Nueva Época

Número 1

El populismo como estilo comunicativo. El caso de Estados Unidos de América durante la administración de Donald Trump (2016-2020)


Populismas a Communicative Style. The Case of the United States of America During the Administration of Donald Trump (2016-2020)

Dra. Sunamis Fabelo Concepción

Doctora en Ciencias Históricas, Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales, Licenciada en Filosofía. Investigadora y Profesora Titular en el Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI), Jefa del Equipo de Investigaciones sobre Comunicación, Política y Relaciones Internacionales.

e-mail: sunamisfabeloc@yahoo.es Numero ORCID: 0000-0002-4752-2688

MSc. Ángel Rodríguez Soler

Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales, Licenciado en Historia, Investigador y Profesor Auxiliar del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI), Miembro del Equipo de Investigaciones sobre Comunicación, Política y Relaciones Internacionales. Ha desarrollado varias investigaciones y asesorías sobre estudios europeos y de comunicación política.

e-mail: angelrsoler@gmail.com Numero ORCID: 0000-0002-8704-4625


Resumen:

El discurso populista de derecha como estilo co- municacional, tomando en consideración su evolu- ción histórica en Europa y Estados Unidos permite establecer determinados puntos de contacto que ex- plican la capacidad de movilización política de este fenómeno, así como sus puntos de contacto, a pe- sar de las diferencias y matices que les distinguen. A partir del análisis de estos elementos, el presente artículo dedica un aparte a presentar algunos de los factores comunicacionales que han condicionado el reforzamiento de un discurso con dichas caracterís- ticas en Estados Unidos durante la administración de Donald Trump entre 2016-2020.

Palabras clave: Europa, Donald Trump, Populis- mo, Discurso, Extrema derecha.

Abstract:

Right-wing populist discourse as a communica- tion style, taking into account its historical evolu- tion in Europe and the United States, allows esta- blishing certain points of contact that explain the capacity for political mobilization of this pheno- menon, as well as its points of contact, despite the differences and nuances that distinguish them. Ba- sed on the analysis of these elements, this article dedicates a section to present some of the commu- nicational factors that have conditioned the rein- forcement of a discourse with these characteristics in the United States during the administration of Donald Trump between 2016-2020.

Key words: Europe, Donald Trump, Populism, Speech, Far Right


Introducción

El arribo en 2016 de Donald Trump al gobier- no de Estados Unidos propició que las propuestas racistas, xenófobas, proteccionistas y nacionalis- tas con un fuerte discurso demagógico se hallen contenidas en un estilo de comunicación peculiar que no solo encontró lugar en la Casa Blanca, sino que también comenzó a ganar simpatía popular en Estados Unidos hasta llegar a influir significa- tivamente en la polarización política que presenta esa sociedad hoy. Este fenómeno ha formado parte de una tendencia internacional, que a pesar de sus matices y diversas expresiones, puede identificarse también en Europa y América Latina y el Caribe. Para el análisis de esa especie de populismo en este contexto es pertinente plantear como objeto de es- tudio el estilo comunicativo como una dimensión distintiva de este fenómeno en los nuevos tiempos. El presente artículo tiene por objetivo analizar el discurso populista de extrema derecha como

estilo comunicacional, tomando en consideración su manifestación y principales tendencias en Eu- ropa y Estados Unidos. A partir de estos elemen- tos se exponen algunos de los factores comunica- cionales que han condicionado el reforzamiento del mismo en Estados Unidos durante la adminis- tración de Donald Trump entre 2016-2020.


Apuntes sobre el populismo de ex- trema derecha y las manifestaciones de este fenómeno histórico como estilo comunicativo

En Europa durante los últimos años se ha asis- tido al aumento de la presencia de las fuerzas po- líticas de extrema derecha en el escenario político. Ello ha estado propiciado por diversos factores y condicionantes históricas que se han ido acumu- lando durante muchos años y que tienen en el des- montaje del Estado de Bienestar uno de sus múl- tiples orígenes, a los que se suma la revolución



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científico técnica, el impacto de las Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones en los siste- mas productivos, la tercerización de la economía, el arribo de los países del Este a la UE y sus impli- caciones, y la crisis sistémica del capitalismo, entre 2008 y 2012, aproximadamente, con todas sus con- secuencias de materia migratoria, laboral.

El reflejo más evidente del impacto de estos fenómenos lo constituyen los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo en 2014 y a los Parlamentos Nacionales, los cuales muestran un incremento sostenido de la abstención y una pér- dida de apoyo por las fuerzas políticas tradiciona- les. Así también deben mencionarse las elecciones de mayo de 2019.

En este contexto, se ha reforzado la influencia de las fuerzas populistas de derecha, las cuales se han proyectado abiertamente en contra del establish- ment, es decir, en contra de las formaciones políti- cas más tradicionales y de la propia UE. Tomando en cuenta esta creciente influencia y su carácter ex- terno al establishment tradicional, puede afirmarse que el reforzamiento de la influencia de las fuerzas populistas de derecha supone un cambio en la pro- yección interna y externa de la Unión Europea y de los países que la forman. De manera que ha tenido lugar el avance de formaciones políticas que repre- sentan la extrema derecha y la aparición de lo que se ha dado en llamar nueva extrema derecha.

El desarrollo de una familia de partidos políti- cos de extrema derecha se ha caracterizado por combinar tres elementos ideológicos: autorita- rismo, nativismo y populismo. Entre los plantea- mientos de la nueva derecha se encuentran con- ceptos como el de la Europa de las naciones, el derecho a la diferencia, la importancia del Estado como rector de la economía, la cristiandad de los pueblos europeos y la imposibilidad de que las so- ciedades multiculturales convivan en el escenario de la UE; estas ideas aparecen de una u otra forma plasmadas en el ideario político de la nueva extre- ma derecha, con diferentes matices.

Los partidos que integran la “nueva extrema

derecha”, se pueden considerar una familia de partidos que, pese a los puntos de contacto y si- militudes, se diferencian de la extrema derecha tradicional o neofascista. Esta “nueva” fuerza, te- niendo en consideración la realidad europea, es portadora de una postura más flexible en torno a problemas como la pertenencia al proyecto in- tegracionista, renunciando y modificando su tra- dicional posición nacionalista. También abando- na su oposición radical a la entrada de migrantes, aceptando su integración bajo determinadas con- diciones. De manera que, la nueva extrema dere- cha se caracteriza por un hábil discurso populista, que pretende captar las simpatías de los sectores descontentos con la situación predominante en lo económico, político y social, especialmente la ju- ventud.

La experiencia europea del presente siglo ha demostrado que la irrupción de nuevos partidos de extrema derecha ha tenido un fuerte impacto social y político. Ello se debe a que dichos parti- dos han sido capaces de atraer una amplia y hete- rogénea base electoral, lo que ha determinado la creciente influencia lograda en el escenario de sus respectivos países y en el conjunto de Europa, a pesar de que se le ha atribuido por sus opositores el carácter de mayor radicalidad en comparación con la extrema derecha tradicional.

Los horrores que significó el ascenso de los na- zis en los años 30, se esfuman poco a poco de la memoria colectiva en Europa y el resto del mundo, las generaciones se suceden y este recuerdo, que funcionaba como una muralla de contención de las tendencias más fundamentalistas, va quedando en el olvido, por lo que retomarlo de manera per- manente contribuye a evitar su posible repetición, sobre todo ahora, cuando el mundo transita derro- teros tan inciertos como los de antaño.

El escenario europeo actual se ha vuelto un contexto propicio para la permanencia y el reaco- modo, en las últimas décadas, de los radicales de derecha, con un aumento de su participación po- lítica y hasta de nivel de convocatoria, lo que es un


peligro a tener en cuenta. Además la capacidad de transnacionalización e injerto de este fenómeno, supone una verdadera amenaza para la paz mun- dial. Por tanto, acercarse a esta problemática re- sulta, más que todo, una necesidad del científico social contemporáneo.

El caso de Estados Unidos, desde 1960 tiene lu- gar en este país una acumulación de frustracio- nes del sector de hombres blancos adultos, a par- tir de hechos como la emancipación de la mujer, la lucha por los derechos civiles, las leyes para la igualdad social, el dinamismo del movimiento de la población negra y latina, de homosexuales y defensores del medio ambiente y de la paz, por considerar que le han ido restando poder y de- rechos, así como robando sus espacios de expre- sión. Se trata de ese sector poblacional blanco, de clase media, que se ha ido incrementando durante las últimas décadas, que fue orgullo de la nación en los años de la segunda posguerra, sobre todo en los de 1950, pero que ha sido, según sus per- cepciones, maltratado por la última revolución tecnológica, la proyección externa de libre comer- cio y la reciente crisis económica. La presentación que hizo Trump sobre las preocupaciones e inte- reses de ese sector venía muy bien a la estructura ideológica, al imaginario, de los votantes blancos trabajadores —llamados de “cuello azul” y de cla- se media—, muchos de ellos de bajos ingresos y menor nivel de educación, a quienes persuadió de que los extranjeros y los inmigrantes les estaban “robando” el país, y de que sus dificultades eco- nómicas tenían que ver con los tratados de libre comercio (Hernández, 2016).

Trump proviene de ese escenario de respuesta a estas frustraciones que vienen gestándose desde estos años, contexto en el que surge lo que se co- nocería como la nueva derecha y que después se va concretizando cada vez más en lo que se plas- mó en la coalición conservadora que floreció en la década de 1980, y en el siglo XXI en el Tea Party.

El movimiento conservador cuyo desarrollo se hizo notablemente visible al comenzar la campaña

electoral a inicios de 2016, alimentado por el resen- timiento de una rencorosa clase media empobre- cida y por la beligerancia de sectores políticos que se apartan de las posturas tradicionales del partido republicano, rompió los moldes establecidos, evo- ca un nacionalismo chauvinista, acompañado de reacciones casi fanáticas de intolerancia xenófoba, racista, misógina.

Según los nuevos estudios de Variedades de Democracia (V-Dem), un centro de investigación con sede en la Universidad de Gotemburgo (Sue- cia), los republicanos se han vuelto bajo la direc- ción de Trump más populistas y menos liberales que en cualquier otro momento de la historia re- ciente (El Economista, 2020).

A finales del siglo XX, el Partido Republicano ya parecía un poco menos liberal y más populista que la mayoría de los principales partidos europeos. Sin embargo, según el análisis de V-Dem, empe- zó a desviarse de verdad hacia el “antiliberalismo” al abrazar los valores religiosos bajo el mandato de Bush, elegido en 2000. Más tarde, el partido se inclinó hacia el populismo en 2010 con el auge del movimiento del Tea Party, que se comprome- tió a frenar lo que consideraba una injustificable expansión del gobierno federal bajo Barack Oba- ma. Sin embargo, el mayor cambio, especialmente hacia el antiliberalismo, llegó con la elección de Donald Trump (El Economista, 2020).

Según algunos especialistas, el partido de Trump se parece ahora más a los partidos euro- peos más derechistas, como Ley y Justicia (PiS) en Polonia o Fidesz en Hungría, que a cualquier otro grupo político importante en Europa occidental. El Partido Demócrata también ha coqueteado con el populismo en los últimos años, pero no en la misma medida que los republicanos.

Otro elemento de contacto de este fenómeno entre las dos orillas del Atlántico norte es la pre- sencia de Steve Bannon quien ha sido considerado como un oscuro propagandista del Tea Party y fun- dador del medio ultraconservador Breibart News. Los vínculos de Bannon con la campaña del Brexit,


han sido expuestos en diversos espacios. La fama mundial como promotor de la ultraderecha le lle- gó a Bannon tras asesorar la campaña de Donald Trump y llevarlo a la Casa Blanca convirtiéndose así en su mano derecha durante los primeros meses de su presidencia. Más tarde fue expulsado de ese puesto por el propio presidente y esto propició que decidiera instalarse en Europa, donde se dedicó a asesorar a varios partidos de extrema derecha.

En este contexto nace El Movimiento, una or- ganización encabezada por Bannon en el Viejo Continente. Es un proyecto aglutinador de nue- vas derechas mundiales, el cual encontró en el es- cenario político europeo un terreno propicio para cultivar las ideas de la nueva derecha populista, así como el ascenso de fuerzas políticas de corte de derecha radical populista o extrema derecha. En 2019, Steve Bannon comenzó a acercarse a América Latina. Tras la victoria de Jair Bolsona- ro como presidente de Brasil, el empresario esta- dounidense, encontró en el mandatario brasileño a un aliado fundamental para intentar impulsar El Movimiento en la región.

De manera que la evolución histórica de la in- fluencia de las fuerzas populistas de derecha en Europa y Estados Unidos, permite establecer de- terminados puntos en común: la percepción de los años dorados de la posguerra, a partir de la década del 50, y a partir de ello una serie de frus- traciones, de distinta índole, que comienzan a acumularse y se exacerban en la actualidad a tra- vés de determinadas expresiones nacionalistas, nativistas y xenófobas que articulan su discurso.


Populismo y derechización. Princi- pales factores comunicacionales

El populismo es, sin dudas, un concepto en disputa, difícil de definir, no solo por sus mati- ces, sino tomando en consideración las diversas experiencias regionales, nacionales, históricas y culturales.

Aunque los trabajos sobre populismo son nu- merosos, el principal debate en la materia es so-

bre la relación entre populismo y democracia. Al respecto, pueden identificarse de manera general dos grandes escuelas: por un lado, la escuela tradi- cional, que indica que el populismo, en todas sus manifestaciones, resulta perjudicial para la demo- cracia. Este enfoque parte de la idea clásica, ela- borada por teóricos como Gino Germani (1971) y Torcuato Di Tella (1977). Entre los “tradiciona- listas” pudieran ubicarse, además de los clásicos, a autores como Sussane Gratius (2007), LudolfoPa- ramio (2006), Roger Bartra (2013) y Flavia Frei- denberg (2008), así como enfoques varios, como la teoría formalista, la estructural-funcionalista y la desarrollista (Moscoso, 1990). Aunque esta es- cuela abandonó, de la perspectiva clásica, la crí- tica económica y la tesis de la transición de una sociedad a otra, conservó otros elementos centra- les: i) el populismo sigue siendo producto de una sociedad específica, sólo que ahora es una con po- cos derechos, instituciones inestables y una pobre división de poderes; ii) se mantiene como un fe- nómeno antielitista; iii) se caracteriza por la parti- cipación indispensable y, hasta cierto punto, ma- quiavélica, de un líder carismático que basa sus aspiraciones políticas en hablar en nombre del pueblo y en caracterizar a la oposición como “la elite” y “los otros”; iv) el populista basa su fuerza en el apoyo popular derivado de su carisma y de políticas clientelares y, v) el término “populismo” sigue teniendo una connotación despectiva para describir una forma de hacer política. El popu- lismo aparece como una tentación, una vía fácil para solventar los problemas económicos y de re- presentación, que terminará en catástrofe (Gar- ciamarín Hernández, 2018).

Por el otro lado, existe la llamada escuela radi- cal, que encuentra elementos democratizadores en el populismo, a pesar de no descartar versio- nes autoritarias. Se divide en quienes encuentran elementos democratizadores en el populismo (Peruzzoti, 2013; Mudde y Rovira, 2012), y quie- nes consideran que forma parte de la democracia (Arditi, 2004, 2005, 2011; Canovan, 1999; Paniza,


2005). De esta forma, el populismo se confirma como una opción de democracia radical (Laclau y Mouffe, 1987), en la que “muchos” se muestran frente a “pocos”, redefiniendo la contienda políti- ca, poniendo a consideración la misma noción de pueblo y mostrando una estrategia política en los bordes del liberalismo (Arditi, 2011). Es esto lo que genera “desagrado” hacia el populismo: para que este pueda realizarse necesita de la participa- ción de uno o varios líderes o “intervenciones po- pulistas” en términos de Kazin (1998), que pue- dan construir la distinción entre “el pueblo” y la “elite” y “representar verdaderamente” al pueblo, es decir, todo lo que repudia la escuela tradicio- nal y que “derivará en autoritarismo y catástrofe” (Garciamarín Hernández, 2018).

De cualquier forma se trata de un debate en ple- na evolución en nuestros días. Sin embargo, pue- de decirse que, en los últimos años, desde el pun- to de vista comunicacional, este estilo centra su atención en enmascarar las causas reales de la cri- sis sistémica multidimensional a partir de la des- calificación del otro, sea cual fuere. En ese contex- to tiene un lugar especial la crisis de los partidos de izquierda y derecha y la desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones políticas. El eje populista de nueva derecha, extrema derecha o derecha alternativa como también se le ha llama- do, aunque en cada caso refiere diversos matices, sí ha constituido una tendencia internacional que está representada por el Brasil de Jair Bolsonaro, el gobierno de Donald Trump o las fuerzas po- líticas de extrema derecha que han emergido en los últimos años en el espectro político europeo, entre los que se destacan figuras como Marine Le Pen, Victor Orban, Matteo Salvini, entre otros.

Dentro de la multiplicidad de elementos que ar- ticulan este fenómeno merece particular atención el análisis del populismo de derecha como estilo comunicacional, teniendo en cuenta que se tra- ta de una dimensión distintiva de este fenómeno, en los nuevos tiempos, elemento diferenciador el cual se convierte en su principal variable de éxito.

Según define Antón-Mellón y Hernández-Carr, se trata de un método o estilo de actuación políti- ca que se utiliza para lograr un particular tipo de movilización social, normalmente en situaciones de crisis económica y, sobre todo, de crisis políti- ca por procesos de deslegitimación de las elites; estilo construido con gran presencia de la dema- gogia, utilizada como palanca para acceder al po- der (Sánchez, 2019).

Es así que, por ejemplo, puede decirse que, tan- to Bolsonaro como Trump comparten un estilo de liderazgo autoritario, exacerbando determinados rasgos de la personalidad y dinámicas de compor- tamiento muy particulares, con la religión como un elemento central de la política, no solo para ellos sino también para sus seguidores. Al igual que Trump, y los europeos Salvini u Orban, el brasileño se pone en un lugar de representatividad del pue- blo frente a lo que identifica como las elites progre- sistas. Asimismo representa un nuevo tipo de líder con un discurso particularmente antinmigrante y xenófobo. Estos elementos entre otros permiten incluirlo como representante de la nueva y polé- mica tendencia política, que puede ser identifica- da, de manera general, aunque no definitiva, como “populismo de extrema derecha o derecha radical”. Teniendo en cuenta estos elementos y la diversi- dad de análisis y experiencias consultadas, los es- tudios realizados sobre los factores comunicacio- nales que han condicionado el reforzamiento de la influencia de las fuerzas populistas de derecha en Europa, Estados Unidos y América Latina y el Ca- ribe, entre 2016 y 2020(Colectivo de autores, 2020), han permitido establecer, hasta el momento, deter- minados puntos de contacto a partir de los cuales estas fuerzas políticas articulan sus narrativas y ge- neran sus mensajes. Aunque no puede homogeni- zarse la historia y evolución de este fenómeno en las distintas regiones, así como tampoco entre los países, sí es posible identificar algunos rasgos co-

munes en la concepción de sus mensajes.

Uno de ellos está relacionado con la construc- ción y fomento de una demanda nacionalista, di-


rigida a ciertos sectores estratégicos de la sociedad como los jóvenes y aquellos grupos sociales repre- sentantes y portadores de los más altos valores na- cionalistas. Para ello ha sido fundamental aprove- char el contexto de crisis mundial de los últimos años, lo cual también ha propiciado el desgaste de las fuerzas políticas tradicionales y su discurso en la búsqueda de soluciones efectivas. En muchos ca- sos presentan a estos públicos como “los olvidados del sistema”, que no se sienten representados ya en sus instituciones ni en el curso político que su país ha tomado o donde se ha estancado. Manejan un discurso válido para la población que vivió o contó el pasado glorioso de bonanza económica entre la década del 50 o 60 aproximadamente, y los jóve- nes, hijos de la crisis y que representan el futuro por construir.

Dichos grupos son instigados desde la retórica de estos nuevos actores políticos contra las ins- tituciones y partidos tradicionales que perciben como la causa de todos sus males. Sus demandas son de diversa naturaleza, pero se entremezclan y confunden fácilmente, teniendo en cuenta el fac- tor emocional que las mueve.

En ese sentido es válido destacar la manipu- lación de las emociones (humillación, odio y miedo). Explotan resentimientos prolongados de frustración y buscan canalizarlos a través de exacerbar insatisfacción, inseguridad, incerti- dumbre, xenofobia, exponiendo así muchas de las problemáticas que aquejan a la sociedad de manera directa, con una visión realista-pesimis- ta y no como lo han hecho las fuerzas políticas tradicionales, es decir, sobre una base optimista e idealista.

Otra de las características que distingue este discurso es que no existe un cuestionamiento al sistema en sí mismo, sino a las elites, las institu- ciones, los líderes que lo representan. Se constru- ye un concepto de pueblo basado en posiciones antiestablishment. Desde la perspectiva comuni- cacional, la división “nosotros-ellos” y la creación del “enemigo necesario”, han devenido en el esta-

blecimiento de dos ejes divisorios simultáneos: el primer eje es la elite vs. pueblo y el segundo eje, los nacionales vs. los diferentes.

En cuanto al manejo de las redes sociales, así como los sitios web, debe destacarse que aprove- chan la sobrexposición informativa a la que está expuesta la mayoría de la sociedad en los nuevos tiempos y la utilizan a su favor. En ello sobresale la amplia generación y transmisión de fake news, es- trechamente relacionado con los llamados hechos alternativos y la posverdad. La fragmentación de los públicos así como de los mensajes es un ele- mento esencial en la articulación de las narrativas que apoyen determinados objetivos.

En este escenario de lo que se trata es de la des- politización del mensaje de la derecha, lo cual la presenta mucho más alternativa y atractiva. La sa- tanización del progresismo, socialismo y comu- nismo, son vistos como una amenaza constante asociada a los gobiernos de izquierda.

Se ha consolidado una tendencia profunda- mente revisionista de la historia y con ello su rein- terpretación y desmontaje, resemantizando desde los cimientos de la Nación valores simbólicos úti- les a los objetivos de estas fuerzas populistas.

Otro elemento importante a tener en cuenta es el rechazo a “lo políticamente correcto”. En ese sentido se destaca la aparición de nuevos líde- res carismáticos, con una agenda política abierta, que se va construyendo sobre la marcha. Se trata de mantener el mensaje, entre la flexibilidad que supone esto y apropiarse de nuevos temas que van surgiendo o se promueven, se entremezclan y confunden las demandas. Se trata de la habili- dad de dar explicaciones simples, comprensibles y convincentes para el ciudadano común, a pro- blemas complejos.

La manipulación de la religión en función de intereses políticos por parte de estas fuerzas se ha convertido en una tendencia. Se destaca la mani- pulación de diversas instituciones religiosas, so- bre todo protestantes, evangélicas y su capacidad de proselitismo en función de los intereses de es-


tas nuevas fuerzas política. Para ello se basan en la agenda moral y la defensa de los valores fami- liares tradicionales.

Estos factores comunicacionales han sido uti- lizados de una forma u otra en el contexto de la pandemia de la Covid-19, para articular determi- nadas narrativas y generar mensajes afines sobre el enfrentamiento y manejo de la crisis, lo cual ha propiciado una politización de este complejo esce- nario y una polarización en la gestión del mismo.

El poder de los datos

Detrás del éxito de este estilo discursivo po- pulista y su gran capacidad de movilización está la capacidad de erigirse en copia y calco del ciu- dadano común e incorporar sus expectativas, en una lógica de producción y reproducción donde el análisis bio-psico-social es imprescindible. En nuestros días y en este caso a efectos comerciales y políticos la utilización masiva del Big Data es fundamental.

Se trata del análisis de algoritmos, tomando en consideración que estos controlan en gran me- dida la predeterminación selectiva de la infor- mación que vemos. Así, aquellos que deciden la previsibilidad de lo que se consume consolidan su poder sobre los consumidores. Los algoritmos muestran el mundo que, según sus cálculos, debe- ría querer verse.

De ahí la importancia que ha adquirido en los últimos años el control del capital digital. Este con- siste en el desarrollo de competencias para recopi- lar y procesar datos, y convertirlos en inteligencia digital, que es lo que tiene un valor económico real. Gran parte de esa inteligencia, derivada de datos sobre personas, grupos y comunidades, es básica- mente “inteligencia sobre ellos”: qué hacen, cómo lo hacen, qué relaciones mantienen, probabilidades de comportamiento futuro, etc. Al establecer las re- laciones sociales utilizando los datos individuales se pueden pronosticar acontecimientos políticos y sociales con mayor certeza, y se puede influir en el curso de los acontecimientos, no solo preverlos,

sino hacer que las cosas sucedan.

El capital digital está reemplazando a la propie- dad intelectual en la cima de las cadenas de valor mundiales. La norma es que quien recoge los da- tos se apropia de todo su valor económico, recur- so central de la economía digital. Para el éxito de estos fines los datos se han convertido en la ex- presión más concreta de poder real debido a la in- formación que brinda el análisis estadístico y los algoritmos para el enfoque selectivo de la pobla- ción en campañas políticas, ubicar y llegar a per- sonas en las que ninguna campaña había pensado, los que no han votado nunca, los antisistema, los indignados, personas que a veces ni se sabe que existen: no se trata de controlar la retórica del dis- curso sino de dejar que los ciudadanos lo alimen- ten a partir de las bases de datos que actualizan varias veces al día formando patrones de conduc- tas que se solapan. Los datos llevan a los partidos políticos hasta el votante individual, y el mensaje lo diseña el algoritmo a la medida.

En buena medida el poder de las fuerzas popu- listas de extrema derecha ha residido en el diseño de un mensaje que ha logrado englobar ese tipo de emociones reales, a través de la interpretación de los datos que millones de usuarios, dígase elec- tores, han brindado a través de internet.

Se trata de encerrar a cada ciudadano a través de sus rastros en la red en una burbuja observable, parametrizada y previsible con el fin de tribalizar a la sociedad, descubrir sus más recónditas pasio- nes y tabúes, así como para manipular y construir las expectativas que muevan sus proyectos de vida. Se trata del arte de encontrar, fomentar y hacer li- berar esas presiones que se han ido acumulando en el tiempo a medida que han sido ignoradas y se han convertido en resentimientos, generacio- nes tras generaciones de resistencia y fidelidad. La interpretación adecuada de estos datos y su mani- pulación permite construir un “mensaje-válvula de escape” con el cual el ciudadano común que se percibe a sí mismo como olvidado, víctima del sistema, se identifique y sienta que se empodera


y se libera de compromisos históricos frente a “lo políticamente correcto” con que vivieron y mu- rieron sus padres.

En tal sentido se relaciona a la manipulación de datos el uso de las Fake news muy vinculadas al discurso del odio, con una identificación con ideas racistas, xenófobas, homófobas, misóginas, anticomunistas, antisemitas y prejuicios religio- sos fundamentalistas. Se trata de alimentar una cultura del odio, una cultura tóxica en la que na- die cree ni confía en nada. Esta tendencia se re- produce entre las tribus urbanas fragmentando sus identidades políticas, contrario al paradigma de “la aldea global” que las identificó y cohesionó en un espíritu de unidad revolucionaria a partir de los años 60.

Las lógicas de funcionamiento de estas estrate- gias de insurgencia antiestablishment han estado enfocadas en no convertir las posiciones frente a las decisiones complejas en simples opuestos: se trata de la utilización de medios más matizados y sofisticados para lograr el cambio de mentalida- des y el trastorno político, sin que esto se pueda etiquetar con conceptos en disputa como “dere- cha” o “izquierda”.

En otras palabras, se trata de un auténtico hackeo del sistema, que entró por una puerta alternativa y lo reprogramó, alterando las bases políticas. En tér- minos comunicacionales no se trata estrictamente de la lucha de la izquierda contra la derecha, sino de la flexibilidad del nuevo discurso, por cuestio- nable que pueda ser, contra el inmovilismo y rigi- dez de la retórica tradicional.


El populismo en el discurso de Do- nald Trump

En la segunda década del siglo XXI, el enfrenta- miento político-ideológico en Estados Unidos se agudizó considerablemente. La sociedad se halló más dividida y polarizada, pero dentro de los pa- rámetros del ámbito conservadurismo-liberalis- mo predominante históricamente en ese país. El profundo impacto de la crisis económica de 2007-

2009, junto a la relativamente lenta recuperación, condujo a posiciones y propuestas políticas que, si bien no cuestionan las bases fundamentales del sistema, sí se alejan en alguna medida de opcio- nes más moderadas que han prevalecido en otras épocas. Al incrementarse la polarización en dis- tintos niveles, los ciudadanos muestran una afi- nidad más uniforme con el conservadurismo o liberalismo a lo largo de los distintos temas que definen el espectro político-ideológico (Domín- guez y Barrera, 2018).

Las tres elecciones presidenciales desarrolladas entre 2008 y 2016 tuvieron como vencedores a dos candidatos que a pesar de ser muy distintos entre sí, el demócrata Barack Obama y el republicano Donald Trump, tenían un denominador común: llegaron a la Casa Blanca siendo considerados out- siders. En ambos casos se trataba de personas que no pertenecían al núcleo de la clase política tradi- cional, el llamado establishment, y en tal condición ambos fueron percibidos como representantes de ese cambio, tal vez indeterminado en su esencia y evidentemente interpretado de maneras diferen- tes, por los distintos grupos que componían la po- blación general y las elites del país, cada una con sus propios intereses y sus ideas para promoverlos (Domínguez y Barrera, 2018). Obama se distinguía por su pertinencia étnica, hijo de un kenyano con una mujer de origen irlandés, nacido en Hawai, que vivió varios años con su madre en Asia meri- dional. Su discurso crítico, unido a sus estudios de pregrado en Columbia University y de derecho en Harvard Law School, es decir, en universidades de elite le permitió encarnar los intereses y esperanzas de un vasto y diverso conjunto de sectores sociales, particularmente jóvenes y minorías étnicas. Por su parte Donald Trump llegó a la campaña de 2016 como un empresario multimillonario especializa- do en negocios inmobiliarios, hoteles y campos de golf, con estatuas de celebrity, en especial por su participación en diversos espacios televisivos, par- ticularmente del tipo reality TV, con el show The Apprentice y el concurso Miss Universo. Su ima-


gen contraria a todos los convencionalismos, su discurso simplista y grandilocuente, con fuertes componentes nacionalistas y una mezcla de con- servadurismo con proclamas de corte populista y propuestas dirigidas a las clases medias y trabaja- dora blanca fueron percibidos como una alternati- va real al establishment. Es así que se presentó a la contienda, desde las primarias, como un candidato ajeno y opuesto al establishment de cualquier sig- no. Apareció como una propuesta de cambio, pero una más cercana a intereses y criterios emanados de sectores que declaran como su objetivo el res- tablecimiento de los valores originales de Estados Unidos, tal como ellos lo interpretan, con fuertes influencias evangélicas, con visiones mesiánicas sobre la grandeza del país, como la brillante ciu- dad sobre la colina, a la vez que profundamente opuesto a cualquier intervención del gobierno en la vida privada, por cualquier motivo, incluyendo áreas como la educación y la salud (Domínguez y Barrera, 2018).

Donald Trump desplegó una campaña política fuera de los cánones tradicionales. Tanto durante las primarias de su partido como en los comicios generales, pasó por escándalos, continuos cam- bios de discurso, negación de realidades palpables y manejo de los que después serían llamados “he- chos alternativos”. Todos estos comportamientos en otras circunstancias hubiesen hundido a cual- quier candidato, en particular, cuando recorda- mos la introducción de matices antinmigración. El resultado final de este proceso fue para no po- cos algo impensable. Para una buena parte de las personas, lo que más les dificultó comprender lo sucedido fue que el país venía de dos períodos de un gobierno encabezado por el primer presidente afroamericano, un político sofisticado, de eleva- do calibre intelectual, quien hizo de su estancia y la de su familia en la Casa Blanca un ejemplo de sobriedad y ausencia de escándalos que en otras épocas sacudieron al país. El mandatario repre- sentaba algo nuevo en diversos aspectos y parecía ser la expresión de fuerzas favorables al progreso,

la moderación y la modernidad, establecidas en el corazón del sistema de relaciones de poder de ese país (Domínguez y Barrera, 2018).

De manera que, entender la clave del éxito en el ejercicio del poder que ambos candidatos de- mostraron lleva necesariamente a comprender los recursos de poder que en ese sentido explotaron y como ambos procesos se articulan en una ló- gica de causa-consecuencia que los convierte en parte de la continuidad de un mismo proceso. Si Obama desarrolló en extenso el Smart Power y la táctica de ganar las mentes y los corazones de las gentes; Donald Trump ha explotado aquellos re- sentimientos ocultos en el alma de las personas, desatando las pasiones, el nacionalismo extremo que despierta la identificación de un enemigo y el manejo de una cultura política tradicional. La candidatura de Donald Trump permitió articu- lar un conjunto de ideas y emociones que esta- ban latentes en la sociedad norteamericana, que parecían marginales y en retirada, después de los triunfos de Obama.

Noam Chomsky, al referirse a las primarias, señalaba que “haciendo a un lado elementos ra- cistas, ultranacionalistas y fundamentalistas reli- giosos (que no son menores), los partidarios de Trump son en su mayoría blancos de clase me- dia-baja, de las clase trabajadora, y con menor educación, gente que ha sido olvidada durante los años liberales”(Chomsky, 2016).

Trump ha representado un estilo inédito en los procesos electorales en los Estados Unidos. Su dis- curso demagógico ha prometido empoderar, con aliento proteccionista, al empresario capitalista y al trabajador con precariedad de empleo. Ha de- clarado personas no gratas a quienes no reúnen las características estereotipadas que ha creado el cine de Hollywood, la historieta gráfica y el serial televisivo en torno a la familia norteamericana: blanca, de clase media, disciplinada, individualis- ta, protestante (Hernández Martínez, 2017).

En la sociedad norteamericana ya existe una cultura política marcada por una concepción he-

gemónica en torno a los “diferentes”, es decir, las llamadas minorías que en el lenguaje posmoder- no son calificadas y consideradas como los “otros”. Trump apela a la visión racista, excluyente, discri- minatoria, que el politólogo conservador Samuel

P. Huntington estableció en sus escritos, que ar- gumentaban la amenaza que a la identidad nacio- nal y a la cultura tradicional estadounidense, de origen anglosajón, entrañaba la otredad, encarna- da en la presencia intrusa hispano-parlante de los migrantes latinoamericanos.

Es así que, el éxito de lo que se ha dado en lla- mar como “el fenómeno Trump”, se ha basado, en buena medida, en aprovechar el resentimiento acumulado contra un gobierno encabezado por un Presidente negro, ante la posibilidad de que le sucediera en el cargo una mujer, unido ello a una crisis de credibilidad y confianza más amplia. Es- tos elementos permitieron diluir en su discurso las complejas diferencias de la sociedad nortea- mericana para dejar por un lado a los suprema- cistas blancos y del otro a las diversas minorías de ese país. Este escenario es fundamental para en- tender como en su discurso se traduce el clásico eje populista “nosotros vs ellos”, lo cual está muy relacionado con la concepción de pueblo que en- carna el líder en el “nosotros” y que en el caso de EUA se traduce en la marcada polarización políti- ca que distingue ese contexto.

En ese sentido, puede apreciarse cómo han ido ganando espacios grupos violentos de suprema- cistas blancos como The Orden, Milicias, Movi- miento Vigilantes, Naciones Arias, Movimiento de Identidad Cristiana, y sujetos individuales como Wade Michael Page que hasta entonces tenían un bajo perfil. Desde 2015, surge el movimien- to Alt-right, grupos inspirado en el libro neonazi Siege de James Mason, motivados por una varie- dad de ideologías supremacistas blancas.

Es posible encontrar en este contexto sitios webs de propaganda como Teespring, Iron March fundado en 2011. Ello ha desempeñado un papel importante en la configuración del movimien-

to extremista estadounidense creando conexio- nes internacionales. The Fascist Forge y The Daily Stormer son espacios influyentes de extrema de- recha que promovieron en el 2017 la manifesta- ción Unite the Right en Charlottesville. Estos fo- ros han desarrollado una cultura fascista violenta reflejado en The Rise Above Movement, fundado en 2017, un grupo donde se practican artes mar- ciales para atacar a los manifestantes de izquierda, y grupos neonazis inspirados por Siege, como la División Atomwaffen fundada en 2015, supues- tamente se disolvió en marzo de 2020 y luego se renombró a la Orden Nacionalsocialista en julio de 2020, The Base (fundada en 2018) y División Feuerkrieg (fundada en 2018, supuestamente di- suelta en 2020), su objetivo es promover actos de terrorismo para acelerar el supuesto colapso del gobierno para construir un nuevo etno estado.

El análisis histórico de antecedentes del fascis- mo como ideología puede identificarse, en Esta- dos Unidos, a partir de ciertos elementos como respuesta a determinadas coyunturas históricas. Dichos elementos pueden apreciarse, además en las expresiones que encarnan algunos grupos en la sociedad, en el caso del estilo comunicati- vo populista, durante la administración Trump, como parte de los principales factores genera- dores de mensaje que integran y sistematizan su discurso, las narrativas y las representaciones sociales que pretende instigar. En ese sentido, en primer lugar se destaca la propia figura atípica de Trump, que rompe con todos los moldes del comportamiento convencional. Su personalidad es sumamente mediática, ególatra y teatral, lo cual propicia una ruptura abrupta con la cultura de “lo políticamente correcto” (Castro y Crahan 2018). Tales peculiaridades de Donald Trump como figura política vinieron a exacerbar las condiciones polarizadoras.

El mensaje de este tipo de discurso de corte po- pulista que ha sostenido Donald Trump, tiene im- portante eco en sectores de la población estadou- nidense que se sienten enajenados del proceso de


globalización, particularmente los conservadores, hombres, blancos y de bajo nivel educacional. Se trata de un apoyo más emocional (visceral pue- de leerse en alguna bibliografía) que racional y en esto constituye otro importante factor a tener en cuenta. Es por ello que gana el apoyo de los in- tereses de clase de los sectores más desposeídos, que al mismo tiempo, se sienten perdedores por las condiciones histórico-concretas en las que vi- ven ellos y los niveles de desigualdad del país.

Trump ha manipulado a su favor la táctica de ser noticia cada día con las declaraciones de twitts. Según González Martín (2020)los estudios reali- zados hasta la fecha demuestran que, de manera general, el uso de la cuenta personal de Donald Trump en twitter (@realDonaldTrump) por enci- ma de la del Presidente como tal (@POTUS) ha estado encaminada a legitimar su imagen como hombre no comprometido con el gobierno que él quiere cambiar y que no ha estado a la altura del pueblo estadounidense. Esto es congruente no sólo con la personalidad del Presidente (él y sólo él puede resolver los problemas de ese país y hacer a los Estados Unidos grande de nuevo) sino con la visión que ha querido dar sobre el significado de su presidencia para ese país como nación. Estas acciones también han cambiado la manera de ha- cer comunicación en el ejecutivo estadounidense pues, al hacer uso de twitter para comunicar sus decisiones y visiones como Presidente, Donald Trump ha cambiado la manera de hacer política y, por ende, la relación entre el Presidente y el pue- blo estableciendo, así, una relación directa con este sean votantes o no, miembros de su partido o no, sin haber tenido que pasar por el tradicional proceso de legitimación por parte de los medios tradicionales y la gran prensa en particular. De hecho, estos nunca le han dado su apoyo. Se han dedicado a criticarlo constantemente, pero la per- manencia de Trump y su gestión como Presidente a tiempo completo en los medios lo ha convertido en agenda permanente de discusión. De ahí que, aunque no le digan a la gente qué pensar le estén

diciendo constantemente de qué hablar y eso se llama Donald Trump (González Martín, 2020).

Por otra parte, los grupos religiosos y conser- vadores, en particular los evangelistas, han ter- minado por alinearse con Trump y constituir una importante base sobre la cual sustentar mensajes esenciales de su discurso y proyección. Para es- tas agrupaciones socialmente conservadores son cardinales los temas de la moralidad, la relación del individuo con Dios y la fe, la familia, la inte- gridad, el asunto de la teoría de la evolución, la cuestión de los matrimonios entre personas del mismo sexo, los límites de la investigación pú- blica con células madre, el aborto, el rezo en la escuelas públicas, la tenencia de armas de fuego, el rechazo a la intervención del Estado en la vida personal, social y económica. En ellos se aprecia una progresiva preocupación sobre la relajación de los valores sociales y familiares estadouniden- se, partiendo de una cultura en donde, más allá de la afiliación religiosa, los principios del puritanis- mo protestante imperan en el orden social (Cas- tro y Crahan 2018).

Se trata de esa conexión entre “espíritu religio- so”, que domina a muchos aspectos de la vida del país, y la tesis de Max Weber, que encuentra en la ética protestante el fundamento del espíritu del capitalismo, de su cultura, de sus tendencias y, se debiese añadir, de sus fanatismos. Una ética de as- cetismo para la acumulación originaria del capital pero que, en el caso de Estados Unidos, dejó esa etapa hace tiempo, ha sido transmutada en ape- tencia de dominio y poder, en nombre de un “país elegido” y de “un destino que lo dictamina a ser el adalid del mundo”. De una ética fundamentalista que habla por boca de los más conservadores en ese país, en un accionar sistemático, por medio de las instituciones religiosas e incluso comunitarias, que ha permeado fuertemente al individuo, más allá de sus intereses y la defensa de estos en las urnas (Castro y Crahan 2018).

A este sector les preocupa la pérdida de refe- rentes en cuanto a los valores morales, que se ha

traducido en la percepción, alentada por los ideó- logos del sistema, de una gran crisis del espíritu, en un país que, para muchos, fue creado sobre la base de la biblia y de la cultura judaico-cristiana. Para los conservadores sociales y religiosos fun- damentalistas los principios cristianos están en peligro y la sociedad estadounidense se encuen- tra en decadencia. Por tanto resulta imperante re- tornar al pasado glorioso, que apela a la agenda de “American First”. En su opinión las tendencias liberales son fomentadas desde Hollywood, la prensa liberal, las ideas extranjerizantes que im- peran en las costas del Este y del Oeste del país, y desde todo aquello que sea diferente, la alteri- dad u otredad, incluido el aspecto racial, étnico e igualdad de género, que pone en peligro su cultu- ra(Castro y Crahan 2018).

A todo ello, según sus convicciones, es nece- sario oponerse decididamente con una “guerra cultural”. Como contrarrespuesta, la gravedad del descontento social, en determinados sectores, se ha movido más hacia la derecha. Es destacable que estos aspectos pasan por la autoidentificación del sistema de valores de los individuos, sus cre- dos e identidades en el ámbito subjetivo con gran impacto en el ámbito social.

Otro tema a tener en cuenta es el referido a la proyección internacional. En tal sentido, se ha evi- denciado la exacerbación del nacionalismo de la agenda “American First”, mediante lo cual Trump ha apelado a la nostálgica idea de retornar al que denominan pasado glorioso de Estados Unidos, o sea, volver a sentirse el país sin rivales interna- cionales y lo necesariamente suficiente para res- taurar el bienestar en esos sectores y sobre todo con la mira puesta en la inmigración como eje de todos los males (Castro y Crahan 2018).

En el plano de las representaciones sociales la metáfora del “socialismo” o “comunismo” demó- crata ha tenido especial trascendencia en el dis- curso y sistema simbólico de los estadounidenses. De ahí que se ha acrecentado la cultura del miedo a la otredad y alteridad, a pesar de las profundas

transformaciones generacionales y demográficas que suceden en el país y que tienen importante influencia en la definición de las agendas públicas y en los procesos electorales, todo lo cual provoca grandes divisiones.

Un rasgo sobresaliente del creciente estado de belicosidad entre los rivales políticos fue el sin- gular debate en torno a los derroteros que estaba tomando y podría tomar el país a partir de enton- ces en dependencia del balance en las relaciones de poder. Desde la derecha, se comenzó a acusar a no pocos adversarios de “socialistas” (en este caso también autoatribuido aunque en un sentido distinto), “totalitarios” o “antiestadounidenses”. Desde la izquierda, se hicieron comunes califica- tivos como “xenófobo” o “racista” para referirse a Trump en particular (Acosta, 2019).

En cuanto a los enemigos de EUA, un ejemplo típico fue culpar a países como China de la pér- dida de empleos en el sector industrial de Estados Unidos y sugerir que una solución crucial sería hacer que las empresas automovilísticas estadou- nidenses, entre otras, regresaran al país. Si tan- ta complejidad sistémica pudo simplificarse en mensajes agresivos que culpan al adversario, sea China o sean los políticos tradicionales que apo- yaron el proceso globalizador de una manera que supuestamente perjudicaba a Estados Unidos, no es difícil comprender que se busque efectividad al atacar a los demócratas mediante comparaciones con un socialismo no deseado en Estados Unidos, como el de Cuba o Venezuela, cuando en realidad las aspiraciones demócratas son muy diferentes (Acosta, 2019).

En ese contexto se han manejado postulados de mayor belicismo y agresividad en todos los frentes. Es así que se aboga por que la fuerza o la proyección de la misma hacia el exterior sea el instrumento idóneo para rescatar el respeto y re- construir a América para que sea grande otra vez. La guerra contra el coronavirus supuso un nue- vo factor a tener en cuenta. Unido a la alarma so- cial y la incertidumbre se generó especulación so-


bre posibles medidas antes que estas se tomasen, por tanto desconfianza en las instituciones, los gobiernos, acompañado de un discurso de odio, con el objetivo de alimentar la estigmatización de comunidades concretas o agendas políticas con- cretas.

En un contexto de emergencia sanitaria es na- tural que surja el debate sobre quienes están me- jor equipados para hacer frente a la pandemia. Estos debates suelen simplificarse en deliberar entre las estrategias seguidas por las llamadas democracias liberales o los llamados regímenes autoritarios, identificando estos últimos con los asiáticos que, supuestamente pueden imponer medidas mucho más estrictas sobre su pobla- ción, porque su naturaleza de vigilancia perma- nente, centralismo y capacidad de control se los permite.

De otra parte, en aras de deslegitimar la coo- peración y alimentar la cultura del odio, se ha recurrido en el discurso a presentar una China portadora o creadora del virus, la cual primero utilizaba las redes sociales para censurar infor- mación y posteriormente para su reconstrucción de imagen, aduciendo como una vez superado lo peor de la crisis sanitaria se ofrece como aquel que tiene experiencia para saber cómo actuar o como el donante solidario con aquellos que ahora están en el peor momento de la pandemia.

El presidente Donald Trump, también ha dado un enfoque político al tema, al identificar la pan- demia como “el virus de China”. Así también, la crisis ha reforzado su discurso de fronteras, an- tiinmigrante, así como el llamado a reactivar la economía del país. Puede decirse que el nue- vo contexto marcado por la pandemia del nue- vo coronavirus, desatada en la provincia china de Wuhan unido a la creciente confrontación si- no-estadounidense ha matizado en gran medida el escenario de la “cruzada contra el terrorismo de origen islámico” que imperó en las relaciones internacionales durante casi 20 años. Los discur- sos, las narrativas comienzan a volverse contra un

nuevo objetivo: el estigma chino y su potente in- fluencia en un nuevo orden mundial.

En general de lo que se ha tratado es de una guerra de las narrativas que se ha articulado en el discurso de Donald Trump, en consonancia con un contexto marcado por una ideología liberal agotada y un conservadurismo en ascenso con ribetes fascistas. Ello ha sido causa y consecuen- cia a la vez de una nación dividida ante diversas cuestiones que atañen directamente al ciudadano común y que han ido evolucionando y acumulán- dose en la agenda política del país, tales como em- pleo, economía, inmigrantes, seguridad ciudada- na, violencia, discriminación racial.

Conclusiones

El fenómeno del populismo de derecha como estilo comunicativo, al hablar de Europa y Estados Unidos, incluso América Latina es una tendencia en los nuevos tiempos. Diferentes son las expre- siones del mismo según las regiones y países, sin embargo, es posible establecer determinado para- lelismo entre los factores comunicacionales gene- radores de mensajes que caracterizan el discurso. La llegada al poder de Donald Trump con un discurso populista ha exacerbado las tendencias supremacistas en la sociedad norteamericana. Entre los principales factores comunicaciona- les que han propiciado el reforzamiento de la in- fluencia del discurso populista en Estados Unidos ha estado la personalidad carismática de Donald Trump, cuya posición antiestablishment y capaci- dad de ser noticia diaria a través de un hábil uso de las redes sociales, así como su desapego de lo “políticamente correcto”, le han asegurado amplia popularidad. Esta figura ha sabido encarnar las principales frustraciones y desgaste de toda una generación, así como el lenguaje adecuado para

expresarlo.

Así también debe resaltarse la exacerbación del nacionalismo a través de las emociones por enci- ma de las razones. En tal sentido su discurso ha explotado las insatisfacciones de los ciudadanos

estadounidenses, así como “sentimientos dormi- dos” como la humillación, la frustración, el odio y el miedo, principales palancas para mover la sim- patía y la unidad nacional en la búsqueda de re- tornar al pasado glorioso de Estados Unidos.

Ha creado un enemigo interno (el emigrante) y amenazas externas (países como China y Ru- sia que desafían la hegemonía estadounidense, o Cuba, Nicaragua y Venezuela, que desafían la de- mocracia, los derechos humanos y simbolizan el fantasma del comunismo y el socialismo que ron- da y acecha a Estados Unidos, especialmente del lado del partido Demócrata).

El contexto de la Covid-19, coincidente con un año electoral, lejos de ser un obstáculo para la campaña de Donald Trump le propició ex- plotar este tipo de discurso y hacer crecer su popularidad, manejando hábilmente las preo- cupaciones de los estadounidenses, canalizan- do sentimientos como los ya mencionados odio

y miedo hacia los “enemigos de Estados Uni- dos”.

La gran polarización que está caracterizando a esta sociedad se ha puesto de manifiesto en las elec- ciones de noviembre 2020, las cuales han estado ca- racterizadas por un clima de tensión y violencia exa- cerbada, que ha venido atizándose en los discursos durante todos estos años, y se ha manifestado tanto por los partidarios republicanos como demócratas.

Este escenario conflictual caracteriza el trasfondo del diálogo que tendrá que comenzar a construir la dupla Biden-Harris. “Sanar a Estados Unidos”, expre- sión utilizada en las primeras intervenciones del bino- mio, después de las elecciones, lleva implícito asumir esta realidad, entender las diferencias no como una amenaza, sino como una oportunidad, y sobre todo, construir un diálogo, basado en la comprensión de los códigos comunicacionales y las representaciones sociales que se han generado y calado en la sociedad norteamericana durante los últimos años.


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