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Nueva Época

Número 03

Crisis sistémica del orden mundial, transición hegemónica y nuevos actores en el escenario global Systemic Crisis of the World Order, Hegemonic Transition and New Players on the Global Stage



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Dr. C. Juan Sebastián Schulz

Centro de Investigaciones en Política y Economía (CIEPE)

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS, UNLP/CONICET) Centro de Estudios Chinos (Instituto de Relaciones Internacionales (UNLP)

GT Geopolítica, integración regional y sistema mundial (CLACSO) GT China y el mapa del poder mundial (CLACSO)

e-mail: jsschulz@gmail.com

Numero ORCID: 0000-0002-2175-3074


Resumen

Los primeros veinte años del presente siglo nos muestran una agudización de las tensiones y dispu- tas geopolíticas que han convulsionado el escenario internacional, y en donde se vislumbran cambios tectónicos que pueden implicar desplazamientos y reconfiguraciones geoeconómicas y geopolíticas a nivel global. En este marco, el presente trabajo se propone analizar las transformaciones estructurales en el capitalismo contemporáneo, describiendo los nuevos actores que aparecen en el escenario inter- nacional y cómo su ascenso impacta en la territorialidad del poder y en la forma dominante de Estado. Finalmente, se analizará el proceso actual de crisis y transición hegemónica, especialmente el proceso de transición hacia una multipolaridad relativa y el dinamismo del Asia Pacífico como centro de gra- vedad del poder mundial.

Palabras clave: Crisis sistémica, transición hegemónica, territorialidad del poder, multipolaridad relativa.


Abstract

The first twenty years of this century show us a sharpening of geopolitical tensions and disputes that have convulsed the international scene, and where tectonic changes are glimpsed that may imply dis- placements and geoeconomic and geopolitical reconfigurations at a global level. In this framework, this paper aims to analyze the structural transformations in contemporary capitalism, describing the new ac- tors that appear on the international scene and how their rise impacts the territoriality of power and the dominant form of State. Finally, the current process of crisis and hegemonic transition will be analyzed, especially the process of transition towards a relative multipolarity and the dynamism of Asia Pacific as the center of gravity of world power.

Key words: Systemic crisis; hegemonic transition; territoriality of power; relative multipolarity.

Introducción

Los primeros veinte años del presente siglo nos muestran una agudización de las tensiones y dispu- tas geopolíticas que han convulsionado el escenario internacional, y en donde se vislumbran cambios tectónicos que pueden implicar desplazamientos y reconfiguraciones geoeconómicas y geopolíticas a nivel global (Serbin, 2019).

Varios autores señalan la existencia de una cri- sis de grandes magnitudes en el sistema mundial contemporáneo. Una crisis que expresa que un de- terminado orden mundial ha dejado de expresar la correlación de fuerzas que le dio origen. Ramo- net (2011), en este sentido, señala que no atrave- samos una sola crisis, sino que existe una suma de crisis interrelacionadas, que abarcan lo tecnoló- gico, lo económico, lo comercial, lo político, lo so- cial, lo climático, lo cultural, lo ético, lo moral, lo sanitario, etc., y en donde los efectos de unas son las causas de otras, hasta formar un verdadero sis- tema; es decir, que nos encontraríamos ante una crisis sistémica del orden mundial configurado luego de la Segunda Guerra Mundial. Esta situa- ción de gran convulsión, donde se observan con- flictos, tensiones y realineamientos geopolíticos a gran escala, es definida como “caos global” (Brin- gel, 2020), “caos sistémico” (Martins, 2014) o “un mundo en estado de desorden” (Haass, 2008).

En este marco, el presente trabajo se propone analizar las transformaciones estructurales en el capitalismo contemporáneo, describiendo los nuevos actores que aparecen en el escenario in- ternacional y cómo su ascenso impacta en la terri- torialidad del poder y en la forma dominante de Estado. Finalmente, se analizará el proceso actual de crisis y transición hegemónica, especialmente el proceso de transición hacia una multipolaridad relativa y el dinamismo del Asia Pacífico como centro de gravedad del poder mundial.

Transformaciones estructurales

en el capitalismo contemporáneo y nuevos actores en el escenario global Una de las características centrales de este pro-

ceso es la aparición de nuevos actores que contri- buyeron a desencadenar una triple crisis: de las

relaciones sociales de producción fordistas, en el sistema interestatal de orden mundial y en la po- tencia hegemónica que había ordenado el mundo luego de la caída de la Unión Soviética, los Esta- dos Unidos. Recuperando los aportes de Gramsci, Cox (2016) señala que los órdenes mundiales están fundamentados en relaciones sociales de produc- ción, por lo que un cambio en las relaciones socia- les conlleva necesariamente un cambio estructural significativo en la forma de organización mundial. La revolución tecnológica de la década de 1970 tuvo varios impactos no solo económicos, sino también políticos y sociales. En términos econó- micos, estas transformaciones permitieron iniciar un proceso de relocalización de la inversión que conllevó una descentralización de parte de la in- dustria, utilizando las ventajas competitivas de la fuerza de trabajo en el mundo para redireccionar los flujos de inversión productiva (Martins, 2014), produciendo una reestructuración radical de las re- laciones económicas internacionales (Marini, 1997). El modelo de producción “fordista”, caracterizado por la estandarización y la integración vertical de la planta productiva, el espectacular incremento de la productividad generado por la cadena de montaje y la organización taylorista del trabajo, dio paso a un modelo de organización “posfordis- ta” o “toyotista”, caracterizado por basarse en la seg- mentación productiva y el desarrollo de cadenas de valor (Sanahuja, 2007). Arrighi (2007), por su parte, señala el pasaje de General Motors a Wal-Mart como “modelo empresarial” estadounidense, es de- cir, de una corporación industrial verticalmente integrada, que establecía instalaciones de produc- ción en todo el mundo pero permanecía profun- damente enraizada en la economía estadounidense, a un intermediario comercial entre subcontratistas extranjeros (en su mayoría asiáticos) que fabrica la mayoría de sus productos, y los consumidores estadounidenses, que compran la mayor parte de ellos. Estas transformaciones contribuyeron a re- definir la relación social fundamental que defi- ne la matriz de desarrollo capitalistas, es decir, la

“forma-valor” (Jessop, 1983).

Estos procesos tuvieron un doble efecto: por un lado, aumentó fuertemente la tasa de ganancia de

las compañías y grupos financieros transnacio- nales y, por el otro, se redujo la tasa de inversión en las potencias centrales, que comenzaron un proceso de estancamiento de su PBI, mientras que la mudanza de fábricas redituó en un aumento de su desempleo. Es en este contexto que comienza a desarrollarse una nueva forma de organizar la producción social en el capitalismo, a partir de un salto en la escala del capital, un salto tecnológico, un cambio en su composición y en su forma de organización. Este salto en la productividad del capital permitió inaugurar un proceso de trans- nacionalización del capital que dio lugar a la deslo- calización de sus estructuras estratégicas de los países centrales hacia lo “global”, junto con la nue- va centralidad adquirida por las finanzas y los ser- vicios en la acumulación de capital (Formento y Dierckxsens, 2017).

A diferencia de las compañías multinacionales, las cuales tienen un anclaje en el Estado-Nacional en el cual se originaron, las corporaciones trans- nacionales se extienden a lo largo de múltiples países con diferentes operaciones en cada uno de ellos y no tienen una casa matriz nacional en un Estado al que respondan (Turzi, 2017). La reestruc- turación de la producción global y la generación de las cadenas globales de valor, las tecnologías de la información y la comunicación, la globalización financiera y la transnacionalización economía han acelerado la formación de actores corporativos globales (Turzi, 2017).

Estos procesos son descriptos de manera grá- fica por Sanahuja (2007), quien muestra la nueva composición de los flujos del comercio interna- cional a partir de la generalización del comercio “intrafirma”, es decir, que se producen en el seno de las corporaciones transnacionales y entre estas y sus subsidiarias. Como resultado de estos proce- sos, la OMC estima que un tercio del comercio mundial total se realiza de forma “intrafirma” (Sanahuja, 2007).

El desarrollo de las corporaciones transnacio- nales a partir de la década de 1970 del siglo pasado, entonces, apuntaló el proceso de globalización y contribuyó a impulsar la liberalización económi- ca y la transnacionalización, incluso en contrapo-

sición o por encima de los intereses de los Esta- dos y de la soberanía nacional (Serbin, 2019). La derogación, en noviembre de 1999 en Estados Unidos, de la Ley Glass Steagall por parte de la administración Clinton cumplió un papel funda- mental en este proceso, en tanto permitió al capital financiero transnacionalizado operar en el siste- ma internacional por encima de los Estados (Gu- llo, 2018). Martins (2014) señala que estos procesos contribuyeron a generar un desplazamiento del eje de poder en la división internacional del trabajo, que se reflejó en una pérdida de competitividad de las potencias centrales producto de la reducción de su participación relativa en las exportaciones mundiales y fuerte déficit comercial.

De este modo, el llamado “proceso de globaliza- ción” es entendido como proceso de expansión del capital transnacional, que “globaliza” las rela- ciones de producción convirtiendo al planeta en- tero en un único mercado mundial. A partir de esto, este proceso se caracteriza por un intento de “supresión” progresiva de las fronteras nacio- nales, que actuaban como barreras que fragmen- taban el mercado mundial y ponían obstáculos al flujo de la reproducción de capital, principalmente en lo que refiere a las estructuras de producción, circulación y consumo de bienes y servicios (Mari- ni, 1997). En este marco, las corporaciones trans- nacionales rompen con el “cordón umbilical” que las unían al Estado-nación en las que se habían originado desde el punto de vista de la composi- ción tanto de los accionistas como del cuerpo de empleados (Gullo, 2018). Como un indicador de estos procesos, el 60% de los ingresos globales va a provenir de una red de 1 318 corporaciones multinacionales y transnacionales, pero existe un núcleo de 147 empresas que controlan el 40% de esa red (Gullo, 2018).

Turzi (2017) va a señalar seis características de la globalización, que son de utilidad para enten- der la situación internacional actual; tres de ellas se refieren a un plano estrictamente económico, mientras que las otras tres se refieren a transforma- ciones en los planos político, ideológico y cultural. En términos económicos, observamos procesos simultáneos de internacionalización comercial

(disponibilidad de los mismos productos en dis- tintas partes del mundo), liberalización finan- ciera (libre circulación del dinero a través de las fronteras) y convergencia económica (estandari- zación de normas y regulaciones a nivel global). Por otro lado, estos procesos se articulan con una pretensión de universalidad de los valores (democracia liberal, derechos humanos en su sen- tido occidental, libre mercado, etc.), homogeni- zación cultural (uniformización de los consumos y de los consumidores, ruptura de los lazos de identificación comunitaria y nacional) y desterri- torialización política (reducción de la capacidad y de los ámbitos de exclusiva acción y autoridad de los Estados-nación).

Nueva territorialidad del poder global

La conformación de una nueva forma de capi- tal dominante (y, consecuentemente, de un nue- vo actor en el escenario internacional) transforma cualitativamente las relaciones sociales de produc- ción. Como todo nuevo actor de poder, necesitó desarrollar tendencialmente una nueva territoria- lidad dominante del poder mundial que supere la del Estado-nacional, un modo de territorialidad que se forjó sobre la base del desarrollo de las rela- ciones capitalistas emergentes, poniendo en crisis las relaciones de producción feudales, así como su organización espacial (los feudos). En este marco, la burguesía naciente necesitaba al Estado-nación como forma político-institucional de control de un territorio “nacional”, a través de una estructu- ra administrativa y el monopolio de la violencia legítima. Los nuevos actores transnacionales, al posicionarse como los más dinámicos en el pla- no económico, comienzan a proyectar una lógi- ca supranacional sobre el espacio, tendiente a la conformación de una territorialidad global (Me- rino, 2014a).

Este proceso de transformación de la territoria- lidad dominante no es nuevo, sino podemos ras- trearlo en todos los cambios de ciclos sistémicos de acumulación, por lo menos a partir del siglo XVI, a partir de la evolución desde la ciudad-Estado ge- novesa, el Estado protonacional de las Provincias Unidas, el estado multinacional del Reino Unido

y el Estado Nacional de tamaño continental esta- dounidense. Arrighi (2007) vincula estas nuevas territorialidades (que denomina “contenedores de poder”) a determinadas fracciones de clase que se posicionaron como dominante en cada ciclo sis- témico, y que configuraron ese modo de territo- rialidad específico: desde la diáspora empresarial cosmopolita genovesa, las compañías estatutarias por acciones holandesas, el imperio tributario británico que abarcaba todo el globo y el sistema mundial de corporaciones multinacionales, bases militares e instituciones de gobierno mundial es- tadounidenses.

Las corporaciones transnacionales van a impul- sar la globalización financiera como proceso gene- ral. En este marco, van a cobrar especial relevancia las llamadas “ciudades globales” (Sassen, 2007), las cuales concentran los recursos humanos y mate- riales más importantes y ejercen las funciones más complejas de la economía mundial. Estas ciudades, entre las cuales se encuentran Nueva York, Londres, Hong Kong o Tokio, son líderes en la producción y exportación de servicios financieros, servicios cor- porativos, legales, etc., y funcionan en muchas oca- siones desvinculadas del Estado nacional.

Beck (2004), por su parte, señala a la globaliza- ción como una transformación lenta, posrevolucio- naria y epocal del sistema nacional e internacional de equilibrio de poder, en donde las corporaciones transnacionales escapan de la “jaula del juego” del poder territorial organizado conforme al Estado Nacional. Sanahuja (2007) conceptualiza este pro- ceso como de “desterritorialización” y “reterrito- rialización” de los espacios sociales, económicos y políticos del poder, que no coinciden con las fron- teras y las jurisdicciones estatales. Además de sus consecuencias en la configuración del orden inter- nacional, Beck (2004) afirma que este proceso nos demanda trascender el “nacionalismo metodoló- gico” centrado en el Estado-nación como unidad de análisis central del análisis geopolítico contem- poráneo. Cox (1993), por su parte, va a criticar el concepto de “sistema interestatal” u “orden inter- nacional”, que pone en el centro la idea de “Estado” y de “Nación” para abordar los fenómenos globa- les, y va a utilizar el término “orden mundial”, en

tanto que Gullo (2018) hablará de “sistema trans- nacional” o “sistema global”.

Esta nueva territorialidad del poder mundial es- tá conceptualizada en la obra de Kenichi Ohmae (1997), quien afirma que los valores esenciales que servían de fundamento a un orden mundial de Estados-Nación independientes y soberanos han mostrado síntomas de que necesitan una sustitu- ción por un mundo sin fronteras de la economía globalizada, en el cual cuatro “íes” definen los flu- jos de esta economía globalizada: Inversión, In- dustria, Información, Individuos. Ohmae enuncia la utopía de una red globalizada de “Estados-Ciu- dad posmodernos” como una especie de “red de zonas francas” y redes plenamente cosmopolitas (Methol Ferré, 2013).

El geoestratega norteamericano Zbigniew Brze- zinski (1998) introduce un elemento interesante para pensar las conceptualizaciones geopolíticas contemporáneas. El autor sostiene que, para in- terpretar el orden mundial actual, ya no debe- mos partir de qué parte de la geografía es el punto de partida para el dominio continental, ni tampo- co sobre si el poder marítimo es más significativo que el poder terrestre o viceversa, problemas que generaron (y aún generan) grandes debates en los teóricos geopolíticos clásicos. Brzezinski (1998), por el contrario, señala que la novedad geopolí- tica es que el poder se ha desplazado desde la di- mensión regional a la global.

La nueva forma de Estado

Estos debates nos van a permitir complejizar la conceptualización del Estado, entendiéndolo en tanto estructura de relaciones políticas territoria- lizadas, un flujo de interrelaciones y de materiali- zaciones pasadas de esas interrelaciones (García Linera, 2010). Los Estados, afirma Gullo (2018), no pueden ser considerados entes reales, como si pudieran actuar por sí mismos, como si pudieran tener una voluntad y una inteligencia indepen- dientemente de las fuerzas sociales que se posi- cionan como dominantes en su interior.

Cox (1993), por su parte, establece una relación entre Estado, fuerzas sociales e instituciones, la cual resulta fundamental para abordar las relacio-

nes de fuerzas mundial, especialmente en el mo- mento actual. En este sentido, las fuerzas sociales serían los actores clave de las relaciones interna- cionales, en tanto son los agentes con intereses, con un plan estratégico y que toman las decisio- nes. Sin embargo, las fuerzas sociales no pueden pensarse como algo existente exclusivamente den- tro de los Estados o limitadas a los mismos, en tanto pueden (en función de su escala) desbordar los límites del Estado.

Estas conceptualizaciones nos permiten discutir la idea del Estado-nacional moderno westfaliano como ente primordial de los análisis geopolíticos. En primer lugar, si consideramos que la caracterís- tica principal de esta forma de Estado es la capaci- dad de velar por sus propios intereses y seguridad (González del Miño y Anguita Olmedo, 2013), es decir, la soberanía (Turzi, 2017), nos encontramos con que ya no es suficiente con la escala Estatal- nacional para ser una unidad soberana (Dugin, 2016). La visión liberal de las relaciones inter- nacionales reconoce la existencia de unidades políticas con iguales derechos y obligaciones, pe- ro oculta la manifiesta desigualdad de poder y de- sarrollo en términos reales (González del Miño y Anguita Olmedo, 2013).

Los momentos de “transición” de una estructura de relaciones políticas de dominación y legitima- ción a otra tendrá que ver, entonces, con la pérdida de anclaje de una relación social (y de la pérdi- da de correlación de fuerzas del actor o grupos sociales que la sostenían) y con el ascenso de un nuevo actor y una nueva correlación de fuerzas. Estas miradas nos permiten, a su vez, interpretar a los sistemas económicos, políticos y sociales como sistemas finitos en el tiempo, que son transforma- dos (mediante pugnas y luchas) ni bien dejan de responder a las correlaciones de fuerzas dominan- tes (Dussel, 2014).

El concepto de Estado Global, en este sentido, in- dica la delegación de poderes y legitimidad para la toma de decisiones a un conjunto de instituciones globales y actores de escala global, lo que conlleva la imposición de nuevas formas de soberanía (Me- rino, 2014b). En este sentido, Méndez (2011) se- ñala una curiosidad del actual estado de situación

mundial, que ha llevado a realizar análisis errados, y es que en los últimos 50 años hemos asistido a una multiplicación de los Estados nacionales su- puestamente soberanos. Sin embargo, señala el autor, esto es una muestra no de la vigencia del Es- tado sino todo lo contrario, de su debilitamiento, en tanto el nacimiento de nuevos Estados estaría mediado por la eventual conformación de unida- des políticas débiles, inviables económicamente y que caen rápidamente en la esfera de influencia de los grandes jugadores del poder mundial.

Estos nuevos actores promueven una mirada cosmopolita neokantiana del orden internacional, que predica una particular forma de “gobernación sin gobierno” a tono con el proceso de globaliza- ción, diluyendo el carácter “nacional” de las relacio- nes sociales, los mercados y la política y pone en cuestión el concepto tradicional del Estado-nación (Sanahuja, 2007).

Una de las dimensiones donde esto se ve expre- sado es en el plano militar. El desplazamiento del poder desde el Estado hacia actores no estatales, y desde el espacio público hacia los actores pri- vados, desestatalizó y privatizó muchos de los instrumentos de ejercicio de la violencia que tra- dicionalmente pertenecían al Estado-nacional. En los Estados Unidos, por ejemplo, solo cuatro gigantes industriales (Lochkeed Martin, Boeing, Raytheon, y Northrop Grumman) monopolizan la industria militar, lo que habla de una profunda relación entre el Estado y el sector privado con- ceptualizado como “complejo industrial-militar”. Pero, además, Sanahuja (2007) señala cómo con la globalización la guerra se privatiza y se torna “asimétrica”, concepto que refiere tanto a la des- igualdad de recursos como la naturaleza diversa de los actores intervinientes. Pero, además, otra característica de las guerras de cuarta y quinta ge- neración es su “baja intensidad”, es decir, no son grandes confrontaciones armadas en simultáneo y en un mismo campo de batalla, sino una suma de pequeñas acciones aisladas que dejan grandes de- vastaciones. A partir de esto, las nuevas guerras toman un carácter híbrido y fragmentado, que pone en tela de juicio la capacidad de los Estados de ejercer su soberanía (Merino, 2020).

En este sentido, Cox (1993) señala al Estado co- mo una categoría necesaria pero insuficiente para explicar las configuraciones geopolíticas y las re- laciones de poder a nivel mundial, señalando el peligro de reificar al Estado, a las instituciones o a las estructuras en sí, cuando estas son en realidad constricciones a las acciones, pero no actores en sí. Cox (1993) señala que cuando se produce un cambio en las relaciones de producción, que gene- ran nuevas fuerzas sociales, se produce un desajus- te de la hegemonía. La aparición de un nuevo actor de alcance global no sólo va a generar una pues- ta en cuestión del Estado-nación como contene- dor de poder (Arrighi, 2007) o “umbral de poder” (Gullo, 2018) dominante, sino que va a plantear un cuestionamiento de la potencia central dominan- te del polo occidental desde 1945 y global desde 1991: los Estados Unidos. En este sentido, asistimos a una contradicción entre los intereses de una nue- va elite mundial transnacionalizada (Gullo, 2018) y los intereses de las fracciones continentalistas norteamericanas (sustentadas en el Estado-nación estadounidense), en tanto la fracción transnaciona- liza, al promover la globalización de las relaciones económicas, políticas, sociales y culturales, gene- ró una crisis del aparato industrial estadouniden- se, que se evidencia en la pérdida de peso relativo

del PBI norteamericano en el PBI mundial.

Crisis y transición hegemónica

En este marco, distintos autores sostienen que estamos atravesando un proceso de crisis terminal de la hegemonía norteamericana (Arrighi, 2007). Para sostener esta afirmación, Arrighi recupera la noción gramsciana de hegemonía, entendiéndo- la como el poder adicional del que goza un grupo dominante en virtud de su capacidad de impulsar la sociedad en una dirección que no sólo sirve a sus propios intereses, sino que también es entendi- da como provechosa por los grupos subordinados. En el contexto internacional, Arrighi sostiene que un actor es hegemónico cuando tiene la capacidad de impulsar el sistema interestatal en la dirección que desea.

Cox (2016), por su parte, también plantea la po- sibilidad de pensar la hegemonía como un proceso

que puede ser llevado adelante no sólo por Esta- dos-nacionales, sino también por fuerzas sociales en un sentido más general, mediante un consen- timiento de base amplia a través de la aceptación de una ideología y de instituciones consistentes con la estructura. En este sentido, señala el autor, “ (…) una estructura hegemónica del orden mun- dial es una en la cual el poder es una forma ante todo consensual, a diferencia de un orden no he- gemónico, en el que hay poderes manifiestamente rivales y ningún poder ha sido capaz de establecer la legitimidad de su dominación” (Cox, 1993).

La crisis de hegemonía se produce cuando el Es- tado hegemónico vigente carece de los medios o de la voluntad para seguir impulsando el sistema interestatal en una dirección que sea ampliamente percibida como favorable, no sólo para su propio poder, sino para el poder colectivo de los grupos dominantes del sistema (Arrighi, 2007).

En este sentido, cuando una “estrategia de acu- mulación” específica, definida como modelo de crecimiento económico específico con sus dife- rentes precondiciones extraeconómicas con una estrategia general adecuada para su realización, deja de expresar y favorecer a las fracciones más dinámicas del capital, ocurre una crisis de hegemo- nía económica, que acentúa el papel de la domi- nación económica en el proceso de acumulación (Jessop, 1983).

En este marco, la crisis tendencial de la hegemo- nía estadounidense se dio a partir de dos proce- sos simultáneos. Por un lado, la configuración de las corporaciones transnacionales globales como nuevo actor de poder en el sistema mundial, las cuales dejaron de estar “contenidas” por el Esta- do-nación norteamericano. En segundo lugar, como veremos más adelante, por el proceso de insubordinación relativa en las periferias del sis- tema mundo occidental moderno, que comen- zaron a criticar activamente la configuración del orden mundial contemporáneo y a articularse pa- ra conformar propuestas alternativas (Formento y Dierckxsens, 2021a).

Arrighi (2007) señala que la fallida incursión estadounidense en Irak podría significar la “cri- sis terminal” de la hegemonía norteamericana, en tanto manifestación de la incapacidad para impo-

ner su voluntad contra las resistencias en el tercer mundo y de la imposibilidad de ejercer el control sobre el grifo global de petróleo y, por lo tanto, de la economía global por los próximos años.

Otros autores, a su vez, caracterizan este proce- so como de decadencia del poder norteamericano (Wallerstein, 2006; Rodríguez Hernández, 2014). Esta decadencia, sin embargo, es relativa, en tanto significa una disminución del poder en algunas de las dimensiones, pero no en todas. Estados Unidos seguiría siendo un actor importante y sumamente influyente en el sistema internacional, aunque ya no está en condiciones de ejercer su primacía de manera exclusiva.

Por su parte, Cox (2016) señala un elemento importante para conceptualizar la crisis de hege- monía. El autor señala que, para convertirse en hegemónico, un Estado debe fundar y proteger un orden mundial que fuera universal en su con- cepción, donde la mayoría de los otros Estados pue- dan encontrarlo compatibles con sus intereses. En este sentido, la hegemonía a nivel internacional no es simplemente un orden entre estados, sino que incluye un modelo de producción dominan- te que penetra todos los estados y los vincula a otros modelos de producción subordinados, es también un complejo de relaciones internacio- nales que conectan las clases sociales de los dife- rentes países, y se expresa en normal universales, instituciones y mecanismos que establecen reglas generales de comportamiento para los Estados y para aquellas fuerzas sociales que actúan más allá de las fronteras nacionales. En este marco, la cri- sis de hegemonía del actor dominante implica necesariamente la crisis de hegemonía de todo el andamiaje social, económico, político e institu- cional que ese actor montó para reproducir su condición de actor hegemónico.

Martins (2014) va a referirse, en este sentido, no

solo a la crisis de la hegemonía norteamericana, sino que va a señalar la existencia de una crisis ge- neral de la hegemonía atlantista, es decir, de las potencias occidentales, entendiendo por “occi- dente” a los actores dominante de países perte- necientes al núcleo histórico de la OTAN, con un protagonismo central de Estados Unidos y el Reino Unido o, a partir de una conceptualización

basada en un sustrato civilizatorio y cultural, co- mo un gran núcleo que incluye a Estados Unidos, Europa Occidental, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, y se liga dicho concepto a la economía capitalista de mercado, a la democracia liberal, al respeto del individualismo (Merino, 2016).

Una de las dimensiones principales de la crisis de la hegemonía atlantista es el creciente proce- so de financiarización de su economía, que se complementó con la caída de las tasas de inversión, el aumento de la deuda pública, el desplazamiento de las inversiones productivas hacia el exterior, la pérdida de competitividad a escala internacional, la pérdida de autonomía de la política moneta- ria, el alto nivel de desempleo, la contención o reducción de los salarios reales, el aumento de la desigualdad, el aumento de las asimetrías regio- nales y la sustitución del liberalismo por el neoli- beralismo como doctrina económica, política y social (Martins, 2014). Esto genera un proceso de desplazamiento de la centralidad del capital pro- ductivo hacia el capital financiero en donde el Es- tado, como instancia política, queda subordinado al capital financiero (Dussel, 2014). En este mar- co, al igual que en procesos anteriores de cam- bios en los ciclos sistémicos de acumulación, el acelerado proceso de financiarización de la eco- nomía norteamericana puede ser el preludio de una transferencia del poder hacia nuevos actores (Arrighi, 2007).

Martins (2014) destaca las razones internas que contribuyeron a iniciar la crisis de la hegemo- nía atlantista. Hacia fines de la década de 1960 y principios de los años 70, el “pacto keynesiano” y la política de pleno empleo impulsada por la ad- ministración norteamericana, en un contexto de Guerra Fría, comenzaron a amenazar estructu- ralmente la tasa de ganancia de las corporaciones económicas. En este marco, se acelera la confron- tación con su clase trabajadora. A su vez, Martins (2014) señala que el surgimiento de la revolución científico-técnica como nueva estructura de fuer- zas productivas que impulsa cada vez más el de- sarrollo material de la economía mundial tiende a producir una crisis civilizatoria del modo de pro- ducción capitalista. Ceceña (2011), por su parte,

señala que el proceso geopolítico actual puede significar la crisis terminal del neoliberalismo, en tanto la desposesión que provoca obliga a los pue- blos a irrumpir en la escena política mundial. En la misma línea, Dussel (2014) señala que con la generalización del neoliberalismo y la revolución científico-tecnológica la humanidad se enfrenta al peligro de la extinción de la vida en el planeta, en tanto la sobreproducción y búsqueda irracio- nal de ganancia capitalista suponen la destruc- ción de los recursos no renovables y el mal uso de los renovables, lo que acelera la contingencia ecológica.

La crisis de hegemonía de la potencia dominan- te, señala Arrighi (2007), debe ir acompañada del surgimiento de un nuevo liderazgo global dispues- to y capaz de asumir la tarea de ofrecer soluciones a escala sistémica a los problemas sistémicos que deja la hegemonía en declive.

Partiendo de estas transformaciones, distintos autores van a conceptualizar el momento geopo- lítico actual como un proceso de “transición” que tiene diferentes escalas, características y posibles devenires. Sanahuja (2007) afirma que esta tran- sición está relacionada con los cambios de natu- raleza estructural del orden mundial, así como de las fuentes del poder y en los actores que operan en el sistema. El creciente peso económico de las potencias emergentes, transformado paulatina- mente en protagonismo político y geopolítico, ha alentado un cambio de la configuración de fuer- zas en el escenario internacional, que ha hecho que el centro de gravedad mundial ya no esté en los países del centro capitalista (Rodríguez Her- nández, 2014). Estas “zonas de transición” (Cos- ta Fernández, 2013) se caracterizan por presentar estructuras no hegemónicas definidas, y en don- de las capacidades materiales, ideas e institucio- nes no están en sintonía, por lo que Arrighi (2007) denomina este periodo de transición como uno de “turbulencia”.

Turzi (2017), a su vez, afirma que nos encontra- mos ante un proceso de cambio estructural en el que se superponen cinco grandes transiciones. En primer lugar, un proceso de transición económi- ca, caracterizado por un desplazamiento del cen-

tro de gravedad de la economía mundial desde las potencias centrales hacia las economías emer- gentes y en desarrollo, las cuales contribuyeron a más del 80% del crecimiento global desde la crisis financiera de 2008. En segundo lugar, un proce- so de transición tecnológica, donde el peso de lo virtual adquiere una preponderancia por lo real, y en donde la pugna por encabezar la revolución tecnológica desempeña un papel fundamental. Tercero, un proceso de transición política, vincu- lado con el ascenso del protagonismo de los paí- ses del Sur global en la discusión de los temas de agenda global. En cuarto lugar, proceso de transi- ción geopolítica, donde el centro de gravedad de la geopolítica mundial se desplaza del Atlántico al Pacífico. Finalmente, un proceso de transición en clave cultural o civilizatoria, a partir de la crisis del sistema mundo moderno occidental y un (re) ascenso del sistema de valores e ideas orientales.

Serbin (2019), en este sentido, señala la existen- cia de un progresivo desplazamiento del centro del dinamismo económico mundial del Atlántico ha- cia el Asia Pacífico. Algo similar sugiere Harvey (2004), cuando afirma que estamos en el medio de una transición fundamental hacia la constitución de Asia como el centro hegemónico del poder glo- bal. Este cambio del centro de gravedad de la eco- nomía mundial es señalado por Martins (2014) a partir de los bajos desempeños del PBI norteame- ricano y europeo entre 2001 y 2010, quienes cre- cieron muy debajo del PBI mundial en general y, principalmente, del PBI chino.

Schweller y Pu (2011) afirman que se están pro- duciendo dos procesos simultáneos: de descon- centración de poder y de deslegitimación de la potencia hegemónica. Yuan (2020), por otra par- te, sostiene que las transformaciones geopolíticas y geoeconómicas en curso deberían entenderse como un proceso de “difusión” del poder, a par- tir del creciente protagonismo de nuevos actores supraestatales como las corporaciones transna- cionales, ONG, etc., que “difuminan” el poder del Estado-nación.

Martins (2014) afirma que actualmente atrave- samos un proceso de “bifurcación de poder”, mien-

tras que Moure (2014), por su parte, incorpora la distinción entre “transición de poder” y “sucesión hegemónica”. Mientras que la primera supone el incremento relativo del poder material por parte de un actor determinado, entramos en un proce- so de sucesión hegemónica cuando existe una acep- tación generalizada de otros actores del sistema internacional en el nuevo ordenamiento mundial propuesto. Brzezinski (1998), por su parte, se refie- re a estas transformaciones como “desplazamien- tos tectónicos en los asuntos mundiales”.

Lesznova (2016), por su parte, caracteriza el mo- mento actual como una “reconfiguración geopolí- tica” entendida como un cambio en la correlación de fuerzas a nivel global entre los centros de poder tradicionales y los centros emergentes, y en donde las reglas del juego no solo se dictan por estados na- cionales sino, en buena medida, por actores trans y supranacionales. Schweller y Pu (2011) proponen un conjunto de “fases” para caracterizar el proceso de transición hegemónica. Los autores parten de

1) un orden “estable”, que es seguido por 2) una cri- sis de legitimidad; a partir de ello, sobreviene una

3) desconcentración del poder y deslegitimación de la potencia hegemónica. Esto provoca 4) una carrera armamentística y formación de alianzas, que desemboca en 5) la resolución de la crisis in- ternacional y 6) la renovación del sistema.

Sin embargo, Sanahuja (2020) señala que expli- car el orden mundial contemporáneo solamente en términos de “difusión” o “transición” de poder es simplista y errado, ya que lo que estaríamos atravesando es un cambio de ciclo histórico, mar- cado no solo por la crisis de la potencia dominan- te (Estados Unidos), sino también por la crisis de la globalización financiera neoliberal. Dussel (2014) se refiere a este proceso como “transición agónica”, caracterizada por la crisis terminal de un orden hegemónico y el proceso avanzado de suce- sión hacia uno nuevo.


La transición hacia una multipolaridad relativa y un nuevo orden mundial

A partir de lo expuesto hasta aquí, entendemos que el orden internacional contemporáneo se

encuentra atravesando un conjunto de transfor- maciones y transiciones que nos demandan com- plejizar los marcos interpretativos con los que analizamos la situación mundial. Transformacio- nes que se refieren a los actores que pugnan en el tablero geopolítico mundial y a los factores de poder con los que debemos analizar el peso relati- vo de cada uno; y transiciones múltiples, simul- taneas y combinadas, que refieren a cambios del centro de gravedad económico, geográfico, histó- rico, civilizacional y estratégico. El orden mundial en el que nos encontramos se configura a partir de una multiplicidad y diversidad de actores sin pre- cedentes (Torrijos Rivera y Pérez Carvajal, 2013). En este proceso, Estados Unidos dejó de ser el centro económico y tecnológico más dinámico del sistema mundial, y esto puede llevar a una des- moralización ideológica que ponga en jaque su primacía unipolar a nivel global, algo análogo a lo señalado por Brzezinski (1998) cuando colapsó la Unión Soviética. En términos de Arrighi (2007), estamos atravesando el final del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, que comenzó a fi- nes del siglo XIX y que estaría viviendo su “otoño” a partir del proceso de financiarización de su eco- nomía que comenzó en la década de 1970 y que se profundizó luego de 1999 con la derogación de la

Ley Glass Steagal (Arenas Rosales, 2010).

Sin embargo, no existe una linealidad respecto al próximo ciclo sistémico de acumulación, sino que observamos una disputa entre una tendencia hacia la globalización financiera, impulsada por las transnacionales globales, y que proyectan un multilateralismo unipolar, y una multipolaridad relativa, impulsada por los estados emergentes, que proyectan un multipolarismo multilateral y pluriversal (Formento y Dierckxsens, 2021b).

Brzezisnki (1998) señala con extrema crudeza que la geopolítica global tenderá a ser cada vez más incompatible con la concentración de poder he- gemónico en manos de un único Estado. En este marco, es improbable que el declive del poder nor- teamericano conlleve la preminencia global de otra gran potencia, y esto es así no sólo porque los Esta- dos nacionales están volviéndose más permeables, sino porque el poder económico se encuentra aún

más disperso. Como señala Brzezinski (1998:202), “los Estados Unidos no sólo son la primera y la única verdadera superpotencia global, sino que, probablemente, serán también la última”.

En este proceso, el centro más dinámico de la economía mundial se ha trasladado hacia la Re- pública Popular China. China ha experimentado un acelerado crecimiento económico en los últi- mos cuarenta años que la ha llevado de represen- tar el 4% del PBI global en 1960 al 16% en 2020. El impresionante despegue del PBI chino es mucho mayor si tomamos en cuenta la paridad del poder adquisitivo del salario, donde China (incluyendo a Hong Kong y Macao) ya superó a los Estados Unidos en el primer lugar en el año 2014. La Re- pública Popular China se ubica, además, como el mayor exportador mundial de mercancías desde 2009 y desde 2017 ocupa también el primer lugar como importador de mercancías. Es decir, Chi- na es el país que más le compra y más le vende al mundo. A su vez, China es desde 2011 el motor industrial del mundo. Según datos de Naciones Unidas, China encabeza la lista con el 30% de la producción industrial mundial, muy por encima de Estados Unidos (16%), Japón (7%), Alema- nia (5,7%) o Corea del Sur (3,2%). (Schulz, 2020). Sin embargo, como señala Merino (2016), para los actores transnacionales globalizados no es un problema que el centro del dinamismo econó- mico se desplace hacia China o el Asia Pacífico, siempre y cuando continúen subordinadas a la estrategia de acumulación del capital transnacio- nal. El problema real es que China está ganando cada vez más capacidad de actuar soberanamente y está tendiendo cada vez más poder de decisión

sobre sus políticas de desarrollo.

En este marco, China se ha constituido como un polo de poder en actual sistema mundial, sobre la base de un activo papel del Estado empresario, propietario de las principales empresas estraté- gicas e impulsor del complejo científico-tecnológi- co, la impresionante tasa de formación bruta de capital, la importancia de su mercado interno y en la mejora de los indicadores sociales (Narodowski y Merino, 2015). A su vez, China ha avanzado en la adquisición de empresas en extranjero y ha de-

sarrollado inversiones en áreas críticas para sus necesidades de desarrollo, ha comenzado a impul- sar la internacionalización de su moneda nacio- nal (el yuan-renminbi) y ha avanzado hacia la complejidad económica en las áreas clave de alta tecnología y servicios intensivos en conocimiento (Merino, 2016).

Este proceso fue señalado por los grandes geoes- trategas norteamericanos; Kissinger (2004) afirmó que “el surgimiento de China como gran potencia ya es un elemento fundamental en el traslado del centro de gravedad internacional a Asia”, mientras que Brzezinski (1998) había señalado antes que China podría ser uno de los principales jugadores geoestratégicos globales si se articulaba con otros polos de poder en la región del Asia Pacífico.

Baru (2020), por su parte, señala que el ascenso del protagonismo de China se realizó de manera diferente a cómo lo habían hecho Gran Bretaña y los Estados Unidos en el pasado. Baru señala que ambas potencias crecieron sobre la base de la ad- quisición de colonias (formales o informales) y el establecimiento de un imperio global mediante el despliegue del poder militar, mientras que China no tiene colonias, ni una Doctrina Monroe para su región lindante ni una red de cientos de bases militares por el mundo. Esto contrastaría, incluso, con la cosmovisión expansionista del establish- ment norteamericano (Wallerstein, 2006).

En este marco, la particular constitución de China como polo de poder mundial modifica las relaciones de poder existentes, cuestiona las insti- tuciones surgidas en la posguerra y es visto como amenaza por las fuerzas dominantes del viejo orden global (Merino, 2016). China, además, bus- ca romper las reglas económicas impuestas por el centro del sistema capitalista (tanto global trans- nacional como unipolar conservador) y busca en- contrar nuevas vías alternativas de acumulación que impliquen una desconexión de la globaliza- ción financiera neoliberal (Gandásegui, 2007). Yuan (2020), en este sentido, afirma que uno de los principios clave de la política exterior china es la de construir una comunidad de destino com- partido para la humanidad, la cual sustenta un “nuevo tipo de relaciones internacionales” basa-

do en el respeto mutuo, la igualdad y la consulta (Schulz, 2019).

A su vez, China se ha dedicado a construir los cimientos de este nuevo andamiaje institucional. Un componente clave de la estrategia china es la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS), la cual contribuye a los crecientes intere- ses de China en materia de seguridad energéti- ca, además promover la estabilidad en la región (Yuan, 2020). Otra herramienta clave de la estrate- gia china es la nueva Ruta de la Seda (rebautizada como “Iniciativa de la Franja y la Ruta”), un am- bicioso proyecto que se propone conectar a China con más de 100 países de los cinco continentes en materia económica, comercial, financiera, so- cial, cultural, digital, ambiental, etc. (Yuan, 2020; Schulz, 2021).

Por otro lado, China se ha dedicado a cons- truir distintos Foros de diálogo multilateral a ni- vel mundial, como el Foro China-CELAC, el Foro China-África, el Foro 17+1 con Europa del Este, etc. En este sentido, otro de los Foros que ha ad- quirido mayor protagonismo es el denominado “BRICS”, que nuclea a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Boykova (2020) señala que el BRICS es una herramienta clave en la transición a la mul- tipolaridad, mientras que Hu (2020) sugiere la existencia de un “espíritu del BRICS” basado en el desarrollo abierto, colaborativo, inclusivo e inno- vador. A su vez, Hu (2020) afirma que mediante el BRICS China no aspira a desafiar abiertamente el régimen de Bretton Woods, sino que su objetivo es ajustar el régimen internacional de una manera no confrontativa, tratando de reformar gradual- mente, e incorporando a otras potencias emergen- tes, el sistema de gobernanza global. En este sentido, Gandásegui (2007) señala que estas propuestas se enmarcarían en un proceso de “desconexión” de los países emergentes de la globalización finan- ciera neoliberal, una desconexión que no implica construir unidades políticas autárquicas, sino que representa más bien una estrategia de reacomodo, de fortalecimiento interno y de planteo de nuevas estrategias nacionales o regionales, tendiente a la conformación de un mundo “policéntrico”.

Otras de las propuestas estratégicas impulsadas por China es el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (BAII), una institución de finan- ciamiento multilateral que cuenta ya con más de 80 miembros y que se propone financiar proyec- tos de infraestructura alrededor del mundo, con bajas tasas de interés y sin reclamar políticas de ajuste a los estados tomadores de préstamos.

Sin embargo, reducir el proceso de reconfigu- ración geopolítica solo a un aumento del protago- nismo de China implica desconocer la dinámica general que está tomando la transición históri- co-espacial en curso. A la par de China, otras po- tencias, quizás con menor dinamismo, pero no por ello con menos impulso, se han ido posicionando como actores protagónicos del escenario inter- nacional. Entre estos casos podemos mencionar a Rusia, la India, Irán, Turquía, Sudáfrica, Brasil, etc. Y, como también expusimos, los viejos polos de poder como Estados Unidos, Japón o la Unión Europea conservan cuotas de poder importantes, aunque en este contexto los dos últimos intentan también salirse de la tutela norteamericana.

Brzezinski plantea la existencia de números pi- votes geográficos y jugadores con pretensiones estratégicas a nivel global, y principalmente en el continente euroasiático que, según el propio autor, es “el tablero en el que la lucha por la primacía si- gue jugándose” (Brzezinski, 1998:40) y “el campo de juego más importante del planeta (de) donde podría surgir, en un momento dado, un rival po- tencial de los Estados Unidos (Brzezinski, 1998:48). En este marco, el Brzezinski señala, en el momento en el que escribió su obra, que dentro del conti- nente euroasiático había importantes aliados de Estados Unidos (por aliados, entiéndase estados en situación de subordinación) y, además, que el continente euroasiático se encontraba en una si- tuación de fragmentación política que hacía di- fícil disputarle la primacía a los Estados Unidos. La principal amenaza de Brzezinski consistía en un fortalecimiento de la alianza estratégica entre China y Rusia, un acercamiento cada vez mayor a la India, una fuerte cooperación estratégica con Azerbaiyán, Irán, Ucrania, Turquía, Corea del Sur y, lo fundamental, un acuerdo estratégico de coo-

peración entre el eje China-Rusia y los dos únicos jugadores geoestratégicos del subcontinente euro- peo: Alemania y Francia. Todo esto parece estar produciéndose en la segunda década del siglo XXI. Esto sería mucho más grave si estos estados conformasen una “coalición antihegemónica” (Brzezinski, 1998), algo que a la luz de los acon- tecimientos recientes parece estar produciéndo- se a partir de la consolidación de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (que reúne ya a 144 países del mundo), el bloque BRICS, el acuerdo de asocia- ción estratégica entre China e Irán (Schulz, 2020), la firma del Asociación Económica Integral Re- gional (RCEP por sus siglas en inglés) que reúne a China con Japón, Corea del Sur, Australia y diez países de la ASEAN, y las negociaciones para fir- mar un acuerdo bilateral de inversiones entre la

Unión Europea y China.

En este contexto, una característica del escena- rio de crisis de hegemonía de los Estados Unidos y de una tendencia relativa hacia la multipolari- dad señalada por Rang (2014) es que ningún país tendría el poder hegemónico, por lo que podría pensarse, retomando a Cox (1993), en una confi- guración no hegemónica de bloques de poder, en el sentido que ninguno de los múltiples polos de la multipolaridad estaría en condiciones de pro- yectar un orden internacional por encima de los otros polos. Sanahuja (2020) se posiciona en un sentido similar al señalar que la etapa actual puede caracterizarse como de cambio estructural hacia formas no hegemónicas, en donde se entrecruzan los procesos de cambio de poder generados por la propia globalización, el agotamiento del ciclo económico y tecnológico de la transnacionaliza- ción productiva, los límites sociales y ecológicos del modelo y su crisis de gobernanza, tanto en el ámbito nacional, como en el plano internacional (Sanahuja, 2020:82). Sin embargo, retomando los planteos de Cox (1993), podríamos hablar de que los múltiples polos de poder emergentes están construyendo un andamiaje institucional multila- teral, multipolar y pluriversal con vocación hege- mónica, es decir, que sea visto por la mayor parte de los actores del sistema internacional como pro- vechoso para sus intereses colectivos.

Como afirmamos más arriba, el proceso de trans- nacionalización económica y de deslocalización productiva produjo la reubicación de gran parte de la producción manufacturera y de las finanzas globales en países y regiones “emergentes”. Esto generó que vastas zonas “centrales” del capitalis- mo se desindustrialicen y pierdan competitividad, proceso expresado en el descenso del PBI relativo de las potencias industriales del G7 en los últimos cuarenta años. Este proceso es conceptualizado por Sanahuja (2007) como de redivisión interna- cional del trabajo y el capital, lo que pone en cri- sis conceptos clásicos como “centro”, “periferia”, “norte” y “sur”. Álvarez (2017), a su vez, afirma que el proceso globalizador impulsado por las elites financieras transnacionales sume a los Estados nacionales en un proceso de crisis, desintegración y pérdida de competencias, y esto afecta tanto las viejas potencias centrales como a la periferia glo- bal. En este marco, encontramos zonas centrales de acumulación de capital en la periferia global (aquellos eslabones de las cadenas globales de va- lor y las ciudades financieras globales) así como también zonas excluidas y marginadas del capita- lismo globalizado en el norte global (piénsese, por ejemplo, en la ciudad de Detroit). Estas transfor- maciones son indicativas de un cambio de época, el cual podría significar el cierre del ciclo pro- ductivo posfordista iniciado en la década de 1970 y 1980 y que apuntarían a una etapa de “posgloba- lización” (Sanahuja, 2020).

Zheng Yu (2015) señala que a partir de la pri- mera década del siglo XXI estamos atravesando una tendencia hacia el fortalecimiento de la mul- tipolarización”, mientras que Savin (2018) afirma que estamos atravesando el pasaje de un “mo- mento multipolar”, de carácter coyuntural, a una “era multipolar”, de carácter estructural. La mul- tipolaridad contemporánea se caracteriza por la convivencia de “Estados nucleares civilizatorios” (Methol Ferré, 2013), que le añade el componente muticivilizacional a la multipolaridad. Estas for- mas estatales se estructuran en torno a diversos y heterogéneos “núcleos mítico-ontológicos” (Dus- sel, 1966), definidos como valores fundamentales que son las estructuras de los contenidos inten-

cionales últimos de la comunidad. Estos “Estados nucleares civilizatorios”, a su vez, necesitarían un “núcleo básico de aglutinación, entendido como el actor más dinámico y con mayor capacidad de síntesis del polo de poder (Methol Ferré, 2013).

Aunque se destaquen los casos de China y Ru- sia, la tendencia hacia la multipolaridad debe ser leída como un proceso general del sistema mun- dial, pudiéndose incorporar también los casos de India, Irán, Turquía, Sudáfrica y Latinoamérica. En todo caso, una novedad importante, señalada por Ramonet (2011) es que la tendencia a la multipo- laridad supone la “desoccidentalización” del siste- ma mundial. Serbin (2019) también lo afirma en el mismo sentido, señalando la emergencia de polos no-atlanticistas y no-occidentales como los nuevos referentes sistema internacional en transición.

El proceso de desoccidentalización en curso es caracterizado por Gullo (2018) como el surgimien- to de un pensamiento contrahegemónico que lleva adelante una insubordinación ideológica, lo cual es la primera etapa de todo proceso emancipato- rio exitoso. En este marco, nos encontramos con abordajes teóricos que afirman el advenimiento de un nuevo proceso civilizatorio alternativo a la modernidad y caracterizado como “trans-moder- no” (Dussel, 2014). Una nueva episteme capaz de incluir ecúmenes diversas a los que se reconozca como sujetos sociales y políticos legítimos e inde- pendientes (Álvarez, 2017).

Estos postulados son parcialmente expuestos en el Libro blanco “China y el mundo en la nue- va era”, publicado por el Comité Central del Par- tido Comunista China en 2019, donde se afirma que “El mundo avanza rápidamente hacia la mul- tipolaridad, la diversidad de modelos de desarrollo moderno y la colaboración en la gobernanza glo- bal. Ahora es imposible que un solo país o bloque de países ejerza el dominio en los asuntos mun- diales. La estabilidad, la paz y el desarrollo se han convertido en las aspiraciones comunes de la co- munidad internacional” (República Popular Chi- na, 2019).

Estas afirmaciones son entendidas por Moure (2014) como características de una mirada de las relaciones internacionales desde la cosmovisión

china, en donde la evolución de la sociedad inter- nacional se produce a través de la armonía y no a través de la confrontación, y en donde culturas, normas e instituciones del mundo oriental y occi- dental podrían encontrarse en una dialéctica integradora y armoniosa para dar lugar a nuevas formas de gobernanza más inclusivas y sólidas. Moure (2014), a su vez, recupera la teoría del Tiānxià ( 天 下 , todo lo que está bajo el cielo), afir- mando que la misma pretende construir una co- munidad global de futuro compartido, en donde “países con diferentes sistemas sociales, ideologías, historias, culturas y niveles de desarrollo alineen sus metas e intereses, disfruten de los mismos de- rechos y compartan todas las responsabilidades en las actividades internacionales para el progreso de la humanidad en su conjunto” (República Po- pular China, 2019).

Según Moure (2014), el Tiānxià no es una teo- ría de las Relaciones Internacionales al estilo oc- cidental, sino un “teoría del mundo”.

Reflexiones finales

El orden mundial contemporáneo atraviesa cambios de carácter cuantitativo, referidos a la cantidad de actores protagónicos en el escenario global, y de carácter cualitativo, que tienen que ver con la forma que han tomado tanto los acto- res estatales como los no estatales a nivel interna- cional. Atravesamos un cambio estructural en el escenario internacional, que no puede reducirse sólo a una mudanza del centro de gravedad de la economía mundial desde el Atlántico al Pacífico, proceso que sin duda se está produciendo, sino que debemos interpretarlo como una verdadera transición histórica-espacial, que nos demanda actualizar los marcos interpretativos de análisis, para no cometer errores que conlleven hacer lec- turas distorsionadas y, lo más peligrosos, a actuar de manera equivocada.

Al análisis de la naturaleza, la forma y los obje- tivos de los Estados (nacionales, continentales y

globales), que han ocupado el centro de la escena en los análisis geopolíticos clásicos y contempo- ráneos, debemos incorporar una mirada sobre las fuerzas sociales impulsoras de proyectos estraté- gicos en pugna y de la estructura que ha tomado la economía y la política global. Lo que está claro, es que ni la forma que ha tomado el Estado a par- tir de principios de 1900 ni el sistema histórico dominante luego de la segunda guerra mundial pueden responder adecuadamente a sus contra- dicciones inherentes, que hoy afloran con toda su fuerza (Wallerstein, 2007).

Los Estados Unidos atraviesan una etapa de de- clive hegemónico; el Estado-nación industrial im- perialista de país central atraviesa una crisis como contenedor de poder de las fuerzas más dinámicas del capitalismo global; y el occidente anglosajón (en tanto sistema de ideas, valores y cosmovisio- nes con pretensión universal) atraviesa una crisis de legitimidad. Estas crisis no tienen una única salida sino dos: o se profundiza la globalización financiera neoliberal, con sus instituciones políti- cas, económicas y financieras globales, sus cade- nas globales de valor transfronterizas y su sistema de valores posmodernos, o se consolidan los po- los de poder emergentes, con su reivindicación protagónica del Estado, su defensa del pluriversa- lismo y de la coexistencia pacífica de las civiliza- ciones a nivel mundial.

Al igual que en otras etapas de la historia, las crisis en el centro del capitalismo mundial y la agudización de las disputas entre polos de po- der habilitan las condiciones para el desarrollo de proyectos alternativos en nuestra región. Es una nueva oportunidad histórica de reconstruir la dignidad histórica para América Latina y el Cari- be a través de proyectos estratégicos que reclamen mayor autonomía relativa, distribución de la ren- ta y complejización de los sistemas productivos. Una región con mayor igualdad, soberanía políti- ca, independencia económica y justicia social.


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