestaciones económicas, políticas, culturales y sociales de la crisis en el blo- que histórico, así como no pudieron evitar su pos- terior derrumbe.10 La irrupción de “los de abajo”, de las clases y grupos subalternos en una perspec- tiva distinta a la simple movilización económi- co-corporativa o tradeunionista, aunque al prin- cipio partiendo de una mera lucha reivindicativa, le fue dando a la crisis un carácter distinto. Estas dos puntualizaciones son importantes. En primer lugar, porque hay momentos en la historia —que son los pocos— en que la lucha reivindicativa puede devenir en lucha estratégica, es decir dar lugar a desplazamientos político-militares para la destrucción del viejo poder y la construcción de
un poder de nuevo tipo. Segundo, no toda crisis en el bloque histórico es necesariamente una cri- sis orgánica que pone inevitablemente la cuestión del poder al orden del día. Como señalaría Lenin, no toda situación revolucionaria deviene revo- lución. Es más, un intelectual boliviano bastan- te gramsciano y de prestigio internacional como René Zavaleta sostuvo en su momento que la cri- sis de Estado da lugar a un momento fundacional (poder de nuevo tipo, nuevo bloque histórico) o a momentos reconstitutivos (restablecimiento del bloque histórico).
Es por eso que sin caer en un esquematismo que no explica nada, pero al mismo tiempo con la necesidad de agrupar por razones metodológi- cas las experiencias de cambio en América Latina, podríamos señalar que los procesos políticos de Venezuela, Bolivia y Ecuador han pasado, en tér- minos generales, por cuatro grandes momentos.
El primer momento, está dado por el desarrollo de una crisis combinada en la sociedad política y en la sociedad civil,11 sin que todavía aparezca de ma- nera nítida el germen de un proyecto alternativo al
orden vigente desde las clases y grupos subalter- nos. No es que no hubiera nada, pero la salida de la pasividad de las masas y su ruptura con el siste- ma de creencias instalado hegemónicamente por el
9La inestabilidad política en Ecuador produce otro hecho de alta intensidad el 20 de abril de 2005, cuando “la Re- belión de los forajidos” —desarrollada principalmente por clases medias y capas urbanas— provoca la renuncia y posterior fuga de Lucio Gutiérrez, quien había ganado las elecciones de 2002 junto en alianza con Pachakuti, un movimiento orgánicamente ligado a los indígenas de ese país. Alfredo Palacio asume en su condición de vicepre- sidente la titularidad del gobierno ecuatoriano.
10Gramsci señala que “los intelectuales son los ‘empleados’ del grupo dominante para el ejercicio de las funciones sub- alternas de la hegemonía social y del gobierno político a saber: a) del ‘consenso’ espontáneo que las grandes masas de la población dan a la dirección impuesta a la vida social por el grupo fundamental dominante (…), b) del aparato de coerción estatal que asegura ‘legalmente’ la disciplina de aquellos grupos que no ‘consienten’ ni activa ni pasivamente, pero que está preparado para toda la sociedad en previsión de los momentos de crisis en el comando y en la dirección,
casos en que no se da el consenso espontáneo”. Antonio Gramsci: Los intelectuales y la organización de la cultura, Nueva
Visión, 2006, p. 16.
11“Por ahora se pueden fijar dos grandes planos superestructurales, el que se puede llamar de la ‘sociedad civil’, que está formado por el conjunto de los organismos vulgarmente llamados ‘privados’, y el de la ‘sociedad política o Estado’, y que corresponden a la función de ‘hegemonía’ que el grupo dominante ejerce en toda la sociedad y a la de ‘dominio directo’ o de comando que se expresa en el Estado y en el gobierno jurídico”. Antonio Gramsci: Los intelectuales y la organización de la cultura. Ob. cit., p. 16.
neoliberalismo es todavía muy primario. Las ma- sas están en las calles, pero no unificadas, sino dis- persas. Las clases y grupos sociales subalternos no logran salir de la domesticación y la fragmentación social a la que el neoliberalismo las ha condenado. La movilización de los sindicatos apenas empieza a golpear, cada uno a su manera, pero empiezan a salir de la situación pasiva en la que estuvieron más de una década. La hegemonía en la sociedad civil empieza a resquebrajarse por el fracaso del modelo neoliberal y las sobreexpectativas generadas por la “teoría del rebalse” y el discurso de la autorregula- ción del libre mercado van distanciando a amplias masas de la población de los gobernantes, quienes no tienen otra alternativa que hacer énfasis en los mecanismos de dominación —policía en las ciuda- des y ejército en las zonas rurales—.
El bloque en el poder en los tres países va per- diendo fuerza en los centros institucionalizados del poder. Hay una crisis de autoridad12 en el gobier- no y en sus parlamentos, producto de una crisis de
representatividad y de legitimidad en la sociedad civil. Esto quiere decir que las clases dominantes de los tres países encuentran grandes dificultades de mantener en orden la vida social, ya sea a tra- vés de los aparatos de dominación (policía y fuer- zas armadas) y peor aún mediante los aparatos de hegemonía. Las luchas económico-corporativas, si bien todavía no están unificadas, pues la sali- da de los grupos sociales es dispersa, provocan fi- suras que en el pasado no pudieron causar, pero todavía no lo suficientemente intensas como para modificar las relaciones de fuerza en la sociedad civil. Ni siquiera en el caso boliviano, con una tra- dición unitaria de los trabajadores alrededor de la
Central Obrera Boliviana (COB), se puede pensar y desarrollar movilizaciones unitarias de los sec- tores, mucho menos del proletariado minero, du- ramente golpeado tras su derrota en 1986.13
Un segundo momento, es la irrupción de las clases y grupos subalternos que objetivan, de ma- nera nítida, la ampliación de una crisis de hege- monía del bloque en el poder, cuyas medidas para intentar revertir la crisis hacen mayor énfasis en la represión policial y militar. “Los de abajo” van unificando sus pliegos y sus luchas, sus sueños y sus esperanzas. También van articulando sus mé- todos de lucha. En Venezuela la protesta social es principalmente urbano-periférica; en Ecuador rural-urbano al principio, pero luego predomi- nantemente de las clases medias y capas urbanas; y, en Bolivia, el núcleo central es campesino-in- dígena, particularmente de los productores de la hoja de coca en resistencia a la represión e inje- rencia estadounidense.
En este momento, la sociedad política tiene un
predominio sobre la sociedad civil, es decir, la do- minación hecha represión sobre la hegemonía. Se profundiza la crisis del bloque histórico pues el grupo social encargado de organizar el consenso se va fracturando. No son pocos los intelectuales que se van separando del gobierno o separando de cierta pasividad política, para tomar partido por las masas subalternas movilizadas. Quizá el caso más emblemático es Rafael Correa, quien renuncia al gabinete del presidente Alfredo Pala- cio del Ecuador y va construyendo un perfil que luego le permitiría ganar las elecciones presiden- ciales en 2006. Pero también es el caso de Álvaro García Linera quien —después de una corta y fa-
12Gramsci entiende por crisis de autoridad cuando “la clase dominante ha perdido el consentimiento, o sea, ya no es ‘dirigente’, sino solo ‘dominante’, detentadora de la mera fuerza coactiva, ello significa que las grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales, no creen ya en aquello en lo cual creían, etc.”. Manuel Sacristán: Antología Gramsci, Editorial Siglo Veintiuno, 1970, p. 313.
13El proletariado boliviano protagonizó una histórica y dramática marcha en agosto de 1986, en un intento de revertir el cierre de minas y despido de miles de trabajadores dispuestos por el gobierno neoliberal de Víctor Paz Estenssoro, paradójicamente el mismo presidente que en 1952 tomó al calor de la revolución nacional las siguientes medidas: na- cionalización de la minería, reforma agraria y voto universal.
llida experiencia guerrillera en el occidente boli- viano que lo llevó a la cárcel y luego a ser el pro- tagonista principal de un prestigioso programa de debate político—, retorna activamente a la polí- tica y acompaña en su condición de segundo al presidente indígena Evo Morales desde enero de 2006, tras una histórica victoria político-electoral. Un tercer momento, es cuando la irrupción de “los de abajo” tiene efecto estatal. La sociedad ci- vil, pero entendida como un espacio en disputa va teniendo primacía, desde el punto de vista de los intereses de las masas sublevadas, sobre la so- ciedad política. Ya no es la lucha reivindicativa lo principal —pues tampoco se descarta la con- quista de beneficios concretos—, sino que en la mira está el Estado, quizá a veces como algo feti- chizado, pero ya está en la mira. La lucha social se va fundiendo con la lucha política. De nada sirve el descalabro de los partidos de izquierda en los tres países. Los grupos subalternos construyen sus propias formas e instrumentos para ingresar a escena, para salir de la pasividad, para ir cons- truyendo su capacidad de dirección. Es decir, en los tres países, el partido —“el príncipe moder- no”—, como parte fundamental de los aparatos de construcción de hegemonía y contrahegemonía, no cumple con su papel. En Venezuela se da lugar al Movimiento V República, en Bolivia al Instru- mento Político bajo el nombre de Movimiento Al Socialismo (MAS) y en Ecuador a Alianza País. Se trata de la emergencia social y su ingreso decidido a la disputa por el poder político a través de nue- vas identidades políticas que incorporan nuevos paradigmas y renovadas forma de articulación política que les permite conquistar sucesivas vic- torias en todos los planos, incluyendo el electoral. Cuando se dice que el “príncipe moderno” no cumple su misión de organizar la voluntad co- lectiva, ya sea para resistir y quebrar la hegemo- nía de las clases dominantes en la sociedad ci- vil, es una crítica a la concepción leninista del
partido. Esto es particularmente válido para Bo- livia y Ecuador, donde la existencia de ordenes civilizatorios no modernos empujan a pensar en otro tipo de organización política. Quizá la “for- ma partido” es más parecida a la concepción de Marx, no tanto pensando en la estructura sino en la toma de posición. Es decir, el asumir una clara posición antineoliberal y antimperialista, así como el propugnar y luchar por un proyecto para superar el capitalismo, es una forma histó- rico-concreta en la que las clases populares cues- tionan las relaciones de subordinación, alientan el antagonismo y se apropian de las banderas de la revolución social.
Volvamos a la emergencia de las masas. La so- ciedad civil es un espacio de disputa por la hege- monía. Los aparatos de hegemonía del bloque en el poder —que es una mezcla de tradicionales y de nuevo tipo, como es el caso de los medios de comunicación— no soportan el avance de los mo- vimientos y organizaciones sociales.
Pero hay una diferencia entre Venezuela con Bolivia y Ecuador. En la patria de Bolívar, con una sociedad predominantemente individuada, con partidos de izquierda muy débiles y un mo- vimiento sindical corrupto y funcional al Estado, le corresponde a un grupo de militares patriotas encabezados por el entonces coronel Hugo Chá- vez tomar la iniciativa y sentar los ejes de su ar- ticulación, en distintos tiempos y con diferentes métodos, en el rechazo al modelo neoliberal y por la realización de la Asamblea Constituyente. En cambio, aunque a la postre iban a tener distintos derroteros, la irrupción de las masas en Bolivia y Ecuador se da alrededor de los movimientos so- ciales, particularmente de los pueblos y naciones indígenas.
Roberto Regalado, politólogo cubano, encuen- tra cuatro razones que explican el protagonismo de los movimientos sociales:14 a) esos movimien- tos adquirieron vida propia y razón de ser en el
14Roberto Regalado: La izquierda latinoamericana en el gobierno, Ocean Sur, 2012, p. 171.
período de lucha contra la dictadura y durante la implantación del nuevo sistema de dominación;
b) la crisis socioeconómica estimuló su protago- nismo social y político; c) el aumento de la com- petencia entre obreros, fomentada por el neolibe- ralismo debilitó el sindicalismo clásico y a otras formas tradicionales de organización y lucha so- cial; y, d) el sistema político se “impermeabilizó” para impedirle a los partidos políticos, incluidos los de izquierda, cumplir la función de interme- diación entre la sociedad y el Estado.
En el caso de Bolivia —las “trillizas” (Confe- deración Sindical Única de Trabajadores Cam- pesinos de Bolivia, CUSUTCB; la Confederación Sindical de Colonizadores de Bolivia, CSCB, y la Federación Sindical de Mujeres Campesinas Bartolina Sisa)— y Ecuador —la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Co- naie)—, los pueblos indígenas se convierten en los ejes articuladores de la lucha social y de la progre- siva incorporación de otros grupos subalternos a la escena política.
Es decir, en este tercer momento, en que la re- lación de fuerzas está a favor de los grupos sub- alternos, se valida la afirmación gramsciana de que: “un grupo social puede y hasta tiene que ser dirigente ya antes de conquistar el poder guber- nativo”.15 La iniciativa está en las calles y en las comunidades. La política se produce fuera de los centros institucionalizados del poder. La demo- cracia participativa y directa adquiere predomi- nio respecto de la democracia representativa, que se ha convertido en un mero instrumento proce- dimental para la selección de autoridades, pero tampoco la niega como una puerta de salida insti- tucional a la crisis.
Pero, como registran los hechos, los efectos de esa irrupción han sido distintos en ambos países. En Bolivia, el bloque indígena-campesino y po- pular se ha elevado a su condición de “dirigente”. En el caso del Ecuador, los indígenas perdieron
esa valiosa oportunidad luego de ser traicionados por el coronel Lucio Gutiérrez, a quien llevaron a la presidencia. Podemos decir que el movimiento indígena se constituye en un fugaz sujeto históri- co que luego termina desestructurado y víctima de sus propias contradicciones. Ha tenido que de- sarrollarse un movimiento ciudadano a la cabeza de Rafael Correa para “montarse” sobre la “cum- bre” de la crisis orgánica y darle un reimpulso al proceso revolucionario ecuatoriano.
Es lógico que este momento, los grupos sociales subalternos, que ya actúan como dirección sin ser todavía dominantes, se caracterice por la cons- trucción de un nuevo sistema hegemónico que va desplazando al anterior. Las características más importantes de que eso está sucediendo es que ya se ha producido una “escisión” en el sistema he- gemónico, hay una ruptura de los grupos subal- ternos con la ideología dominante y su proceso de unificación en la lucha le otorga “personalidad histórica”, es decir conciencia histórica de lo que debe hacer y cómo debe hacer para destruir el po- der del enemigo e iniciar el proceso de construc- ción de su propio poder.
Un cuarto momento es la configuración de nuevos bloques históricos en los tres países, es decir, en la construcción de vínculos de nuevo tipo entre la estructura y las superestructuras. Es precisamente la constitución de un nuevo tipo de vínculos que lleva a caracterizar a los procesos de Venezuela, Bolivia y Ecuador como revoluciones. Los bloques sociales alternativos a los partidos de
la derecha pasan de su condición de dirigentes a
dominantes, pero sin dejar de ser al mismo tiem- po dirigentes. La “toma” del poder político por la vía de las elecciones no les quita su condición
de dirigentes. Y entonces adquiere sentido la re- flexión de Gramsci cuando sostiene que cuando ese grupo social “ejerce el poder y aunque lo ten- ga firmemente en las manos, se hace dominante, pero tiene que seguir siendo dirigente”.
15Gramsci sostenía, además, que esta es una de las condiciones para la conquista del poder.
La configuración de un nuevo bloque histórico se ha desprendido en los tres países del cambio de sus constituciones por la vía de las Asambleas Constituyentes, que no es otra cosa que una de las expresiones, como se ha señalado, de los proce- sos constituyentes. El resultado de una Asamblea Constituyente es una nueva Constitución Política del Estado. El resultado del proceso constituyen- te es la configuración de un nuevo poder. Ambos son importantes, pues dan lugar a un nuevo blo- que histórico, y por lo tanto a un nuevo tipo de vínculo entre la estructura y la superestructura, y entre la sociedad civil y la sociedad política. Es más, no es exagerado afirmar que las revoluciones en América Latina en el siglo XXI se están dando bajo la forma de proceso constituyente.
En el campo de la estructura social, si bien no se han alterado las relaciones de producción ca- pitalistas, la recuperación estatal de los recursos naturales, la apropiación colectiva (a través del Estado) de los excedentes y su redistribución en beneficio de las inmensas mayorías, ya implica, en un capitalismo verdaderamente planetario, un cambio sustancial en el largo recorrido hacia una sociedad no capitalista.
En el campo de las superestructuras quizá debo apuntar dos aspectos centrales. Primero, hay un proceso de construcción de una nueva estatali- dad que condense la nueva relación de fuerzas y el nuevo bloque histórico. Sin embargo, este pro- ceso es paralelo al proceso de desmontar la vieja institucionalidad estatal en condiciones distintas a las revoluciones producto de las armas. Por eso el estado es un campo de lucha. Segundo, el blo-
que en el poder, dominante y dirigente, está ba-
ñando con sus cosmovisiones y formas de conce- bir el mundo, al conjunto del nuevo orden social. Ambas cosas son una forma de ampliación per- manente de la hegemonía. Hay que subrayar que la hegemonía no es algo muerto y estático, es algo vivo y en permanente movimiento. La instalación de un nuevo sistema de creencias es tal que en los tres países no solo se discute cómo se resiste a la
nueva contraofensiva imperialista, sino cómo se construye el socialismo del siglo XXI en Venezue- la, Buen Vivir o Socialismo del siglo XXI en Ecua- dor y Socialismo Comunitario o Vivir Bien en Bolivia.
Y aquí es necesario hacer un rápido recuento de la forma como se hizo en Venezuela, Ecuador y Bolivia.
En Venezuela la irrupción popular liderada por Hugo Chávez deviene en triunfo electoral en 1998 y en la aprobación de una nueva Constitución Po- lítica por la vía de una Asamblea Constituyente. Sin embargo, la agresión directa de los EE.UU. contra la revolución bolivariana desde un principio da lu- gar a un equilibrio inestable de fuerzas que impide la expansión hegemónica del proyecto emancipa- dor. Quizá la multiplicación de las “misiones” es una constatación de las grandes dificultades de cons- truir un nuevo tipo de institucionalidad estatal en los tiempos planteados por los conductores de esa revolución. Sin embargo, sería injusto no explicar que la situación de equilibrio inestable se debe a dos razones fundamentales: primero, a la existencia de una burguesía muy fuerte, con lazos muy profundos con los Estados Unidos y que siempre se benefició de la renta petrolera, y, segundo, a la enorme agre- sión desplegada de distintas maneras por el imperia- lismo. Contra la revolución venezolana se combinan tres experiencias que EE.UU. ha desarrollado contra gobiernos revolucionarios: la desplegada contra el gobierno socialista de Salvador Allende en la década de los 70 al provocar un clima de desabastecimiento de alimentos y otros productos, la desarrollada con- tra la revolución sandinista en la década de los 80 a través de una agresión sistemática mediante grupos contras alimentados desde Honduras y las acciones de terrorismo contra la revolución cubana. A todo
eso hay que sumar la guerra mediática como com-
ponente fundamental de lo que se ha venido a lla- mar el golpe suave.
En Ecuador, la irrupción inicialmente indíge- na que provocó la renuncia de dos gobiernos an- tes de que cumplieran su mandato, no alcanzó a
constituir un nuevo bloque histórico y fue recién en 2006, con otro sujeto articulador de la resis- tencia antineoliberal —las clases medias y capas urbanas—, que se sientan las bases, tras el triunfo de Rafael Correa, para una “época de cambios”. La situación anteriormente descrita es tan eviden- te que de las dos Asambleas Constituyentes en el Ecuador —una, en 1998, en el gobierno de Jamil Mahuad, y la otra en 2008 bajo la presidencia de Rafael Correa—, la segunda es la que marca un cambio de dirección en ese país.
En Bolivia, la configuración de un nuevo bloque histórico se ha producido entorno a la dirección de los movimientos sociales, particularmente indíge- na-campesinos. Le ha correspondido a ese sujeto, li- derado por el dirigente cocalero Evo Morales, levan- tar las banderas de una revolución antimperialista, anticapitalista y anticolonial. Al igual que en Vene- zuela, la vía para “elevar” el proceso revolucionario hacia otros niveles es la electoral. En diciembre de 2005, Morales triunfa con el respaldo del 54% de la votación. El nuevo bloque en el poder actúa como
dominante, aunque con grandes dificultades por un
aparato estatal (burocracia, ejército y policía) con enorme influencia de la desplazada clase dominante
y los Estados Unidos, pero lo hace sobre todo como bloque dirigente. La combinación de su condición de bloque dominante y dirigente a la vez, de la guerra de posiciones y la guerra de movimientos le permiten derrotar varios intentos de desestabilización, parti-
cularmente el golpe de Estado “cívico-prefectural” de septiembre-octubre de 2008, cuando la ultrade- recha pretendía partir en país en dos. La Revolución Democrática y Cultural ha ido pasando por varios momentos que van desde la defensa de lo conquista- do, en el Estado viejo, hasta la irradiación territorial y en profundidad del Esta-do Plurinacional. Claro,
después de resolver a su favor, en una guerra de posi-
ciones, el equilibrio inestable de fuerzas que se man- tuvo hasta 2008. Durante todos estos momentos, el bloque en el poder ha logrado combinar su papel de dominante y de dirección al mismo tiempo. Fuerza y firmeza hacia los enemigos que no se cansan de
conspirar con apoyo directo de Estados Unidos, y expansión hegemónica hacia otros grupos sociales, particularmente de clases medias.
Un quinto momento es el establecimiento de una relación de correspondencia no armoniosa entre la Sociedad Política y la Sociedad Civil. Es
decir, se registra un desarrollo no antagónico en- tre el Estado y la sociedad que si bien no abre un riesgo automático a los procesos revolucionarios de América Latina, al mismo tiempo representa un llamado de atención —en la mayor parte de los casos no percibido por las autoridades del Estado ni por los dirigentes de los partidos y movimien- tos sociales o ciudadanos—, para el futuro de los proyectos emancipadores.
El rasgo más importante de ese momento de correspondencia no armoniosa es el siguiente: el Estado, a través de sus principales líderes, se va convirtiendo en el actor fundamental del proce-
so, mientras el sujeto histórico de la revolución
—plural y diverso como diría la intelectual Isabel Rauber— ingresa a un camino que le va quitando su condición tal de manera progresiva, aunque no planificada. Los sectores populares van pasando de protagonistas a cierta pasividad y el Estado empieza a actuar como sujeto de la revolución. El sujeto his- tórico, que siempre es el resultado histórico-con- creto de una situación históricamente determinada y no “una cosa” predestinada o preexistente como lo entiende cierto marxismo, no solo no actúa al ritmo y en la profundidad que requiere los desafíos del proceso de cambio, sino que va retornando a sus intereses particulares de corto plazo. La lucha estratégica es desplazada por la lucha reivindicati- va. Esto significa que el sujeto de la revolución, que
durante años de resistencia e irrupción a la escena política fue construyendo un nuevo sentido común en torno a un interés y necesidad generales, aban- dona esa visión universal y empieza a fragmentarse
y retornar a sus intereses particulares. Las masas, otrora protagonistas de la historia, asumen una ac- titud pasiva y solo esperan la llegada de los “bene- ficios” de parte del Estado.
Por su parte, el Estado, siempre proclive y amenazado por el burocratismo, hace gala de su tendencia a la monopolización de las decisiones y se aproxima, aún sin el deseo de sus máximos conductores, a la línea divisoria entre la Socie- dad Política y la Sociedad Civil propia de los go- biernos burgueses. El Estado asume el papel de actor político en todos los ámbitos de la realidad. La burocracia —aquel grupo de intelectuales en- cargados de la gestión pública, que en una parte más o menos considerable provenía de la buro- cracia del viejo Estado y por lo tanto educada en la concepción de las viejas clases dominantes—, vuelve a sus prácticas elitistas y excluyentes de las mayorías.
Sin embargo, el propósito de esta reflexión no es demonizar el activo papel del Estado. De he- cho, si no hubieran estado presentes con toda esa su fuerza y convicción Hugo Chávez, Evo Mo- rales y Rafael Correa, así como Néstor Kirchner y Cristina Fernández, quizá poco o nada hubie- ra pasado en materia de integración latinoame- ricana y en acuerdos y articulación política que permitió enfrentar con éxito los desafíos y ame- nazas a todos y cada uno de los gobiernos de iz- quierda y progresistas de la región. Y estos gran- des líderes, a partir de 2010 aproximadamente, se apoyaron más en la fuerza del Estado que en la capacidad e iniciativa popular para alcanzar grandes conquistas.
La causa más importante de ese desencuentro no antagonizado entre el Estado y la sociedad es la “fetichización” del poder. Los protagonistas y forjadores de este momento de nuestra historia sienten que se ha logrado todo, que se trata de gozar de los beneficios de la conquista del poder y delegan, en los hechos, la “administración” del poder a un grupo de especialistas y profesiona- les del manejo de la “cosa pública”. Entretanto, las autoridades del Estado, de la que no se escapan sus máximos conductores, aunque en menor me- dida, asumen como suyo el gran reto de “satisfa- cer” las necesidades crecientes de la población. Es
decir, desde ambos lados —desde el Estado y la Sociedad— se va registrando no solo una “fetichi- zación” del poder en su sentido y concepción tra- dicionales, sino que se va abriendo una potencial fisura que es mortal para el proyecto emancipa- dor.
Los efectos de este momento de relaciones de
correspondencia no armoniosa se acentuaron des- pués de la muerte del presidente Chávez en marzo de 2013. Venezuela no fue la única afectada sino, aunque en distinto grado, la totalidad de los go- biernos de izquierda y progresistas de la región. El tema no es el acceso a recursos, como una lec- tura perversa de origen imperial afirma a través de sus medios de comunicación transnacionales y locales, en un fallido intento de mercantilizar la gravitación política real que tuvo el líder venezo- lano en la articulación política latinoamericana, incluso con gobiernos de corte neoliberal, como ocurrió con el nacimiento de la CELAC.
Desde el punto de vista del desarrollo de cada uno de los tres procesos que estamos hablando, es un denominador común en este quinto momento la no relación entre los resultados de la gestión y el comportamiento electoral y político de la po- blación. Ninguno de los gobiernos que precedie- ron a los actuales en los tres países andinos han distribuido tanto la riqueza y han ampliado la democracia. Empero, en los últimos años no hay una correspondencia entre los niveles de aproba- ción de los gobiernos y la intención de voto. Esto se explica, en parte, porque al priorizar tanto la gestión se ha descuidado en parte el trabajo polí- tico-ideológico para seguir desmontando los fun- damentos de la cultura capitalista predominante todavía por su carácter planetario. Esta doble rea- lidad: descuido del trabajo ideológico en todos los niveles y el carácter planetario del capitalismo no solo como modo de producción sino como mo- delo de cultura, impacta sobre todo en los jóve- nes, quienes no tienen la dimensión precisa de lo mucho que han hecho los gobiernos de Venezue- la, Bolivia y Ecuador.
Pero si dentro de cada uno de los tres países se ha registrado esa relación de correspondencia no armoniosa, lo mismo está sucediendo a nivel internacional. El ALBA ha perdido fuerza y por consiguiente está dejando de ser el motor de la UNASUR y la CELAC, con lo que el proyecto de la Alianza Pacífico, como dice la experta cubana Lourdes Regueiro, es un ALCA Plus que se está desarrollando sistemáticamente de forma muy peligrosa en función de los intereses estratégi- cos de Estados Unidos y a contrapelo del resurgi- miento del latinoamericanismo.
Para terminar con el análisis de este quinto mo- mento, es bueno aclarar que definimos como una relación de correspondencia no armoniosa por el
hecho que no se trata de una configuración anta- gonizada entre el Estado y las fuerzas sociales de la revolución, sino a un cuadro de desencuentro en términos de ritmo y profundidad en torno a un proyecto político emancipador por el que se está luchando. Es decir, no hay un dislocamiento o ruptura entre Sociedad Política y Sociedad Ci- vil, propia de las formaciones sociales capitalistas, pero hay una desarticulación entre ambas esferas. Un sexto momento, es el dilema en el que se encuentran las revoluciones de Bolivia, Venezue- la y Ecuador entre la profundización del cambio revolucionario o el restablecimiento de la subal- ternidad. Es decir, entre la configuración de una relación de correspondencia armoniosa entre la Sociedad Política y la Sociedad Civil desde una perspectiva poscapitalista o la derrota de los go-
biernos de izquierda, la instalación de un senti-
do común neoliberal en nuevas condiciones y por tanto el restablecimiento del antagonismo real, pero encubierto bajo el manto liberal.
Es bueno apuntar que este dilema de las tres re- voluciones, extensiva a los gobiernos progresistas de la región, se desarrolla en medio de una con- traofensiva imperial-oligárquica sin precedentes en los últimos 30 años. El gobierno de Obama, cuyo segundo período de mandato culmina en
enero de 2017, está desplegando, por voluntad del poder de las corporaciones, una guerra no con- vencional que, sobre la base de los problemas en- frentados por los procesos de cambio, ha logra- do un cierto resultado. Estados Unidos pretende alcanzar con Cuba lo que no pudo lograr duran- te cinco décadas a través de múltiples formas de agresión, sin que exista todavía certeza sobre el levantamiento del criminal bloqueo y con la rei- terada posición de no devolver la base militar de Guantánamo a la soberanía cubana. Contra Vene- zuela mantiene una guerra global que se ha acen- tuado después de las elecciones legislativas de di- ciembre de 2015. Hacia Bolivia lo hace a través del desarrollo de mecanismos de subversión ideoló- gica con el objetivo de minar la autoridad política y moral de Evo Morales.
Los procesos revolucionarios se están acercan- do a un punto de bifurcación. El imperio preten- de —después de la derrota del kirchnerismo en Argentina, la derrota del chavismo en las elec- ciones legislativas en Venezuela y de la victoria de la derecha en el referéndum para modificar la Constitución Política del Estado en Bolivia—, po- ner fin al llamado ciclo progresista o populista en América Latina.
Esta nueva situación de las relaciones de fuerza en América Latina está empujando a algunas co- rrientes de opinión dentro de los procesos revo- lucionarios en América Latina a plantear que hay un desgaste de la línea dura y que para evitar la ira del imperialismo es mejor el desarrollo de una línea más moderada. Uno de los fundamentos de este razonamiento es que las capas urbanas y de clase media son cada vez más gravitantes en los resultados electorales, por lo que es mejor tener a una personalidad (llámese deportista, artista, músico y otros) como candidatos a los parlamen- tos o asambleas que darle la responsabilidad a los sujetos sociales.
A manera de ir rematando el objeto de este en- sayo. Podemos decir que hay los siguientes ele- mentos que otorgan a los procesos de Venezuela,
Bolivia y Ecuador su condición de revoluciones: se ha producido la configuración de un nuevo bloque histórico (hay un nuevo bloque social do- minante), se ha establecido un nuevo sistema de creencias (que explica que ese bloque en el poder desarrolla un proceso de expansión de hegemo- nía, desde su condición de dirigente, en medio de un capitalismo planetario que tiene supremacía militar y cultural), se está configurando una nue- va institucionalidad estatal, aunque con grandes dificultades en Venezuela como se ha señalado, y
hay la construcción de una base material que haga sostenible la revolución.
Pero no dejemos de insistir. El rasgo común en- tre los procesos de Bolivia y Ecuador es haber cam- biado el tipo de Estado. Atrás ha quedado el Es- tado-Nación como concepto y ahora va cobrando forma el Estado Plurinacional, que ya es una forma de solo reconocimiento de la igualdad formal de derechos sino de igualdad en la materialización de los derechos. Ese no es un dato menor y ciertamen- te es un aporte a la teoría general del Estado.